La filosofía interminable de Ende: la esperanza como superación del nihilismo


Roberto Carlos Garnica Castro


Silfos nocturnos, fuegos fatuos y comerrocas, una tortuga gigante, un monstruo proteico y un dragón de la suerte, oráculos y esfinges, hombres lobo, brujas y vampiros, tres niños (una emperatriz, un héroe y un lector apasionado), y muchas otras criaturas fantásticas, hacen de La historia interminable un impulso para soñar y viajar. 
Es también un texto que estimula el pensamiento. ¿Me acompañas a desentrañar sus tesoros filosóficos?

La esperanza como superación del nihilismo

En La Vetusta Morla (tercer capítulo de La historia interminable) Atreyu se interna en la Gran Búsqueda y recorre fantásticas regiones en las que habitan mágicos árboles que cantan al crecer, personas que capturan la luz de las estrellas, seres con cuerpo de fuego, hombres “que nacen viejos y mueren cuando son bebés” (Ende, 2022, p. 62). En el bosque de Haule se enfrenta por primera vez a la Nada y en el Pantano de la Tristeza pierde a su fiel amigo Ártax. Finalmente, se encuentra con la Vetusta Morla, quien ha vivido tanto que sólo percibe sinsentido y desesperanza.

Además de la historia, que es fascinante, el Capítulo III aborda varios tópicos filosóficos: la relevancia y el poder de los nombres, la existencia al margen del tiempo, la tristeza y la desesperanza, el carácter de la Nada, la relatividad, el sentido de la vida, etc. En esta cuarta entrega de La filosofía interminable de Ende, nos sumergiremos en dicho apartado para reflexionar en torno al sinsentido de la existencia humana.

Recurriendo a potentes imágenes y símbolos, Michael Ende retoma el tema de la Nada. Reconoce que hablar de ella es un contrasentido pues, como asentó Parménides, “a la nada no le es posible ser” (Parménides, 2008, p. 309). Así pues, aunque entiende que es extraño “decir que la nada aumenta” (Ende, 2022, p. 63), de alguna manera ésta crece con la aniquilación. La describe como algo que en realidad no se ve, “no era un lugar pelado, una zona oscura, ni tampoco una clara; era algo insoportable para los ojos y que producía la sensación de haberse quedado uno ciego” (Ende, 2022, p. 64).

A pesar de su irrealidad, el contacto con la Nada tiene efectos: “no se siente nada. Sólo te falta algo y cada día te falta algo más” (Ende, 2022, p. 63), hasta que dejas de existir. Además, posee un poder de atracción irresistible.

No se trata sólo de un problema ontológico sino de una preocupación antropológica. La intuición de la Nada puede inclinarnos a la tristeza, la desesperación e incluso el suicidio. Una de las partes más desgarradoras de la historia es cuando Ártax, el caballo parlante de Atreyu y su fiel compañero, muere en el Pantano de la tristeza: empieza por hundirse un poco, considera que deben volver, que no tiene sentido perseguir “algo que sólo has soñado” (Ende, 2022, p. 67); conforme avanza se siente enfermo, “la tristeza de mi corazón aumenta. Ya no tengo esperanzas, señor. Y me siento cansado, tan cansado… Creo que no puedo más” (Ende, 2022, p. 67), hasta que, sin resistencia, abraza la muerte. Lo más terrible es que Atreyu no puede hacer nada para salvar a su amigo.

En el diálogo con la Vetusta Morla, una tortuga que ha vivido eones, se profundiza la cuestión. La anciana explica que su larga experiencia le permite comprender que “nada tiene importancia… Todo da lo mismo, exactamente lo mismo” (Ende, 2022, p. 70). En sintonía con el Eclesiastés que declara: “¡Esto no tiene sentido, nada a qué aferrarse!… Una generación se va y viene la otra… El sol sale, el sol se pone… lo que pasará es lo que ya pasó, y todo lo que se hará ha sido ya hecho” (Ecles. 1, 2-9); la tortuga explica: “todo se repite eternamente: el día y la noche, el verano y el invierno…, el mundo está vacío y no tiene sentido. Todo se mueve en círculos. Lo que aparece debe desaparecer, y lo que nace debe morir” (Ende,2022, p. 70-71).

Esta postura no es solo nihilista sino también relativista, escéptica y pesimista: “Todo pasa: el bien y el mal, la estupidez y la sabiduría, la belleza y la fealdad. Todo está vacío. Nada es verdad. Nada es importante” (Ende, 2022, p. 71), “si fueras tan viejo como nosotras sabrías que no hay más que tristeza” (Ende, 2022, p. 71).

De manera radical se sugiere, haciendo un guiño al existencialismo, que la Nada nos rodea. Sin embargo, “Atreyu recurrió a toda su fuerza de voluntad para contrarrestar el entumecimiento que le producía la mirada de la Vetusta Morla” (Ende, 2022, p. 71). Entonces se sobrepone y grita: “no es verdad que todo te dé lo mismo ¡Ni siquiera tú crees lo que dices!” (Ende, 2022, p. 71)

En esta entrega no abordamos todas las cuestiones filosóficas que se tocan en el Capítulo III de La historia interminable. Ya habrá ocasión para hablar de ellas. Pero hemos mostrado un interesante acercamiento al problema ontológico y antropológico de la Nada que propone superar la depresión y la inmovilidad con la fantasía y la esperanza.

Referencias.

Ende, Michael (2022). La historia interminable. Alfaguara.

Eclesiastés (2002), en La Biblia (2002). Editorial Verbo Divino.

Parménides (2008). Fragmentos, en Eggers Lan, Conrado (2008). Los filósofos presocráticos. Gredos.

Crédito ilustración de la entrada: «Duelo en el valle» por Yami Hernández @yamiherdez

Los fugitivos


Ronnie Camacho Barrón


El día en que los humanos perdimos la fe, fue el mismo en que los ángeles descendieron a la tierra, al principio el mundo se maravilló ante ellos y aunque su apariencia no encajaba en el canon de las descripciones conocidas, no cabía la menor duda de quienes eran.

Pues poseían cuatro pares de gigantescas alas blancas, sus ojos resplandecían más que el propio sol, las facciones de sus finos rostros les daban un aspecto andrógino y emitían una intensa aura celestial que hacía que cada persona en un radio de diez metros a la redonda terminase rendida a sus pies.

Como era obvio, los creyentes del mundo les recibieron con los brazos abiertos, estaban ansiosos por escuchar el mensaje que seguramente Dios les había encomendado darnos.

Fue muy tarde cuando descubrimos que aquellos seres alados no eran mensajeros de buenas nuevas, sino, vengativos ejecutores.

En cuestión de días y haciendo uso del poder de sumisión que tenían sobre nosotros, comenzaron a asesinar a cada humano que se pusiera en su camino, hasta el punto, de que grandes metrópolis como la Ciudad de México, Paris y Nueva York fueron purgadas en tan solo una tarde.

Sin más alternativa, la guerra en contra de los celestiales comenzó y no fue hasta hoy, a un año de haber iniciado el conflicto que por fin hemos encontrado la respuesta a su venida.

Con mucho esfuerzo logramos derribar a uno ellos y tras cercenarle las alas, no solo inhibimos sus poderes, también logramos interrogarle y lo que dijo, nos heló la sangre.

Dios no los había enviado, fueron ellos quienes por decisión propia habían descendido a la tierra para esconderse de él, pues siguiendo los pasos de Lucifer en los comienzos de la creación, ellos también intentaron rebelarse y de igual forma, fracasaron.

Fue por eso que antes de recibir su castigo, huyeron a nuestro mundo, pues solo aquí su ira jamás los alcanzaría y al ser ellos mismos sus propios ejecutores, nadie jamás los detendría de apropiarse del planeta.

No tenemos idea de cual será nuestro siguiente movimiento, la munición que tenemos es escasa y el último reporte que obtuvimos de nuestros vigías antes de perder la comunicación con ellos, es que una brigada entera de ángeles viene para acá.

Jamás pensé que el apocalipsis sería de esta manera, ni que aquellos seres hermosos en los que mamá me enseñó a creer, se convertirían en monstruosos bastardos que se cobrarían la vida de la mitad de nuestra civilización.

Ya los veo acercarse a la distancia y aunque yo deseo correr, mi cuerpo no responde, sé que ya no sirve de nada rezar, pero señor, te lo suplico, cualquier cosa que me vayan a hacer que la hagan rápido.

La palabra de los abuelos: «Xtan, el que trajo el fuego»

Roberto Carlos Garnica


La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias.
Aquí, en La palabra de los abuelos, recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria.
En esta ocasión, te presento un mito cosmogónico que me compartió el maestro Romualdo García de Luna.

Xtan, el que trajo el fuego

Es la quinta noche de enero, el viento rasga las manos y los rostros descubiertos. No hay luna ni estrellas. La llama de tonos rojos y azules es la única fuente de luz y calor en el cerro.

La señora y el señor del monte (Kiwichat y Kiwíkgolo), Sen y Jun (Lluvia y Colibrí) conversan frente al fogón.

—Abuelitos, ¿por qué hace tanto frío? —pregunta Jun y tiembla.

—¡Imagínate si no existiera la lumbre, hermanito! —comenta Sen y lo abraza.

—Pues hubo un tiempo en el que no había fuego —asevera la gran abuela.

Los niños se miran sorprendidos.

—¿Quieren saber de qué manera Xtan (Tlacuache) trajo el fuego sagrado al mundo? —inquiere Kiwíkgolo.

A los niños les brillaron los ojos pues supieron que sus seis corazones serían alimentados con bellas palabras.

—¡Sí, abuelito! —exclaman al unísono.

—Abran su corazón y atiendan.

Y fue así como, mientras bebían una olorosa taza de café, Kiwíkgolo narró esta historia:

«Se cumplió la profecía. En tiempos de la Penumbra nacieron los gemelos sagrados, Chichiní y Papa’, el niño Sol y la niña Luna. Las veinticuatro abuelas cósmicas fueron las parteras y ahora los cuidaban. Aún no había día ni noche, la temperatura era diferente, hacía mucho frío, helaba. Nadie podía calentar al niño Sol y a la niña Luna. Todos se inquietaban. Los recién nacidos no paraban de llorar. Nadie sabía cómo contentarlos. Los animales, las abuelas y las demás deidades sufrían por eso.

Xtan (Tlacuache), muy preocupado, le dijo a su compadre Monkgxnú (Tecolote):

—¿Cómo le hacemos? Tú que tienes mucho conocimiento, ayúdanos a que el Niño y la Niña estén tranquilos y contentos.

—Debemos traer fuego —sentenció Monkgxnú.

—¿Qué? —preguntó extrañado Xtan, pues en aquel tiempo no se conocía el fuego.

—Debemos ir al inframundo.

—Pero no conocemos el Kgalhinín (Camino al inframundo). Busquemos a otro compañero que nos ayude. Pero ¿quién podrá?

—Hay que pedirle ayuda a Sáka (Tuza), ella puede hacer túneles, ella recorre las profundidades de la tierra —sugirió Monkgxnú.

Así pues, fueron con Sáka, le plantearon la idea y juntos emprendieron el viaje.

Se dirigieron al centro de la tierra. No tardaron en llegar pues Sáka conocía bien ese lugar.

En la boca del inframundo había un guardián infranqueable.

—¿Cómo podremos entrar? —preguntó Xtan (Tlacuache).

—Es complicado, no podremos distraer al que cuida la puerta —comentó Sáka (Tuza).

—No se preocupen, yo lo haré. Cuando lo distraiga ustedes pasarán y luego yo los seguiré —propuso Monkgxnú (Tecolote) y empezó a cantar.

El guardián nunca había escuchado un canto tan doloroso y profundo, sintió curiosidad y empezó a buscar al autor de aquel lamento.

Cuando el vigilante descuidó la entrada Xtan y Sáka ingresaron.

El guardia siguió la fuente del sonido, pero sólo encontró una flor amarilla, era Kalhpuxun (Cempasúchil); admirado la tocó y Kalhpuxun se multiplicó. Monkgxnú aprovechó ese momento y, como pudo, alcanzó a sus dos compañeros.

El fuego sagrado estaba custodiado por una abuela de cabellera larga, era un fuego diferente al del plano terrenal que conocemos hoy, era violeta, descansaba en una vasija rota y no tenía leña ni nada porque no necesita de otro elemento para existir.

—¡Ahí está el fuego! ¿Cómo lo vamos a llevar? —exclamó Sáka.

—Tú puedes llevarlo en el hombro —sugirió Monkgxnú.

—Pero ¿cómo vamos a distraer a la abuela? —preguntó Xtan.

—Yo la distraigo —propuso Monkgxnú.

Y fue así como Tecolote empezó a entonar nuevamente su canto doloroso, su canto triste, su canto sobrenatural. La abuela nunca había escuchado esa melodía, buscó de dónde venía y también se encontró con Kalhpuxun. La tocó y empezaron a brotar muchas flores amarillas, rojas y naranjas, nacían una tras otra y tapizaron el inframundo.

Los compadres aprovecharon la distracción de la abuela para tomar el fuego.

—Échenlo en mi hombro —pidió Tuza.

Pero el fuego no se podía sostener.

Entonces Tlacuache metió su larga cola de dos metros y, de alguna manera, el fuego se fusionó con él.

Cuando la abuela se dio cuenta los tres compadres iniciaron la huida, el camino tapizado de Cempasúchil fue su guía para salir del inframundo, muchos animales los perseguían y querían devorarlos.

—¡Súbanse a mis hombros! —gritó Monkgxnú mientras desplegaba sus alas.

Y fue así como lograron regresar al plano terrenal con un gran regalo: el fuego.

En el nacimiento, Sol y Luna seguían llorando, pero cuando sintieron la energía del fuego cesó el frío y el llanto.

Sáka (Tuza) se convirtió en la guardiana de la superficie terrestre, Monkgxnú (Tecolote) adquirió más sabiduría y Xtan (Tlacuache) fue bendecido con siete dones.»

—Y fue así, mis niños, como el Tlacuache, con la ayuda de sus amigos, trajo el fuego del inframundo para calentar a los gemelos sagrados y, desde entonces, también calienta e ilumina a los hombres —concluyó Kiwíkgolo.

—¡Qué bonita historia, abuelito! ¿Y cuáles son los siete dones que entregaron a Xtan? —preguntó Sen.

—Abuelito, dijiste que Xtan tenía una cola de dos metros, ¿era un gigante? —inquirió Jun.

—Nietecitos míos, en el principio los animales hablaban y eran muy diferentes a cómo son ahora, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión —sentenció Kiwichat.

Agradecimientos:

Al maestro Romualdo García de Luna, por compartirnos la historia del Tlacuache.

Al maestro José López Tirzo, por asesorarnos con la escritura de los vocablos totonacos.

Crédito de la imagen:

Lluvia Garnica. «Xtan, Monkgxnú y Sáka en el Inframundo»