LA PALABRA DE LOS ABUELOS: «Jun, el que regresa al cielo»

Roberto Carlos Garnica


La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias. Aquí, en La palabra de los abuelos, recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria.
En esta ocasión, te presento un mito que me compartió Alfonso Hernández San Juan de la comunidad de San Lorenzo, Tajín.

Jun, el que regresa al cielo

Jun (Colibrí) anda entre las flexibles ramas de un puan. Coge y come sus frutillas dulces y rojas. Un colibrí se acerca, roza las hojas de variados tonos verdes y chupa alegre el néctar de las florecitas blancas. Sin esperarlo, Jun (el niño) y jun (el pajarillo) se encuentran frente a frente. El niño se lleva un puan a la boca y se extasía con el batir tornasol de las alas del chuparrosa, el pajarillo sumerge su lengua en la miel y sus ojos sonríen, no tiene miedo.
Kiwíkgolo, el dueño del monte, se acerca al pie del árbol y su corazón se hinche de emoción al verlos juntos. “Ya era tiempo de que mis nietos se miraran” le comenta a Pa’un (el Viento).
Jun (el pajarillo) traza una cruz en el aire y luego se lanza veloz hacia lo alto, hasta perderse en el blanquiazul techo del mundo. Jun (el niño) lo mira alejarse y lo despide con un leve vaivén de la mano.

—¿Viste, abuelito?, nuestros ojos se hablaron, ahora somos espejos.

—Sí, mi niño.

—Tenemos el mismo nombre…

—Sí, Jun (colibrí), tus padres lo eligieron para orientar tu staku (estrella).

—Ya no lo veo, ¿a dónde fue?

—Fue a dar una vuelta al cielo.

—¿Hasta el cielo?

—Sí, es el único que puede hacerlo. ¿Quieres saber cómo obtuvo ese don (staku)?

Al niño le brillaron los ojos pues supo que sus tres corazones serían alimentados con bellas palabras.

—¡Sí, abuelito!

—Te lo contaré mientras juntas puanes para tu abuelita y para mí.
Y fue así como, mientras Jun (el niño) se fundía en la imaginación con jun (el pajarillo), Kiwíkgolo narró esta historia:


«El mundo ha acabado muchas veces y de diferentes formas. Una vez se acabó con un diluvio. La tierra entera se cubrió de agua. El tiempo pasaba y no había lugar seco en ninguna parte. Los dioses se dirigieron a Chuun (Zopilote), que es un pájaro muy grande, y le pidieron:

—Baja a la tierra. Ve si ya hay lugar seco, ve si ya se puede pisar, ve si ya se puede vivir.

Chuun extendió sus alas negras y se dispuso a planear y recorrer el mundo.

—Pero no comas nada de lo que hay abajo, porque si lo haces ya no podrás regresar —le advirtieron con severidad.

Chuun descubrió que el nivel del agua había bajado y que algunos lugares ya estaban secos. El pájaro encontró gran cantidad de cadáveres, se trataba de alimento prohibido, pero tenía mucha hambre. Entonces desobedeció el mandato y se alimentó con carne muerta. Es por eso por lo que Chuun ya no regresó al cielo.


Después de algún tiempo sin recibir noticia, los dioses decidieron enviar a otras aves de grandes alas y a todas señalaron:

—Baja a la tierra. Ve si ya hay lugar seco, ve si ya se puede pisar, ve si ya se puede vivir. Pero no comas nada de lo que hay abajo, porque si lo haces ya no podrás regresar.

Después de tanto volar todas las aves sintieron hambre y comieron carne muerta. Ninguna regresó al cielo.

Los dioses se preguntaron:

—¿Qué podemos hacer?

—Enviemos a Jun —dijeron unos.

—Él no podrá, es muy pequeño —dijeron otros.

—¿Entonces que hacemos?

—Yo iré —dijo el pequeño Jun.

—Está bien, pero no comas nada de lo que hay abajo, porque si lo haces ya no podrás regresar.

Jun (colibrí) bajó a la tierra y vio que el agua ya se había acomodado y había dejado espacio para las flores, para los árboles y para los animales que caminan. Tenía mucha hambre, pero resistió. Obedeció a los dioses: no comió el alimento prohibido y regresó al cielo:

—Abajo, en la tierra, ya hay lugar seco, ya se puede pisar, ya se puede sembrar, ya se puede vivir —anunció».


—Y es por eso, mi niño, que a Jun se le entregaron tres dones: alimentarse del divino néctar (no come nada, sólo la miel de las flores), ser muy veloz a pesar de su pequeño tamaño y volar alto, muy alto, hasta alcanzar el cielo.

—Abuelito, yo quisiera ser como Jun.

—Mi niño, tú eres Jun.

—Quisiera volar.

—Poco a poco comprenderás el sentido de tu nombre y de tu estrella (staku).
Jun se quedó pensativo unos segundos. Entonces brillaron sus ojos porque una imagen se le presentó como la promesa de una nueva historia.

—Abuelito, he visto que los zopilotes no tienen plumas en la cabeza ni alrededor del cuello, como si estuvieran chamuscados.

—Jun, mi inquieto pajarillo, eres muy observador y todo tiene su razón de ser, también Chuun (Zopilote) cumple su encomienda, pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Agradecimientos:
A Alfonso Hernández San Juan de la comunidad de San Lorenzo, Tajín por compartirnos la historia de Jun, el que vuela al cielo.
Al maestro José López Tirzo, por asesorarnos con la escritura de los vocablos totonacos.

Crédito de la imagen:
«Pequeño Jun» por Rufina Pérez Jiménez