El ilegal

Autor: Ronnie Camacho Barrón.


Llevo horas encerrado en esta sala para interrogatorios, la potente luz blanca de la bombilla sobre mi cabeza me causa migraña y mis manos esposadas a una fría mesa de metal, hace tiempo que se han entumecido.

Por si fuera poco, me gruñen las tripas, me siento sucio y no he vuelto a ver a mis hijos desde que esos hombres me separaron de ellos, Dios quiera y se encuentren bien.

Sé que debí sacarlos cuando pude, pero ¿Qué más podía hacer? En aquel momento estábamos entre la espada y la pared, creí que hacia lo correcto al confiar en él, después todo era nuestro amigo, nuestro líder, nuestro pastor.

Mientras me hundo aún más en mi frustración, la puerta de la sala se abre y un hombre vestido completamente de negro entra.

Lleva un café en la mano, silba alegremente y su rostro se encuentra cubierto por un sombrero fedora y unas oscuras gafas de sol.

—Buenas noches, señor…¿Marines?

—Es Martínez.

—Discúlpeme —sonríe con una falsa amabilidad mientras se sienta frente a mi—. Señor Martínez, ¿podría decirme que fue lo que pasó?

—No, no voy a responder ninguna de sus preguntas, hasta que sepa dónde están mis hijos.

—Sus niños se encuentran bien, los hemos alimentado y nuestro personal médico se asegurará de que no tengan ningún tipo de daño, usted tranquilo, ahora responda a mi pregunta, por favor.

—Aunque se lo cuente, no me lo creería.

—Pruébeme —me desafía antes de dar un trago a su café.

—Como usted quiera —carraspeo mi garganta antes de empezar—. Todo comenzó la noche del viernes pasado, como siempre después de que saliera del trabajo, junto a mis niños fui al servicio nocturno que ofrece la iglesia que se encuentra entre Boulevard Luther King y la calle Quinta, ¿La conoce?

—Claro que la conozco, después de todo el escándalo que se armó, toda Norteamérica sabe de ella —dice de forma burlona—. Por favor, prosiga.

—El encargado de dar la misa era el reverendo Swanson, el hombre era nuevo en la ciudad, pero rápidamente se ganó toda nuestra confianza, después de todo, su iglesia era una de las pocas que aceptaba con los brazos abiertos a gente en nuestra situación.

—¿Su situación?, ¿Habla de su condición como ilegal?

—Así es —la cara se me cae de la vergüenza cada vez que escucho esa palabra.

—¿Hay algún problema? —supongo que por mi silencio nota mi inconformidad.

—Ninguno señor, como le decía, el reverendo Swanson era el responsable del servicio, se encontraba dando los últimos anuncios parroquiales cuando de pronto el potente resonar de unas sirenas ahogó su voz, no fue difícil saber de qué se trataba por la expresión en su rostro lo supimos al instante, era una redada, los agentes de inmigración habían llegado por nosotros.

—Eso debió tomarlos por sorpresa.

—Sí y no, semanas antes de la redada muchos de mis compañeros del trabajo y otros miembros de la congregación que también eran ilegales, habían desaparecido sin dejar rastro, era más que obvio que migración se encontraba detrás de todo aquello y por eso, el pastor ya había coordinado una estrategia con nosotros.

—¿O sea que lo de bloquear la entrada con las bancas fue idea suya?

—Dijo que eso sería lo más sensato, después de todo, si ellos querían separarnos de nuestros niños y sacarnos de este país, primero tendrían que llegar hasta nosotros.

—¿Cómo fueron los primeros días después de que se atrincheraran en la iglesia?

—Como es obvio durante el primer y segundo día los agentes trataron de entrar en más de una ocasión, pero como pudimos, evitamos que tumbaran las barricadas, nos apoyamos entre todos e incluso ciudadanos como usted, aún estando en contra de la ley y sin haber formado parte del plan del pastor nos ayudaron a resistir cada una de las incursiones.

»Algunos hasta subieron videos denunciando la situación y expresando la indignación que sentían al ver como su gobierno trataba a personas como nosotros igual que a criminales

—Esos videos fueron los que hicieron que toda la nación pusiera los ojos sobre ustedes, ¿Qué pasó después?

—Todo se fue al carajo, la gente tenía hambre, nos cortaron la luz, el agua y hasta tiraron la señal telefónica para impedir que siguiéramos comunicándonos con el resto del mundo, pronto las disputas comenzaron y el compañerismo murió, fue entonces cuando muchos quisieron abandonar la iglesia, pero no podíamos permitirles que abrieran las puertas o de lo contrario los agentes entrarían por todos nosotros.

—¿Qué fue lo que hicieron con ellos?

—El reverendo ordenó que los encerráramos en el sótano del templo, nos dijo que no estarían ahí mucho tiempo, que él hablaría con ellos y los haría recapacitar.

—Supongo que cuando vio los cuerpos se dio cuenta de que no fue así, ¿Cuándo los encontró?

—Los encontré durante la última y quinta noche, para entonces hasta nosotros habíamos perdido la fe en que los agentes de inmigración se fueran, además nuestros niños ya estaban muy cansados y hambrientos como para continuar, así que después una votación, fui el designado para ir a decirle al pastor que abriríamos las puertas. —Entonces fue al sótano —intuye.

—Sí, después de no haberlo encontrado ni en su despacho o el en salón, decidí ir ahí, supuse que todavía estaría hablando con aquellos que querían irse, así que no toqué la puerta, simplemente entré y con cada paso que daba al bajar por las escaleras una tenue luz verdosa se hacía más intensa.

—¿Una luz verdosa?

—Sí, con cada escalón que bajaba está se hacía más intensa y cuando llegué al último, me encontré con la fuente de la que emanaba.

—¿De dónde provenía?

—La luz salía de unos enormes cristales verdes similares a esmeraldas que se encontraban incrustados en el piso y techo de una cueva excavada en donde alguna vez estuvo el sótano.

Fue una sorpresa encontrarme con aquello, pero el asombro desapareció tan pronto y como vi la decena de cuerpos mutilados esparcidos por cada rincón del sitio.

—¿Eran ellos?

—Sí, eran todas las personas que habíamos encerrado, todas estaban muertas, pero sus rostros aún mostraban un terror indescriptible, además a cada uno les faltaba algo, un ojo, un brazo e incluso el corazón, pero a pesar de que sus órganos y extremidades fueran extirpados de sus cuerpos; estos no se encontraban muy lejos de ellos, alguien los había metido dentro de jarras de vidrio llenas hasta el tope de un viscoso líquido transparente que parecía estarlas conservando frescas.

—Ya veo —el hombre de negro se muestra tranquilo a pesar de todo lo que le he contado—. ¿Dónde estaba el pastor?

—Horrorizado comencé a retroceder hasta que mi espalda chocó con algo muy duro, cuando me di la vuelta para ver de qué se trataba, por fin lo encontré.

»Antes de que siquiera pudiera decir algo el reverendo me tomó por el cuello con una sola mano, me levantó del suelo y luego con una voz cavernosa me dijo: “No debiste ver aquello, pero que de todos modos, ya no faltaba mucho para que llegara la hora de cosecharte”, entonces, comenzó a azotar mi cabeza contra una de las paredes de la caverna.

—¿Cómo fue que escapó?

—Estaba por asesinarme cuando de la nada, una explosión sacudió el piso de arriba, eso lo distrajo lo suficiente como para que pudiera alcanzar una de las urnas de cristal que terminé estrellando sobre su cabeza.

»El golpe hizo que me soltara y mientras me reponía, vi como las esquirlas de vidrio desgarraron la mitad izquierda de su rostro dejando expuesta una segunda piel de color negra y escamosa que se escondía debajo.

—¿Qué hizo al percatarse de aquello?

—Lo que toda persona en sus cabales haría, apenas pude incorporarme salí corriendo en busca de mis hijos, ya no me importaba si migración me separaba de ellos, lo único que tenía en mente era sacarlos de ahí.

»Cuando llegué hasta la sala donde se auspiciaba cada servicio, me encontré con la sorpresa de que nuestra barricada había sido derrumbada por explosivos y que varios agentes ya se encontraban sacando a mis niños y a todos los demás. Al percatarse de mi presencia un par de ellos corrieron hacia mí y al ver sus armas, por instinto me tiré al suelo y levanté las manos, pero en lugar de esposarme, sacaron un cuchillo e hicieron un corte en mi mejilla, luego estiraron la piel de la herida y comenzaron a ver en su interior con una linterna.

En ese momento lo comprendí, si buscaban a alguien, no era a nosotros.

—¿Qué pasó después?

—Les dije dónde estaba esa cosa y de inmediato fueron directo al sótano, donde tras un siseo amenazante, lo último que escuché fue el sonido de sus armas al disparar.

—Ya veo, muy bien, ¿Es todo lo que recuerda?

—Es todo lo que he querido olvidar.

—Perfecto —sonríe complacido.

—¿Podría decirme que era él? Sé que ya no tiene sentido, pero debo saberlo.

—Escuche, solo le diré que a diferencia de usted, el “Reverendo Swanson” no era de ningún lugar de este mundo…bueno, es hora de que me encargue de usted —se levanta de su silla y mete la mano en su saco.

—¡Por favor no me mate, solo regréseme a México junto con mis hijos y le juro que jamás le diré nada nadie!.

Al escuchar mis súplicas el hombre solo arquea una ceja confundido.

—Señor Martínez, tranquilo, no le mentiré, a veces hacemos uso de la violencia y la intimidación, pero en su caso haremos algo distinto —sonriente, saca la mano de su traje y pone sobre la mesa un pequeño cuadernillo de cuero negro con el escudo de los Estados Unidos grabado en la tapa.

—¿Qu…qué es eso? —el azúcar se me ha ido hasta los suelos, al pensar que iba sacar un arma.

—Su pasaporte, bienvenido a Norte América señor Martínez.

—¿Por qué me entrega esto?

—Después de todo por lo que pasó se lo ganó, además preferimos tenerlo cerca y vigilarlo, que lejos y hablando de más, ¿comprende?

—Lo…lo comprendo.

—Es bueno que nos entendamos —me da una palmaditas en el hombro, para luego con una llave abrir las esposas que retienen mi manos—. En breve lo sacaremos a usted y a sus hijos de aquí, le deseo buena suerte y que sea muy feliz.

—Gracias.

—Solo no lo olvide, lo estaremos vigilando —tras esa última advertencia y una intimidante sonrisa, el hombre se retira y yo, me quedo solo en la habitación esperando a que vengan por mí.

Espuma cuántica

Autor: José Luis Ramírez.


Συνέθιζε δὲ ἐν τῷ νομίζειν μηδὲν πρὸς ἡμᾶς εἶναι τὸν θάνατον· ἐπεὶ πᾶν ἀγαθὸν καὶ κακὸν ἐν αἰσθήσει· στέρησις δέ ἐστιν αἰσθήσεως ὁ θάνατος
—Ἐπίκουρος

Habitúate a pensar que no es nada para nosotros la muerte, porque todo bien y todo mal residen en la sensación, y es privación del sentir la muerte.
—Epicuro

Entré a casa abrazando la urna con las cenizas de Sara, mi esposa, quien murió de covid durante la segunda ola de la pandemia.

No hubo servicio fúnebre.

Por las restricciones del Estado, el hospital despachaba los cuerpos directamente al crematorio y, con el acta de defunción, cada deudo iba a un mostrador a reclamar los suyos.

Mi cuñada, mi concuño y mi sobrina presentaron sus respetos sin quitarse el cubrebocas ni bajar las ventanillas de su coche, aparcado justo detrás del mío; su otro hermano estaba varado en el extranjero, pues permanecían cerrados los aeropuertos internacionales.

Era toda su familia.

Sus padres habían muerto hacía ya varios años y los míos eran muy mayores para arriesgarlos a salir de casa; mis hermanas, las dos médicos, trabajaban en el hospital a marchas completas.

Cuando entré a mi automóvil, coloqué la urna sobre el asiento del copiloto y luego me quedé ahí sentado sin idea de qué hacer, no supe si convenía más asegurarla con el cinturón de seguridad o mejor ponerla en el piso alfombrado del vehículo.

Llovía, pero no recuerdo si antes de meterme al coche lloviznaba ya o la tromba cayó un instante después de ponerme en marcha.

Todo el camino fui mirando el vaivén de los limpiadores en el parabrisas mientras las lágrimas me escurrían por el rostro; no encontré ningún otro auto en mi camino, pero igual conduje muy despacio, deteniéndome en cada uno de los cruceros.

Al llegar al fraccionamiento abrí el portón eléctrico y, en el momento exacto en que apagué el motor tras estacionarme en nuestra cochera, el aguacero cesó como de milagro.

No éramos creyentes.

Aunque estábamos casados por la iglesia, la ceremonia religiosa había sido más para darle gusto a su madre y mi abuela, que entonces aún vivían, y supongo un poco también para tomarnos la foto.

Pero ella era completamente anticlerical y yo ateo, aunque nos decíamos católicos no practicantes; llevábamos quince años casados, no teníamos hijos, aunque sí un par de perros adoptados de un albergue y que llevé a casa de mi hermana menor cuando Sara ingresó al hospital.

No habían pasado ni cinco días de eso, desde el jueves pasado.

Así que estábamos solos, de vuelta en casa, la puse sobre la credenza del comedor y me senté en una silla de éste, completamente abatido, sin que me cupiera dentro de la cabeza como esa urna delante mío era todo cuanto tenía yo de Sara, pero entendiendo perfecto que en esas cenizas no quedaba ya nada de ella.

La consciencia existe en el cerebro, un órgano formado de tejidos, células con un origen embrionario común y un comportamiento fisiológico coordinado que, en este caso, es crear experiencias subjetivas mediante reacciones electroquímicas.

Siendo las células básicamente grasas y proteínas termolábiles, el fuego las había reducido a minerales inertes, estériles por calor seco; tal vez quedara algún rastro de ADN en los huesos o los dientes pulverizados, pero del encéfalo nada.

Y teniendo claro que la consciencia estaba dentro de ese sistema nervioso central, ¿a dónde iría cuando éste se consumió? ¿Había una válvula o un apagador que interrumpía el flujo? ¿O simplemente se evanescía en el éter cuando las Moiras cortaban el hilo?

«No, David, por supuesto que no.»

Su voz sonaba como si estuviera ahí, pero no era sino un acúfeno, una manifestación de mi propio subconsciente con la que pretendía reemplazar su ausencia, llenar el vacío.

«¿Vacío, David? Sabes perfectamente que si tomas un recipiente desprovisto de toda materia, lo enfrías hasta el cero absoluto y todavía lo aíslas del exterior, aún habrá algo ahí dentro.»

Fluctuaciones cuánticas entrando y saliendo de la existencia.

Lo habíamos estudiado juntos en la facultad, las leyes de la física dictando que las partículas también eran ondas o que los gatos estaban vivos y muertos a la vez, que en un espacio supuestamente vacío aún podía aparecer algo a partir de la nada.

Espuma cuántica.

De eso había hecho su tesis Sara en el doctorado (la mía era sobre las aplicaciones prácticas del entrelazamiento cuántico).

En teoría, su investigación iba a permitir desentrañar los secretos del tejido mismo del espacio-tiempo, crear agujeros de gusano entre distancias inconmensurables para recorrerlas instantáneamente; mientras que mi trabajo serviría si acaso para hacer ligeramente más potentes los ordenadores cuánticos.

«Te menosprecias, David.»

Sí, un poco, quizá mayor potencia de cómputo permitiría a los neurocientíficos desentrañar los secretos de la mente y mapear la consciencia; era teóricamente posible, existía ya tecnología capaz de medir las iteraciones directamente mediante resonancia magnética funcional, electroencefalografía y registros de una sola neurona.

Había experimentos que predecían elecciones personales a partir de la actividad del lóbulo frontal, antes incluso de que el sujeto fuera consciente de haber tomado su decisión. Usando escáneres cerebrales, se podía reconstruir incluso, en una imagen generada por inteligencia artificial, lo que una persona estuviese mirando.

«Eso lo convierte en un problema de escala.»

Claro, era el mismo lío que tenía Sara con la teletransportación, era fácil hacerlo en el laboratorio para transmitir determinada característica de un fotón a distancia, pero infinitamente complejo replicar para todas las propiedades de un simple átomo monoelectrónico de hidrógeno.

«Necesitas una computadora del tamaño del universo.»

Su chiste me hizo gracia, aún teniendo ese poder de cómputo, por el principio de incertidumbre era imposible tomar una instantánea de ningún sistema dinámico y, por lo tanto, nunca podríamos replicar ni un solo átomo.

«Nada de Beam me up, Scotty.»

—Ni de tener un respaldo de tu consciencia en un archivo que pudiera restaurar en cualquier momento.

«Pero si tuvieras multiversos infinitos…»

—Claro, entonces cualquier combinación sería matemáticamente posible. Podríamos usar un universo cualquiera para computar el estado de algún otro y obtener el resultado deseado.

«Me parece que ya tienes una línea base.»

Tal vez era así como de verdad funcionaba, si la mente no dependía únicamente del cerebro vivo, sino que sus estados posibles podían cuantificarse de algún modo en cierto conjunto de magnitudes discretas. ¿Podía la conciencia ser fundamental para el cosmos? ¿Hacer surgir partículas y campos con interacciones complejas a partir de… nada?

«Eureka, David.»

Según la teoría de la información todo sistema físico, desde un átomo hasta una galaxia, contiene unos y ceros en los estados de sus partículas componentes; esto nos da una capacidad de proceso aproximada de 10120 bits en todo el universo, pero ¿y si utilizáramos también la nada?

La energía de vacío puede crear partículas de materia y antimateria, éstas se aniquilan de manera casi instantánea, pero si consideramos, en cada instante efímero, que la superficie de esa partícula es la representación holográfica de su propio universo…

«Si tuvieras multiversos infinitos…»

—Sara, mi amor.

Imaginé a los «cuantos» que formaban su mente teletransportándose, desde su dispersión en el momento de su muerte, hacia un solo punto de luz brillante apareciendo de pronto en algún lugar más allá de nuestro propio universo; entonces, me vino esta sensación de sosiego con la idea de que ella, su consciencia al menos, sólo se había transferido a cualquier otro espacio de probabilidades.

Estamos sólos

Autor: Carlos López Ortiz


Hemos estado durante años construyendo, estudiando,desarrollando y explorando este mundo con la esperanza de que un día podamos empezar a colonizar el planeta rojo. Ese día ha llegado.

Chloe Han, presidenta de los Estados Unidos, 2077

Alice recuperó la conciencia, abrió suavemente los ojos y miró a su alrededor con aire aturdido, incapaz de recordar dónde estaba o qué hacía allí. El cielo estrellado se filtraba a través de la ventanilla circular de lo que parecía ser una oficina. En un gesto casi automático, se llevó una mano a la cabeza y gimió. Sintió una fuerte punzada en el cráneo y, bajo el pelo apelmazado con sangre coagulada, notó un chichón.

Permaneció inmóvil, sentada en el piso, mientras aclaraba sus ideas. Trató de evocar quién la había golpeado por detrás haciéndole perder el conocimiento. Los recuerdos le parecían esquivos, le dolía la cabeza y le costaba concentrarse; aun así, hizo acopio de todas sus fuerzas. De golpe, Alice rememoró lo sucedido: no lo oyó acercarse. Estaba completamente desprevenida; fue en ese momento cuando vio moverse algo en el límite de su campo de visión, y distinguió la silueta de Dimitri, el oficial de enlace con la Tierra, cuando le cayó en la cabeza algo duro que la lanzó contra el suelo. Entonces la inconsciencia envolvió su mente.

Humedeció los labios resecos y pudo articular unos sonidos.

—¿Raymond?

No hubo respuesta, sólo silencio. Entonces recordó que hacía un ciclo y medio1 atrás, su pareja Raymond, Syaoran, Philippe y Annegret2 deberían haber vuelto. Habían partido de la base Clipperton3, dos meses4 atrás, en un viaje largo y desesperado en busca de agua en el paraje marciano.

“¿Por qué la United Space no ha enviado las provisiones?”, se preguntó, medio aturdida, con la cabeza apoyada en la pared. “Si tan sólo aquella tormenta no hubiera dañado severamente el equipo de comunicación hace cerca de medio año…”5

Adorado Dimi:

Quiero decirte que todos los días anhelo nuestro reencuentro. Sé que faltan muchos años para que envíen la siguiente nave que vaya a Marte, pero no dejo de extrañarte. Cada noche sueño contigo y con nuestra vida en ese planeta.

Aún me siento mal por haberme enfermado de varicela. Ya sé, ya sé: no soy culpable, pero así me siento.

Cada día estoy orgullosa de ti, mi oficial de enlace. Y cuando veas a las otras parejas juntas, no te desanimes; piensa en mí y relee este correo de amor, para que puedas sentirme a tu lado. Hasta pronto, amor de mi vida.

Alice oyó los gritos desesperados de Mei, seguidos de algunas palabras en ruso que no pudo distinguir. Se irguió; la espalda también le dolía. Hubo un momento en que sufrió un breve mareo, pero recurrió a toda su fuerza de voluntad y consiguió resistirse.

Subió corriendo con todos los sentidos alerta. Al entrar en la habitación de su compañera, descubrió el pequeño cuerpo de Mei tendido en el suelo y encima de ella el corpulento cuerpo de Dimitri, quien con un cuchillo en el cuello, intentaba abusar sexualmente de Mei. Él se volvió a mirar a Alice, apoyada en el arco de la entrada. Soltó en una gran carcajada.

—Capitana, espero no haberla golpeado tan fuerte —dijo con un fuerte acento ruso—. Solo quería neutralizarla, pero qué bueno que te nos unes.

Apartó el cuchillo del cuello de Mei e incorporó su gigantesco cuerpo de uno noventa de altura.

Alice permaneció muy quieta, mirándolo a los ojos.

—A partir de hoy me nombraré ¡rey de Marte! —su rostro empezó a formar un dibujo más errático— Y ustedes me obedecerán en todo lo que deseé.

Dimitri se carcajeó tan fuerte que el ruido resonó por toda la habitación. Se acercó a Alice con el cuchillo en la mano y el brazo extendido. Se aproximó tanto que pudo observar con detenimiento su cara angular, ojos gris olivo y la nariz ligeramente torcida, rota en una pelea. Alice sintió miedo; el corazón se le aceleró por la adrenalina. No era la primera vez que temía perder la vida, como cuando su avión fue derribado en la Segunda Guerra de Venezuela. Debía controlarse. Respiró hondo y confió en su entrenamiento.

Se lanzó encima de aquella masa de músculos. Forcejeó y lo golpeó una y otra vez. Al principio, él la ignoraba y se reía divertido; entonces, ella lo golpeó con la rodilla en la entrepierna. El ruso se dobló y perdió el aliento. Cuando volvió a incorporarse, ya no sostenía el arma en la mano.

Dimitri le tiró un codazo que la alcanzó en el mentón. Alice echó la cabeza hacia atrás, aturdida. Ni siquiera vio el segundo golpe que la derribó al suelo. Estaba desorientada. Dimitri aprovechó para inmovilizarla. Mei, quien seguía en el suelo, tomó el cuchillo y se lo clavó al hombre entre el cuello y la espalda. Un grito ronco, ahogado, brotó de sus labios. Poco a poco, Alice se liberó y corrió hacia Mei. Dimitri extrajo el cuchillo ensangrentado y se derrumbó. No se movía. Yacía en un charco de sangre. Por instinto Alice se acercó a él para tomarle el pulso. Al llegar junto a Dimitri, comprobó que aún respiraba, pero estaba frío.

—Capitana.

No respondió. Alice estaba sumida en sus pensamientos, repasando todo lo que había pasado en las últimas horas.

—Capitana —insistió Mei, con marcado acento chino—. ¿Cuándo llegue la nave con los nuevos colonos, qué les diremos?

—Es… estamos solos. Nadie vendrá.

Ninguna se movió. Se quedaron congeladas, en estado de shock, como si sus cerebros se hubieran estampado en una pared de ladrillos.

Escupiendo sangre y respirando con dificultad, Dimitri pudo decir:

—No me creen, ¿verdad?. La línea con la Tierra funciona. Compruébelo ustedes mismas… Solo que no hay nadie del otro lado.

El ruso se rio y dio su último aliento.

Querido Dimi:

Me da gusto que hayas podido restablecerlas comunicaciones con la Tierra, plyushevyy mishka1.Me tenías con el pendiente de que algo te hubiera pasado. No quiero preocuparte, pero tengo miedo de que note vea durante más años.

Las cosas siguen mal: la visión aislacionista del presidente estadounidense James Brown puede suponer un riesgo para el proyecto de la colonización de Marte.
Brown ha impuesto aranceles a los productos de nuestra madre patria y, en represalia, nuestro presidente Potemkin impuso aranceles a los productos estadounidenses.
Ayer el ejército estadounidense bloqueó el Puente Intercontinental de la Paz, en el estrecho de Bering. Hoy Potemkin envió vehículos blindados y Fuerzas Especiales a la península de Chukotka.
Perdóname: no debería desperdiciar este momento con politiquerías. Pase lo que pase mi corazón estará contigo.
Tatiana

1 Sabiendo que el año en Marte dura 686’9726 días terrestres, el doctor. John Clipperton diseñó un calendario con los mismos 12 meses del calendario gregoriano. Sin embargo, se enfrentó a un problema: cada agrupación de días era en su totalidad de 14 días y la palabra semana viene del latín sertimana formada por “sept” que significa siete, por lo que decidió llamarlo ciclos.

2 El doctor Clipperton propuso que los colonos fueran con sus parejas para formar una comunidad permanente y en constante expansión.

3 En un principio la United Space decidió nombrar a la base Nova Terra, pero un mes antes del lanzamiento el doctor Clipperton murió asesinado en el estacionamiento de un supermercado al defenderse del robo de su carro, por lo que se decidió nombrar la base en su honor.

4 Cuatro meses terrestres.

5 Lo que equivale a 343 días en la Tierra.

1 Osito de peliche.

Bobo el payaso

Autor: Israel Montalvo.


Ilustración realizada en técnica mixta (acrílico/tinta) sobre papel

Medidas: 30 x 37 cm.

Israel Montalvo, como escritor e ilustrador ha publicado en una extensa variedad de revistas, cómics, fanzines, libros y ha participado en más de sesenta antologías literarias de cuento enfocadas en el horror y la ciencia ficción en México, España, Uruguay, Argentina, Perú, Chile, Guatemala, Colombia y Venezuela.

El espectáculo debe continuar

Autor: Israel Montalvo.


Bobo era ya una leyenda de la farándula, la estrella principal de aquel clásico instantáneo del cine que lo convirtió, de la noche a la mañana en “la leyenda”, fue ahí donde hizo por primera vez el acto que lo volvió en el icono del pornopop, aquel donde, una damisela en apuros (interpretada por una entonces desconocida Maribel Guardia) intentaba escapar de un grupo de violadores seriales y la única forma de eludir a sus perseguidores fue introduciéndose al ano del payaso, en una escena mítica, donde la podre damisela se aventaba desde un trampolín en maroma suicida y caía en las fauces de ese ano que la devoraba de un bocado y la lanzaba de vuelta para que surcara por el horizonte simulando a un Kal-El pletórico, esquivando a esos infames violadores.

“El culo voraz” fue un éxito de taquilla que permaneció meses en cartelera y las regalías por aquella obra le permitieron al payaso realizar su más grande sueño: Su propio circo. En la época en que Bobo materializaba ese sueño los circos ya eran cosa del pasado, muy pocos seguían en vigencia, los cambios de legislación habían hecho difícil su proceder, en primera instancia se había prohibido el uso de animales en vivo, y los fenómenos de circo ya no eran fenómenos, la gente común era tan deforme y extraña como las criaturas de antaño, las damas anoréxicas era algo tan común bastaba ver youtubers que se mataban de hambre en sus canales, sus videos se volvían virales después de cada muerte.

O que decir de las mujeres barbudas, las nuevas tendencias del feminismo eran más peludas y mach@s que cualquier macho troglodita promedio, o los hombre lagarto, en una época en que las personas se operaban para parecer aliens, era muy difícil lograr que la audiencia se impactara como en antaño. Pero Bobo era un romántico, creció rodeado de ese mundo, sus padres payasos lo llevaron a recorrer el país de octubre en sus giras circenses. Si debía adaptarse a estos tiempos para sobrevivir tomaría como ejemplo lo que hicieron con el circo Du Soleil o ese nuevo circo del terror. Él haría un circo temático y la mejor manera de hacerlo era con aquello en que se había convertido en un célebre icono.

Y así fue cómo surgió el circo nudista del gran Bobo, con sus giras an(u)ales recorriendo el país de octubre de cabo a rabo. Ya llevaba siete temporadas exitosas cuando decidió rehabilitar a sus rarezas, Los siameses se habían separado quirúrgicamente para poder dedicarse a sus sueños: Luke quería ser rapero a pesar de su hermano, que era un devoto cristiano, José, estaba harto de la farándula y sólo deseaba dedicarse al señor. Sin contar que Yoyo, el hombre que se podía tragar todo (cristales, animales vivos, cuchillos, etc.) se retiraba ese año y tuvo que despedir a los enanos azules por el escándalo que se armó cuando los encontraron en su camerino con ese pobre san Bernardo.

A la audición que el mismo Bobo y el hindú ario (su asistente personal) supervisaron se presentaron varios prospectos que prometían ser una nueva camada de criaturas como el Travestiestein de Naucalpan quién en vida fue un “Damo” de esquina revivido en sospechosas circunstancias por un chulo que buscaba ampliar el negocio con las nuevas tendencias como la necromancia sexual o el metasadismo. O que decir de los primos Patiño, que con tal de ganarse un poco de reconocimiento en su mediocre existencia, habían imitado el experimento de esa infame película, pagaron a un cirujano para ser unidos y lograr ser un ciempiés humano, incluso se les ocurrió ponerse una prótesis en forma de cola para poder destacar, o Toby Gómez, hijo no reconocido del activista Lolo Gómez, quien aseguraba haber sido violado y embarazado por Venusinos sin escrúpulos.

De hecho, Toby aseguraba que él era un aborto que había tenido su padre en la adolescencia, pero gracias a su origen alienígena, había logrado desarrollarse, Toby era una especie de tumor cancerígeno sin extremidades y con olor nauseabundo, pero era el alma de las fiestas con sus mórbido sentido del humor y los vapores alucinógenos que emitía al embriagarse, “pedos mágicos”, como él lo llamaba.

De entre todos los candidatos había uno que destacaba sobre todos, Yeyé, quién afirmaba ser el “serial killer” de la vieja Babel, algo imposible de averiguar por qué Yeyé no tenía huellas digitales, ni cara, de hecho, no poseía piel, sus músculos y órganos estaba a la intemperie, decía que un demonio que habitaba su espalda se la había comido y el agujero cosido (por él mismo) en su abdomen conducía al escritor de su vida.

A Bobo ninguna de esas historias le importaba, ni les prestaba atención, creía que Yeyé se le había fundido un fusible con eso que podría ser una variante de la lepra o que Toby fuera un tumor alienígena. Lo que a él le importaba era poder llevar a ese sueño romántico de un circo con sus fenómenos desplazándose por todo el país de octubre, y haría el castings final en vivo, en la función estelar de esa noche.

Los Patiño hicieron su debut montados por chimpancés vestidos de traje y sombrero de copa, causando revuelo y ternura, logrando la aprobación del respetable, en cambio, la Travestiestein tuvo una noche nefasta al realizar un estriptis en el trapecio, perdió su miembro, al parecer su chulo no se lo había cosido debidamente en la resurrección, y Toby tuvo una sobredosis de mezcalina antes de salir a escena, los nervios lo carcomían al saber de qué su padre estaría entre la audiencia, ellos carecían de una buena relación y la posibilidad de una reconciliación en vivo lo agobió, tuvo que ser internado de urgencia y ser inducido a un coma para que dejara de emanar sus gases psicodélicos.

Y así, llegó el turno de Yeyé, quién estaba ahí para darles el espectáculo de su vida, y tener una audiencia para su muerte. Fue algo que ideó desde aquella noche en que fue descarnado y no murió. Yeyé era un personaje, una ficción escrita que su única finalidad era entretener con la miseria que era su vida, pero ese agujero en su panza era la entrada para llegar a su escritor, o al menos eso le dijeron los relatos que fueron por él, y que lo usaron como vía para ese encuentro, se cosió el vientre después de que cruzaron e imaginaba que cuando lo abriera encontraría muerto a ese infeliz que lo (d)escribía.

Y ante esa audiencia estaba desconociendo su vientre. Más no cayó un cadáver, sólo había un agüero infinito en donde deberían estar sus entrañas. La gente lo miraba, aburridos y fastidiados de que nada pasara. Fue un momento eterno, Bobo tuvo que ir por él y sacarlo de escenario, fue en ese instante, entre abucheos y rechiflas que una mano se asomó desde el agujero y le mostró el dedo a ese público hambriento. Luego, pasó lo inevitable, el escritor emergió desde esa representación arquetípica de personaje llamada Yeyé, con una goma de borrar, y un bolígrafo en mano. Esta historia no lograba lo que buscaba y Yeyé no era tan interesante como personaje de circo por lo que se disponía a devolverle su piel, la que reescribió sobre su cuerpo, sin decir ni una palabra procedió. Al terminar, se retiró como si nada, se fue caminando y salió del circo a pie, y a su espalda, dejó a un hombre reescrito, ante un público cautivo, incapaz de comprender que ese había sido un acto único que condenaría a Yeyé a ser un hombre mediocre, incapaz de otra noche de circo.

Ausencia de Serotonina

Autora: Frenily Herrera García


Frenily Herrera García (Fren HG), es ilustradora independiente, creadora de escenografías. Ha participado en algunas publicaciones aportando las ilustraciones de portadas de libros y la ilustración de un libro, aún sin publicar, de algunos escritores michoacanos como: Víctor Manuel López, Alfredo Carrera y Dante Medina. Tallerista y docente en el área de artes y literatura.

Gesta para una última canción

Autor: José Gaona.


Araldor, matador de demonios, último heredero de una antigua estirpe de caballeros errantes y la espada más valerosa del reino, estaba muerto. O lo estaría en muy poco tiempo. Aquel era el devastador diagnóstico que había dado su hermano, el hechicero Raslim.

—Todos estos años le he sanado incontables veces, arrebatándoselo a la muerte no pocas de ellas, pero se acabó, Amoryl, tiene la sangre envenenada. Ni la magia más poderosa puede hacer algo en esta ocasión. Este es el precio que se paga tarde o temprano, ¿sabes? El precio de llevar una vida de héroe.

Amoryl contempló el cuerpo tendido sobre el jergón, febril, cubierto de arañazos, contusiones y cardenales. Las palabras del hechicero no eran un consuelo, después de todo se trataba de Araldor, el amor de su vida.

Amoryl lo había conocido siendo apenas una adolecente que servía en el mesón donde cierta noche el campeón pernoctó. Ya por aquel entonces las andanzas de Araldor, que aún no rebasaba ni la veintena de años, estaban ganando fama y renombre. Y ella, una jovencita huérfana, enclenque y de enmarañada cabellera bermeja, se había empecinado en seguirlo.

No por verdadero afecto hacia él (al menos no en un principio), sino porque Amoryl, como toda chiquilla, anhelaba una vida libre, con todos los caminos abiertos, y en Araldor había visto el subterfugio perfecto para conseguir ese sueño. Pero al pasar el tiempo ella no pudo evitar abrir su corazón al hombre que se había convertido en su guía, y él, por su parte, tampoco se había resistido a la atracción que le despertaba aquella joven tozuda y voluntariosa.

Así pues, el amor brotó irrefrenable entre ellos como un renuevo en primavera. Amoryl se había convertido en su inseparable aliada, amiga y consorte. No obstante, en las canciones de los trovadores su nombre apenas y se mencionaba, lo cual resultaba lógico, desde luego, pues el héroe de las gestas era Araldor. Para Amoryl estaba bien, ella no buscaba fama. Se sentía satisfecha con haber escogido aquella vida, dejándose llevar primero por sus sueños y después por su corazón.

Pero el camino que habían recorrido juntos ahora llegaba a un punto sin retorno. Araldor había perdido su última batalla con Hálito de Muerte, uno de los más terribles demonios del Inframundo.

No era una buena noticia para el reino libre de Svanda, pues desde hacía mucho tiempo la Liga de Naciones del Norte veía con codicia las ricas tierras svandianas, y era precisamente por ello que el Consejo de la Liga había acudido a los Señores del Inframundo, quienes satisfechos con los orgiásticos y sangrientos aquelarres ofrendados en su honor, habían aceptado liberar al demonio.

Por tres días y sus noches Araldor agonizó en medio de fiebres y convulsiones. Amoryl no pudo por menos que ofrecerle toda la atención posible, y, aunque el dolor y su propia agonía la atenazaban por dentro, se mostró impasible, aportando la fuerza y el temple que ambos necesitaban en aquella hora tan aciaga.

La mañana del cuarto día lo encontró en el umbral del cobertizo abandonado donde ambos se refugiaban. Parecía que parte de su antigua fuerza le había regresado, pero cuando ella se aproximó y contempló el macilento rostro de su amado, con unas repentinas canas manchando de gris la barba y el ondulante cabello oscuro, supo que aquella inesperada recuperación duraría poco.

—Ninguna historia de héroes debería terminar así —exclamó Araldor con una mirada febril y afligida perdida en el pálido resplandor del amanecer—. Mi destino está sellado, lo sé, pero no puedo irme así, no sería justo. Quisiera darles una última gesta, Amoryl, un último acto heroico para que sea cantado por los trovadores hasta el final de los tiempos.

***

Svanda había caído finalmente. En la plaza de Dareloth, sede del reino, los embajadores de la Liga estaban reunidos para aceptar la rendición del rey y atestiguar su sometimiento. Rostros sombríos observaban impotentes el acto, pues Loethegar era un hombre amado por su pueblo y ningún svandiano habría querido abandonar a su soberano en el momento más ignominioso de su reinado.

De pronto se oyó el golpeteó de unos cascos sobre el adoquinado de la plaza. La multitud se hizo a un lado entre murmullos ante el paso de un jinete. Surgieron entonces expresiones de sorpresa y gritos contenidos, pues no tardaron en reconocer la armadura que portaba el recién llegado, así como el emblema de su escudo: un dragón blanco sobre fondo azabache como el cielo de medianoche. Todos conocían la historia, aquella era la primera bestia a la que Araldor había dado muerte cuando aún era un mozuelo de doce años. ¡Araldor! ¡Araldor aún vivía!

El héroe desmontó y se plantó desafiante ante los embajadores, aunque se le veía más enjuto y frágil bajo la coraza. La visera del yelmo mantenía oculto el rostro, pero muchos ya imaginaban con angustia el aspecto demacrado y ceniciento que el guerrero debía estar escondiendo bajo la placa de metal.

Presas del desconcierto, los embajadores no perdieron tiempo y convocaron al demonio, que se había mantenido oculto entre las sombras.

Un silencio agorero cayó sobre la congregación cuando Hálito de Muerte se mostró. Se decía que Araldor había perdido en su primer encuentro porque no había sido capaz de blandir su espada contra aquella jovencita arrebatadoramente hermosa, de piel perlina y grandes ojos de ámbar bajo una sedosa melena como oro líquido. Usaba un vestido muy bello y elegante, blanco como las nieves del invierno. Lo único avieso en su apariencia eran las garras ponzoñosas que remataban los delicados dedos femeninos.

Cuando Hálito de Muerte atacó, él se limitó a rechazar y esquivar aquellas garras que se movían a la velocidad del relámpago, como si una vez más se sintiera impedido de atacar a la encantadora muchacha, la princesa del Inframundo.

El demonio acometía con una fuerza abrumadora, pero Araldor demostró tener aún la suficiente destreza para eludir y bloquear los bestiales zarpazos. No obstante, el resultado era previsible. Todos sabían que el guerrero sólo estaba alargando su agonía.

Y en efecto, sucedió que tras varios minutos un exhausto y jadeante Araldor cayó al fin de rodillas, el escudo rebotó contra los adoquines en medio de un estruendo metálico, con el otrora deslumbrante dragón casi borrado del todo bajo los profundos arañazos. Más que derrotado, Araldor parecía arrobado ante su contrincante. Hálito se aproximó y le miró, altiva y terrible en su belleza, disfrutando por segunda ocasión su triunfo, consciente de que jamás hombre alguno osaría alzar una mano en su contra.

Por ello no vio la daga que, rápida y certera, se encajó entre sus costillas. Ni tampoco previó, cuando anonadada bajó la mirada, el tajo de la espada que llegó desde un costado.

El campeón se puso en pie, levantó la cabeza cercenada del demonio y la arrojó a los pies de los embajadores, salpicándolos de una sangre negruzca y maloliente. Por un largo instante reinó de nuevo el silencio, la estupefacción marcada en todos los espectadores. Para cuando los vítores atronaron en la plaza, y la guardia de Loethegar se adelantó para someter a los desamparados embajadores de la Liga (tal era su arrogancia y estupidez que sólo se habían procurado la protección del demonio), el caballero ya había montado y dado media vuelta en dirección al puente levadizo, alejándose de la ciudad a todo galope.

***

Se detuvieron a media pendiente de una loma solitaria azotada por el viento.

—Hasta aquí está bien —dijo el caballo entre resoplidos—. Necesito recuperar el aliento.

Amoryl se desprendió el yelmo y dejó que la suave caricia del viento le refrescara el rostro. Su larga cabellera escarlata cayó liberada del nudo y se agitó como un fuego vivo.

—Eso me pasa por usar un hechicero en lugar de una montura verdadera —desmontó y subió a la cresta, donde un único aliso se elevaba viejo y robusto.

A la sombra de las ramas frondosas había un montículo de tierra recién removida. Allí se detuvo la mujer. El semblante sereno, pero un profundo dolor en la mirada. Un momento después clavó la espada a los pies del montículo y depositó el yelmo sobre la empuñadura. Raslim, habiendo recobrado su forma humana, se acercó

—¿Qué harás ahora, Amoryl? Espero no pienses de verdad dedicarte a esto y reemplazar a Araldor. Tú, mejor que nadie, sabes que la vida de un héroe puede ser azarosa y, en ocasiones, muy breve.

—Sólo le dimos a los trovadores la gesta que necesitaban para una canción más —dijo ella con una voz que apenas se elevaba por encima del murmullo—, la última canción de nuestro amado héroe —abandonó por fin su contemplación y se encaminó colina abajo.

—¿Adónde irás entonces?

—De momento a buscar un río, necesito lavarme. Y que ni se te ocurra seguirme, hechicero.

Raslim sonrió y la vio alejarse, resignado a que ella siguiera su propio camino, como había hecho siempre.