Ojos tornasol

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Por Joel Cuéllar


Cuando tomé la llamada de mi suegro aquel sábado por la tarde, me dijo casi gritando que le urgían tres propuestas para las locaciones de la sesión de fotos, máximo para el lunes. Primero me puse furioso como siempre, pero recordé que yo mismo había decidido involucrar mi vida personal con la profesional el día que acepté al padre de mi novia como cliente.

Ya tenía compromiso el domingo, así que decidí tomar la Canon y mi bicicleta para ir rumbo al centro. Por fin Mónica se había decidido a ayudar a su mamá vigilando los trabajos de construcción en su casa de Hidalgo, así que podía disponer de mi tiempo. Rodé hacia el eje central y al llegar al Palacio de Bellas Artes me sorprendió el vacío de la ciudad, era septiembre del 2020, por lo que el bullicio usual del centro histórico sorprendía por su ausencia.

Paré para limpiarme el sudor del rostro con el paliacate azul de mi abuelo antes de colocarme el cubrebocas y proseguir a pie. Estuve caminando por los alrededores de la alameda sin encontrar un lugar ideal, mucho menos tres y el sol ya amenazaba con su descenso. Me encaminé hacia Donceles y a lado del MUNAL comencé a tomar algunas fotografías, cuando llamó mi atención un enorme gato negro que parecía haber salido de una de las jardineras, al voltear noté un brillo verde en sus ojos. Pensé de inmediato que aquel destello esmeralda debía ser capturado por mi cámara, por lo que giré lentamente para evitar asustar al felino y logré tomar algunas fotos antes de que saliera huyendo.

Para cuando el sol había caído ya tenía algunas ideas de locaciones y me dirigí de regreso a casa, tras cenar un tamal que había comprado en el camino me dispuse a revisar las fotografías para la propuesta. Cuando llegué a las tomas del gato, me decepcioné al no observarlo en la escena, estaba seguro de haberlo enfocado y de hecho se podía ver en la foto que la jardinera estaba ligeramente fuera de foco, error de principiante que yo no podría haber cometido.

Al día siguiente tenía que levantarme algo temprano, así que tomé un té sin cafeína y me fuí a la cama. Desde que tengo memoria he sufrido pesadillas vívidas y recurrentes, por lo que los demonios, lagartos o seres oscuros de mis sueños ya no me asustan como cuando era niño. Pero esa noche fue diferente, tuve el sueño más vívido hasta ese momento de mi vida, diferente a las pesadillas usuales.

En mi sueño me encontraba en una barca, navegando un río, arriba un cielo negro estrellado y abajo unas aguas cristalinas que dejaban ver una multitud de piedras preciosas brillando a pesar de la oscuridad. Entre esos brillos noté dos esmeraldas, pronto entendí que me observaban y que lo habían hecho antes, recordé al gato, en ese momento la escena desapareció dejándome en un limbo negro, con dos enormes ojos verdes frente a mi, que irradiaban una energía inmensa.

Cuando desperté por la madrugada estaba cubierto de sudor frío. Fui al baño, tomé una pastilla de melatonina y regresé a la cama, había sido un sueño extraño pero las pesadillas siempre han sido parte de mi vida. No me tomó mucho volver a conciliar el sueño y lo que siguió no fue una pesadilla sino algo mucho más extraño.

En el sueño me encontraba montando un corcel a través de un espeso bosque, me detuve y desmonté, alcé la vista para contemplar a una mujer desnuda que nunca había visto en mi vida, su mirada era inquietante, sus ojos color turquesa eran enmarcados por un fulgor tornasol. Ella extendió sus brazos hacia mí, no pude evitar correr a sus brazos aunque intuía algo siniestro, en el momento de conseguir su abrazo pude sentirme caer en un abismo y desperté justo en ese momento. Faltaban cinco minutos para que sonara mi alarma por lo que decidí iniciar mi día.

Tenía una cita temprano, con la mamá de una amiga que estaba interesada en vender bastantes fotos viejas que habían sido propiedad de la familia por más de un siglo y le interesaba mi opinión para tener una mejor idea de los precios. La mayoría de las fotos no eran particularmente valiosas, aunque todo era vendible gracias a lo bien conservadas que estaban.

Casi al final me presentó una serie de retratos familiares, los más viejos que tenían, estos sin intención real de venderlos, más bien con el ánimo de presumir. Mientras barajaba las fotos vi el retrato de una mujer joven, vestida a la moda de los 1920, conocía esa mirada, la había visto en mi sueño, aunque la foto estaba en blanco y negro podía reconocer esos ojos verdes y ese cabello rubio. A pesar de la fuerte impresión que me provocó, mantuve la compostura al preguntar sobre ella, pero al parecer no había una certeza sobre aquella persona, seguramente un miembro de la familia, pero no aparecía en ninguna otra foto.

Terminé siendo el primer cliente de la señora, regresando a casa con la foto, la cual me intrigaba e inquietaba por igual. Mónica llegó tarde, cansada, por lo que no tardó mucho en dormir. Aquella noche la mujer de mi sueño anterior regresó, nos encontrábamos en una mansión oculta en Coyoacán y yo la seguía hasta una habitación en lo más alto de la misma.

En aquella habitación comenzamos a acariciarnos, exploré su voluptuosidad palpando sus carnes, que eran tan blancas como firmes. Entonces ella me mordió, pude sentir su insaciable sed de mi, de lo que yo le podía dar. Cuando por fin la penetré, hicimos el amor con un ritmo hipnótico y en algún momento, entre todo ese placer, supe que de esa insaciable sed nace el poder creador. El poder de la renovación de la juventud, de la carne y del espíritu, que es único y es mil pues es insaciable sed.

Se sintió como si pasaran días y noches sin que nos detuviéramos, aquel goce catártico no se extinguía. Caímos en un trance, la noción del tiempo se borró. De repente yacíamos desfallecidos uno junto al otro, me sentía completo, expansivo. Mientras seguíamos en el lecho ella se acercó a mi oído y susurró:

̶ Ahora tomaré tu bien más valioso, tus ojos. Pero a cambio podrás verme y tenerme todas las noches.

A pesar de una experiencia tan emotiva en mi sueño, esa mañana no me levanté sobresaltado ni extrañado, cuando salí del baño Mónica me confrontó con una prenda íntima que había encontrado en la cama. Por más que quise hacerla entender que jamás en la vida había visto aquella prenda, ella leyó en mi expresión que en efecto, la había reconocido.

Por mucho esa fue la peor pelea que tuvimos, aunque en otras ocasiones ambos habíamos llegado a los golpes, en esta ocasión llegó el momento en el que tras darle la espalda ella se me abalanzó blandiendo un cuchillo de cocina sobre su cabeza. Por más que intenté contenerla, logró clavar su furia en mis ojos y nariz.

En el hospital pudieron salvar mi ojo derecho, aunque ahora solamente veo sombras y colores difusos. El ojo izquierdo se perdió por completo. Mónica se sintió tan mal por lo que hizo que juró cuidarme y protegerme hasta la muerte, lo que ha hecho durante estos últimos años con singular devoción. Y aunque siempre juego ese rol de víctima para obtener lo que quiero de ella, sé que en realidad no lo soy.

Por el contrario, he sido bendecido, porque todas las noches aquella mujer de ojos tornasol me visita en sueños, a veces la poseo en la cima de una montaña y otras en un castillo medieval, pero sin importar el lugar, todas las noches mantiene su palabra.

Ciertamente soy un hombre bendito.