Sueño recurrente

por Sandra Santos


“Sueño recurrente”, autora y voz: Sandra Santos
Música: Ev Vega (2007) Trío para flautas: I Swallowind: basada en el Sótano de las Golondrinas. Cuento trabajado y presentado en el Taller Delfos de Escritura Creativa durante el año 2024.

Llegaste agitada a casa, te quitaste el suéter del uniforme y lo aventaste al sillón, le diste un beso a tu madre quien al recibirlo notó que tenías la cara mojada de sudor, recogió el pelo de tu rostro, te miró a los ojos y te preguntó:

—¿Qué hiciste?

—Jugamos a las correteadas —respondiste rápidamente, después sacaste aquella libreta con un pequeño candado que llevabas a todos lados, mezclaste la contraseña, se abrió y antes de sumergirte en ella, dirigiste una mano a tu boca, comenzaste a morderte las uñas como lo hacías desde hace no sé cuánto tiempo, al arrancarte un pellejito del dedo índice comenzaste a sangrar, una pequeña gota manchó tus labios dejando un rojizo líquido, muy tenue en ellos, te lamiste.

De pronto, un sonido proveniente del exterior te hizo voltear para después dirigirte a la ventana, afuera, un par de perros copulaban, tiraban baba mientras sacaban la lengua, la perra emitía pequeños chillidos mientras el perro pegado a ella no dejaba de menear su rabo, un señor pasó con su hijo y le tapó los ojos para evitar que el pequeño viera la grotesca escena, el niño intentaba no perder el equilibrio:

—¡Órale, perros puercos! —gritaba el padre, haciendo ademanes con los que sin tener éxito los echaba del sitio.

Una señora salió con una cubeta llena de agua y se las echó encima pero tampoco logró que los perros se separaran. Tú mirabas por la ventana, tenías una ligera sonrisa en tu rostro, probablemente se debía a la escena un tanto caricaturesca, le preguntaste a tu madre desde el sitio en donde estabas por qué el señor llamaba puercos a esos perros. Te respondió irritada: “Esas cosas no se preguntan”.

En casa muchas cosas no se preguntan, ni se hablan, ni se dicen, ni se hacen —al menos eso cree ella—, así que poco a poco las verdades se convierten en secretos, los secretos en heridas, y las heridas en silencios.

Volviste a sentarte, continuaste mordiendo tus uñas, esta vez con mayor intensidad, tus dedos estaban cocidos como cuando pasabas mucho tiempo en la regadera, sangrabas, de tus uñas no quedaba ni un milímetro, pero seguías mordiendo, y aunque te dolía evadías el dolor, quizá en algún momento quisiste comer tus dedos, tus manos, todo, para no tener más esa sensación que desde hacía tiempo te acechaba…

Aquello que provenía de tu interior, de las noches extrañas en las que en sueños tus manos viajaban por todo tu cuerpo, las ganas de tocar tu lugar prohibido, ya no querías hacer esas cochinadas como le llamaba tu madre, no querías defraudarla, pero era inevitable, de manera que lo hacías a escondidas.

***

Querido diario, hace unos días conocí a Paco, el niño más grande de la cuadra en la que juego todas las tardes, quien a pesar de ser más grande que yo y mis amigas de pronto le dio por jugar con nosotras. Fue extraño, jugábamos a las escondidas, yo estaba detrás de un arbusto entonces llegó por detrás y me tapó la boca para que no gritara: Un dos tres por ti y por todas tus amigas, me dijo.

Desde aquel día me la paso contando las horas para poder volver a verlo, el más grande de los vecinos juega sólo conmigo. Metidos entre las pacas del zacate mientras mis amigas corren, se esconden, saltan la cuerda, se ríen entre sí, nosotros inventamos juegos.

Me enseñó algunos trucos para no ser encontrada, trepamos árboles, colocamos trampas con el pasto para que al pasar corriendo los demás niños se caigan, y el otro día me enseñó la diferencia entre mi “cosa” y la suya, algo nos habían dicho en la escuela sobre las diferencias entre niñas y niños, pero no es lo mismo verlo en libros a verlo con los propios ojos. Me dijo que si me lo mostraba, yo haría lo mismo, entonces se bajó los pantalones, después los calzones y en medio de la milpa lo vi, una manguera pequeña, habitaba entre sus piernas, era como el moco de guajolote colgando, me dijo que lo tocara, entonces acerqué poco a poco mi mano, pero no lo toqué completamente, solo alcancé a rozar mi dedo con eso cuando agitó la manguera y me dijo ¡Bu! Es un menso.

Era mi turno, tardé en hacerlo pero había dado mi palabra, las piernas me temblaban y conforme mi falda subía, se me hacia la piel de gallina, Paco me miraba curioso, cuando dejé al descubierto eso de lo que mamá me prohíbe hablar, pensé que quizá no era tan malo, Paco miró por un rato, pero no me tocó, quizá no quiso, quizá simplemente porque no le dije que lo hiciera, después solté mi falda y me subí los calzones rápido. Éste es un secreto. Esa tarde reí mucho con Paco, al parecer los secretos unen a las personas.

Querido diario, hoy vi a unos perros haciendo perritos afuera de mi casa, le pregunté a mamá que porqué un señor los llamaba “perros puercos”, ella se enojó, siempre se enoja, en cambio papá solo mira, mira y calla, me gusta que papá calle, aunque a veces es incómodo.

Querido diario, hace unos días Paco y yo nos besamos, pensé que sería como en las telenovelas que ve mamá, pero no, fue chistoso, teníamos los ojos y también los labios cerrados después me dijo que sacara la lengua y lo hice, entonces él sacó la suya y nuestras lenguas se encontraron, pero no se movieron, eran como chicles pegados, ¿así que los besos de lengua son estos? ¡Qué chiste! Pasó un rato, no sé si un minuto, menos o más, abrí los ojos y me encontré con los de él, me dio pena, los cerré al momento para no parecer tonta, por fin nos separamos. No sé por qué los adultos no quieren hablar de estas cosas, si en realidad no son la gran cosa.

Llegué a casa volando porque me quedé tiempo de más con Paco, mamá me preguntó que en dónde estaba y qué había hecho porque estaba sudando, no sé si fue por correr o porque pareciera que mamá todo lo ve y sus preguntas me ponen aún más nerviosa, pareciera que ya sabe que él y yo nos besamos, le dije que había jugado a las correteadas, pero siento que no me cree, nunca me cree.

Nunca me cree, pero tampoco nunca me pregunta más, mis papás son extraños, o son dos extraños, ella es regañona y preguntona, pero en realidad, no quiere hablar, papá en cambio nunca quiere hablar, es silencioso, es como un mueble, la diferencia es que mientras el mueble no hace nada, a papá lo único que se le mueven son los ojos, aun me mira, me mira mucho, pero no me habla.

Querido diario, hoy de nuevo soñé que algo o alguien estaba en los pies de mi cama, después se acercó y de repente sentí un gran peso sobre mí, Paco dice que se me subió el muerto. Mi abuela decía que los muertos se convertían en polvo y yo he visto en la tele que cuando los muertos son quemados se hace un polvo muy pequeño que se pierde en el aire, así que le he dicho a Paco que el muerto que me acecha es muy pesado, él se ríe, pero yo no. ¿Qué será? Quizá deba hacer caso a mamá y deba ir con ella a misa, ¿Verdad?

***

Tu madre te ordena acomodar tus cosas, lavarte los dientes y ponerte el pijama, te pregunta si terminaste la tarea, le dices que sí, metes tus cosas a la mochila, te lavas los dientes, vas a tu cuarto y como cada noche dejas la puerta entreabierta, dejando pasar un resquicio de luz apenas un rayo porque te da miedo que la oscuridad posea a tu cuarto contigo incluida, te duermes tranquila porque estás en casa y en casa todos los niños están a salvo.

Dejo pasar un par de horas, espero que tu madre duerma, entonces pienso en ti, en lo que haces con Paco cuando crees que nadie te ve, pienso en lo que piensas al ver a esos perros cogiendo. ¿Quién eres niña?

Voy al baño, de regreso observo a tu madre, está dormida, camino un par de metros, tu puerta entreabierta me invita a entrar, no me cuesta trabajo, no hay ruido, me paro en los pies de tu cama, me gusta mirarte, me pregunto si siempre será así. Duermes profundamente, das un par de giros en la cama, algo sueñas, doy un par de pasos más cerca de ti.

Sientes que alguien te mira porque te mueves levemente pero tu sueño es pesado, sí, algo sueñas, aunque quisiera mirarte toda la noche, como lo hago durante el día, tengo que salir, estaba a punto de hacerlo cuando de pronto dijiste su nombre: Paco, con esa voz que está cruzando entre la infancia y la pérdida de ella. Quizá en tus sueños ha aparecido él pidiéndote que saques la lengua, porque la sacas y la mueves como si tu fuera un pez fuera del agua, tus manos viajan y husmean en tus pantalones aquello.

A pesar de estar lo suficientemente cerca quisiera hacerlo un poco más, sólo un poco más, subir a tu cama, olerte, al fin y al cabo, eres mía. Jadeas como los perros que habías visto mientras tus dedos chatos acarician ese lugar del que no se habla, de pronto, después de un largo quejido te quedas quieta y continúas envuelta en la madrugada, espero aún un par de minutos, estoy sudando al igual que tú, debí de haber hecho algún ruido, ya que al dar un paso a la salida escucho tu voz:

—¿Papi? —dices alcanzando a entreabrir tus ojos.

—Estás dormida nena.

La filosofía interminable de Ende: conocimiento teórico y sabiduría práctica


Roberto Carlos Garnica Castro


Silfos nocturnos, fuegos fatuos y comerrocas, una tortuga gigante, un monstruo proteico y un dragón de la suerte, oráculos y esfinges, hombres lobo, brujas y vampiros, tres niños (una emperatriz, un héroe y un lector apasionado), y muchas otras criaturas fantásticas, hacen de La historia interminable un impulso para soñar y viajar. Es también un texto que estimula el pensamiento. ¿Me acompañas a desentrañar sus tesoros filosóficos?


Conocimiento teórico y sabiduría práctica

En el capítulo anterior, Atreyu recibió la mordida venenosa de Ygrámul, el Múltiple, como condición para desplazarse mágicamente al Oráculo del Sur. En Los Dos Colonos (quinto capítulo de La historia interminable), Atreyu vuelve en sí después de un brutal desvanecimiento y descubre que, efectivamente, se encuentra cerca del recinto donde vive la misteriosa Uyulala, a quien debe consultar para saber cómo ayudar a la Emperatriz Infantil. Pero antes debe sanar y recibir las indicaciones para traspasar las tres puertas. La curandera Urgl lo salvará de la muerte y el científico Énguivuck lo instruirá.

Además de la historia, que es fascinante, el Capítulo V aborda varios tópicos filosóficos: la suerte y la esperanza como poderes para superar las circunstancias más difíciles, la relevancia de los asuntos ordinarios de la existencia, el dolor como signo inequívoco de vida. En esta sexta entrega de La filosofía interminable de Ende, nos sumergimos en dicho apartado para reflexionar en torno a la complementariedad y contraposición entre el saber práctico y el saber especulativo.

De manera muy bella, Michael Ende nos presenta una pareja de gnomos con rencillas constantes pero que, en el fondo, mantienen una amorosa cohesión. La mujer se llama Urgl y el hombre Énguivuck.

Un acercamiento hermenéutico nos permite comprender que ella es símbolo de la sabiduría práctica y él del conocimiento teórico: ella trabaja con sus manos y compone remedios salutíferos, él recurre a telescopios y entrevistas para interpretar el mundo; ella toca y manipula, él mira a lo lejos; ella cuida y sana, él alecciona y cuestiona.

Reproduzcamos un diálogo representativo:

“—Mujer —rezongó el hombrecillo—, ¡quítate de la luz! No me dejas estudiar.

—¡Tú y tus estudios! —respondió la mujercita—. ¿A quién le interesan? Lo que importa ahora es que se cueza mi elixir mágico. Esos dos de ahí afuera lo necesitan.

—Esos dos de ahí afuera —repuso el hombrecillo irritado— necesitarán mucho más de mi ayuda y mis consejos.

—… pero sólo cuando estén bien. ¡Déjame sitio, viejo!” (Ende, 2022, p. 97).

Recordemos que Atreyu y Fújur (“esos dos de ahí afuera” de los que hablan) están convalecientes y los gnomos discuten sobre qué es lo más importante: para Énguivuck es el estudio y los consejos que le dará a Atreyu, para Urgl la preparación de la medicina. El científico cede pues reconoce, aun a regañadientes, que lo primordial es la vida.

La postura de Énguivuck es similar a la de Aristóteles (1984): aunque la contemplación intelectiva es superior, la experiencia y la técnica tienen mayor efectividad práctica y, de hecho, el desarrollo de la filosofía y la ciencia presupone la satisfacción de las necesidades básicas.

En cambio, Urgl se identifica con Sor Juana Inés de la Cruz quien habla de “filosofías de cocina”, de “filosofar y aderezar la cena” y asegura que “si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito” (De la Cruz, 2019, p.308).

Vemos a ambos personajes descalificarse mutuamente:

Deberías hacer algo útil, “en lugar de estar ahí diciendo bobadas”, le espeta Urgl a Énguivuck. A lo que éste responde: “estoy haciendo algo muy útil, seguramente más útil que tú, pero eso no puedes comprenderlo, ¡so boba!” (Ende, 2022, p. 110).

La mujer se queja de que a él no le interesa nada, sólo sus estudios: “de dónde pueda venir la comida no le preocupa” (Ende, 2022, p. 106). Él sostiene que ella no sabe discernir lo verdaderamente importante, “sólo sabe pensar en cosas prácticas. Para los grandes conceptos no está dotada” (Ende, 2022, p. 110). Incluso la hace llorar.

Al final, ambos se aprecian y saben hacerse a un lado cuando es el turno del otro.

Sin embargo, parece que Ende se inclina por Urgl, la curandera.

Vemos, por una parte, que la mujer encarna la prudencia y la preeminencia de lo elemental: “¡Sandeces! —refunfuñó la viejecita—. Con prisas no se hace nada. ¡Siéntate! ¡Come! ¡Bebe!”, “ante todo tiene que comer y beber” (Ende, 2022, p. 105).

Por otra parte, se nos muestra la presunción y la inutilidad de la ciencia:

Énguivuck se ofende porque Atreyu nunca ha oído hablar de él: “seguramente no te mueves en los medios científicos” (Ende, 2022, p. 99) y evidencia que todo lo que “sabe” es porque otros se lo han dicho pues es incapaz de vivir la experiencia: “Yo trabajo científicamente. He reunido los informes de todos (…) ¡Es un trabajo importantísimo! No puedo permitirme correr riesgos personales. Eso podría afectar a mi obra.” (Ende, 2022, p. 107). Al final, cuando Atreyu le da la clave para desentrañar el misterio de Uyulala, ésta ha dejado de existir.

En esta entrega no abordamos todas las cuestiones filosóficas que se tocan en el Capítulo V de La historia interminable. Ya habrá ocasión para hablar de ellas. Pero queda claro que nos da elementos para indagar en torno a la contraposición y complementariedad entre teoría y práctica y nos sugiere revalorar lo más básico de la existencia.

Referencias.

Aristóteles (1994). Metafísica. Gredos.

De la Cruz, Sor Juana Inés (2019). Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea de la Cruz, en Vallés, Alejandro (2019). Sor Filotea y Sor Juana. FOEM.

Ende, Michael (2022). La historia interminable. Alfaguara.

Imagen de la entrada: «Mente y corazón, en camino al umbral», autor: Tomás “Yami” Hernández.

Entrevista a Alberto Chimal

Entrevistador: Miguel Almanza


CD: Nuestra primera pregunta es: ¿Cómo defines la la fantasía como género literario? No sé si tengas alguna definición favorita de algún autor.

Alberto Chimal: Yo creo que la fantasía no es un género. Yo creo que la fantasía es un modo, es un tipo de discurso, por decirlo de alguna manera, que lo encuentras en toda clase de textos. Cuando te encuentras con algún texto en el cual uses el lenguaje, las palabras, para representar, para decir algo no solamente inventado, sino además imposible. Y probable que va más allá de lo que entendemos como lo real, ahí estamos con un un discurso fantástico. O sea, el lenguaje puede decir más de lo que la realidad permite. Podemos decir la frase: «Viajar en el tiempo.» Pero no podemos viajar en el tiempo. Por ejemplo, podemos decir: «Desplazarnos más rápido que la velocidad de la luz, pero no podemos desplazarnos más rápido que la velocidad de la luz.» Y así sucesivamente. Cuando permitimos que el lenguaje vaya más allá de lo que sabemos que es real, entonces estamos hablando de lo fantástico.

Cuando vemos géneros o subgéneros de lo fantástico o donde lo fantástico es como es muy visible, pues entonces tienes cosas como la fantasía épica o la ciencia ficción o el terror sobrenatural o cualquier otra cosa. Pero todos esos a pesar de lo diferentes que son entre sí, pues coinciden en en que usan la imaginación de esta forma. Es decir, es como un tópico más que un un tema, bueno, perdón, sí, un tema tópico, no un género. Pues sí, o sea, lo lo agrupan o existen géneros que se llaman fantásticos o de lo fantástico, pero pero eso es una clasificación, digamos, como incidental, ¿no? Que se debe a cómo ha sido la historia de la literatura.

A mí me interesa mencionar esto porque hay un montón de cosas más que se puede hacer con la palabra escrita, con la literatura, con la imaginación que están más allá como de las tres o cuatro cajas que ahora consideramos valederas. Es decir, tradicionalmente en las sociedades de esta época tenemos como cuatro o cinco etiquetas básicas para hablar de este tipo de textos. Y cualquier otra cosa nos cuesta entenderla cuando no cabe en esas en esas cajas. Entonces, yo creo que parte de lo que de hecho, lleva a que pues en lo que va de este siglo se inventen o se recobren este como muchas denominaciones nuevas: como Weird Fiction o como el Solar Punk o como cualquier otra combinación así, pues es por por un deseo de quien de mucha gente que escribe, como de salirse de las cajitas y decir otra cosa. O buscar un un modo distinto menos restrictivo de de decir lo que quieren decir.

CD: Entonces, cuando tú escribes, no piensas en géneros en ese sentido, ¿no?

Alberto Chimal: No, de hecho, a mí me viene muy natural al contrario, pues escribir como viene y después ver si la casualidad encaja o no. Usualmente no, lo cual me trae muchísimos problemas. Pero eso es algo que me viene pues de mis lecturas de chico. O sea, a mí nadie me dijo que había compartimientos o categorías o etiquetas de las que tenía que estar consciente. De hecho tampoco me tocó, tener ningún tipo de formación en el que hubiera referencia a las clasificaciones, en un sentido ver vertical como jerarquías, Que es algo que por desgracia pues algo que también se ve mucho en países como México. Las divisiones del pensamiento, de la imaginación, de la creación artística como marcas de clase social.

CD:Como la idea de subgénero como algo en la categoría baja.

Alberto Chimal: Y como está es muy curioso, pero si tú revisas digamos como la prensa mexicana del último par de décadas, bien te puedes encontrar que tarde o temprano una buena cantidad de autoras y autores de los que ahora consideramos como canónicos, como parte de esta cosa llamada la gran literatura; tarde o temprano han escrito un artículo, una reseña o cualquier cosa, como dejando muy clara su posición de que están por encima de de los subgéneros o por lo menos están muy conscientes de que existen y que ellos no se asocian y de que la gran literatura tampoco. Por ejemplo, no sé, la alguna alguna reseña de esta, se me va quien la escribió, de un libro que decía, «Este libro es estupendo porque va más allá de lo fantástico.» Eso es muy típico, ¿no? O este o decir, «Ah, yo en algún momento leí Stephen King, pero ya se me olvidó de qué se trata porque son puras tonterías”. Ese tipo de cosas que son como, pues sí, una especie, pues un poco, hasta de acto inconsciente. De decir, «No me junten con la pelusa, no me junten con la chusma, yo soy interesante, yo merezco atención.» Es muy frecuente. Y era frecuente pues también en el siglo pasado, pero es algo que no se nos ha quitado, es algo que no se nos ha quitado todavía.

CD: Es interesante porque en el medio de los compañeros muchos se preocupan precisamente de a veces de entrar y algunos compañeros este escritores noveles, pues sí nos preocupamos, en tratar de entrar en algún cajón. Entonces sí está muy interesante. La siguiente pregunta que tengo preparada es esta: ¿cómo nos podrías aconsejar cómo elegir dónde publicar? ¿Tienes no sé algunos criterios para utilizar? ¿dónde sí, dónde no?

Alberto Chimal: Yo creo que lo primero que hay que hacer es encontrar aquellos lugares, revistas o editoriales o el canal, el medio que sea, donde a ti te gustaría estar y donde haya trabajos afines a los que tú haces. O sea, puede parecer una obviedad, pero no lo es tanto. Si vas, por ejemplo, a proponer ponerle un libro a una editorial, pues te fijas primero si es una editorial que pudiera este razonablemente publicarlo. Si tienes una novela, no vas con una editorial de poesía. Por decir algo. Ese es un primer criterio. Hay que darle una revisada al catálogo de una editorial o al índice de una revista. Para para ver si de veras puedes resonar o ellos pueden resonar contigo. Luego también hay que buscar, me parece, como para ir viendo, determinando dónde. Yo creo que hay que darle preferencia a aquellos lugares donde puedas tener como algún tipo de contacto, aunque sea mínimo, aunque sea por correo electrónico. Que no sea nada más como ahora un sitio web donde te dicen, «Carga tu archivo y mándanoslo». Yo creo que evitar aquellos lugares donde de entrada sabes que te van a cobrar por publicar. O sea, si quieres autopublicar, pues hazlo tú, ¿para qué le vas a pagar a un tercero? Ahorita está muy de moda eso, ¿no? Y de hecho hay gente a la que le ha ido muy bien empezando por la auto publicación, pero lo importante ahí es evitar estafas, porque por desgracia hay muchas.

CD: Sí, de hecho sí, sí ha habido mucho de eso. Y bueno, ahí está mi tercera pregunta. ¿Cuál es el mejor consejo de escritura que alguien te ha dado? ¿y quién te lo dio?

Alberto Chimal: Me lo dio David Huerta que fue mi maestro pues durante varios años y al que siempre quise mucho. Bueno, como un montón de sus alumnos. Él me decía que había que respetar la escritura, respetar el trabajo de la escritura.

CD: ¿A qué se refiere?


Alberto Chimal: Pues a darle a darle tiempo en tu vida. Si quieres dedicarte en serio a esto dedícale unas horas de tu vida a la escritura cada día, el tiempo que puedas. Pero apártalo en serio para que lo utilices en eso.

CD:¿Cuántas horas le dedicas tú?

Alberto Chimal: Ay, pues todas las que puedo. No siempre puedo muchas horas, pero yo tengo como una regla que es que todos los días, pase lo que pase, tengo que haber escrito una página. Con eso son 300 y pico de páginas al año. Vivir en una ciudad como esta, pues tú sabes que tarde o temprano Tienes que salir, tienes que pasarte largas horas en transportes, yendo de un lado para otro, haciendo trámites, buscando cosas en quién sabe dónde. Entonces a veces puede ser difícil apartar un horario fijo. Cuando puedes, muy bien, cuando no, a mí por lo menos me funciona eso, tener esa mínima regla. Donde sea, como sea, pero ya llegar como esa meta, todos los días. En un día bueno En un día bueno pasa, salen más, ¿no?

CD: ¿Cómo cuántas?

Alberto Chimal: Ay, pues no sé, mira, yo me acuerdo mucho de un día muy bueno, pero muy bueno que tuve, donde fueron 22 páginas en un solo día. Creo que es lo que más he escrito en un solo día. Fue hace mucho tiempo. En años recientes, pues yo creo que que mi digamos como mi salida del promedio más usual ser unas seis páginas al día. Seis, siete páginas. Pero no sé, o sea, fluctúa mucho. Cuando estuvimos con el encierro pandémico, ahí sí era así Era bastante más fácil.

CD: O sea, dedicará qué será: ¿como tres a 8 horas?

Alberto Chimal: Ocho, pero llegué a dedicarle 8 horas en ciertos tramos, pero no continuos. O sea, tienes que pararte a descansar, tienes que comer. Tienes que vivir, pues, también. Pero digamos esa imagen del autor encerrado trabajando, rara vez he estado realmente a mi alcance. Casi nunca, pero digamos, sí es importante como de todas maneras ir con la aspiración de que haya escritura en tu vida, eso se lo aprendí a David.

CD: Gracias. La cuarta pregunta y precisamente hablando de maestros de formación, ¿cómo nos podemos formar más allá, en creación literaria, cómo nos podemos formar más allá de lo formal o académico?

Alberto Chimal: Todo te sirve, o sea, toda experiencia de la vida te sirve. A donde te lleve la vida, pues hay que estar atentos, hay que observar; hay que ver qué hay en nuestro alrededor, hay que escuchar las conversaciones, todo eso es es combustible, es material. Y pues también hay que leer todo lo que se pueda. Bueno, malo, regular.

CD: Hablando de lecturas, por ejemplo, lecturas de formativas de creación literaria, ¿tú recomiendas algunas?

Alberto Chimal: Mira, para mí fue muy importante un libro que se llama El arte de la ficción de John Gardner, que era un profesor de lo que ahora también se llama escritura creativa. En, no me acuerdo qué universidad estadounidense, él fue uno de los maestros de Raymond Carver, por ejemplo. Y tiene su propio trabajo como narrador, pero sobre todo es conocido como como maestro. Ese libro era la reunión de notas de sus cursos. Y para mí fue muy significativo, lo encontré, digamos, en una traducción al español hace mucho tiempo, en Toluca, mi ciudad natal. Fue muy significativo porque yo no sabía que se podía como aprender la escritura de una forma, digamos, sistematizada, ordenada, ¿no? Que había como como principios, conceptos que uno podía aprender. Y también porque ahí me enteré de que existían los ejercicios creativos. Como las encomiendas o las propuestas para desarrollar algún tema o poner en práctica alguna técnica que me parece una forma muy útil de ejercitarse, digamos, ejercitar la mente para crear, para escribir. Ese es un libro que para mí fue muy significativo y hay muchos, muchísimos.
Yo creo que yo creo que lo importante con esos libros, de hecho, es no tanto que encuentres el que sea mejor para ti, entre comillas, o el o el más adecuado o el más… lo que sea. Entonces, no es que antes buscando el superlativo. Más bien que lo que encuentres lo puedas aprovechar y que te acuerdes que ninguno de estos libros es como una especie de solución eterna o fórmula de absolutamente infalible, más bien, como era el libro de Gardner, cada uno es una reunión de las experiencias de los hallazgos personales de alguien. Algunas de esas experiencias no se pueden trasplantar. No se pueden traspasar a otras personas, son muy específicas de un lugar de un entorno, de una personalidad, pero otra sí. Uno va tomando de diferentes lugares lo que más le sirve.

CD: Algunos libros, bueno, aparte de los dos que tienen ustedes que por cierto yo también los tengo. ¿Algunos que nos recomiendes para comenzar?

Alberto Chimal: Mira, este de John Gardner, uno que se llama escribir ficción de Edith Wharton, que ya tiene sus años, pero está muy bueno. Hay una colección de la Escuela de Escritores de Madrid que está bastante buena. Son para “Escribir novela”, “Escribir fantástico”, “Escribir infantil y juvenil”. Esos están ahora sacando, fue una de las cosas que encontramos en la FIL. Están muy buenos, son asequibles. Hay un libro que es no es tanto de método o de práctica, pero como de teoría que a mí me parece muy bueno, que es «El arte de la novela» de Milan Kundera. Que se puede encontrar bastante fácil. Está, como el libro de Garner, digamos, como muy ligado a un determinado contexto. O sea, era un escritor checo disidente, entonces tiene, digamos, como esta parte del discurso muy en contra del régimen comunista checo, muy dentro de su circunstancia, pero, digamos, desde esa circunstancia a lo mejor las las recomendaciones que hace de textos de autores no son tan resonantes como podrían haber sido, pero lo que sí es bien interesante es que puedes ver digamos el método que él, el pensamiento que él tenía, para tratar de darle sentido a su idea de la novela. Eso si lo puede ver uno es muy útil porque uno puede digamos como abstraer esa esa especie de método o de ruta y encontrar detalles significativos o ideas o técnicas en los libros, el contexto de que a uno le interesa.

CD: ¿Buscas retroalimentación para tus borradores? ¿Tienes lectores beta?

Alberto Chimal: Sí, sí, Raquel, mi esposa, ve prácticamente todo lo que escribo. Además, dependiendo del proyecto, le pido ayuda a otras personas.

CD: ¿Crees que esa parte es es importante para escribir?

Alberto Chimal: Pues yo creo que sí, sobre todo cuando se trata de proyectos extensos donde corres el riesgo de que por el tiempo que ha pasado te vayas como viciando con con el propio trabajo, que ya no seas capaz de verlo eh objetivamente porque llevas muchísimo tiempo con él. Eso puede pasar.

Disfruta la entrevista completa en nuestro canal de Youtube Colectivo Delfos TV

Madre Terrible

Eduardo Honey


Mantengo mi forma humana al correr por la calle de Madero rumbo a la plaza central, el Zócalo. Son las cuatro de la mañana y los antros aún no vomitan a sus borrachos ni drogos antes de los afters. Solo algún vagabundo arropado con sucias cobijas y periódicos que duerme encima de cartones a pesar de la ligera llovizna. En una que otra esquina te topas a algún policía refugiado y embutido en su uniforme para aguantar el frío o, a pesar de la baja temperatura, examinando su celular.

—Doña Jacinta —dice por el auricular Sonia, mi compañera de aventuras y mi sombra vía dron— comenta que Huitzilopochtli está por aparecer en el lugar donde dio su mandato. Y no es donde décadas atrás pusieron esa estatua tan gacha… Está a un costado del Templo Mayor donde colinda con la Plaza Manuel Gamio.

Miento madres por el tiempo que tardé en eliminar una tzitzimime en La Alameda. Iba con tiempo suficiente para llegar al lugar que me indicó doña Jacinta y su grupo de curanderas. El Syndicat des Ténèbres no las consideraba dignas de atención aún cuando tuvimos el incidente en el Cerro de la Estrella. Si no es por ellas y su clan con apoyo de Eulogio, se habría terminado el mundo en el ciclo de 52 años. Desde entonces las cosas se pusieron raras, algo no se cerró o no se ató de forma adecuada.

Desaparecieron las plagas habituales de Europa y Asia que intentaban asentarse en la smógpolis central de México. Los k’pterion en las sombras de los edificios antiguos, indicadores del balance con la otredad en el mundo, no emergían de las paredes. Le comenté a Donatello, quien por primera vez, calló y me dio la espalda.

Desemboco en el Zócalo. Del lado izquierdo está la Catedral, al frente Palacio Nacional y a la derecha, la Jefatura del gobierno citadino. Al centro se levanta la inmensa asta de donde cuelga el lábaro patrio. Por encima refulge una luna creciente. Me percato de su presencia junto con sus huestes que llueven desde cada estrella.

—¡Sonia! ¡Que el grupo de asalto no avance! ¡Sácalos de allí!

—¿Qué? ¿Por qué?

—Aquí está nuestra querida Itzpapalotl, la inestimable mariposa de obsidiana. Y no viene sola. Trajo una horda de tzitzimitl de las cuatro regiones del Tamoanchan. No importa que contemos con licántropos, strigoi o ghoules —expreso. Teníamos una posibilidad de distraer a un dios pero no a dos y menos con lo que se viene encima.

—¿Qué diablos? Alfredo, no te atrevas…

—Es un buen día para morir, besos como siempre —contesto mientras tiraba el auricular y me despojaba de la ropa.

A mi alrededor caen enormes jaguares y perros que de inmediato se convierten en las mujeres descarnadas de más de dos metros y medio de altura, con el rostro, cuello y pecho sin piel; aunque las mamas, largas y secas, les colgaban a la par que el collar de corazones y cráneos. Debajo del costillar, apenas sostenido por tejidos, se ven el hígado, estómago y otras vísceras. Sus brazos, esqueléticos, terminan en garras. Debajo de la falda sobresale tanto la cabeza como el cascabel de una víbora. A los lados de ella se abren de una forma obscena, como si estuviera trozada la cadera al dar a luz, dos piernas esqueléticas que finalizan en las garras de un águila. Sin embargo, lo que más detesto son los ojos y dentaduras arriba de cada articulación. No tiene punto ciego.

Al quedar desnudo me transformo en mi nahual, un coyote. Continúo mi carrera. Casi al llegar a la asta bandera se forman grietas en el suelo de concreto. Ahora debo cuidarme del cielo y del infierno. Por fin puedo ver más allá de la reja que rodea al Sagrario y la Catedral Metropolitana: de una rajadura flotante de borde rojo y negro, emerge Huitzilopochtli con su penacho, escudo y un macuáhuitl de color azul con sus dos líneas laterales de obsidianas incrustadas.

Desde Palacio Nacional, los soldados y la guardia presidencial disparan por doquier en un rapto frenético. Me sobrevuela una lluvia de flechas que lanzan las tzitzimitl a mis espaldas. Caen los soldados y agentes del gobierno. El dios levanta el escudo a la par que crece a seis metros de altura. Ningún proyectil lo alcanza, hace girar su arma y una negra nube de hojas de obsidiana salen proyectadas. Maldigo en una de las necrolenguas y tengo que desviarme cuando de una de las grietas del suelo emerge un guerrero águila recién llegado del inframundo, del Mictlan.

No me hace caso y se lanza contra una tzitzimime que aterriza y se transforma. A una veintena de metros de Huitzilopochtli alcanzo a ver mi objetivo alrededor de su cuello. De sorpresa Itzpapalotl se arroja a sus espaldas desde el cielo. De inmediato cambio mi trayectoria hacia la izquierda, al tiempo que ella lo impacta y lo golpea con sus oscuras alas de obsidiana. Ruedan una decena de metros y aprovecho para ojear el Zócalo: cientos son los que combaten arrancándose extremidades, partiéndose el cráneo al tiempo de lanzar gritos de guerra. Al ser entes descarnados y almas de personas fallecidas, no sangran ni aúllan de dolor.

Me llega el sonido agudo, como de enormes avispas desde el cielo. Son varios drones de combate que se enfilan a donde se baten ambos dioses. Rápido retrocedo y me refugio detrás de la reja de la catedral. El plan era usar uno o dos, no la docena que trajimos. El estallido es brutal y, apenas pasa la onda expansiva con su ola de fuego, corro en cuatro patas a donde Huitzilopochtli está tirado de espaldas intentando entender qué pasó. De un salto llego a su pecho, con otro a su cuello y empleando a fondo mis mandíbulas, corto la cuerda de cuero entretejido del que cuelga el dije. Un brinco más me lleva al pavimento e inicio una desaforada carrera por la calle de Moneda. A cuadras de distancia escucho cómo retumba el combate.

—¿Qué madres pasó ahí? —grité arrojando el dije en la mesa del comedor en la casona del centro de Coyoacán.

Alrededor estaban doña Jacinta, sus curanderas y sabias; don Eulogio con el capitán de su escuadra de xólotls y nahuales; Sonia y, para mi sorpresa, Donatello. Están rodeados de velas, veladoras y sahumerios. El suelo y las paredes refulgen con las invocaciones de protección pintadas con el humo, perfume de cempasúchil y cenizas de peyote. A un lado del altar está una televisión encendida.

—Lo siento mi niño —habla Jacinta con su ronca voz, llena de eras pasadas—, no lo vimos venir. Ni siquiera la Tonantzin, está muy atribulada y siente una enorme pena.

—Tampoco supimos de esto en las mesas —continúa don Eulogio—, nada indicaron los rezos ni las danzas…

—O sea —arrebaté la palabra a un Mayor, era mucho mi enojo—, apenas sobrevivo el ensayo de un Ragnarok y ninguno recibió el memo. Si no es por Sonia y sus drones, no salgo de allí. ¿No se supone que están en comunión y comunicación con el mithocosmos mesoamericano? ¿O qué ch…

—Sssssssiento interrumpirte Alfredo —corta Donatello—, pero ssssssssi había “memo” —hizo el gesto de entrecomillar con largos y pálidos índices de cinco falanges—. Essssssstaba trassssssspapelado en Missssssskatonic.

Callo. Conozco bien buena parte de su biblioteca maldita y allí, fuera de cierto códex hecho con piel humana que recuperé en mi primer caso, no tienen material prehispánico. En el Vaticano, bajo bóvedas y trampas mágicas, se esconde un buen de material al que ni siquiera el Concilio del Syndicat tiene acceso.

Donatello deposita una caja de madera en la mesa. Me contengo de tomarla al primer impulso. Las imágenes en la vieja televisión muestran que amanece y los dioses, combatientes y caídos se esfuman ante la luz solar. Quedó solo un feo cráter donde impactaron los drones, así como multitud de grietas a lo largo y ancho de la Plaza Mayor y calles aledañas. Los comentaristas están muy alarmados y el ejército despliega sus fuerzas.

Tomo la caja y la abro. En su interior encuentro un cristal de forma casi triangular del doble de mi puño. El interior son multitud de metales, otros minerales y material que no supe distinguir. Casi invisible y difuso al principio, se ilumina con una tonalidad verde que crece en intensidad hasta cegar al tiempo que un vaivén surge del suelo, nos eleva unos centímetros y nos deja caer. Disminuye la intensidad de la luz y se apaga. De inmediato lo regreso y cierro la tapa.

Donatello la recoge para desaparecerla debajo de la capa que siempre porta. De allí extrae un cuadernillo y me lo pasa. En la carátula está pirograbado: A.H. Claramente era del siglo XIX y un post-it amarillo indicaba la página que debía leer.

—En corto, Donatello, ¿qué encontraste?

—Anexxxxxxxo al diario de Alexxxxxxxander Humboldt, lo olvidó en Missssssskatonic en un viaje. Junto con un baúl y la cajita. Que el cristal le fue dado por un grupo de anccccccianosssssss en la ssssssserranía del sssssssur de México. Cuando se enccccccendiera, la Madre Terrible essssssstaría por dessssssspertar.

—¿Quién es esa Madre Terrible? —pregunto algo desconcertado.

—Cipactli, mi niño —contesta en tono muy serio doña Jacinta—. La diosa cósmica madre del origen, aquella que al morir de su cuerpo se creó el mundo. Las escamas de su piel son las montañas y el cristal es un fragmento de una de ellas.

—Pero el morir para ella —continúa don Eulogio— es un momento del dormir y del soñar. No es morir en el sentido que trajeron los europeos. Ellas, las múltiples diosas que a la vez son las madres, creadoras y destructoras, están regresando, Alfredo. Hay un cambio en el orden y las jerarquías. La Gran Madre Terrible lo sabe y despierta. Y nada puedes hacer tú, en especial.

Me quedo estupefacto. Mi grupo de irregulares tolerados por el Syndicat, hemos estado ocupados una veintena de años resolviendo casos donde ellos nunca intervendrían. Más de una vez ayudamos a mantener la mithósfera en equilibrio a pesar de las seelies, primigenios y némesis vangelsianos. Incluso detuvimos la intromisión de los angeloups gracias a una antigua bruja y un loup garoup.

—No significa que estemos condenados a un final del mundo —interviene mi querida Sonia—. Es que eres varón, un varón que será inútil en el cambio que viene.

—Pérame, barajeámela más despacito. ¿Cómo que soy un inútil, Sonia?

—Entendiste mal, veamos cómo te lo explico. ¿Te acuerdas del yin-yang? Allí donde tú haces equipo conmigo, combinados: tú el yang con su trocito del yin y yo viceversa. Pues, para lo que haremos, necesitamos solo del yin en la creación de la nueva senda. En eso eres inútil.

—Pero, pero… —intenté argumentar.

—Mi niño, ¿puedes cargar una vida en tu vientre y parirla? —cuestiona doña Jacinta.

—No, pero…

—Eso zanja la cuestión —continúa doña Jacinta—. Sonia hará lo que nosotras le digamos, ¿quedó claro? Tú ayudarás por detrás pero no puedes intervenir, ¿entendido?

Es extraño estar rodeado solo por elementos masculinos de mi grupo de choque. Donatello, con sus extraños contactos o lanzando hechizos, nos consiguió un centro móvil de comando y control del Ejército Mexicano. Veinte strigoi, loup garoups además de xólotls y guerreros de las mesas de don Jacinto están sentados frente a las consolas de triple pantalla. Cuidan a doña Jacinta y sus brujas en el Cerro de la Estrella, así como a las santeras y curanderas en el extinto afluente en Chapultepec. Han iniciado el rito para dormir a Cipactli.

Un tercer grupo debería estar donde Huitzilopochtli demandó la fundación de Tenochtitlan, pero él sostiene su posición inicial junto con los guerreros jaguar y águila que el Mictlan le cedió. Si no se puede el rito en paz y armonía, será el baño de sangre.

En la esquina lejana del Zócalo yace Itzpapalotl muy mal herida. El combate, aunque oculto por la luz solar, duró tres días. La cuidan otras diosas madre, Mayahuel y Xochiquetzal. El panteón mesoamericano es muy complejo, queda claro que están divididos en un bando masculino y otro femenino además de un grupo que no interviene como Quetzalcóatl, Tláloc o la pareja que rige el inframundo. Sospecho que tiene que ver con que es la guerra para que terminen las guerras y representan a los pacifistas.

Esta tercera noche es vital, es cuando la Luna de Sangre colgará cual orejera en la noche. Otro sismo inicia y el CC&C se bambolea lado a lado por dos minutos. Leo en pantalla que fue de 7.2 en escala Richter. Cada vez son más seguidos y de mayor duración. Don Eulogio dice que cuando pase de doce grados y no pare, es que Cipactli ha despertado y estará levantándose. Espero que no lleguemos a eso.

Sonia, tras la bendición de Tonantzin a través de doña Jacinta, será la Gran Comandante. Su clan infectó a las tzitzimitl con los gusanos que los vuelven una unimente que se puede coordinar en masa, por grupos, o actuar de forma independiente. Está apoyada por strigoi hembra, nyx, black seelies que llegaron sin pedírselos, además de banshees y otras entes del Syndicat de la capital de México.

A diferencia de las huestes de Huitzilopochtli que atacan a lo bruto, ellas traen consigo la coordinación, estrategia, tecnología y magia de miles de años. Deben crear un frente de punta de flecha para que por allí logre penetrar Sonia y su escuadrón de apoyo. De súbito las vermii reinas, que han atraído como distractor a cientos de personas infectadas, casi zombificadas, desbordan el perímetro y las calles del centro de la ciudad.

Si sale el plan, Huitzilopochtli quedara a distancia de tiro del atlatl de Sonia, el lanzador jabalina en cuyo extremo está el espejo humeante que robé, ya cortado, pulido y afilado. Debe atinarle al corazón o, de perdis, a un ojo para matarlo. A continuación, lo desmembrará como él lo hizo con Coyolxauqhui, su hermana. Con eso lograremos tanto generar un equilibrio como que Coatlicue, la madre de ellos y otros dioses, se tranquilice en su dolor. Esto, a su vez, hará que Cipactli duerma otra vez. En verdad es enredado este cosmos de la mithósfera.

—Sonia —aviso—, el CC&C listo. Seré tu sombra de aquí al final.

—Gracias, Alfredo. Empezamos en diez, nueve, ocho…

Estamos tranquilos, siempre hemos sido un gran equipo, un yin-yang. Algún día nos tocará el verdadero final del mundo. Hoy no dejaremos que ocurra.

El primero de la familia


Mauricio del Castillo


Honr parpadeó y se acercó a la pantalla en el interior del compartimento. Por su parte, Trulr supo que se trataba de un hallazgo valioso, tal vez el más importante desde su llegada al planeta. Sin retirar la vista, Honr preguntó:

—¿Dónde dices que lo encontraste?

—Una vieja fortificación, muy cerca de esta cordillera. —Trulr extrajo con la presión de su dedo una imagen del relieve de la superficie. Honr apenas hacía caso de la imagen: el objeto detrás del panel de cristal llamaba fuertemente su atención.

—¿Hubo algo más?

—Ruinas, montones de metal oxidado, cables y materiales de construcción. Partes de edificaciones enterradas a medias que surgían de la arena. ¿De qué crees que pueda tratarse?

Era obvio que se trataba de un objeto producto de una sociedad compleja, pensó Honr, con sistemas económicos, sociales y religiosos; domesticación de animales, tratamiento de metales y cultivos en tierra, todo desde hacía miles de años. Las rocas y las piezas desperdigadas eran una cosa, pero esto escapaba de toda lógica. Fue trabajado a partir de alguna clase de aleación, lo que hacía suponer que no se trataba de una vasija sino de una increíble composición.

—Observa esas hendiduras a todo lo largo de la circunferencia —dijo Honr—. No es una casualidad que se encuentren ahí. Deben tener una función específica. Tal vez de eso dependa su funcionamiento. —Realizó una pausa y continuó—: Utilizaré el programa de restauración.

—Tienes razón. No veo otra forma de resolverlo.

Trasladaron la pieza con el mayor cuidado posible a la plataforma de réplica. Temían romperla al retirar la tierra y la herrumbe. Aunque primitiva y con señales de desgaste, la rueda lucía con mucho mejor aspecto. No dejaba de brillar a pesar de su antigüedad. Era un trabajo minucioso que requería una operación cuidadosa.

La computadora extrajo el elemento y en segundos comenzó la reconstrucción del artefacto entero. Trulr observó con curiosidad el proceso y se sorprendió al descubrir que el programa duplicó más ruedas, unas pequeñas y otras grandes en comparación a la hallada.

Se dirigieron a la cámara de reconstrucción. Luego de montar la pieza, la computadora comenzó a trazar las dimensiones y a rellenar los espacios de material de acuerdo con el diseño. Líneas de luz se encontraron en varios puntos, haciendo parecer que componían una celda luminosa. El humo y vapor expulsados se mezclaron al mismo tiempo que entraba en acción el inyector de enfriamiento.

En breves minutos, la reconstrucción quedó terminada. Aún continuaba enfriándose cuando Honr y Trulr entraron a la cámara para verla de cerca.
En la cara frontal se encontraba un disco en forma de anillo fijado a la estructura. Fuera de él otro anillo giratorio estaba marcado con inscripciones. Los dos hombres contemplaron la caja recién reconstruida, así como las ruedas, remaches y láminas. Torretas y salientes surgían por todas partes. Lo más increíble era una manivela montada justo en el centro; brillaba como si recién fuera construida en su antigua época.

Honr tomó el mango de la manivela y comenzó a darle vueltas. Todo el mecanismo entró en funcionamiento con un suave rumor. Pareció cobrar vida por sí misma, sin ayuda de energía eléctrica, nuclear o solar: bastaba la propia inercia para impulsar la maravilla de movimientos que sucedían en el interior. Las ruedas giraban y giraban, cada una vital para la marcha.

—¿Para qué sirven? ¿Cuál es su función? —quiso saber Trulr.

—Engranajes —respondió Honr—. Es lo que son. Piensa en ello. Cada una transmite potencia mecánica a otro. Una de ellas es impulsada por esta manija. Todo el mecanismo se encuentra montado en esas dos placas de la misma aleación para protegerlo.

Trulr no dejaba de torcer los labios, incrédulo. Honr estaba excitado, pero trató de guardar la compostura.

—Esto fue hecho por los antiguos habitantes de este planeta. No se trata de ningún mecanismo traído aquí desde el espacio exterior. Era una civilización temprana, pero con significativos avances.

—Tienes razón. Es factible que realizaran algunos cálculos —observó Trulr—. Solo toma en cuenta cada una de las inscripciones en la superficie de las placas.

—Sí, deben ser medidas para su cálculo. —Honr observó el mecanismo justo enfrente de él mientras la luz daba de lleno en su rostro.

Luego de unos segundos la máquina se detuvo. Honr notó que las agujas que la conformaban ahora se encontraban en otra posición. Ahora apuntaban en dirección a los signos antiguos.

—Me encuentro exhausto. Hagamos un informe de lo ocurrido —dijo Honr—. Mañana reanudaremos el trabajo.

Trulr desconectó la cámara y abandonaron el laboratorio. Al poco tiempo, sin que ninguno se percatara, un rumor sordo provino de la computadora.


A primera hora, Trulr entró al laboratorio. Se sorprendió al notar el ambiente lúgubre que invadía la estancia. Un sonido atronador se escuchó, como si se tratara de una detonación nuclear. Enseguida una luz proveniente de la pantalla principal lo cegó. Retrocedió por la impresión, trastabillo y cayó. Con torpeza volvió a ponerse en pie para salir corriendo, lejos de aquel estruendo.
Casi sin aliento se comunicó a la habitación de Honr. Tardó en ordenar sus ideas. Honr lo cortó:

—Voy en seguida.

A medida que se acercaban se escuchaba el sonido dentro de la cámara, como si se encontrara en medio de un proceso que ocurría en las entrañas del planeta.

—No entiendo qué está ocurriendo —dijo Trulr, casi gritando.

—¿Trabajaste con la computadora antes?

—No hice nada desde la última vez que nos vimos.

Honr apretó los labios, incómodo.

—Encendamos la luz de emergencia.

Trulr se apresuró a verificar los sistemas. Mientras tanto, Honr notó una línea horizontal en la pantalla que pulsaba con repiqueteo. Trulr volvió con el rostro desencajado.

—El artefacto no está. Ha desaparecido.

—Eso es imposible.

—Ocurrió. Parece que fue absorbido por la cámara, pero no sé cómo.
Honr dirigió una mirada inquieta hacia la puerta.

—Nadie ha entrado al laboratorio, Trulr. El artefacto sigue aquí.

—¿Qué quieres decir?

—Desmontemos los paneles de la cámara de memoria. Tengo una teoría.

Honr y Trulr bajaron a la cámara de memoria. El aliento de los dos hombres se podía notar por el vapor que expulsaban sus pulmones. Se internaron en la cámara. Trulr desmontó los paneles mientras Honr observaba con atención. Una vez retirados, Honr soltó un suspiro.

El artefacto estaba unido a la cámara de memoria de la computadora. Tenía el aspecto de un regulador fusionado a una red informática. Cables salían de las placas en todas direcciones y se conectaban con las intrincadas paredes de vidrio y plástico de la computadora que le alojaba.

Honr se quedó sin aliento. Contempló asombrado todo el reordenamiento y unión del artefacto. Por su parte, Trulr no dejaba de menear la cabeza.

—¿Qué pensarán cuando lo sepan en la base? —murmuró Trulr.

—Vendrán a ver si no nos hemos vuelto locos —contestó Honr—. Por Dios, la computadora se tomó el tiempo de volver a montar el panel. No tardó siquiera doce horas en unir el artefacto con su sistema.

—¿Con qué fin? ¿Cuál es su función?

—Examinemos los planos para detectar las conexiones. Quizás demoremos unas horas, pero estoy seguro de que lo averiguaremos.

—Sí, hagámoslo.

Honr tomó la caja de herramientas. Se inclinó con la intención de retirar los conectores y liberar al artefacto. Cortó circuitos y terminales, pero le sorprendió encontrar láminas y bases que no figuraban en los planos.

Un delgado rayo de una cegadora luminosidad salió disparado del interior del panel. La cabeza y los hombros de Honr fueron envueltos en un resplandor violeta y su cuerpo fue proyectado hasta el centro de la sala. Yacía en el suelo, con una herida en la frente. Tragó aire en un largo y tembloroso gemido que se cortó de repente. Trulr se percató de lo ocurrido y lo levantó del suelo, arrastrándolo hacia la entrada del ascensor.

Una vez en la planta alta, lejos del zumbido, Honr reaccionó. Parpadeó repetidas veces a fin de salir de aquel trance. Trulr se llevó una mano temblorosa a la frente.

—Honr, ¿te encuentras bien?

—Sí —alcanzó a decir éste—. Eso parece.

—La computadora… se hizo del control del artefacto, ¿verdad?

—No es un simple artefacto. Es una computadora. La primera creada por el hombre.

—Eso es imposible. En la antigüedad no existía esta clase de aparatos.

—El hombre no es precisamente más sabio y creativo conforme pasa el tiempo. Recuerda que nosotros, como generación, somos la suma de todo el conocimiento de otras generaciones anteriores. Ellos, quienes hayan sido, aplicaron sus conocimientos, lógica e inventiva. Fueron seres excepcionales, tanto es así que nuestra computadora reconoce esa primera creación.

—¿Primera creación? —dijo Trulr con voz quejumbrosa

—Al primero de su familia, desde luego. Lo estudió mientras lo reconstruía. Además, tuvo demasiado tiempo para hacerlo parte de él mientras tú y yo descansábamos. No importa cuántos años pasaron entre la creación de uno y otro. Es cálculo de sus cálculos, una línea directa de ascendencia.

—Pero ¿no podemos desmontarlo?

—No lo creo —repuso Honr, dominado por el conflicto—. Nunca tomé en cuenta tal posibilidad. Sin embargo, al pensarlo, estoy convencido que no desea que retiremos la computadora antigua; ahora la protege.

Trulr le miró antes de decirle:

—No puede estar pasando.

—Me temo también que reaccionó para solucionar un conflicto cuando quise intervenir. Usó un arma, con el único fin de defenderse. Se trata del más antiguo y salvaje contacto entre dos grupos antagónicos, relacionado con el concepto etológico de territorialidad. En los humanos este concepto evolucionó en una variable única. Me refiero a la guerra. Toda máquina es el reflejo de la idiosincrasia de su cultura mostrando un aspecto religioso, social y militar.

—Pero nuestra computadora no está programada para eso. Desconoce lo que es una guerra. Solo sirve para el bien de la humanidad.

—Tienes razón, pero aprenderá en muy poco tiempo lo que es una. Recuerda que la guerra era algo muy común en las civilizaciones antiguas. La primera computadora fue diseñada por hombres que creían tanto en la guerra como en la existencia misma.

A Trulr la voz de Honr le pareció que sentenciaba algo, pero no sabía qué.

—Tendremos llevar esto a las autoridades del Bloque mientras nuestros congeladores lo puedan mantener frío —dijo—. Desmontarlo pieza por pieza. Recurramos a la fuerza, retiremos todo lo que…

Se miraron el uno al otro, inquietos.

Sin pronunciar una sola palabra, abandonaron la zona de trabajo para idear la desinstalación. Caminaron lentamente hacia sus habitaciones, pensando en que, después de todo, también era posible olvidar el reporte del hallazgo en tierra.

Al día siguiente fueron testigos de sus consecuencias: la computadora carecía de toda diplomacia y mesura al declarar un ultimátum de guerra hacia todas y cada una de las civilizaciones que regían la galaxia.

LA PALABRA DE LOS ABUELOS:«Kuyu, la alfarera que tejió su vestido»

Roberto Carlos Garnica Castro


La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias.
Aquí, en La palabra de los abuelos, recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria.
En esta ocasión, te presento un mito cosmogónico que me compartió el contador Juan García San Martín.

Kuyu, la alfarera que tejió su vestido

Sen (Lluvia) se puso en cuclillas para ver de cerca algo que llamó su atención, parecía una piedra de tonos grises, blancos, cafés, amarillos y naranjas, era como una rueda con diseños muy bonitos. Sin embargo, al mirar con más detenimiento, percibió el movimiento acompasado de una suave respiración, era un pequeño armadillo que dormía sin cautela fuera de su madriguera.

Era tal su arrobamiento que Sen no escuchó el crujir de las hojas secas que Kiwichat (la Señora del monte) produjo al acercarse.

—¿Qué beben tus ojos nietecita mía? —preguntó la Abuela.

—Veo las figuras que adornan el cuerpo de este animalito, parece un cuenco de barro o de madera, parecen dibujitos de los dioses.

—Oh, es la pequeña Kuyu (Armadillo). ¿Quieres que te cuente cómo obtuvo su curioso traje?

—Esa historia ya la conozco, abuelita —aseveró Sen con la jactancia de quien cree que ha escuchado muchas narraciones.

Kiwichat la miró con tristeza porque vislumbró que su nieta empezaba a perder la receptividad de una niña. “Ahora cree que ya sabe las cosas”, caviló.

Sen leyó cómo el rostro de la Abuela le aclaraba: “No te pregunté si conocías la historia, te pregunté si querías que te la cuente”. La muchacha reflexionó, se puso de pie y expresó con sus ojos cristalinos: “Sí, abuelita, me encantaría escuchar de qué manera Kuyu obtuvo su misterioso traje”.

Y fue así como, mientras admiraban los artísticos trazos que cubren el cuerpo de Kuyu, Kiwichat narró esta historia:

«Los animales estaban esperando el nacimiento del niño Jesús, pero no sabían cuándo llegaría. Algunos estaban muy atentos, como Sipíjchichi (Coyote); otros estaban muy distraídos, como Kitxka (Tucán); Kuyu (Armadillo) no estaba ni muy atenta ni muy distraída.

La tierna Kuyu iba tejiendo su propio ropaje, sus trazos eran muy precisos a pesar de que estaba rodeaba de negrura, la pequeña quería que la prenda quedara muy bonita, pues se trataba de una ocasión muy especial, era como un quexquén blanco y transparente con muchas figuritas. Lo tejía despacito porque en cada línea estampaba un trozo de su corazón.

Kuyu no imaginó que el niño Dios nacería antes de lo esperado. Y cuando escuchó el anunció del portentoso nacimiento, su vestido todavía no estaba listo. Entonces lo terminó como pudo, muy apurada y a la carrera. Fue así que se presentó, junto con los demás animales, a adorar al Salvador.»

—Y es por eso, mi niña, por lo que el hermoso vestido de Kuyu tiene dos tipos de hechura: una muy finita y otra como martajada.

—Abuelita, es una historia muy bonita, pero yo me sé una diferente.

—Oh, qué bien, me gustaría escucharla.

—El Abuelo me contó que, en el tiempo de la penumbra, todos los animales esperaban el cumplimiento de la profecía: pronto nacería Chichiní, el niño Sol, quien devoraría la oscuridad e instauraría una era de abundancia. Kuyu estaba distraído en sus actividades diarias, era alfarero y modelaba una olla de barro. Sipíjchichi (Coyote) siempre estaba atento a los eventos del cielo y, por eso, fue el primero en reconocer que la hora había llegado. Aulló con tal fuerza que su anuncio se escuchó en todas partes. Kuyu se puso nervioso y la olla que estaba haciendo se le vino encima; el traste se le quedó pegado a la espalda y, al ser tocado por el sol, adquirió el color de la tierra.

—Es una historia muy bonita —expresó la Abuela.

—Pero, abuelita, ¿no te das cuenta de que hablan de cosas muy diferentes?

—A mí me parece que hablan de lo mismo.

—¡No, abuelita! El primer relato habla del niño Jesús y el segundo del niño Sol, en el tuyo Kuyu es una tejedora y en el del abuelo un alfarero, en uno el caparazón del armadillo es un vestido y en el otro una olla.

—Sen, nietecita mía, es inevitable y también bueno que crezcas, pero no dejes que se apaguen tus ojos de niña. Al parecer empiezas a olvidar que la verdad es múltiple y tiene muchos colores. Es cierto que para quienes son incapaces de mirar más allá la verdad es gris y tiene una sola cara, pero…

—Entonces, ¿es cierto que la verdad porta muchos vestidos?

—Así es Sen, mi muchachita, pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Agradecimiento:

Al contador Juan García San Martín, por compartirnos la historia de Kuyu, la alfarera que tejió su vestido

Crédito de la imagen:

Aria Isabella Garnica García «El sueño de Kuyu»

Archivo muerto

Mayra Daniel


La silla era blanca, de dimensiones estandarizadas y totalmente anodina. La habían elegido por su precio, seguramente. Pasaba totalmente desapercibida en un largo corredor de pequeños cubículos donde se resolvían toda clase de asuntos sin importancia.

La verdad no me molestaba la burocracia. Toda la vida había llevado a cabo mis propios asuntos, tanto por un tema de discreción como por tener “todo el tiempo del mundo”. En la puerta estaba el letrero “Dirección general de asuntos generales”, un nombre de lo más conspicuo solo para ocultar su verdadera actividad, la Dirección General de Asuntos Vampíricos.

Necesaria en cualquier país, la Dirección General de Asuntos Vampíricos trabajaba en una red de colaboración Internacional para relocalizar a vampiros por el mundo, darles documentos oficiales, renovar actas de nacimiento, pasaportes, agilizar contratos de compraventa para que el dueño no fuera, por siglos, la misma persona viva. Esta oficina también ofrecía asesoría en derecho vampírico según la legislación vigente en cada país y los gobiernos la procuraban en demasía por los generosos aportes a los impuestos que siempre hicimos.

En ningún país había tenido yo problemas con la Dirección general de asuntos generales, pero recientemente había decidido mover mi residencia permanente a México por los beneficios fiscales que todos presumían. Sin embargo, me aclararon: “Bueno, viejo, es que México… Ya verás. Es otra cosa.”

Y allí estaba yo: sobre de papel manila con todo lo que me pidieron en original, dos copias, tres sellos. Todo lo que venía en la muy discreta, oculta y secreta página de la Dirección General de Asuntos Vampíricos, para formalizar mi ciudadanía vampírica en México. Cambiar de residencia: que engorro.

La puerta se abrió. La oficina solo operaba de noche, así que la luz fría de la oficina mostró una silueta rechoncha: era un tipo con una camisa azulada y una corbata a juego, ligeramente más oscura. Las manchas de sudor se le destacaban en la tela. El anómalo calor de la media noche hacía que el espacio encerrado tuviera un olor mezcla de sudor y colonia herbal barata. Parecía que había podado el pasto en algún parque público.

De su piel grasienta se le desprendía un leve brillo, como si recién hubiera salido del transporte público; sus zapatos ligeramente roídos por el tiempo parecían lustrosos, quizá demasiado, como si el zapato y el cepillo se conocieran de largo tiempo y se saludaran diario.

Una breve inspección me hizo saber que era soltero y vivía solo, atendiendo diversos malestares; apestaba a ansiedad y antiácidos.

—Víctor Ramos, a su servicio —aseguró, tendiendo su mano regordeta. La rocé ligeramente, por protocolo.

—Dígame, ¿en qué podemos ayudarlo?

—Verá usted, llené una forma XT-596 para renovar mi residencia y establecer una nueva identidad en México, pero cuando estaba por enviarlo todo vi que es un trámite que tenía que realizarse en persona.

—Así es, así es. La nueva legislación vigente nos exige unos biométricos; sin tanta importancia, no se preocupe. Además, son importantes para su afiliación tributaria. Con XT-596 podrá usted ser un vampiro mexicano —una sonrisilla jocosa se dibujó en su cara, como si hubiera contado un chiste muy gracioso. No me dio gracia y se hizo un silencio incómodo.

Le tendí el sobre de papel manila, desganadamente. Él abrió el hilillo con pasmosa lentitud, sacó el legajo y revisó todos los originales con minuciosa atención, como quien se toma muy en serio su labor o hace algo realmente importante. ¡Por favor, son copias, no neurocirugía!

Yo creía que ya no podría disimular más mi asco y mi desprecio, cuando me señaló una puerta adicional.

—Sí, sí, todo está completo; gracias. Por favor pase al otro cuarto, para tomar sus biométricos.

Vergonzoso, mínimo, que a un vampiro de mi linaje y mi alcurnia le quieran tomar fotografías, pero esta vez era una medición del iris y huellas dactilares.

Humillante.

Fatídico.

Fastidioso.

Intentando no girar los ojos al cielo permití la tramitología del caso.

—¡Hemos terminado!

—Excelente, ¿cuándo estará listo el documento de ciudadanía?

—Probablemente en unos meses, nosotros le avisa…

—¿Cómo que unos meses? ¿No se tramita en esta misma oficina?

—Pues sí, sí, pero tenemos varios documentos más en la fila, usted entenderá…

—¿Cómo podemos arreglarlo más rápido?

Un destello rápido se mostró en sus ojos, como un rayo. Vi un tigre cazando a su presa, se volvió más sigiloso. (Bueno, en su caso más que un tigre podría haber sido un gatito rechoncho que vio un periquito).

—Claro, claro, siempre se puede agilizar todo. Después de todo, es México.

—Claro —afirmé yo—, ¿cómo nos arreglamos?

—Pues verá… siempre he querido ser un vampiro, me encanta la cultura vampírica, cuando logré entrar a la Dirección General de Asuntos Generales lo consideré la cumbre de mi carrera, pero ahora veo yo que lo mío, lo mío, será ser vampiro. Tantos años de verlos pasar por esas puertas me han convencido.
Traté de imaginar a Víctor Ramos en un baile de vampiros, en una reunión con mis amigos o en una cena elegante. Quise enseguida borrar esa imagen de la cabeza para no traslucir una sonrisa socarrona.

—Ya veo.

—¡Y sé mucho sobre la conversión! —un entusiasta Víctor Ramos era peor que un desganado Víctor Ramos. Lo averigüé enseguida. Durante unos minutos describió a detalle el rito de transición sacado posiblemente de una película o una novela para señoras bobaliconas aficionadas al romance.
Luego imaginé la cara de mi cofradía si sabían que había integrado a Víctor al mundo vampiro.

Vergonzoso.

Humillante.

Fatídico.

Fastidioso.

—Ya veo, sí, está muy enterado. ¿Qué tal mañana?
Parecía que empezaría a llorar de la alegría.

Llovía esa noche. Un olor a drenaje se colaba por toda la ciudad y la convertía en una cloaca descubierta. Vi llegar al lugar de la cita a Víctor Ramos con su paso ligeramente renqueante, como si alguien le hubiera dado un pisotón en el traslado hacia la oficina. Traía en la mano el documento con mi acelerado trámite de ciudadanía. Se había esmerado un poco en su arreglo, como si quisiera empezar su transición a vampiro con sus mejores galas. Me hizo esbozar una sonrisa.

Me acerqué a él con cautela. Un rápido movimiento de mi daga le cortó la yugular. Me gusta pensar que ni se enteró. Su cuerpo despatarrado quedó tirado en ese callejón, con la garganta abierta, lívido y sin gracia. Tuve la tentación de dejarle algún sello de la familia, pero preferí no aportar nada a la policía: solo un caso más al que darle carpetazo y colocar en el archivo muerto de una gran ciudad.

Tomé su cartera para hacerlo parecer un robo. Ya la tiraría después por allí. El sobre manila con mi documento tenía algunas manchas de lodo y sangre, pero posiblemente terminara en algún cajón de mi biblioteca, sin usar.