Por Pedro Sacristán
Artista Plástico
Las imágenes que se muestran en esta entrada no son aptas para personas sensibles ni menores de 18 años.
El oficio del pintor consiste en transformar el lienzo plano en profundidad, la mancha en luz y el color en carnación, volumen y penumbra. Aquél que lleva esta labor un poco más lejos es quién, además de artífice, ejerce la alquimia al confeccionar sus propias pinturas con toda suerte de pigmentos, aglutinantes y moleta para pulverizar colores pacientemente.
Para quien ha hallado la dicha en la soledad de su oficio y ha domado la locura hasta capturarla en un cuadro, le es dado realizar pinturas que van más allá de lo que ofrecen aquellas obras inofensivas, amables a la vista y que se limitan únicamente a decorar espacios. La pintura, casi convertida en espejismo, en herida abierta y poema, así es como irrumpe el Tecuán en la mirada, con el ímpetu contrario a la atmósfera de calma decadente que caracteriza a las pinturas del género de las Vanitas.
Teyollocualóyan propiamente significa: el lugar donde devoran los corazones, esta obra pintada al temple y óleo conduce al espectador hacia un espacio atemporal, una especie de limbo donde la vida termina, las opciones se acaban y el último aliento solo basta para ser devorado.
Tecuani es el jaguar, el que come gente, imagen de la muerte que se presenta al final del tiempo, poderoso y terrible como el Saturno de Goya suspendido en la negrura con el cuerpo roto de uno de sus hijos. La transfiguración entre el jaguar y la muerte ocurre bajo una iluminación tenebrista donde se distingue un cuerpo esquelético a través de las transparencias de la piel, la máscara del Tecuán desciende para dejar al descubierto la mirada penetrante del devorador de corazones que se yergue en la oscuridad mostrando garras y dientes en actitud amenazante, es imposible distinguir si se trata de un animal, una persona o una especie de nahual maligno posado sobre una pila de corazones partidos, una red de rojas pinceladas sugieren la sinapsis que conecta cerebro, corazón y estómago, solamente interrumpida por las zarpas del Tecuán cuya triple mirada persigue al observador.
«Teyollocualóyan (El Encuentro)» ilustra la portada del número más reciente de Fanzine Delfos, fue realizado en 2023 aproximadamente en mes y medio, sin bocetos ni trazo preliminar, revelándose a su autor a medida que lo iba pintando. Ésta imagen del momento final surge de los pinceles de Enrique García Bruno quien toma la máscara de la danza de los Tecuanes de Puebla como fuente de inspiración y durante largas sesiones nocturnas, en compañía de los diablos que habitan su taller, mezcló temple semigraso, brujerías y fondos de aceite negro cocido con litargirio en varias capas para obtener una profunda atmósfera de pintura abierta, sombras en transparencia e impasto con blanco de plomo en las zonas más iluminadas.
Elementos esenciales de su proceso son la disciplina, la vocación, la pasión y en definitiva la obsesión. La muerte está presente de manera constante en su obra junto al erotismo que, como pulsión de vida, ejerce un contrapeso ante el miedo y la desesperación. Teyollocualóyan oscila entre varios estilos que van desde el realismo imaginario, el arte visionario, dark art e incluso dark visionary; esta obra induce al espectador a un estado de vigilia como probablemente lo hizo aquel retrato terrible que Óscar Wilde pintó con la palabra.
Enrique García Bruno es un artista versátil que ha incursionado en la aerografía, el tatuaje, la talla de ámbar y ónix, escultura e incluso taxidermia. Se presenta a sí mismo inmerso en un mundo de oscuridad, asumiendo el dolor de la muerte con la misma disposición que el placer, ejemplo de ello es su impactante autorretrato con el cráneo empalado en el tzompantli, en avanzado estado de descomposición y a medio comer por los gusanos, acompañado de una máscara cráneo de un sacrificado con cuchillos de obsidiana en nariz y boca; también se ha retratado en dibujos a tinta donde con cruel ironía se muestra con el rostro atravesado por dagas o cuervos sacándole los ojos que, de alguna manera recuerdan a los geniales autorretratos de Julio Ruelas quien solía representar su propia muerte como si se tratase de una broma del destino.
En la pintura de Enrique García Bruno se distingue una pasión por los temas mexicanos, los mitos prehispánicos, el día de muertos, el paisaje y el bodegón como un pequeño descanso cotidiano del dolor de la vida. El humor y la crítica a la sociedad también son algunos de los elementos que componen el cuerpo de sus obras, así como el desafío constante de hallar la belleza en lo grotesco y el placer en el dolor, ejemplos de esto son las pinturas «Cara de Niño (Holy Child)» e «Imagine» que fueron exhibidas junto con «Los Borrachos» en el evento de presentación del cuarto número de Fanzine Delfos en el Foro Cultural Goya el 30 de agosto, en una pequeña pero nutrida exposición en compañía de las pinturas de Gabriel García Morales y Mario Sánchez Martínez.
«Teyollocualóyan (El Encuentro)» formó parte de la exposición Felinos de México en la Sala de Exposiciones Alas de Libertad de la FES Cuautitlán durante el mes de agosto.
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