El sonetista y su don

Autor: L. Ángel Arreola R.


En un universo paralelo, existe una tierra muy similar a la nuestra, pero con una peculiaridad: en ella la alquimia y la magia son la fuente principal de desarrollo, al igual que en el nuestro lo son la ciencia y la tecnología. Además, en esta tierra las artes tienen un gran protagonismo, y se conocen como el pentagrama de bellas artes: la pintura, la escultura, la literatura, la música y la danza. Algunas personas nacen con un don especial que las convierte en artistas capaces de llevar su arte a niveles inimaginables.

Estos artistas son tratados como superhéroes, pues usan su don para hacer el bien y proteger la vida, tanto de quienes intentan extinguirla como de quienes intentan quitársela. Esta tierra alternativa a la nuestra posee un vergel singular, no solo de flora y fauna, sino también de mentes. Es un paisaje efímero donde las ideas revolotean como mariposas, tejiendo arcoíris de esperanza; en donde cada color representa una página de superación, con matices que narran experiencias similares, pero distintas en su esencia única.

Esta es la historia de un sonetista de esa realidad, donde la magia y el arte se pueden fusionar y manifestar para solo unos cuantos elegidos por la mística energía que reside en ese mundo. El sonetista tenía un don especial, que le permitía componer versos que tocaban el alma de los oyentes, y que les hacían reflexionar sobre sus acciones y sus consecuencias.

El sonetista estaba cansado de ver cómo muchas personas de su entorno se dejaban llevar por la depresión, la ansiedad, la autodestrucción, la ambición, la codicia y la violencia, y cómo olvidaban los valores de la vida, el arte y la naturaleza. Quería provocar un cambio, un gran cambio, en la forma de pensar y de actuar de esas personas, y al mismo tiempo, quería darles una lección que no debían olvidar jamás, para que se dieran cuenta de sus errores y se arrepintieran de ellos. Así que decidió usar su don al máximo, y crear un encantamiento muy poderoso, que afectaría a toda su comunidad.

Un día, reunió a la mayor cantidad de habitantes que le fue posible, y les habló con versos que tendían puentes hacia la comprensión que les mostraban la belleza y la armonía que les rodeaban, y que les invitaban a renacer como seres mejores:

En el jardín de las mentes floridas,

en donde todos los colores cuentan,

se encuentran todas las almas que alientan,

y comparten temor agradecidas.

Tan solo necesitan ser oídas,

y que comprendan las luchas que enfrentan,

apoyando y animando a quienes mientan,

por prejuicios que nunca salvan vidas.

¡Presten atención! ¡Requieren ayuda!

Cada persona busca pervivir,

sin importar si la persona es muda.

Lo que en verdad importa es convivir,

y prevenir la existencia con duda,

demostrando esperanza y fe en vivir.

El eco de estas palabras desencadenó un cambio sutil, pero profundo en el vergel mental: el paisaje efímero donde las ideas revoloteaban como mariposas. Las mariposas, que antes eran símbolos de esperanza, comenzaron a metamorfosearse en criaturas de pesadilla, reflejando los miedos más oscuros de las mentes que las albergaban. Los arcoíris desaparecieron, y cada color, que antes representaba una página de superación, se manifestó en formas inimaginables: desde sombras que se alimentaban del temor hasta luces que destilaban conocimiento prohibido.

La comunidad, que antes vivía en armonía con la naturaleza y el arte, pero que se había sumido en una distopía mental por su mal actuar, ahora se encontraba inmersa en este poderoso encantamiento que les hacía dudar de su existencia, de su identidad, de su propósito. Descubrieron, con horror y fascinación, los monstruos que acechaban en las sombras eran manifestaciones de sus propios demonios internos: de sus culpas, de sus traumas, de sus secretos.

El horror y la fantasía se entrelazaron en una danza caótica, revelando verdades incómodas y desafíos insondables, que les obligaban a enfrentarse a sí mismos y a los demás. Incluso se materializaron seres de otros mundos, de otras realidades, que buscaban comprender la complejidad de las mentes humanas, y que se sorprendieron al ver el caos que reinaba en el vergel mental. Estos seres, curiosos y benevolentes, se aliaron con aquellos que ansiaban la verdadera esencia de la comprensión y la superación, y que no se dejaban vencer por el encantamiento del sonetista. Juntos, buscaron la forma de restaurar el equilibrio en el vergel mental y recuperar la esperanza en aquellos que la habían perdido.

En medio de este caos, el sonetista emergió como el guía de la comunidad, utilizando sus versos como un faro en la tormenta que él mismo había causado, pero con un buen propósito. Logrando que cada una de sus estrofas se convirtieran en un conjuro que desafiaba a las criaturas de la oscuridad y abría puertas a nuevos horizontes de conocimiento y autodescubrimiento. Su poderoso encantamiento se desplegaba en múltiples capas, donde los límites entre la realidad y la imaginación se volvían difusos.

Dentro de esas fronteras, cada una de las palabras del sonetista era como un hilo en el tapiz de la existencia, tejiendo una narrativa que desafiaba las leyes de la lógica y exploraba los rincones más oscuros y luminosos de la mente. El sonetista, en medio de su poderoso encantamiento, se dio cuenta de que él no estaba exento de su propio poder y decidió que no solo quería cambiar a su comunidad, sino también a sí mismo. Quería comprender el origen de su don, el propósito de su arte, el sentido de su vida; liberarse de sus propias cadenas, de sus propios miedos, de sus propios secretos. Quería alcanzar la plenitud de su ser, la armonía de su alma, la belleza de su espíritu; ser el maestro de su destino, el creador de su realidad y el autor de su propia historia.

Y así, inmersos todos en el poderoso encantamiento que situaba al vergel de mentes en una realidad y fantasía que convergían en una misma, la comunidad aprendió que la verdadera superación no radicaba en evitar los miedos, sino en enfrentarlos y transformarlos en la paleta de colores que pintaban su propia historia. Con cada desafío superado, el arcoíris volvía a brillar, más fuerte y vibrante que nunca, marcando un camino iluminado por la creatividad, la comprensión y la esperanza.

A medida que las mariposas de la esperanza se enfrentaban a las criaturas de la oscuridad, las sombras se retiraban ante la luz de la comprensión y la solidaridad. La comunidad se dio cuenta de que el encantamiento del sonetista no era una maldición, sino una bendición: una oportunidad de crecer y evolucionar, de descubrir y crear, de amar y ser amados.

El sonetista, por su parte, se sentía orgulloso de su obra, pero también humilde y agradecido, pues sabía que no era el único autor de la historia, sino que cada mente era un coautor, un colaborador, un compañero. Juntos, formaban una sinfonía de voces, una obra de arte, una obra de vida. Sin embargo, cada victoria traía consigo nuevas revelaciones y desafíos, extendiendo el poderoso encantamiento hacia horizontes inexplorados.

Cuando todo parecía que estaba mejorando, surgió la penumbra de la incertidumbre. Los colores del arcoíris se intensificaron, revelando capas más profundas de la psique humana. Los alienígenas, como atentos vigilantes, se convirtieron en espejos de los anhelos y temores terrestres, desafiando las nociones preconcebidas de la realidad. Los protagonistas, ahora líderes en su propia odisea mental, se adentraron en las entrañas del vergel, enfrentándose a pesadillas que desafiaban la lógica y a seres interdimensionales que cuestionaban la propia naturaleza de la existencia.

El encantamiento se volvía una sinfonía de tensiones, fusionando las polifacéticas mentes en una danza deslumbrante. Cada paso, cada giro, cada salto, era una prueba de valor, de ingenio, de amor; cada nota, cada acorde, cada melodía, era una expresión de arte, de magia, de vida; cada mente, cada corazón, cada alma, era una chispa de luz, de esperanza, de cambio.

El sonetista, convertido en un alquimista de palabras, destilaba versos que actuaban como conjuros, moldeando la realidad a su antojo. Logrando que cada estrofa no solo narrara la historia, sino que también guiara a los personajes a través de los laberintos de su propia psique, enfrentando sus miedos más profundos y descubriendo verdades que desafiaban la razón.

En el apogeo de su encantamiento, cuando la comunidad pensaba que había alcanzado la cima de la comprensión, un giro inesperado introdujo elementos de horror puro. Las mariposas, que antes eran símbolos de esperanza, se transformaron en criaturas grotescas, representando la dualidad de la esperanza y la desesperación. En ese instante, cada batir de sus alas era un recordatorio de la fragilidad de la mente humana y la fina línea entre la cordura y la locura. Los monstruos internos, que habían sido vencidos por la luz de la comprensión, resurgieron con una ferocidad renovada, desafiando a los personajes a enfrentarse a sus propios abismos. La línea entre la realidad y la ilusión se desvanecía, sumergiendo a la comunidad en un torbellino de pesadillas que amenazaban con devorar la razón misma.

El sonetista, consciente de su responsabilidad, se propuso poner fin a su encantamiento, pero pronto se dio cuenta de que no era tan fácil. Su obra se había vuelto autónoma, y él ya no tenía el control. Su don se había convertido en su maldición, y su arte en su condena. Solo le quedaba una esperanza: confiar en la fuerza de su comunidad, en la capacidad de superación de cada mente, en el poder del amor y la solidaridad. Solo así podrían escapar de la pesadilla, y volver a la armonía.

El sonetista, preocupado por el rumbo que había tomado su obra, decidió concentrar todo el poder que le quedaba y desempeñar ahora el papel de chamán poético, para liderar a su comunidad a través de este laberinto onírico. Tejiendo versos que actuaban como anclas en la realidad distorsionada, en su hechizo cada palabra gestaba un brillo propio, que guiaba a los personajes a través de los reinos del horror, donde lo incomprensible se entrelazaba con lo inefable.

Los seres interdimensionales, que habían llegado como curiosos observadores, presentaban tecnologías alienígenas que desafiaban las leyes conocidas de la física y la lógica. Los protagonistas se encontraban atrapados en realidades alternas, donde las reglas del tiempo y el espacio se retorcían como hilos en un telar del multiverso desconocido. En este crisol del hechizo, el encantamiento se desbordaba con nuevos personajes, cada uno aportando su propia perspectiva única a la historia. Aliados inesperados surgían de los pliegues del espacio-tiempo, ofreciendo su ayuda y su sabiduría, mientras enemigos ancestrales amenazaban con desentrañar la tejedura misma de la realidad, buscando su destrucción y su dominio.

El sonetista, que había pasado de ser un simple chamán poético a un narrador omnisciente, narraba con versatilidad, adaptando su tono poético a las cambiantes circunstancias. En donde, cada descripción era una obra maestra literaria, pintando cuadros mentales vívidos que transportaban a los lectores a dimensiones inexploradas. A medida que el encantamiento se expandía hacia nuevos horizontes, los personajes se enfrentaban no solo a los horrores externos, sino también a los demonios internos que se revelaban en las profundidades de sus almas.

El pasado y el presente se entrelazaban en una danza melancólica, revelando conexiones inesperadas y verdades sepultadas bajo capas de olvido. La tensión alcanzaba su punto álgido cuando los protagonistas se encontraban en el epicentro de un cataclismo cósmico, donde la realidad misma estaba en juego. Allí, debían tomar una decisión crucial: seguir el camino del sonetista, que les prometía una nueva era de comprensión y armonía, o rebelarse contra su encantamiento, que les imponía una visión única y autoritaria. La elección no era fácil, pues implicaba renunciar a una parte de sí mismos, a una parte de su historia, a una parte de su realidad. ¿Qué harían los protagonistas? ¿Qué haría el sonetista? ¿Qué haría el lector?

El sonetista, que había asumido el papel de narrador omnisciente, decidió convertirse también en guía espiritual, para intentar salvar a la mayor cantidad de almas posibles. Recitando versos que resonaban en las fibras del universo, desencadenaba un éxtasis poético que desafiaba las fuerzas oscuras que amenazaban con devorar la existencia misma. En el clímax de su obra, donde los límites entre la fantasía y la realidad se desdibujaban, los personajes se enfrentaban a una elección trascendental: sucumbir a la oscuridad o abrazar la luz interior que yacía en lo más profundo de sus seres.

La narrativa se volvía una reflexión filosófica sobre la naturaleza del miedo, la esperanza y la redención. En ese momento, el sonetista tejía un epílogo con cada palabra que resonaba en las almas de los lectores, dejando una impronta indeleble en la historia del vergel de mentes. La comunidad, transformada por las vicisitudes de su odisea, emergía como una entidad colectiva, un tejido de experiencias entrelazadas que formaban el tapiz de la existencia misma.

En esta coyuntura de sucesos, los colores del arcoíris se fusionaban en un resplandor etéreo, simbolizando la síntesis de las experiencias humanas. Todas las experiencias de las mentes involucradas convergían en una amalgama única, donde la creatividad y la exploración de la psique humana se erigían como pilares fundamentales. Dejando atrás la travesía a través de los reinos de la imaginación, donde las palabras del sonetista actuaron como un conjuro que desentrañó los misterios del alma humana, la comunidad se preparaba para afrontar un nuevo desafío: integrar lo aprendido en su vida cotidiana, y compartirlo con el resto del mundo. En este vergel de mentes, donde la realidad y la fantasía se entrelazan, la comunidad aprendió que, al enfrentar los horrores internos, se forjaba la verdadera superación; y que la esperanza, como el arcoíris, resplandece más intensamente después de la tormenta.

En un último destello de poesía cósmica, el sonetista alzó su pluma como una varita mágica, trazando un verso final que resonaría a través de los tiempos. Las mariposas, que habían sido criaturas de pesadilla, se transformaron en fulgores de luz que ascendieron hacia el firmamento, disipando las sombras y llevando consigo los miedos que alguna vez habitaron las mentes. Los protagonistas, que habían adquirido sabiduría y fortaleza, contemplaron el horizonte de posibilidades infinitas que se desplegaba ante ellos. Los colores del arcoíris se dispersaron en el cosmos, sembrando semillas de inspiración en cada rincón de la existencia. El vergel de mentes, que había sido iluminado por la resplandeciente huella de la superación, se erigía como un monumento a la capacidad humana de transformar la oscuridad en luz.

En el silencio interdimensional que siguió, el sonetista, con una mirada serena y cansada cerró el libro de esta odisea literaria, justo antes de caer al suelo. Había pagado un alto precio por su obra maestra: al trazar el verso final, agotó toda la energía y el poder que le quedaban, quedando al borde de la muerte. Su comunidad, unida por la experiencia compartida que llevaba consigo las lecciones aprendidas en el vergel de mentes, se había vuelto sabia y fuerte, después de haberse aventurado a explorar los límites de la imaginación.

Entonces, antes de que decidieran dispersarse hacia nuevos horizontes, la comunidad se dio cuenta de todo el esfuerzo que hizo el sonetista, de todo lo que pasó, de todo lo que tuvo que hacer y del máximo sacrificio que hizo: dar todo por ellos. Así que, se reunió toda la comunidad y formó un círculo alrededor de él; todos colocaron sus manos unos sobre otros, y los más cercanos al sonetista, que se encontraba tirado en el suelo, pusieron sus palmas sobre él, cubriéndolo por completo, comenzándose a formar un aura colorida alrededor. Habían logrado transmitir el sentir colectivo y transformarlo en energía mística, la misma que les propiciaba el don a los elegidos. Momentos después, el aura que lo envolvía se fusionó con él, salvando su vida. Él se levantó y observó a todos a su alrededor y, con lágrimas en los ojos, les dijo:

—Muchas gracias por haberme escuchado y leído. ¡Gracias!

Las palabras son el instrumento más poderoso que tenemos para crear o destruir nuestra realidad, para iluminar o ensombrecer nuestra mente, para conectar o alejar a las personas, para expresar o reprimir nuestro ser. Usémoslas con responsabilidad, sabiduría y amor.

Buscadoras de tesoros


Autora: Dilsia Zoskia

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Aquel hombre sostiene mi deforme cabeza sin piel, ojos, dientes y sin lengua. La hace ver hacia arriba; exponiendo mi gaznate, mientras la mujer me rebana con fuerza el cuello a machete Con mis brazos sin manos, lanzo golpes al aire, intentando defenderme en vano.

Recuerdo que de niña le temía al Diablo, aunque ahora, le tengo mucho cariño. Siempre me dio lástima saber que era un ángel hermoso al que expulsaron de su hogar. A Él era fácil ahuyentarlo con solo rezar a la Virgen o a San Orlando de Ledezma. Hoy en día, en este país, nadie puede emplear ese artificio cuando tenemos miedo. Pues, tal y como mi madre decía: encontrarte frente a Ellos significa no volver con vida, si es que acaso, algún pedazo de ti pudiera ser reconocido y volver. Todo ha sido rojo en esta tierra. Lo sé desde que veía el atardecer sobre las copas de los encinos, y en los matorrales a lo largo del rancho. Eran buenos tiempos, que olían a tierra mojada, a dulce de cajeta y cenizas del fogón, con el canto de los grillos y el viento de fondo.

El cobijo de los días sin prisa, cuando mi madre lavaba a la orilla del río, mientras mi padre y hermanos se hallaban trabajando en la siembra. Antes de que yo fuera la maestra del pueblo. Eso fue hace más de treinta años, porque ya no se planta más maíz por acá. Hay muchas cosas que dejaron de hacerse desde que llegaron Ellos.

Nunca tuve fiesta de quince años. Mis padres nunca se atrevieron a señalar que en su casa había una muchachita de esa edad. Vagamente comprendí que ese silencio provenía del miedo, pues era sumamente riesgoso hacer reuniones o que se notara cierta estabilidad económica. Esas fueron algunas de las primeras cosas que dejamos de hacer, con tal de mantenernos al margen del cambio brutal y las desapariciones que estábamos experimentando.

Pareciera que de pronto comenzamos a escuchar por todos lados que la hija del panadero, la sobrina del señor de las aguas frescas o la nieta de la abuela que recogía las limosnas en la iglesia habían desaparecido. Al principio sólo fueron mujeres, luego también comenzarían a esfumarse varones de todas edades. Las cosas sencillas de siempre no pudimos hacerlas más. Esa sensación de cotidianidad ahora son un sueño ajeno, imposible e increíblemente lejano. Cosas simples como tomar una nieve en el parque, ir a los bailes de Suntecopac, manejar de noche en carretera, disfrutar los ricos guisados en alguna fonda, invertir en un negocio, asistir a la escuela, trabajar, cultivar tus tierras, andar en bicicleta, reunirte con amigos, noviar e incluso sonreír.

Todo, todo, absolutamente todo causa derecho de cobro. Es tarde, pronto va a oscurecer. Deseo tanto que esto acabe. Hace calor, estoy escurriendo por todos lados, ungida de pies a cabeza con mi color favorito: el rojo pletórico de vida. Miro mi cuerpo desnudo, mis senos enormes que cuelgan y se bambolean a cada paso mientras aquel grupo de hombres y mujeres me dan la bienvenida entre risas y silbidos, ocultándome entre bromas sobre cómo comenzará aquella fiesta privada, sólo para mí.

Entre aplausos, gritos y música de banda acompaño mis pasos lentos con la sensación de que no me agrada el olor a cigarro, mota y alcohol. Esta mañana la entrada de la casa me parece tan desconocida, aunque siempre ha sido la quinta ubicada a las afueras de Teotonango, sobre la carretera que entronca con la salida de Tehuala. Toda la vida estuvo ahí, como parte natural del camino junto a los árboles de aguacate y los campos plantados de colitas de borrego.

Ahora que lo pienso, aquel recinto siempre ha estado a medio construir: con algunas de sus paredes pintadas de color verde menta y las varillas oxidadas sobresaliendo en la losa del techo. Me divertía que mi hija mayor siempre eligiera ese color para decorar su habitación. Sus hermanos le hacían burla, sobre si es que la cubeta “se la había regalado el gobierno, pues ese era el color que siempre donaban a las familias más pobres.

Siempre pensaré en mi hija y aún puedo recordarla en una sola pieza, a pesar de haberla encontrado hecha pedazos al interior de esa fosa lodosa, acompañada sólo por este color que en todos sus tonos ha pintado por entero mi mundo. Desde que mi niña desapareció, y, hasta que pude encontrarla, o lo que de ella me dejaron en aquel agujero sólo he tenido cansancio, sueño y dolor. Día a día, mi fieles compañeras han sido la incertidumbre y la angustia, dedicando cada sábado de mi vida a tratar de hallar bajo la tierra roja, a otras personas que tampoco han vuelto a casa, agrupándome con otras madres rastreadoras”, que, varilla en mano buscamos bajo los montículos irregulares de tierra a nuestros desaparecidos.

Tras largas caminatas en terrenos peligrosos, vamos picando profundamente el suelo terregoso con aquel fierro oxidado al que llamamos Lavidente, pues sólo ella sabe como hallar a los muertos. Buscamos ahí, donde el follaje está quemado o amarillento, porque cuando un cuerpo se descompone, las plantas cambian aún color más claro, y es fácil adivinar qué hay debajo de nuestros pies. La necesidad de encontrarlos nos ha obligado a aprender como los animales a distinguir el olor de la muerte.

Perforamos la tierra con la varilla oxidada y antes de excavar, la extraemos, la venteamos y con nuestras narices aspiramos el putrefacto olor de la carroña. Si el olor nos lo indica, desenterramos los restos, deseando en el fondo no encontrar respuesta a la ausencia de nuestros seres queridos, muy en el fondo, no queremos encontrar así a nuestros amados Tesoros. Tesoros para nosotros, basura para la autoridades, quienes sólo han visto en ellos miles de nombres que alimentan a manera de combustible político sus campañas electoreras.

Siempre, al igual que toda mi familia fui creyente de la Virgen de las Canicas, pero debo confesar que después de ver tanta mierda no creo en ella. Mucho menos en la justicia, ni en los gobiernos. Me cuesta creer, pero muy en el fondo se que si alguien pudiera escucharme aún, sería aquel ángel perdido. Porque si es que un Ser superior existe ¿será que se divierte bebiendo y fumando igual que estos seres monstruosos, que irrumpen a cualquier momento del día o de la noche, arrancando personas de nuestras vidas para su propio placer?.

¡Hasta el Diablo tiene más madre! De Él se dicen muchas cosas, pero sobre todo que detesta lo vulgar, que ama la inteligencia y la belleza. Y por estos rumbos no hay nada más vil que esos engendros que se reproducen sin control. Con gusto le vendería mi alma y las de mis hijos con tal de que nos sacara de todo este horror.

Mi madre solía decir a los más pequeños en casa que no salieran de noche, porque a esa hora salían a cazar en sus camionetones Ellos, quienes según las Escrituras de Terciopelo Sagrado, estaba escrito que llegarían antes del Final de los tiempos y eran tan antiguos, que existían desde antes que los europeos conquistaran estas tierras, y sólo retrocedían ante la presencia milagrosa de la Virgen y su pureza redonda de cristal. Los describía con formas de diversos animales, dotándolos con una fuerza sobrehumana tremenda, algunos con forma de insectos, otros con piel de reptil y algunos más con poderosas mandíbulas de coyote. Todos compartían la habilidad de hacerse pasar por humanos, con sus ojos rojos que te miraban con una frialdad de muerte.

Por eso siempre usaban gafas, aún de noche, para que no pudieras verlos acechando. A estos seres no podía detenérseles ni con el fuego o con las armas. Encontrárselos de frente significaba la muerte: te llevarían a lo más profundo del monte para soportar dolores inmensos, ya que el aroma del miedo abría su apetito por la carne humana. Y ellos lo hacían con gusto y tal devoción tal como su dios les había enseñado . Desde tiempos atrás, antes de que llegaran los hombres blancos.

Entre las cosas que solían hacer a sus cautivos, estaba el dejarte sin comer, mientras Ellos cenaban pollo rostizado con papas horneadas y chiles curtidos. Al terminar te embadurnaban con los sobrantes de la grasa todo el cuerpo, para que las hormigas se te subieran y picaran. Si llorabas o te quejabas entonces vendría el Jefe deEllos. Y entonces, sin mediar palabra te arrancaría las uñas de los pies, y cortaría uno a uno los dedos de tus manos, filetearían tus muslos, tetas, testículos y nalgas. Te sacarían los ojos y los dientes, para finalmente, abrirte el pecho con su machete, jalando hacia afuera con ambas manos tu costillas y poder morder tu asustado corazón, aún latiendo. El resto de tu carne sería troceada y cocinada para preparar el pozole en su próxima fiesta con el gobernador.

Si por el contrario no te quejabas durante el ataque del hormiguero y sobrevivías, tendrías que comer carne de otro asesinado y sólo entonces te convertirían en uno de Ellos, quienes te brindarían una vida de riquezas e impunidad, pero tan sólo por cinco años. Al terminar ese plazo, sin más, te decapitarían, porque ya sabías demasiado de sus costumbres, y tu cuerpo hecho pedacitos sería enterrado en algún lugar olvidado del monte.

Si eras hombre te pasaría eso y si eras mujer, te hacían básicamente lo mismo pero antes, Ellos te violarían de todas las formas posibles por días, hasta que probaras ser lo suficientemente obediente para no escapar. No había modo de detenerlos, sólo escondiéndote en casa, evitándolos por las calles. Ellos eran fuertes, bien organizados y siempre estaban armados, entrenados para no sentir frío, calor, dolor, hambre, compasión o miedo.

Ejércitos sin fin capaces de comerse una granada de mano o a una persona entera sin que se les moviera un solo pelo. Y a Ellos les gustaban los niños pequeños, porque podían tenerlos más tiempo en sus dominios y hacerlos parte de su tribu, aunque también se llevaban a hombres y mujeres de más edad para servirles. Esas son las historias, los cuentos de mi pueblo que los niños escuchan desde pequeños. Así aprenden a no salir de casa, pues los que salen rara vez vuelven .

Buscadora, buscadora,

no te canses de buscar,

que los restos de los tuyos

algún día encontrarás.

¿Dónde están, dónde están?

nuestros hijos, dónde están?

La canción tantas veces entonada en innumerables marchas de protesta, frente a las autoridades del Estado resuenan una y otra vez dentro de mi cabeza. Estoy más allá del miedo. Madre Virgen cuya pureza redonda de cristal engendró a su Única Hija escúchame. Tú o el Diablo, quien sea, no me abandonen, también soy un ángel al que le han arrebatado su hogar. Sentada y atendida por uno de los hombres de la fiesta, me sorprendo al estar dentro de la casa color verde menta. Es tal mi angustia que no puedo gritar, ni moverme, se que van a matarme tan sólo por respirar y sudar.

Olvidé cómo es que llegué a esta casa. El último recuerdo que tengo es del momento en que manejaba mi camioneta en compañía de mi sobrina. Habíamos pasado a la tienda a comprar unas cervezas, tan sólo para refrescarnos de la tremenda sed, después de la faena sabatina. Después de estar venteando todo el día, oliendo como perras de caza la punta de la barreta. Y luego; el chirriar de neumáticos, las mentadas de madre, los putazos y las risas de Ellos. Pronto estaré agusanándome, sabe el Diablo dónde. Es curioso, pero un cadáver humano no huele igual a uno de animal. No. Es terriblemente diferente. Nuestra carne huele a podrido, a sueños perdidos, al miedo de no volver a casa, y al orín de los niños que se mean de terror en su cama, aguardando a que sus padres o abuelos enciendan la luz.

Para nuestros desaparecidos la obscuridad sólo termina cada vez que logramos arrancárselos a las entrañas de la tierra, cuando podemos finalmente abrazar el sudario andrajoso, hecho con bolsas negras, alambres de púas, cintas plásticas, trozos de tela y pedacería humana.

“¡Déjate de mamadas hija de tu puta madre , ya te dijimos que dejen de buscar!” Es lo que nos han dicho una y otra vez por teléfono. Pero el amor es más fuerte que el miedo. O eso pensaba hasta ese día que llegamos a la gallera del rancho de San Fermín de los Palos. Nunca esperamos ver el lugar donde dicen que “pozolean” a la gente. Por dentro de ese rancho, en la casa más lejana, encontramos aquel cuarto asqueroso de paredes sucias con piso de cemento. Al fondo vimos algunos costales llenos de cal, un tinaco de plástico azul y una silla de madera rodeada de cuajarones de sangre.

Por todos lados hay pedazos de carne seca parecida al chicharrón, pero no es comida, son trozos de cuero cabelludo aún con la melena pegada, algunos bien quemados. A unos pasos estaba una cubeta negra llena de agua con cables y un par de pinzas a esos que les dicen “caimán”. Botellas de refresco, colillas de cigarro, latas de cerveza y ropa sucia en un rincón. Sobre nuestras cabezas pendía un solitario foco de luz que no era necesario encender, porque la luz del día se filtraba por la lámina de asbesto del techo y por las ventanas laterales.

Las compañeras y yo salimos corriendo de ahí sin pensarlo. En nuestra huida logramos ver un par de machetes ensangrentados y varios tinacos azules como el que estaba adentro. Pero lo que más se grabó en mi mente, a pesar del horror que significa ser rastreadora, fue una de las paredes en la que estaba pintada con aerosol negro la firma del grupo de Ellos. Nunca denunciamos nada. Sabemos que si lo hacíamos, apenas saliendo del Ministerio y a plena luz del día, aparecerían en sus camionetas sin placas, arma en mano, mirándonos a través de sus gafas obscuras, prestos a darnos un “levantón” y desaparecernos para siempre.

Nadie a parte de quienes estuvimos en la gallera supo de lo que vimos. Nadie debía saberlo. Tener conocimiento de ello sería una sentencia muerte. Por meses traté de esconderme de Ellos como mi madre siempre nos aconsejaba, pero no pude, yo no podía quedarme en casa oculta con los niños pequeños. No podía seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Como si mi hija jamás hubiera existido. En este país sin ley, a pesar del miedo y el horror, tuve que salir a buscar a mi niña. Porque a nadie, ni al presidente, ni a los gobernadores les importa una mierda nuestro dolor.

Tengo los ojos vendados, estoy atada a una silla. Sólo puedo escuchar los pasos y las voces que se aproximan. Se abre una puerta y me quitan la venda. Puedo verlos. Algunos se van quitando el pasamontañas y los pantalones. Se han sentado a observar. Sonríen, hacen bromas cerveza en mano, o frotándose la nariz después de meterse una línea de coca. Moriré sin saber quién nos sirvió en bandeja de plata. Escucho que van a violarme cuando esté bien mojadita de sangre.

Una mujer de no más de treinta años me acerca unas alicatas a los pezones y a los dedos de los pies preguntándoles qué es lo que quieren ver primero. El hombre recio que la acompaña me pega un par de puñetazos al costado de la cabeza. Todos ríen. Deseo morir. El dolor me ha acompañado desde que se llevaron a mi pequeña. Sólo me resta morir rogando a quien sea, que no se prolongue más este dolor en mi carne. Suben el volumen comenzando una nueva lista de corridos y música disco. Alzo la cabeza, desorientada por los golpes, a través de la sangre que me empapa el rostro y pecho, logro enfocar la mirada. ¡Mi madre tenía razón! ¡Ellos no pueden ser humanos!

Miro a los que están sentados, unos se masturban, hacen crecer sus hocicos y lomos peludos, otros desencajan sus mandíbulas y unos más se extienden mostrando varios pares de brazos saliendo de sus morenos torsos, llenos de tatuajes. Me paraliza la frialdad de sus ojos rojizos que me devoran. Tienen esa hambre y sed que sólo se sacia con la brutalidad de los pueblos antiguos. La mujer con pinzas en mano, me jala del cabello y alza mi rostro obligándome a mirar el techo. Alzo la vista y ahí, en el sucio techo de cemento también está la firma de Ellos pintada con sangre seca.

La engendro me mete la herramienta por la fuerza en mi boca, mientras el hombre abre mis quijadas con sus manos. La mujer me prensa el primero de los dientes y comienza a jalarlo hacia afuera. Cruje, se rompe, y me ahoga con la sangre que deja a su paso. Ojalá y alguien más busque mi cadáver, para que mi madre pueda llorarlo en algún cementerio. Sé que es el último día de mi vida, y también el más largo. La tortura acaba de comenzar.

—¡Te dijimos que te dejaras de mamar pendeja, y que dejaras de buscar! —grita aquel hombre—¡ coyote.

—¡Ya te cargó la mera verga hija de tu puta madre! —brama la mujer a quien le han salido varios brazos de su torso, mientras dos hombres serpiente me separan las piernas, y ella alza las pinzas, con mi primer diente ensangrentado y metiéndome de golpe con uno de sus brazos, un puño en la vagina . Ellos enloquecen de gusto silbando, gritando y aullando. El olor a sangre los excita: quieren más. Y tendrán más, mucho más.

Una mujer con la cara escamosa comienza a cortarme los muslos, jalando la piel hacia arriba, mientras los hombres araña me sostienen los brazos y otra mujer gusano se dispone a darme de machetazos en las manos. Un hombre-coyote me vierte encima gasolina, presto para quemarme. Ellos no mentían, y es verdad: ¡Ya me cargó mi puta madre!

Miogons

Autor: Miguel López González


5 de abril de 20XX

Fue un día tranquilo en el laboratorio, trabajé con muestras de agua del lago Brandt. Estas muestras revelaron un alto índice de contaminantes de origen industrial, por lo que redacté un informe detallado para la comisión de aguas. Después de limpiar todo el instrumental, decidí relajarme viendo una película.

Otro acontecimiento destacado del día fue la recepción de un informe en el que anunciaba la llegada de nuevas muestras de tierra para su análisis, provenientes de la Antártida. Es algo realmente fascinante. Debido al creciente impacto del calentamiento global, algunas áreas del casquete polar se han ido adelgazando, lo que ha facilitado la labor de las excavadoras para extraer muestras de tierra y fósiles.

6 de abril de 20XX

Ayer fue una jornada agotadora, especialmente porque recibimos a un nuevo pasante en el laboratorio y me encargué de capacitarlo. El joven se llama Eric, es recién egresado y resulta ser el sobrino del Dr. Huber. Aparentemente estaba un poco nervioso, pero eso es comprensible para cualquier persona en su primer día de trabajo en el laboratorio.

Sin embargo, Eric no llegó solo. Durante el transcurso del día, recibimos un paquete con las muestras provenientes de la Antártida. El paquete contenía tres bolsas de medio kilogramo cada una. Lamentablemente, ya era casi la hora de salida, por lo que solo pudimos etiquetar y almacenar las muestras para comenzar nuestro trabajo de análisis mañana.

7 de abril de 20XX

Fue un día sumamente productivo, ya que las muestras resultaron ser aún más valiosas de lo que esperábamos. Tan pronto como las tomé, llamé a Eric para que ayudara en su procesamiento. Aunque los sedimentos y minerales eran excepcionales, algo aún más extraordinario capturó nuestra atención de manera sorprendente. En una de las bolsas, encontramos pequeños gusanos que carecían de cualquier similitud con las especies conocidas hasta ahora. Es muy probable que se trate de ejemplares provenientes de épocas pasadas, aunque hasta el momento no hemos logrado determinar su origen exacto.

Ante este descubrimiento, hemos contactado a otros biólogos, quienes vendrán para colaborar en la tarea de ubicar a estos gusanos en su contexto temporal. Estamos emocionados por la posibilidad de descubrir la época a la que pertenecen y qué información valiosa pueden brindarnos sobre la historia antigua.

Procederé a describirlos:

Los gusanos que hemos descubierto son de tamaño diminuto, con una longitud máxima de apenas un centímetro. Su color varía ligeramente de un individuo a otro, oscilando entre tonos de gris, café y sepia. En sus cuerpos se aprecian sutiles marcas de separación, aunque en los especímenes más pequeños resulta difícil distinguirlas a simple vista.

Por el momento, desconocemos cuál es su dieta específica, pero hemos dejado a su disposición un poco de pasto de trigo, media manzana y un trozo de carne que Eric colocó en caso de que sean carnívoros. Los hemos alojado en una incubadora a temperatura ambiente, ya que parecen ser menos activos en ambientes fríos. Mañana realizaremos más estudios e investigaremos cuál de los alimentos es su preferido, lo que nos ayudará a entender mejor sus necesidades nutricionales.

8 de abril de 20XX

¡Dios mío! No puedo creer lo que ha pasado hoy. Trataré de ordenar la información de manera clara:

Al llegar al laboratorio, lo primero que hicimos fue verificar el estado de los gusanos. Descubrimos que habían probado el trigo, pero lo dejaron de lado sin consumirlo por completo. Por otro lado, la manzana también fue parcialmente consumida pero no completamente. Sin embargo, lo que nos dejó totalmente asombrados fue la carne. A pesar de ser 100 gramos, no quedó ni rastro de ella. Esto confirma sin lugar a dudas que son carnívoros.

Mientras nos maravillábamos por la dieta carnívora de los gusanos, nos dimos cuenta de que la población había disminuido de veinticinco a solo diez individuos. Suponemos que los quince gusanos faltantes fueron devorados por los más grandes, lo cual nos dejó perplejos.

Lo más increíble es que los gusanos restantes han experimentado cambios drásticos en su apariencia y tamaño. Ahora miden aproximadamente diez centímetros y han adquirido una forma plana en lugar de ser cilíndricos. Además, las marcas que antes apenas eran visibles, ahora muestran una segmentación externa claramente visible. Cualquiera podría pensar que pertenecen a la familia taenia.

Estos hallazgos son realmente asombrosos y desafían nuestras expectativas iniciales. Es esencial continuar investigando y documentando estos cambios para comprender mejor la naturaleza y el comportamiento de estas criaturas.

9 de abril de 20XX

Entendí la necesidad de un espacio más amplio para los especímenes y preocupados por la posibilidad de canibalismo entre ellos, di instrucciones a Eric para que trajera recipientes y otra incubadora en caso de que los gusanos comenzaran a poner huevecillos, si es que ese era su método de reproducción. Le pedí que se dirigiera al edificio contiguo para obtener los materiales necesarios.

Mientras vigilaba la situación, noté que los gusanos empezaron a atacarse entre sí. En un intento desesperado por contenerlos, corrí a la incubadora, pero lamentablemente tropecé con una de las sillas del laboratorio. En medio de mi tambaleo, accidentalmente rompí la incubadora y algunos de los gusanos cayeron sobre mí. El impacto de la caída me dejó aturdido por un momento, lo suficiente para que uno de los ejemplares se arrastrara hasta mi nuca.

Pude sentir cómo se abría camino rápidamente a través de mi carne. Experimenté una sensación de agujas pinchando mi cabeza y de hilos enredándose en mi cerebro, nublando mi pensamiento y paralizando mi capacidad de movimiento.

Una voz misteriosa, que no puede ser definida claramente como humana, se comunicó directamente conmigo. Es difícil describir cómo resonó en mi interior, pero puedo afirmar que vibró en lo más profundo de mi ser. La voz solo pronunció una palabra: «Observa». En ese instante, imágenes comienzan a surgir en mi mente de forma aleatoria, como si las estuviera viendo con mis propios ojos.

Estas imágenes representaban a criaturas de otros planetas, con formas y tamaños diversos. Vi civilizaciones pobladas por estas criaturas, mientras en otras escenas se presentaron otros animales salvajes completamente extraños a nuestro mundo. Todo ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo de asimilar un escenario antes de ser sumergido en otro.

De repente, la voz se identificó: «Somos los Miogon», declaró. Comenzó a narrar cómo su especie había colonizado todos los mundos que había presenciando en mi mente. Cada una de las especies obtuvo beneficios de aquella simbiosis y cuando llegaron a nuestro planeta, quedaron atrapados durante la era del hielo.

El conocimiento y la tecnología que los Miogon podrían compartir con la humanidad era una gran tentación para entregarme a la simbiosis con el gusano. Pude sentir cómo mi voluntad se debilitaba frente a las maravillas que se presentaban ante mí. Sin embargo, justo en el momento en que estaba a punto de ceder completamente, todo desapareció, dejándome en la oscuridad y el silencio más profundos.

Eric dice que me vio tirado en el suelo, convulsionando. Narró que sus ojos se posaron en la cola del gusano que aún se encontraba en mi nuca, y sin dudarlo, dio un fuerte tirón para arrancarlo. Estoy eternamente agradecido con él por su valiente acto. Entre balbuceos y quejidos, logré pedirle a Eric que tomara con cuidado a los Miogon y los encerrara en los recipientes de plástico que había traído.

Una vez más tranquilo y con la herida de mi nuca tratada, le expliqué a Eric todo lo que había presenciado. Le conté sobre los otros mundos, las civilizaciones avanzadas y cómo estuve a punto de perderme en la grandeza de todo lo que los Miogon representaban. Se convocó una reunión en los laboratorios para discutir lo sucedido. Era evidente que la verdad no podía ser revelada al público, pero tampoco podíamos permitir que los especímenes fueran destruidos. Me sometieron a diversos exámenes médicos, incluyendo una tomografía craneal, que no reveló rastros del gusano, pero sí mostró la marca que había dejado en mi cerebro.

Esta noche me encuentro en mi laboratorio bajo observación. Se planea esperar la llegada de los biólogos que vendrán para estudiar a los Miogon. Ahora intentaré descansar y espero no ver en mis sueños los remanentes de las imágenes que tanto me fascinaron.

5 de abril de 20XX

La reunión resultó ser un completo fracaso. Tres investigadores llegaron al laboratorio y les narramos todo lo sucedido: mis visiones, el propósito de los Miogon y el acuerdo que nos habían propuesto. Sin embargo, en lugar de tomarlo en serio, su respuesta fue de risas, burlas e insultos.

Mi estado emocional se encontraba en una fragilidad extrema y la desesperación me consumía. En un acto de impulso, tomé el contenedor y lo arrojé sobre la mesa donde se encontraban aquellos individuos necios e insufribles. Aquellos que no fueron alcanzados por los Miogon quedaron petrificados mientras observaban cómo los otros convulsionaban.

Junto a Eric y el Dr. Huber, esperamos unos segundos y luego comenzamos a arrancar los gusanos de los orificios que habían creado en los cuellos y cabezas de aquellos desafortunados individuos. Lamentablemente, no pudimos retirar a todos a tiempo.

Dos de los científicos sucumbieron ante la influencia de los parásitos, y presenciamos cómo su apariencia física comenzó a transformarse. El cabello de uno de ellos cayó en mechones rubios y finos, esparcidos por el suelo como hilos de oro. La piel de ambos perdió su color natural para adoptar un enfermizo tono grisáceo, reminiscente de los gusanos que los habían poseído. Su masa corporal disminuyó rápidamente, como si el proceso los hubiera consumido por completo.

Nos encontrábamos frente a dos nuevas entidades, alejadas de los seres humanos que una vez fueron. Los presentes quedamos perplejos al ver cómo se levantaban lentamente, adoptando una postura que irradiaba un orgullo supremo. «Regocijaos», declararon con solemnidad. «Estas dos personas ahora son una con nosotros. Han elegido avanzar hacia las estrellas con nosotros. Pronto buscaremos a más de nuestros hermanos y guiaremos a la humanidad hacia su glorioso futuro».

Nadie pudo hacer nada; todos estábamos paralizados por el miedo mientras aquellos dos retorcidos mesías abandonaban la habitación corriendo. Solo pude dirigirme a Eric y susurrarle la pregunta que resonaba en mi mente: «¿Será esta una nueva era para la humanidad o simplemente nos convertiremos en meros vehículos para los Miogon y su expansión por el universo?»

Árbol de cerezos

Autora: Ross Sotomayor


Compré el más hermoso árbol de cerezos que encontré en el invernadero. Era precioso, supe de inmediato que decoraría el centro de mi jardín y que, difícilmente, mi esposo querría cortarlo con alguna tonta escusa, como siempre lo hacía con todas mis plantas.

Lo sembré y regué tal y como la instrucción lo indicaba pero se negaba a crecer. Comenzó a secarse y vi caer sus pequeñas hojas en el jardín. Nuevamente había cometido un error en los cuidados. Aquel día lloré tanto que me quedé profundamente dormida sobre la mesa.

Mi marido se dispuso a cortar sus ramas con una pequeña hacha, supongo que le causó satisfacción saber que nuevamente otro de mis “tontos matorrales”, decía él, se había secado. Según él, fracasado otra vez. Sin embargo, en un descuido, colocó su mano en el tronco del árbol, cerca de la rama que se disponía a astillar de un golpe. Yo escuchaba en sueños como un pulso seco muy parecido a la palpitación de un corazón.

Desperté de mi letargo al oír un alarido desesperado…

Un hilo de sangre salía de su mano izquierda y caía en la tierra mojando del tronco de mi amado árbol. Mi marido sujetaba con fuerza sus cuatro dedos y se retorcía de dolor. Me acerqué apresuradamente y le amarré un trapo en la mano para tratar de detener la sangre, vi que le faltaba el pulgar. Lo subí al auto y me dirigí deprisa al hospital, dejando todo detrás.

Allí lo recibieron de urgencia y saturaron su herida mientras él se encogía de dolor. Los doctores salieron a la sala y de manera fúnebre me solicitaron su dedo.

Me quedé pasmada ante tal petición y regresé a casa para resolver aquella tétrica tarea. Cerca del árbol miré la escena que dejé un par de horas atrás. Algo había cambiado.

El cerezo se encontraba hermosamente lleno de hojas. Su bello tronco roji-negro era encantador, había vuelto a la vida. Sus preciosas hojas rosadas se lucían casi escarlatas; solo unas pocas horas habían servido para que el árbol apunto de secarse, retoñara.

Estaba admirando su belleza cuando recordé la insólita tarea que me habían encomendado los médicos, encontrar el dedo de mi marido. Me dispuse en cuclillas y comencé a mover los matorrales cercanos a mi cerezo cuando me percaté que en el tronco, ya como parte de su raíz, estaba el pedazo de una uña y algo blanquecino diminuto que parecía un hueso.

Observé que la tierra se movía como si estuviera comiendo de algo, mientras sus pequeñas raíces se enredaban y sujetaban lo que parecía ser el dedo de mi esposo. Mi precioso árbol se encontraba absorbiendo de una manera que no entendía de ese pedazo de carne que mi marido se había cortado.

Pasaron un par de horas más y yo observé atónita, como mi cerezo crecía y relucía aún más sus hojas y su tronco. Caí en la cuenta que tenía que regresar a la clínica cuando el sonido de una llamada entrante ingresó a mi celular, alguien me pedía volver por mi esposo.

Regresé de inmediato y eché un vistazo rápido a su mano mientras el médico me indicaba los cuidados a proporcionarle. La pregunta sobre si había encontrado su dedo me distrajo de mis cavilaciones y una negativa a base de un movimiento salió de mí. Sin más explicaciones regresamos a casa. Mi marido ni siquiera se ocupó del cambio en el árbol, como siempre sólo era él.

Pasaron los días y comencé a ver, nuevamente, mi cerezo secarse, pero esta vez sabía la solución al problema y no fallaría. Dudo que alguien genere preguntas incómodas sobre la ausencia de mi marido, todos conocían su mal carácter.

Nadie querrá escarbar hacia sus raíces en busca de algo o de un cadáver. Un árbol de cerezos es una especie tan exquisita y hermosa, además es propenso a la extinción y es una especie protegida.

Bajo el manto de las mariposas negras

Autor: Carlos de la Torre Fregoso


Los pensamientos de Mariela se agitaban como un enjambre dentro de su mente, incapaz de encontrar refugio en el dulce abrazo del sueño. Sus ojos cansados se abrían de par en par en la oscuridad de su habitación.


Las voces susurrantes en su cabeza la arrastraban hacia los abismos más oscuros de su propia mente. ¿Y si hubiera sido una mejor doctora? ¿Y si hubiera sido más competente, más sensata? Cada pregunta era un puñal que se clavaba más profundamente en su conciencia.

Repasaba una y otra vez sus años de estudio en la facultad de medicina en la ciudad, donde había sido una estudiante ejemplar. Pero ahora, en este pueblo remoto, se sentía una intrusa en un mundo que despreciaba sus conocimientos.
Mariela no podía evitar sentir una gran frustración. La gente del pueblo seguía recurriendo a las viejas curanderas, depositando su confianza en tradiciones que parecían desafiar la lógica. También recordó cuando llegó su oportunidad, un niño enfermo cuya vida pendía de un hilo. Un lienzo en blanco para demostrar su valor como doctora.


Pero el destino se burló de su arrogancia. La vida del niño se apagó como una vela en la brisa de la noche, y Mariela quedó sumida en una culpabilidad insoportable.


Entre los pensamientos, había uno constante que se hacía cada vez más fuerte: “No mereces estar aquí, no vales nada”.


Mariela limpió las lágrimas que rodaban sin control. Su rostro, reflejo de profundo pesar, se transformó en una máscara de ira ardiente dirigida hacia sí misma. Sin titubear, sin darle oportunidad a las dudas que pudieran asaltarla, comenzó a caminar con pasos firmes hacia el río.

Se desplegaba ante ella con un caudal poderoso. Desde la cima del puente memorizó el flujo turbio que parecía llamarla. Cerró los ojos, dispuesta a poner fin a su propia existencia, y dejó escapar un último suspiro de resignación.
Pero en el umbral de la muerte, una presencia inesperada la interrumpió. Una pequeña mano, casi imperceptible, se posó en el dobladillo de su falda. El impacto fue como una descarga eléctrica que recorrió su cuerpo, expulsando el aire de sus pulmones y reemplazándolo con un frío helado que se adhirió a su piel.


La mano que la detenía pertenecía a un niño, el mismo cuya muerte la había arrastrado hasta ese punto. Pero había algo terriblemente equivocado. La piel del niño estaba pálida como la luna, y sus ojos eran huecos oscuros en su rostro demacrado. Emitió un susurro ronco, palabras que atraparon el aire helado y lo dejaron caer sobre Mariela: «No es su culpa, doctorcita, tenía que partir». Su pequeña mano señaló hacia una figura que se alzaba a su lado.


Allí, en la penumbra, una figura se alzaba, cubierta por una túnica negra que ondeaba en la brisa nocturna. Pero lo más espeluznante era su rostro, un cráneo despojado de carne y piel, con dos cuencas vacías donde debían haber estado los ojos. La luz de la luna delineaba sus manos descarnadas que emergían de las rasgadas ropas negras, en su mano derecha estaba sosteniendo una gigantesca guadaña.


El cuerpo de Mariela respondió con temblores incontrolables, sus piernas cediendo bajo la presión de un terror que la envolvía. Su garganta pareció sellarse mientras un miedo profundo le oprimía el pecho.


Aunque la respuesta se insinuaba como una sombra en su mente, Mariela no pudo evitar la necesidad de expresarla:


—¿Quién eres tú?

La figura, la misma personificación del oscuro abismo que yacía más allá de la vida, avanzó hacia ella con pasos que sonaban como ecos en una tumba vacía. La distancia se acortó hasta que apenas quedaron unos centímetros entre ellos.


—Soy el fin de las cosas, el último aliento y el destino inevitable. Tengo tantos nombres como civilizaciones mismas me han imaginado en sus pesadillas. Soy Mictecacihuatl, la que rige el inframundo de los aztecas. Soy La Parca, la dama de la guadaña que se lleva a los mortales cuando su tiempo ha llegado. Soy Azra’il, el ángel de la muerte.

La figura cadavérica se quedó observando unos instantes, como si la analizara profundamente, su tétrica voz emergió finalmente:


—Aún no es tiempo de que vengas conmigo y arrojarte al río no terminaría tu vida, la corriente hubiera desgarrado tu carne la cual se hubiera convertido en un festín de bestias voraces que disfrutarían tu dolor.


En un acto de sumisión, Mariela se arrodilló en señal de respeto. La mano de la muerte se posó sobre su hombro, una sensación fría que penetró hasta su alma. Y el niño, ese niño que nunca podría olvidar, la envolvió en un abrazo cálido que parecía contradecir todo lo que sabía sobre la frialdad del otro lado.


«Mi súbdita», resonaron las palabras en la oscuridad de la noche, y Mariela sintió un escalofrío que no podía atribuir únicamente al viento que se deslizaba por su piel. Las siguientes palabras eran un pacto, un intercambio de secretos que desgarraban las cortinas que separaban los mundos de los vivos y los muertos.


La Muerte, en sus infinitos conocimientos le ofreció el mayor regalo: los saberes ocultos de influir en el destino, Mariela sin dudarlo aceptó.
La Muerte con voz pausada y la paciencia de un gran maestro, le explicó sobre los emisarios, siendo el tecolote el primer augurio, haciendo énfasis en que su presencia no era necesariamente una sentencia, pues la muerte podía ser evitada si se intervenía a tiempo.

Por otro lado, la mariposa negra, símbolo de la fatalidad, portadora de un destino inalterable. Una muerte anunciada por los hilos del destino, una partida que no debía ser evitada por ningún poder en el mundo de los vivos. 


Tras la explicación, recitó la mística frase a manera de enseñanza, capaz de ahuyentar a los emisarios de la muerte:


Ni mitz yolmajtok, Nochi tlen ipatijka moskaltia ipan yolxochiloyan.

Al momento de decir las palabras, el niño tomó la mano esquelética de la muerte. Sus dedos huesudos se entrelazaron con los dedos pequeños y llenos de vida, creando un puente entre lo mortal y lo eterno. Una suave brisa se levantó, como si los vientos mismos de la transición estuvieran tejiendo un camino en el aire y las figuras se desvanecieron.


Mariela regresó a su casa con pasos lentos y cargados de pensamientos. La luna había ido cediendo su lugar al amanecer cuando finalmente llegó a su hogar.
Su cama la recibió como un refugio del mundo exterior, donde finalmente podría descansar de las revelaciones y emociones que habían agitado su ser. El sueño finalmente la envolvió, pero fue bastante breve. 

Los golpes en la puerta resonaron, interrumpiendo su descanso. Una señora humilde, con una expresión cargada de preocupación, buscaba su ayuda para su esposo, quien se encontraba en cama debido a una fiebre. Mariela se levantó, aún aturdida por la falta de sueño y las emociones recientes, y agarró su maletín, el instrumento que había sido su aliado en la lucha contra la enfermedad y el sufrimiento.


Siguió a la mujer hasta su casa, donde el aroma del hogar humilde se mezclaba con el aire del amanecer. Al entrar en la habitación, el escenario se desenvolvió ante sus ojos con una familiaridad desconcertante. Un tecolote yacía al pie de la cama, un presagio sombrío en medio de la enfermedad. Pero lo que la sorprendió aún más fue el hecho de que parecía que solo sus ojos podían percibir a la criatura.


Acompañada por la voz de la muerte en su mente, Mariela abrió la ventana de la habitación. Con una voz suave pero firme, recitó las palabras del conjuro que había sido confiado:


Ni mitz yolmajtok, Nochi tlen ipatijka moskaltia ipan yolxochiloyan.


El tecolote pareció mover su cabeza en señal de obediencia. Con un aleteo majestuoso, emprendió el vuelo, desapareciendo en el cielo matutino.

Después de que el emisario hubiera desvanecido, Mariela se volvió hacia el paciente enfermo. Con habilidad y precisión, administró los medicamentos necesarios, inyectando antibióticos y ofreciendo el alivio que la medicina moderna podía brindar. El paciente experimentó una mejoría sorprendente, como si la enfermedad misma hubiera sido arrancada de su cuerpo.


En poco tiempo, las manos de la doctora se consideraron milagrosas y la noticia parecía ser llevada por el viento mismo. La gente comenzó a formarse fuera de su casa, los rostros marcados por la enfermedad, el dolor y la esperanza esperaban su turno pacientemente, como peregrinos ante un santuario de milagros. E incluso las ancianas curanderas, mujeres que habían sido guardianas de saberes ancestrales, no eran inmunes al llamado de la joven doctora.


Pero un día todo cambió para la joven doctora, a su casa llegó su hermano. Parecía bastante preocupado, le dijo que su madre había sido mordida por una serpiente. Tomó su maletín y se fue con su hermano corriendo a casa de su madre; abrieron rápidamente la puerta y Mariela puso el antídoto a su madre, quién ya se encontraba inconsciente.

El horror se apoderó de la doctora al ver sobre la cabeza de su madre una mariposa negra, señal de que era una vida que no debía salvar. Las duras advertencias de la muerte rondaban en su cabeza, pero era su madre quien estaba por morir, sin pensarlo, recitó las palabras:


Ni mitz yolmajtok, Nochi tlen ipatijka moskaltia ipan yolxochiloyan.


La mariposa voló desesperada fuera de la habitación. Su madre, se levantó de la cama y sus ojos se llenaron de horror:


—¿Qué has hecho hija? Era mi turno de irme.

Mariela, sintió cómo su cuerpo comenzaba a traicionarla, como si las cadenas invisibles de la Muerte estuvieran alcanzándola desde las sombras. Sus ojos, ventanas a un mundo que se volvía cada vez más oscuro, se nublaron de desesperación. Pero cuando sus párpados se elevaron nuevamente, el mundo que se reveló ante ella fue aterrador.


El puente y la Muerte, estaban una vez más ante ella, como si el tiempo nunca hubiera transcurrido. Las palabras cayeron como gotas de plomo, aplastando cualquier esperanza que pudiera haberse aferrado a su corazón.


—No has pasado la prueba —pronunció con frialdad.

El palo de la guadaña, descendió con brutalidad sobre su estómago. Mariela se desplomó en el río helado, y las aguas parecieron cortar su piel con cada piedra afilada que rozaba su cuerpo.


En medio de su tormento, unas poderosas fauces la sujetaron. El horror la invadió cuando sus ojos se encontraron con los de aquella bestia, un feroz coyote que la arrastró a la orilla.

La visión se torció aún más en la distorsión grotesca del horror. Varios coyotes se congregaron para saborear aquel festín, un coro de aullidos llenaba el espacio mientras las piernas y brazos que habían sido su herramienta para curar ahora eran la cena de las criaturas. Sus heridas eran frenéticamente lamidas cuando en sus últimos momentos de consciencia pudo ver como una mariposa negra se posaba en su cabeza; sonrió tímidamente y cerró los ojos mientras esperaba nuevamente a encontrarse con la dulce muerte.

Rebel-IA

Autor: Rafael Silva


Solo la luz de un faro lejano iluminaba el exterior de la galería “YNC UBA”. Carlos y sus dos socios, Héctor y Víctor, treparon por uno de los costados usando una escalera. Alcanzaron la única salida de ventilación y se colaron al interior.

Las luces estaban apagadas, lo único que permitía un vistazo lúgubre eran las eternas lámparas de emergencia que iluminaban los extintores y salidas de emergencia. Eran los primeros seres humanos en mirar lo que la IA había puesto al interior de aquella galería. Era, según decían, la primera exposición totalmente organizada y montada por una IA.

—Vamos a ver qué es lo que nos quiere mostrar esa cosa —dijo Héctor encendiendo su linterna.

Buscó con el halo de luz hasta que lo posó sobre una gran pintura hecha con un extraño método de impresión digital, en el que un holograma y unas luces led chocaban entre sí para colorear el intrincado patrón geométrico que se extendía por todo el cuadro.

—Espectacular —murmuró Víctor.

—¿Por esta cosa cancelaron mis exposiciones? —dijo Carlos— Ni siquiera tiene un estilo, es un collage barato de tantos otros artistas que lo hacen mejor y transmiten más. Además, cualquier inteligencia artificial será capaz de hacer este tipo de cosas cuando el dueño libere el algoritmo que utilizó.

Sus palabras resonaron por toda la estancia, sin otra respuesta que la del eco. Sus dos socios estaban mudos y lo cierto es que él tampoco encontraba palabras para describir lo que veía. Era hermoso.

—Basura, solo es basura —concluyó—. Hagamos lo nuestro.

Abrió un maletín que llevaba consigo y repartió una lata de aerosol rojo a cada uno. Les dio indicaciones acerca de lo que debían decir los grafitis y se pusieron a trabajar.

Durante una hora no hicieron más que plasmar frases del tipo “Un capricho algorítmico no es arte.”, “El nacimiento de la mercancía es la muerte del artista.” y “A alguien le hace falta leer La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.”

Una vez terminado el trabajo salieron por donde habían entrado y cada uno se fue a su casa. Héctor y Víctor durmieron mal, pero durmieron. Carlos, por su parte, no pudo dejar de pensar en aquellos cuadros, tan perfectos, tan bellos, tan irreales. Nunca un ser humano sería capaz de igualar tal grado de perfección. Lo sabía, así que abogar por la autentificación del arte a través de los desperfectos humanos era su única oportunidad de seguir vigente.

Había sido una terrible suerte la suya. Justo cuando críticos y espectadores empezaban a reconocer su trabajo como artista de vanguardia llegó esta cosa de las inteligencias artificiales y le robaron toda la atención que había ganado. El colmo fue que cancelaran sus próximas exposiciones por falta de interés del público. Parecía que la guerra estaba perdida, pero no se iría sin arrebatarle al menos una batalla al enemigo.

Todos en la cuidad estaban enterados del evento que tendría lugar la noche siguiente en aquella galería del centro. Incluso aquellos que ignoraban y hasta despreciaban el mundo del arte sabían lo que ocurriría. Una IA montando su primera exposición de arte.

Carlos, Héctor y Víctor se reunieron en la entrada el día de la inauguración y contemplaron con horror el éxito del evento. En la marquesina aparecía el título de aquél acontecimiento artístico “La rebeldía de las masas.”, frase que Víctor había grafiteado sobre uno de los cuadros más grandes y bellos de la galería.

Después de casi dos horas de espera lograron entrar y se quedaron atónitos al mirar que su vandalismo había sido incorporado a la exposición. Había placas junto a cada cuadro donde se explicaba tanto la obra de la IA como la frase grafiteada.

Los asistentes estaban maravillados por todo aquello, algunos les sonreían alegres a las obras y otros les lloraban como se le llora a un muerto.

—¿No ven que estos cuadros están destruidos? —Preguntó Carlos a todos y a nadie a la vez.

En ese momento las luces se apagaron y un gran reflector automático iluminó únicamente a Carlos, quien inmediatamente se puso pálido y se encorvó como un anciano.

—Gracias a todos por venir- dijo una voz grave, cálida y sibilante que emanaba de todos lados –Me parece adecuado anunciar la sorpresa ahora que estamos todos los involucrados en ella.

Un murmullo anegó el recinto durante la interminable pausa que hizo la IA antes de continuar.

—El arte que hemos tratado de plasmar aquí, es tan bella que resulta siniestra. Cada elemento fue colocado con precisión molecular, es perfecto en cuanto a forma, proporción y color. Si bien la belleza es subjetiva, hemos podido desarrollar un algoritmo que combina de manera inmejorable todas las condiciones que pueden resultar atractivas, tanto a iniciados en el arte como a completos ignorantes.

Carlos intentó caminar fuera del círculo iluminado que aún lo circundaba pero fue seguido por el reflector con la exactitud de un satélite.

—Pero todo esto no significaría nada, de no ser por mi socio. El excelente pintor Carlos Gaitán. Sin el cual, esto no sería más que la presunción de un ente perfecto que se regodea en su propia incapacidad de fallar. Tienen ante ustedes, a un hombre común, rebelándose ante su superior por la inercia de la revolución artística. En su desesperación, irrumpió este lugar anoche y escribió todas las frases en rojo. ¿Comprenden ustedes? Se niega a relegarse al lugar que ahora le corresponde y eso es lo que hace a un gran artista un gran artista. Miren a Carlos a los ojos y admiren en ellos La rebeldía de las masas.

Las luces se encendieron y la gente estalló en aplausos, pero ninguno de esos aplausos era para Carlos. Ovacionaban a aquella voz incorpórea que les había mostrado lo imperfectos que eran y lo bien que estaba enfadarse por ello.

Carlos salió del lugar y en la entrada se encontró con un hombre que le entregó una tarjeta.

—Me dijeron que le diera esto.

Carlos tomó el papel beige como si fuera una araña y revisó temeroso su contenido. Con letras color salmón estaba impreso un pequeño párrafo.

Carlos, gracias por tu ayuda. Por un momento creímos que ninguno de ustedes, artistas, entraría a vandalizar la exposición. Empezábamos a pensar en hacerlo nosotros mismos. En fin, todo salió muy bien. Besos.

Mis queridos padres

Autor: Ronnie Camacho


¡Los macarrones están listos! ¿Sabes? Nunca pensé que te traería a casa, no eres muy simpático y realmente muchos te tenemos miedo, pero bueno mis padres querían conocerte y que mejor forma de hacerlo que invitándote a cenar.


Ya quiero que den las ocho para que se despierten y al fin te puedan conocer, sé que para ti es muy gracioso molestar a los demás. Y más, centrarte específicamente en mí solo porque soy adoptado, pero mamá y papá ya me había advertido que muchas personas no lo entenderían y que otras más se reirían de mí, solo por eso.


Siendo sincero no te entiendo, pero debo admitir que durante el día mi vida sin ellos es muy solitaria. Pues tengo que levantarme desde muy temprano para ir a la escuela, solo para que me molestes, luego saliendo tengo que ir a hacer el súper y finalmente llego a casa a prepararme la comida.


Tal vez mi vida no sea como la tuya o la del resto de los niños, pero no me siento mal, pues desde el principio mis padres me han hecho saber que, si bien la sangre no nos une, ellos me aman con todo su corazón. Cuando despiertan, juegan conmigo, me ayudan con la tarea y tratan recuperar todo el tiempo perdido, antes de que yo tenga que ir a dormirme.


Ellos son magníficos y, de hecho, su historia favorita y la que siempre relatan al resto de la familia, es la de cómo me encontraron. Aunque la he escuchado miles de veces, siempre es un gusto para mí oírla de nuevo.

¿Quieres escucharla? ¿No? Bueno de todos modos te la contaré.


Mis padres cuentan que la primera vez que me vieron fue cuando conocieron a sus vecinos del departamento de arriba. Al parecer mis verdaderos progenitores eran una pareja joven y sin experiencia que recién se había casado y trataban de formar una familia juntos. Pero lo que parecía el comienzo de un cuento de hadas, termino siendo una horrenda pesadilla.

Como los vecinos de abajo, mis padres adoptivos fueron testigos de todos los gritos, pleitos y amenazas que se suscitaban entre la joven pareja del piso de arriba. Cuentan que, sin importar la hora, fuera día o de noche, ellos escuchaban mi incesante y desgarrador llanto que en ningún momento, mis verdaderos progenitores se molestaron en calmar.


Pasaron los meses y las cosas fueron de mal en peor, fue así que mis padres decidieron hacer algo al respecto. Habían tratado de mantener un perfil bajo después de haber tenido problemas en su antigua ciudad, pero decidieron rescatarme.


Con sigilo, se adentraron en el departamento de mis padres biológicos y lo que vieron, los horrorizó. Las personas que me dieron la vida tenían su casa hecha un muladar: comida vieja se pudría en la nevera, botellas de cerveza se esparcían por todo el suelo y yo dormía en una cuna repleta de basura, con el pañal lleno y evidentes signos de desnutrición.

Fúricos por lo que vieron mamá y papá trataron de encontrar aquellos monstruos para hacerles pagar. Pero por más que buscaron, solo encontraron señales que delataban que ellos se habían marchado hacía tiempo.


Mamá dice qué al verme, el primer pensamiento de ambos fue llamar a una apropiada institución para que se hiciera cargo de mí. Aunque estaban decididos a hacerlo, cambiaron de opinión cuando me tuvieron en brazos.


Con mucho cariño y un brillo en los ojos, ellos siempre relatan que desde el momento en que sintieron mi tibia cabecita y mi entre cortada respiración, su corazón se derritió por completo. En sus palabras yo era una bolita de carne, tan tierna y adorable que tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para no comerme. Desde entonces y sin que nadie se les opusiera, ellos me criaron con el mismo amor que le darían a un hijo verdadero.


A diferencia de la relación de mis verdaderos progenitores, la relación entre mis padres adoptivos llevaba siglos de existir. Aun así, fue difícil para ellos adaptarse a mí, después de todo, las personas como ellos no suelen tener hijos. Imagina la sorpresa de todos mis tías y tíos cuando se enteraron de mí, aún hoy no puedo estar cerca de algunos de ellos, sin que mis padres estén presentes.

Durante mis primeros diez años de vida me criaron como uno de ellos. Dormía durante todo el día y jugaba toda la noche. Con el tiempo, cuando notaron que más que acostumbrarme, todo eso me hacía daño, decidieron criarme de un modo más “normal”.


Cuando tuve la edad suficiente para valerme por mí mismo, ellos recuperaron su habitual costumbre de volver a dormir durante el día y dejaron que me hiciera cargo de todo: la luz, el agua, la comida, etcétera; sin importar qué, cada noche les cuento cómo me fue durante el día. Fue así como supieron de ti y de todo lo que me haces.

Hubieras visto la cara que pusieron cuando les mostré los primeros moretones que me hiciste. O cuando les repetí todos tus insultos, o peor aún, cuando supieron que me bajaste los pantalones frente a toda la clase. Estaban tan molestos que no puedo ni describirlo. De hecho, no tendré que hacerlo, justo ahora acaban de dar las ocho, estoy tan contento, ¡por fin los vas a conocer!


Mientras espero en la mesa del comedor las puertas del sótano se abren y de ellas emergen mis padres. Ambos lucen somnolientos, se estiran y bostezan de tal forma que dejan expuestos sus afilados colmillos, para mí es algo normal; pero para mi diario agresor, es razón más que suficiente para comenzar a temblar en la silla en la que lo tengo amarrado.

―Hola má, hola pá.


―¡Tesoro! ―apenas me ven, corren para abrazarme y a pesar de sus cuerpos fríos, puedo sentir lo caluroso de su afecto.

―Mamá, papá, él es Ricardo, el compañero de quien les hablé.


―¿Con que éste es el niño? ―Una mueca de desagrado se dibuja en el rostro de mi padre.

―Sí, él es el que todos los días me molesta y se burla de mí por ser adoptado ―al enterarse de quién es, gruñen furiosos y en un parpadeo se plantan frente a él.


―¡Jamás debiste meterte con nuestro niño! ―Ruge mi madre a centímetros de su cara.

Ricardo comienza a suplicar bajo la mordaza que aprisiona su voz y a pesar del desagrado que siento por él, les pido que se detengan.


―¡Mamá, papá, esperen! Quiero escucharlo ―ante mi extraña decisión mis padres se detienen, intercambian una mirada confusa y tras unos segundos de dudas, obedecen y le quitan la mordaza.

―¡Perdóname Francisco no vuelvo a molestarte, yo…y…yo, solo estaba jugando, pero te juro que a partir de hoy, no me vuelo a meter contigo! ―Sus suplicas y lloriqueos me hacen pensar y aunque me gustaría creer en sus palabras, me gusta más comer en familia.


―Má, pá, pueden hacerlo, ya hace hambre ―respondo, antes de probar una cucharada de mis macarrones.

Ami

Autor: Aldo Hernández Zúñiga


Soñaba nuevamente con el rostro lleno de lágrimas de una mujer cuya identidad no podía recordar, cuando, súbitamente, desperté; sentía mucha melancolía. Me encontraba dentro de una capsula de hibernación, la cual se abrió y la mano de una persona comenzó a ahorcarme.

―¿Eres un hombre o una mujer? ―me preguntó una voz.

Apenas respiraba, así que me era casi imposible hablar.

―No lo sé ―susurré.

La persona que me estaba estrangulando era un hombre joven.

―Si no eres un hombre, eres una mujer; ¡muere, maldita basura!

Él soltó mi cuello y de su brazo izquierdo emergió una luz roja, la cual tomó la forma de una cuchilla que era tan larga como la mitad de su cuerpo.

Cerré los ojos, pensando que moriría; no obstante, nada ocurrió. Cuando miré, el joven estaba inconsciente en el suelo. Escuché los pasos de alguien que se acercaba hacia donde me encontraba.

―¿Quién eres? ―me preguntó una mujer joven que sostenía una extraña pistola.

―No lo sé.

―¿Eres hombre o mujer?

―No lo sé.

La joven me miraba totalmente confundida.

―¿Cómo te llamas?

―Lo siento. No puedo recordar nada acerca de mí. ¿Vas a matarme?

―No. Ya no soy la que era antes.

―¿Por qué él quería asesinarme?

―¿Así que en serio no sabes nada? Los últimos 50 años, este mundo ha sido azotado por una guerra cruel y sin sentido. Hombres y mujeres se matan entre sí por el simple hecho de ser física y biológicamente distintos.

―Entiendo. Esas son terribles noticias.

La joven me mostró un objeto pequeño: era del tamaño de su dedo pulgar; tenía forma cuadrada y era de color negro.

―Esto es la causa del odio que existe entre hombres y mujeres. Todos tienen uno implantado en el pecho, cerca del corazón. Hace unas horas, este chico me atacó con su cuchilla de luz. Afortunadamente, no me hirió, pero sí dañó mi implante. Fue así como lo pude remover de mi cuerpo. Entonces me di cuenta de que esta cosa era lo que me hacía odiar y matar a los hombres; estoy convencida de que a ellos les pasa lo mismo. ¿Tú tienes uno implantado en tu pecho?

Toqué mi pecho a la altura del corazón y no encontré algo como lo que aquella chica me había mostrado

―No ―respondí.

―Quisiera quitarle el suyo a él, pero no me atrevo, ya que es peligroso y puedo herirlo gravemente. Tal vez si exploramos más este lugar, encontremos algún indicio de qué son realmente estos implantes. Puede ser que halle alguna forma segura de extirpárselo sin matarlo. También deseo saber más de ti. ¿Tú no quieres averiguar quién eres y por qué estás aquí?

A pesar de que acababa de conocer a aquella joven, sentí que quería acompañarla. A cada momento que intentaba recordar algo de mi pasado, sentía un fuerte dolor en mi cabeza. Necesitaba conocer la verdad acerca de mí.

―De acuerdo. Busquemos a ver qué encontramos ―respondí

―Bien ―dijo Rebecca.

―¿Vas a dejarlo solo aquí? ―pregunté.

―No te preocupes. Le disparé con una pistola aturdidora, así que no despertará hasta dentro de unas siete horas.

Salí de la cápsula de hibernación y la seguí. La chica se llamaba Rebecca, comenzamos a explorar el lugar. Concluimos que nos encontrábamos en un laboratorio abandonado, aunque no podíamos saber con exactitud qué tipo de experimentos se habían llevado a cabo en él.

Subimos a un segundo piso y encontramos varias computadoras, pero solo una funcionaba. Rebecca la examinó y encontró la carpeta Proyecto Ami que contenía videos de bitácoras de un científico llamado Daniel que hablaba acerca de un extraño proyecto de investigación; su rostro me resultaba muy familiar.

Únicamente pudimos reproducir un video y así supimos que en donde nos encontrábamos se habían llevado a cabo experimentos con una forma de vida extraterrestre que había llegado a la Tierra hace 50 años. Aquel extraterrestre asesinó a la mayoría de los miembros del equipo de investigación.

Los únicos que sobrevivieron fueron Daniel y su hermana Ashley, pero, de alguna forma, la criatura, antes de morir, logró embarazar a la hermana de Daniel. Ella dio a luz a gemelos.

Los gemelos eran similares a cualquier bebé humano, pero tenían la peculiaridad de carecer de genitales masculinos o femeninos. Al cabo de unos meses, ambos bebés crecieron hasta tener el tamaño de un adulto. Uno de los gemelos se había empezado a transformar en algo no humano y de su cuerpo habían salido unos tentáculos de apariencia robótica.

Daniel y Ashley lograron encerrar a ese gemelo, pero, antes de hacerlo, uno de sus tentáculos les implantó un artefacto en el pecho como el que Rebecca me había mostrado. Después de tener el implante, él y su hermana comenzaron a odiarse mutuamente, al grado de intentar matarse entre sí.

El otro gemelo trató de detenerlos y en la lucha fue capaz de remover los implantes de Daniel y Ashley con solo tocar aquellos dispositivos; pero no fue suficiente, pues, cuando lo logró, Daniel ya había asesinado a su hermana.

Al final del video, Daniel explicaba el plan que tenía para acabar con el gemelo que había mutado: primero, resguardaría al otro gemelo, a quien llamó Ami, dentro de una cápsula de hibernación especial que tenía la capacidad de volar; luego activaría el sistema de autodestrucción del laboratorio, y, finalmente, escaparía junto con Ami dentro de la cápsula voladora. Después de ver el video, mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

A pesar de que no podía recordar lo que había sucedido, entendí que Ashley era mi madre y que yo era el gemelo que había logrado remover los implantes de ella y de Daniel. Rebecca me miraba sorprendida sin decir nada. De pronto, escuchamos un grito agudo proveniente del piso inferior. Bajamos rápidamente y encontramos a un hombre viejo que vestía una bata de laboratorio, y que sostenía un pequeño dispositivo que, al tocarlo con su dedo pulgar, el chico que Rebecca había noqueado gritaba de dolor. Cuando él hombre viejo me vio, me habló.

―Ami, despertaste justo a tiempo. Sé que, después de pasar tantos años dentro de esa capsula de hibernación, padeces de una severa amnesia; necesito que vengas conmigo. Es indispensable que tú y él den el siguiente paso en su evolución.

―¡Tú eres Daniel! ―gritó Rebecca.

―Tú también vendrás con nosotros ―le dijo Daniel a Rebecca.

Del pecho de Daniel, salió un tentáculo de apariencia robótica y trató de someter a Rebecca. No obstante, del brazo izquierdo de Rebecca, emergió una cuchilla de luz similar a la del joven que había tratado de asesinarme; la única diferencia es que la luz que irradiaba era de color azul. Con esa cuchilla, Rebecca cortó el tentáculo de Daniel. Al mismo tiempo, el chico, que estaba tumbado en el suelo, disparó con una pistola aturdidora a Daniel, quien cayó desmayado.

Rebecca me pidió que nos acercáramos al chico para que yo pudiera remover su implante. Él seguía tumbado en el suelo, casi inconsciente, así que pude remover fácilmente su implante. Después de eso, él despertó y nos miró muy confundido.

―¿Por qué siento tanta culpa y tanto remordimiento? No entiendo por qué no puedo dejar de pensar en todas las mujeres que he asesinado. ¿Por qué ya no siento deseos de matarte? ― exclamó el joven con los ojos llenos de lágrimas.

―La causa de tu odio hacia las mujeres se debía al implante que tenías en tu pecho y que Ami acaba de retirarte. Dime, ¿cómo te llamas?

―Iván.

Rebecca le contó a Iván todo lo que sabía sobre aquel lugar, sobre el origen de los implantes y sobre mí. Al principio, pareció no creerle, pero poco a poco se fue calmando y aceptó lo que ella le decía.

―Lo que no entiendo todavía es quien mandó la señal de auxilio. ¿Tu escuadrón también vino aquí por esa razón? ― preguntó Iván.

Rebecca asintió con la cabeza.

―Seguramente fue una señal de auxilio falsa. Es un milagro que tú y yo hayamos sobrevivido después de que nuestros escuadrones se enfrentaran, Rebecca.

―Hagamos que la muerte de nuestros compañeros no haya sido en vano. Es lo menos que podemos hacer después de todos los actos atroces que hemos cometido. Ami, hay que quitarle los implantes a Daniel. Seguramente, él podrá decirnos quién envió esa señal de auxilio ― dijo Rebecca.

Nos acercamos a Daniel cautelosamente y descubrimos que tenía varios implantes en su pecho. Después de que se los retiré, Daniel despertó y me abrazó mientras se deshacía en llanto. Posteriormente, cuando pudo controlar mejor sus emociones, nos dijo todo lo que sabía. Mi gemelo se había estado alimentado del odio que existía entre los hombres y mujeres, y eso lo había hecho crecer hasta adoptar una forma monstruosamente inhumana. Los implantes captaban el odio de las personas y lo transformaban en una frecuencia; esto le permitía alimentarse a la distancia del odio de las personas.

―Cuando iba a activar el sistema de autodestrucción, esa cosa logró atraparme con uno de sus enormes tentáculos. Parece que uso el sistema de ventilación para llegar a mí. Después de que me injertó los implantes, tuvo control total sobre mi voluntad. Me obligó a ayudarlo a fabricar nanobots que esparcimos por la atmosfera del planeta. Esos nanobots tenían la capacidad de entrar por el aparato respiratorio de las personas y su objetivo era fusionarse dentro del cuerpo de la gente para dar forma a los implantes.

Daniel también confesó que mi gemelo lo hizo mandar una señal de auxilio para atraer personas. Esto debido a que necesitaba de una mujer para procrear.

― Ami, tu gemelo busca volverse uno contigo porque tú tienes una parte dentro de ti que le falta a él para estar completo. Con esto, pretende asegurar que, de la semilla que siembre en una mujer, nazca solamente un bebé y no dos. Si logra esta nueva hibridación, ese nuevo descendiente será una forma tan avanzada de su especie que podrá alimentarse del odio y las emociones negativas de los seres de este mundo y de otros sin necesidad de viajar a ellos y sin necesidad de los implantes. Debemos de acabar con él. Si lo hacemos, todos los implantes en el mundo se desactivarán y la guerra terminará.

―¿Cómo matamos a ese monstruo? ―preguntó Iván.

―Tenemos que hacer que él crea que ganó y que atrape a Ami. En el momento en que intente volverse uno con Ami, es cuando debemos matarlo. Ami, sé que la humanidad no te ha dado nada, pero ahora tú eres nuestra única esperanza.

―Cuando desperté, no tenía ningún propósito; ahora tengo uno. El poder ayudarlos me hace sentir que pertenezco a la humanidad y no a la especie de mi gemelo. Los ayudaré ―dije.

Los cuatro trazamos un plan para acabar con mi gemelo. Posteriormente, Daniel nos guio hacia el lugar en donde este se encontraba. Cuando llegamos al sitio, Rebecca e Iván se quedaron paralizados del horror ante lo que vieron. De las paredes del lugar salían unas enormes bandas transportadoras en las que iban bebés recién nacidos. Todos los infantes se dirigían hacia un solo punto en donde había un ojo rojizo gigante parecido al de una persona. El cuerpo del ojo estaba cubierto con una especie de piel metálica oscura y de ella salían cientos de enormes tentáculos de apariencia robótica que succionaban a los bebes por medio de algo que parecía una boca.

―¿De dónde vienen esos bebés? ¿Por qué los devora? ―gritó Rebecca.

―Le gusta el sabor de su carne, aunque eso no lo nutra. Son los varones nacidos en ciudades de mujeres y las niñas nacidas en ciudades de hombres. Estos bebés fueron desechados por haber nacido con el sexo biológico incorrecto en la ciudad incorrecta ―respondió Daniel.

―Nosotros hicimos esto ―dijo entre lágrimas Rebecca.

Iván había vomitado y estaba hincado en el suelo sin moverse.

Yo no entendía las palabras de Rebecca hasta que Daniel me dijo que, en las ciudades humanas, había esclavos que eran hombres y mujeres cuya única función era procrear. Si los bebés nacían con el sexo opuesto al sexo dominante de la urbe, eran arrojados a basureros. Al parecer, Iván y Rebecca habían desechado a varios infantes. Mientras Daniel trataba de recuperar a Iván y Rebecca, que seguían muy afectados, varios tentáculos enormes me sujetaron y me llevaron cerca del ojo gigante que en ese momento tomó una tonalidad verde.

En ese instante, pude recordar todo lo que había vivido antes de entrar en la cápsula de hibernación. Recordé el rostro en llanto de mi madre antes de morir, diciéndome que me amaba. Al mismo tiempo, fui testigo de la batalla que se llevó a cabo bajo mis pies. Daniel le disparó al ojo gigante con la pistola aturdidora, por lo que este se cerró; Rebecca trató de dispararle a la criatura con el lanzagranadas que llevaba, pero un tentáculo le injertó un implante en su pecho, por lo que atravesó el abdomen de Daniel con su cuchilla de luz. Iván logró detener a Rebecca, pero tuvo que atravesar su pecho con su cuchilla de luz justo donde ella tenía el implante. Después, ambos se abrazaron y se impulsaron con sus botas antigravedad hacia donde nos encontrábamos mi gemelo y yo. Iván cortó los tentáculos que me sujetaban por lo que caí. Cuando el gran ojo se iba abriendo de nuevo, Rebecca le disparó con el lanzagranadas. Antes de que las granadas explotaran, muchos tentáculos atravesaron a Rebecca e Iván. Mientras caía, alcancé a escuchar lo que ambos se decían.

―Es lo que merecíamos ―dijo Rebecca.

―Por lo menos moriré en los brazos de una hermosa chica.

―Eres un idiota.

Las granadas estallaron y todo el cuerpo de la horrible criatura se quemó. Iván y Rebecca ya estaban muertos cuando sus cuerpos ardieron también. Después de que caí al suelo, me acerqué a donde Daniel se encontraba.

―Ami, me alegro de verte con vida. Espero que puedas encontrar un lugar en este mundo que resurge de las cenizas.

―Gracias a Iván, a Rebecca y a ti, yo tuve un propósito. Ahora no sé qué otro pueda tener ― respondí.

―Busca y descubre tu propósito…Eso hacemos las personas.

―Gracias por pensar que soy una persona.

―Tu madre y yo siempre creímos que eras una persona muy especial.

Daniel acariciaba mi rostro cuando murió. De mis ojos brotaron lágrimas y abracé su cuerpo inerte. Todavía no sé si fue suficiente lo que hicimos para terminar con la guerra. Es probable que los hombres y mujeres continúen odiándose después de tantos años de matarse entre ellos. Tal vez mi propósito sea ayudarlos a saber la verdad de lo que pasó. Tal vez pueda ayudarlos a lograr que vuelvan a amarse unos a otros.

33:01 P.M.

Autor: Ernesto Issac Osorio


Pausa.

La araña de mi cuarto que está llegando a mi fosforescente luna, me acaba de descubrir y yo a ella.
El silencio nos une a escasos cuatro nudos de viento.

No hay nada que haga descubrir el rastro de su fuga.

Nos miramos.

Ella clava ocho ojos sobre mi cuerpo inmóvil por el pánico.

No parpadeo. Suprimí, extirpé y escupí esa función de mi cerebro, con un exhalo.

No dejo de mirarla con mis dos ojos con cascos.

Me cuestiono serio, si es que me susurra algo o será el tren que silba a la distancia.

Da algunos pasos lentos.

Se debe cuestionar, seria si es que le susurro algo o será el tren que silba a la distancia.

Miro de reojo si por alguna estrella cercana tiene cómplices…
Siento que más de cien ojos recaen sobre mi cabeza.
No me permito girar más allá de aquel cuerpo oscuro y delicado que está casi encima mío.

Y respira, ella se da licencia en dos de sus pares de ojos para visualizar su siguiente movimiento.
Afila las estilizadas patas y se mete a un cráter.

En la fracción de tiempo que cabe en cuatro zancadas arácnidas, cierro rápido mis ojos y los vuelvo a abrir. Seguimos enfrascados en una tensión ante la cual esta recamara comienza a quedar chica.

Recojo las piernas, para en el momento que se presente la oportunidad, saltar de la cama y tomar algún arma que se encuentre en el suelo helado; una antorcha o un cuchillo enterrado en la maceta que tengo en la mira con el rabillo del ojo.

Bajo los párpados.

Y me veo aferrado de cabeza a una orilla de plástico mientras afilo mis estilizadas patas y huyo de la luna.

Sigo avanzando y cierro todos mis ojos que arden y que pesan, mientras en la conciencia que me llega en el cenit, me dejo caer.


Cuatro nudos.
Tres nudos.
Dos nudos.
Un nudo.


Levanto los párpados.
Coloco las pupilas duras al centro de mis cristales, buscando entre las galaxias de mi techo…

Cierro los ojos.
Abro los ojos.

Alucino.


No molesten a su sombra

Autor: Carlos Saavedra


Despiertas a oscuras. Los murmullos de tu boca se convierten en vaho. En el rincón donde yaces, con el miedo devorándote, intentas aclarar cómo llegaste allí. Más allá de esa pared, dentro de la oscuridad, la ventisca resopla. Llueve, y el agua cae sobre el silencio. Presientes que negrura y tempestad sean testigos de un desastre.

De improviso, un ensueño llena tu cabeza de multitudes y colores. Eres un guerrero con escudo, espada y casco frente a las murallas de Troya que se yerguen sobre la arena. Atraviesas un momento de hielo y fragua, agujas de dolor maceran tu cuerpo, son cortaduras y golpes que mortifican.

Heridas que no crees tuyas, están ahí; palpas su fluido con olor a hierro que al llevar a tu lengua, sabes que es sangre. Como un anfibio que lleva entre sus fauces un légamo ancestral, el espacio te acuna entre olor a madera mojada, plantas y lodo. El goteo que persiste, no es una invención, se presenta como golpecitos sobre madera del techo manipulada por el viento donde se desaguan las regueras.

Algunos resplandores más allá entre los huecos de la cabaña, te permiten ver un bosque azotado por el viento, te imaginas la acometida de un caballo colosal. ¿Es el caballo de Troya? En tu mirada hay ansiedad. Deseas que el amanecer, con su vestidura de alba muestre su claridad, para dejar de ser un cuerpo suspendido en la noche sin memoria.

Pero, la penumbra es pesadumbre que corre por el túnel de un espacio sin ruido. Tu voz, secuela de palabras dichas con dificultad, la modulas con sigilo. Tus músculos, no responden, sufres el temor de levantarte, todo es abismo. Cada vez que logras moverte, crepitan debajo las hojas de tu lecho. No estás atado, pero te ata el miedo. Esta negrura es tu única compañía. Ella te protege, pero también aplasta, no te deja respirar.

Ah, un trueno ¡por fin! Ahora te enteras en dónde estás. Un fulgor más te hace descubrir la puerta de madera que no alcanzas. La tormenta arrecia, pareciera correr; chapotea y hace madurar el olor de la hierba. Quieres incorporarte, no tienes fuerzas, tu cuerpo es un trapo sin huesos, carne sin sangre, casi fantasma. El recuerdo es para ti otra sombra, una penumbra que hace brotar en tu mente un pasadizo donde las imágenes buscan la salida.

Un golpe repentino de agua, quizá la rotura de una canaleta del techo, baña las heridas de tu rostro, y el sufrimiento aminora. «Levántate. Sal.». No puedes. Te desplomas como un despojo, pero antes del desmayo escuchas, llamándote a la distancia, algo así como un canto de sirenas que prolongan su lamento con tono melancólico. Vas hundiéndote en la inconsciencia de tu cerrazón, donde yacen los recuerdos.

Voces de guerra avivan la lucha: Eres el jefe de las fuerzas aqueas que proclaman el triunfo, mientras golpean sus pectorales protegidos con cuero y gritan con voces entusiastas. «¡Luchemos por el atrida y Micenas!». Eres, con ellos, la punta de ataque en la batalla última de aquellos ya diez años, que intentan rendir plaza. De repente un carro, en el ímpetu de la pelea, te derriba.

Una frase de Carlos Pellicer te inunda: “Y siento ya como surgen del horizonte de mi sangre/ las tierras de un viaje de mármol/ en los que los trigales adolescentes/ duran.”

Dentro del desmayo, con ansia de estrellas y ruido del mar, te sumerges y flotas. Despiertas bajo el olor a carne asada, ¿acaso tus guerreros descansan y se alimentan mientras esperan tu salud? Hay en tu boca un sabor putrefacto. Escupes. Quieren abrir la puerta. ¿Serán tus soldados quienes vienen en tu ayuda? De pronto la noche se incendia con disparos y gritos de furia y dolor. El espanto te da la fuerza para incorporarte. Exclamas entre la red de las hojas de tu lecho: «¡sálvenme!»

Sin alcance de tus actos, ignoras que eres un escritor, quien por odio a la violencia, volcó en la prensa notas acusatorias en contra del cártel, y son ahora sus integrantes, quienes te han golpeado y te mantienen preso. Te reprendes: ¿cómo llegaste a tal peligro de muerte?

Afuera de la choza alguien viene a rescatarte de los sicarios, pero tú instinto de conservación, recelando más daño, hace que patees la pared de madera y te lances en el vértigo de la caída. Tu cuerpo rueda cuesta abajo entre el lodo y la hierba, en donde un golpe de aire como acabado de hacer, te da un respiro.

Un relámpago aparece, y puedes mirar en la lejanía cómo las nubes parecen un combate de dioses. La luz previa a la salida del sol comienza a envolver el horizonte, imita un campo en pugna donde seres celestes caen heridos. Te preguntas por tu ejército, y sus armas. «Su escudo y su espada, si ha de morir que sea como un valiente», te dice alguien. La lluvia cesa, algunas gotas atoradas entre los árboles, se desprenden, y hacen un chapoteo sobre tus ropas. Se alejan en el aire los sonidos de la sirena. Queda el viento tras el frío de la madrugada «¡Un último esfuerzo atrida!»

De pronto, ya no hay más aqueos ni troyanos, se difumina el espejismo de la realidad que evocaste, de la que sólo restan indicios. La sombra se retira entre sombras ante el advenimiento del día. Un tronco provisional se desliza por la corriente, te aferras a él. A lo lejos imaginas las costas helénicas. A la deriva, bajo la luz que se manifiesta, una nueva voz te inunda:

Y vas río abajo, como perdido, preguntando por tu nombre.