Prólogo

Autora: Mayra Daniel


Como una araña que escudriña en archivos digitales, esta edición llega a explorar los entresijos de la oscuridad humana y los brillantes rincones en los que la luz parece herir los ojos. Esta exploración, aparentemente casual, reta también a los lectores a la experiencia de zambullirse en estas profundidad de peces abisales. ¿Es un agujero profundo en el jardín el hogar de un milagro o de un peligro demoníaco? La invitación es una herida abierta: imposible despegar la mirada.

Aunque hay debate sobre si el tiempo dedicado a la ficción es «tiempo perdido», en el sentido de que no se produce algo; quisiera señalar la relación simbiótica que escritor y lector logran en este acto de complicidad, caso como una función biológica. Esta fascinación lectora es un hilo metafísico: la vista traspasa el espacio entre la pantalla y la córnea.

El pacto silencioso entre el lector y la obra también es un desafío a la memoria, la presunción de que este lapso de atención quedará como en una de esas impresiones de luz solar de, cuando eramos niños, se quedaban incluso al cerrar los ojos.

Una colección como esta no es necesariamente un espacio prohibido, pero desafía la oferta de contenido que nos llama con ambiciosas promesas de colores, entretenimiento y risas. Dedicar, entonces, un momento para ver el vacío, la oscuridad, lo terrible, lo fantástico, es una decisión consciente.

No hay un consumo ingenuo de estas distopías, sabemos —desde el principio—, que algunos de estos espectros podrían quedarse a nuestra espalda, que algunas de estas incursiones a los pozos desvencijados del inconsciente de otra persona: el temor de ser secuestrado, la inquietud vaga de una vida solitaria o la resbalosa sensación de un reptil recorriendo tu piel desnuda, ese escalofrío podría permanecer en tu memoria por segundos… o décadas.

No pretende este prólogo ser un antídoto al miedo, ni un faro en la oscuridad: ¡al contrario! Desde esta esquina del mundo es la voz que te invita a sumergirte, el eco que te susurra: hazlo, viaja por la zona más umbría del alma.