Cuando haya un hueco en tu vida

notepad, glasses, travel-1130743.jpg

Autora: Mayra Daniel


Siempre que haya un hueco en tu vida llénalo de amor.

Adolescente, joven, viejo: siempre que haya un hueco en tu vida llénalo de amor.

En cuanto sepas que tienes delante de ti un tiempo baldío, ve a buscar el amor.

No pienses: “sufriré”

No pienses: “me engañarán”

No pienses: “dudaré”

Ve, simplemente, diáfanamente, regocijadamente, en busca del amor.

¿Qué índole de amor? No importa: todo amor está lleno de excelencia y de nobleza.

Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas… pero ama siempre.

No te preocupes de la finalidad de tu amor.

El amor lleva en sí mismo su finalidad.

No te juzgues incompleto porque no se responden a tus ternuras: el amor lleva en sí su propia plenitud.

Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor

Amado Nervo

Cuando haya un hueco en tu vida llénalo de ensayo. Es lo que este 2021 me ha enseñado: mientras trataba de revitalizar el impulso creativo, buscando hasta debajo de las piedras, no me percaté como las digresiones y las ideas se multiplicaron solas. Como esos musgos que crecen sobre las rocas, en una red poco comprendida de argumentaciones que se sostenían y se recuperaban solas, sin ser notadas.

Esa tarde había llegado tarde al taller de cuento y el coordinador estaba ya presumiendo su nueva lectura: una ficción que retrata los retos de un policía que se enfrentaba al crimen organizado en México. El libro, lleno de banderitas de colores separaba los momentos favoritos de su lector.

  • ¡Mira nada más esta chulada! Tan solo por este párrafo ya vale la pena todo el libro.

“Lo único verdaderamente organizado en México, es el crimen”, decía el subrayado imaginario de mi amigo.

Me pareció curioso que, la réplica desgajada del sentido, fuera en sí una tesis digna para un ensayo.

Me remonté en ese momento a una poesía de mi temprana adolescencia, cuando llenaba las hojas de un cuaderno con mis poemas favoritos y me encontré este de Amado Nervio, que me acompañó por años como un mantra: “Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor”

Adolescente, joven, viejo…

El carácter atemporal del ensayo y su validez sin importar; y es que aunque la atribución hegemónica del pensar se le atribuye a los hombres, las ideas ensayísticas pueden vivir en cualquier lado y nacer de cualquier cabeza.

“No cualquiera puede ser un gran chef, pero un gran chef puede nacer en cualquier parte”

¿Cuántas veces hemos escuchado el más genial de los argumentos en la voz de un joven taxista o hemos sorprendido a la señora de las tortillas en formal locución sobre la economía doméstica? Sin importar el género o la edad, el tener ideas propicias para un ensayo no es algo privativo, por ello es el género en que nos permite indagar en la grandeza del alma humana.

¿De qué ha dependido que las ideas de ensayo dependan de hombres blancos europeos? De que generalmente tienen más tiempo para darle importancia al discurrir de sus pensamientos y uno tiene que hacer malabares entre las tareas de cuidado. Pero: ¿qué hay de ese gran ensayo que se te ocurre mientras le sacas las manchas a las calcetas de tu niño pequeño?

“Se va la vida, se va al agujero, como la mugre en el lavadero…”

En cuanto tengas un tiempo baldío

¿Cuánto tarda uno en escribir un ensayo? Esperando el desánimo de las multitudes se nos dice que el ensayo es un género exigente: requiere documentarse, se nos explica, se necesita mucha fortaleza argumentativa, se nos alerta; es una cosa muy seria, se nos previene.

Todas estas acotaciones alejan del ensayo a algunos, retomando este género como una hidra de muchas cabezas de serpiente maliciosas y dispuestas a soltarte una mordida al menor descuido.

¡No parpadees!

Sin embargo la generosa naturaleza del ensayo permite que las ideas sean incluso parabólicas, que tengan el vaivén de un barquito en la fuente: no todos los ensayos son la flecha de Guilermo Tell, ¡al contrario! Diría que algunos se regocijan en su ambigüedad y se explayan en sus metáforas.

Así como quien comienza la tarea de sembrar un huerto, sin saber exactamente el camino que tomarán las plantas que en él crecen, confiando en que las cucurbitáceas y las lilifloras tomarán cada una el espacio y la altura que necesitan, siempre que tengan el suelo fértil. Así las ideas y sus expresiones tendrán el espacio que necesitan, solo acotado por esa cerca final que es la fecha de entrega.

No pienses que tipo de ensayo

También ensayar es como bailar: mientras más piensas en ello, menos te sale; en algún momento debes dejarte fluir en ese cadencioso mar de letras tintineantes y entender que las clasificaciones son excelentes, maravillosas, muy necesarias. Todas estas taxonomías están hechas para que en las clases nos quede todo más claro.

Pero al escribir el lenguaje se desborda. (¿El ensayo será Piscis?), requiere una entrega, una rendición total, una delicada renuncia. Y es así, cuando colmada la sed de ensayar, nuestros labios saciados de ideas se detengan llegan los puntos finales y los compases de cierre que se van haciendo lentos, como el Fade Out de una canción que te encanta.

El ensayo lleva en sí su propia plenitud

¿Para qué escribimos ensayo? ¿Es para que otros piensen igual que nosotros? ¿Para demostrarnos algo? ¿Porque esas ideas necesitan un sustento material o digital que nos permita dejar una constancia de su existencia? ¿La idea misma existía antes de ser ensayada en nuestra cabeza?

El objetivo del ensayo parece ser elusivo, porque aunque leas un ensayo de algo en lo que no estás de acuerdo su propia existencia es transformativa: de la existencia del ensayo puede nacer su antítesis y su síntesis, pero sin esa semilla germinal no hay nada.

Es por ello que el ensayo lleva en sí su propia plenitud: la existencia de la idea. De allí que la frase de René Descartes podría reformularse: Pienso, por lo tanto ensayo.

Está lleno de excelencia y de nobleza

Veamos con detenimiento estos adjetivos, en el caso de Amado Nervo atribuídos al amor, en este símil, recién establecido, atribuibles al ensayo:

Excelencia: superior calidad o bondad que hace digna de aprecio y estima a una cosa o persona

¿Podemos querer un ensayo?, ¿un ensayo puede estar lleno de bondad y calidad?, ¿podemos llegar a apreciarlo y estimarlo?

En esta trayectoria de 5 meses leyendo ensayos recuerdo algunos que se han quedado a vivir en mi cabeza sin pagar renta, quizá el que más ternura me ha causado es “La anciana espacial” de Ursula K. Le Guin, pero también me hizo reír mucho G. K. Chesterton y sin duda entendí que los ensayos pueden ser excelentes.

Noble: viene de la latina Nobilis, que es lo mismo que non vilis, no vil o villano. Pero la verdad es que, Nobilis, se deriva del verbo Nosco, que es conocer, y así Nobiles es lo mismo que Noscivitas, de suerte que se llaman Nobiles, porque son conocidos, notables o notorios, en su calidad y sangre.

Ensayos conocidos y notables podemos encontrar también muchos; algunos, escritos con letra de oro en las bibliografías académicas, otros, descubiertos en revistas o encontrados en talleres como el que dio origen a estas reflexiones. Lo notable de un texto, nuevamente, no depende de su origen, si no de sus alas y las alturas de pensamiento que alcance.

No pienses: “sufriré”, no pienses: “me engañarán”, no pienses: “dudaré”

Pero eso sí, al leer ensayo siempre es necesaria una cierta complicidad, un cierto acuerdo entre ensayista y lector, en el que el mundo en el que transcurre el ensayo, sea ficcional o no ficcional, puede establecer su set de reglas del juego. Esta complicidad entregada del lector del ensayo con quien lo está escribiendo requiere esa disposición de ánimo que lleva su propia recompensa.

Ve, simple, diáfana, regocijadamente, en busca del ensayo.

El proceso mental para crear un ensayo a veces parece perseguirnos, buscarnos en las esquinas, jugar con nosotros en los letreros de los edificios y en las citas de los libros que leemos; algunos ensayos nos persiguen con regocijo, como quien juega a las escondidas, como quien se deleita provocándonos.

Seguir el juego del ensayo es seguir al propio pensamiento, ese conejo blanco que nos puede sorprender saltando de repente. Y en nuestra búsqueda de la idea siempre vamos un poco tarde, de allí que salir corriendo detrás de ella sea indispensable.