Ola de calor

Autor: Juan Pablo Sotomayor Rivas


Para matar el tiempo, Karla se dedicó a observar los numerosos grafitis que tachonaban los costados y los asientos del destartalado autobús. Los había de tantas formas y colores que era difícil distinguir donde terminaba uno y se iniciaba el siguiente. Sin embargo, uno en particular de entre todos ellos llamó su atención: el ancho contorno negro de una mano rodeado de cuatro símbolos oscuros. El conjunto, aunque simple, poseía en sí una misteriosa esencia, como si se tratara de la señal abominable de un poder antiguo, surgido desde tiempos remotos.

En un impulso, Karla acomodó su mano sobre el contorno del dibujo hasta hacerlos coincidir, pero la retiró de inmediato al sentir un doloroso pinchazo al contacto. Se revisó enseguida, más no percibió herida alguna. Extrañada, dejó su asiento y bajó del camión.

Ya en la oficina se sirvió una taza de café. Mientras se dirigía a su cubículo, notó que el café comenzaba a hervir burbujeante dentro de la taza. Asustada la dejó caer, haciéndose mil pedazos contra el piso. En seguida, su compañero Tony se acercó a ayudarla.

―¿Te lastimaste?

―¡No es nada! ―respondió apenada.

―Déjalo, lo limpio en seguida ―dijo Tony―. Por cierto, amiga, aún no me has saludado ―agregó y le tendió la mano.

Karla la estrechó y al instante la cabeza de Tony se encendió como un fósforo, ardiendo intensamente por escasos segundos. Karla gritó mientras el cuerpo de su compañero se desplomaba, con el cráneo humeante carbonizado. Miró horrorizada el cuerpo y luego observó su mano incandescente. Llegó a su mente el recuerdo del grafiti, pensó en sus formas angulosas, sintió los toscos símbolos como la promesa de una condena que le devoraría el alma y la vida entera. Una maldición. Salió corriendo al pasillo y se encontró de improviso con su novio que la buscaba. Él la abrazó en seguida.

―¡No! ¡No me toques! ―clamó ella intentando evitarlo.

Pero fue demasiado tarde. Los gritos y el olor a carne quemada inundaron el lugar.