La aventura de descubrir el cómic. Entrevista a Mario González Nájera


Mario Alberto González Nájera es docente, investigador, editor, guionista, consultor, expositor, curador. fotógrafo y periodista especializado en temas de narrativa gráfica, ha impartido el Taller de Análisis y Producción de Cómics y Narrativa Gráfica desde el año 2016 en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. 
Creador del sistema de información en redes sociales especializado en narrativa gráfica mexicana: Multiversos-NGM. Editor de las antologías de narrativa gráfica 12M, Primera Caída, Segunda Caída, Tercera Caída y la novela gráfica Ladrones de Flores, para ARCOM Producciones.
Coautor del libro Análisis de los Lenguajes Audiovisuales en la Era Digital (2018), editado por la UNAM. 
Organizador del Encuentro Multiversos-NGM, realizado en el Museo de la Ciudad de México en junio de 2022 y en el Centro Cultural El Rule en 2023, así como del Festival de Narrativa Gráfica Mexicana, efectuado en diferentes recintos culturales en la Ciudad de México en 2022. 
Curador de las exposiciones colectivas "Los Modernos Tlacuilos: Multiversos de Narradores Gráficos Mexicanos" y "En Búsqueda de la Identidad de la Narrativa Gráfica Mexicana", así como de su exposición fotográfica "Narrativas Gráficas y Musicales". 

La primera pregunta, es por una broma que usted nos hizo en clase de Análisis y Producción de Narrativa Gráfica que imparte aquí en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Dijo usted que era como “el Indiana Jones del cómic”, ¿podría hablar más de ello? ¿Como antologador, cuál es la meta o la visión de su trabajo?

«Bueno, fue una frase un poco de broma, pero haciendo alusión a mí trabajo que es como de aventura y hacer rescate arqueológico prácticamente, de la narrativa gráfica mexicana en este caso. Y es para centrarse en la investigación desde nuestros orígenes prehispánicos en nuestra narrativa gráfica hasta la actualidad, pasando por diferentes formatos, editoriales, personajes. Es estar buscando constantemente en diferentes lugares.»

Entonces, ¿su visión es como rescatista, un poco?

Sí, es conocer. Conocer para entender y para promover la lectura de la narrativa gráfica, principalmente en los cómics que es lo que nos atañe. Desde los formatos impresos en papel hasta los web cómics contemporáneos, pero también sin dejar de darle su importancia a nuestros orígenes, como te había dicho, prehispánicos, que los podemos ver en códices, en murales, en vasijas, en diferentes plataformas. Y que de alguna forma, pues es parte de nuestra herencia cultural que también es el interés en conocerla, entenderla y promoverla.

Portada de la Antología de Narrativa Gráfica Mexicana Primera Caída, con ilustración de José Quintero
Portada de la Antología de Narrativa Gráfica Mexicana Primera Caída, con ilustración de José Quintero.

¿Cree que exista ya en México un estilo característico del cómic, que se pueda distinguir por ejemplo del cómic oriental o del cómic norteamericano?

Veo que hay vertientes que van a la par, que nosotros como pueblo mexicano siempre hemos sido característicos de incorporar elementos de otras culturas. Somos un pueblo mestizo en su origen y seguimos con esa tradición. Algunos dirían hasta malinchismo, de que se le da más importancia a lo que viene del extranjero. Pero pues es parte de nuestra tradición.

Yo lo veo como eso: cómo de alguna manera ha influido el estilo de la narrativa gráfica estadounidense en un momento dado y actualmente el japonés que tiene mucha fuerza. Y vemos que eso se ve en la producción de autores mexicanos, que muchos siguen por esa línea, del estilo del manga japonés o el manhwa coreano.

Pero también vemos que hay otra parte que está buscando esa identidad propia, ya no tanto como una identidad mexicana, sino más bien una identidad como autor, de que lo distingan de otros autores. Yo creo que estamos ahorita, como narrativa gráfica mexicana, en un contexto de esa producción autoral, más que de hacer en serie ciertos personajes. Estamos más en la etapa de la autopublicación o la publicación de editoriales independientes que le dan salida a la obra del autor por encima de un personaje en particular.

Es decir, ¿no formamos todavía una corriente?

Yo creo que seguimos en esa búsqueda.

Respecto a esta visión del cómic mexicano, ¿cree que podría volver a surgir una industria?

Siempre es difícil saber el futuro o verlo. Parece que el futuro iría más por la publicación en línea, en plataformas digitales y la publicación impresa más para coleccionistas, para la gente que le gusta más lo vintage, por así decirlo. Pero que se puede llamar como industria, sería como alguna vez dijo Luis Gantús en una entrevista que la narrativa gráfica sería parte de la industria editorial. Pero una industria por sí sola, no creo que vuelva a serlo, como en algún momento del siglo XX lo llegó a ser.

Desde nuestra perspectiva editorial de Colectivo Delfos, notamos que hay un campo de la fantasía y ciencia ficción mexicana que por un lado se desarrolla en la escritura con diversos autores, y por otro lado también con la narrativa gráfica o el cómic, pero creo que es de manera paralela, con pocas intersecciones, ¿a qué cree que se deba esto? ¿O está de acuerdo con este planteamiento que tenemos?

Me parece un planteamiento algo complejo, a lo mejor no lo entendí, ¿podrías repetirlo?

Sí, por ejemplo, hay autores como Alberto Chimal, Raquel Castro, José Luis Zárate, Bernardo Fernández que se les reconoce por su escritura en prosa y en esa esfera se mueven. Y yo noto, o notamos, que la fantasía y ciencia ficción también se está desarrollando por el lado de la narrativa gráfica, pero muy pocas veces hay interrelación. Creo que de Chimal hay un guion para Batman reciente, y el caso de Bef que se mueve en ambas esferas. Pero de ahí en fuera, no notamos que haya más comunicación.

No es muy común, normalmente los autores en prosa ya se sienten cómodos. Hay pocos ejemplos de gente que ha escrito guiones, novelas o cuentos en prosa que quieran dar el salto a la narrativa gráfica. Se me ocurre ahorita Luis Villoro que hizo un trabajo con Bef; Haghenbeck hizo trabajos de guionista para cómic y guion para televisión, para cine, por citar algunos.

Pero como que cada quién se queda en el nicho en el que se siente más cómodo o identificado. Al fin de cuentas es un trabajo artístico, yo creo que depende de cada artista cuando quiere experimentar en otro medio.

Pero no lo veo como algo negativo o positivo, simplemente ocurre, no hay tanto esa transición. Y no solamente en México, creo que a nivel mundial, vemos a Allan Moore, sí tiene, pero es más conocido por su obra en narrativa gráfica que su obra en prosa y tiene trabajo a la par. Neil Gaiman es un caso similar, como Jodorowsky.

Entonces no es algo exclusivo de México, pero yo creo que también hace falta alguien que los motive, podría ser un nicho de oportunidad.

Cartel del Encuentro Multiversos-NGM 2022, ilustración realizada por “Racrufi”, Raúl Cruz Figueroa.
Cartel del Encuentro Multiversos-NGM 2022, ilustración realizada por “Racrufi”, Raúl Cruz Figueroa.

¿Qué opina de los eventos de encuentros de narrativas gráficas con otros autores? ¿Cuál sería su visión de esto?

Pues es importante para que siga la promoción de la narrativa gráfica. Yo creo que cualquier esfuerzo que se haga con eventos virtuales o eventos presenciales, dan un foro para que los autores puedan mostrar su obra sin necesidad de intermediarios. Y que mejor que estos eventos sean gratuitos, para que la gente no tenga que desembolsar en la entrada de un recinto, lo que podría desembolsar mejor en la compra de obra que va a apoyar a que los autores sigan produciendo. Y además que tengan esa forma de interactuar, para que también alguien como tú les diga, oye, me gusta tu obra o siento que podría ir por acá.
Que pueda haber esa retroalimentación que también es necesaria.

Por nuestra parte sería todo, no sé si guste agregar algo respecto al taller específicamente, pues creo que salen proyectos de aquí, ¿un trailer próximo de lo que pueda venir?

Pues el taller está enfocado en la promoción de narrativa gráfica, en conocerla, en difundir, producirla y en que la gente se anime a hacerla. Es una muy buena manera de entenderla, el producirla. Porque van viendo todos los pasos que hay que seguir, te vas conociendo a ti mismo. Cuáles son tus limitaciones, cuáles son tus fortalezas, cuáles son tus áreas de oportunidad y con base en eso, puedes ir formándote un mejor conocimiento acerca de la narrativa gráfica y tú como persona.

De nuestra parte sería todo, muchas gracias profesor.

Gracias a ti.

Un metro de sangre

Autor: Miguel Ángel Almanza Hernández.


Te voy a contar una historia que nadie me cree. Y si te la cuento es porque el metro a estas horas ya está muy solo, creo que éste es el último tren. Nada más te pido, por favor, no me interrumpas:

Esa noche era como hoy pero no tan solo, en el andén habíamos dos: yo, y un tipo barbudo. En las pantallas, intercalados con las noticias y comerciales, pasaban un video musical pop de lo más genérico. Adolescentes plásticos y bonitos, bailando una hueca monodia: “Todo está bien”.

Y apesta, si la música oliera a mierda, ése es su sonido. Y nadie nota que el puto video es un himno al control mental. Otro día más de pandemia y encierro.

Tres chicas escandalosas con sus risas y juegos entraron al andén, cantando el sonsonete de la canción estúpida e inventando sus propias letras. Si acaso la más grande tendría veintitrés años. Sus risas llamaban la atención —son atractivas y lo saben—, se pavoneaban y mostraban desafiantes su cuerpo. La tez morena y el falso color rubio, contrastaban con la mezclilla rota y las faldas cortas. Jugaban con sus smartphones y tomaban fotos, dos que tres selfies cantando.

El metro apareció por fin. El viento que acompaña su llegada llenó todo con su ruido y mis oídos lo agradecieron, porque las dejé de escuchar. Nos subimos. El tren era de esos que parecen la tripa de un gusano, desde adentro se puede ver el principio y el fondo.

Las chicas se subieron al mismo vagón y siguieron fastidiando con su tonada pop y lujuria juvenil. Nosotros, los grises y semi dormidos en fines de quincena, aguantamos saber que la vida no siempre es así. Ni las miramos. Y menos les avisamos de la mierda que les espera, ahí, a la vuelta de la esquina.

En el vagón había un borracho dormido sobre varios asientos. Una pareja de ancianos le miraban con desprecio. Las muchachas seguían haciendo ruido, como si no fueran casi las doce de la noche y su puta juventud no se les vaya acabar nunca. En el vagón de adelante, el barbudo también se subió, jugando sus videojuegos con el celular.

Mi cubrebocas me hacía sudar la cara, me daba comezón y me lo quité. Los pinches viejitos no me dijeron nada, pero me picaron con los ojos como si fueran cuchillos. Pasando Chabacano, por ir en la pendeja, no me fijé en las estaciones y ya no sabía en cuál iba. Según yo, seguía Zócalo.

Después de un rato, noté que llevábamos mucho tiempo en el túnel, más de cinco minutos. Pero los demás no parecían notarlo: los ancianos, el borracho y las tres muchachas seguían en lo suyo. En eso, el pinche metro se detuvo. El ruido disminuyó tan de golpe que nos sorprendió el silencio.

Las luces del vagón de enfrente se apagaron de chingadazo y se escuchó un gran estruendo metálico. Pensé que nos habían chocado. Una de las chicas gritó. La sangre escurría desde el lugar en que estaba sentado el barbudo, sus piernas se asomaban retorcidas por debajo de los fierros.

Los vagones traseros del metro se escuchaban rechinar y crujir a lo lejos, las luces parpadeaban y se apagaban. Era como si una sombra se fuera comiendo el fondo del tren, un animal que no alcanzábamos a ver.

Los ancianos estaban aterrorizados, la señora levantó el indice para señalar algo que se movía fuera de la ventana. Al principio no vi nada, nos quedamos callados por un momento.

Una de las chicas quiso hablar, en eso, el techo y la mitad de la pared se partieron y algo aplastó a los ancianos, los hizo mierda. La sangre brinco por la fuerza y rapidez, parecía que siempre habían sido burbujas a punto de estallar.

Las tres chicas gritaban histéricas, una de ellas se aferró de mi brazo y señaló el agujero del techo. La verdad, hasta yo dudo de lo que vi. Si lo cuento, de todos modos no pienso que alguien me crea.

Era una mano gigantesca como una garra de cuatro dedos, parecía de simio con piel gris de reptil. Quiso tomar a las chicas de un manotazo, pero falló porque la tercera se aferró a mí. Yo me tuve que abrazar del tubo para que no me llevara de pilón.

Ella estaba agarrándome tan duro del brazo que me lastimaba, traté de soltarme, sólo logré que me abrazara. Sus amigas seguían gritando frenéticas, pero se escuchaban cada vez más lejos.

Nos quedamos así un rato, solos.

Bueno, el borracho seguía ahí, tirado en el suelo, y dudé si estuvo vivo desde un principio. Entonces le dije a la chica:

—Mira, nos tenemos que ir. Este tren ya valió madres, nos vamos a bajar y nos regresamos a la estación anterior.

—¡Noo, noo, no, nos va a comer, como a los viejitos! ¡Tú lo viste! ¿Verdad que también lo viste? ¡Se los comió, como si fueran nada! ¡Los mató, los mató!

Se soltó a llorar sobre mí, al tiempo que relajó su cuerpo, parecía que se iba a desmayar. Le di unas leves cachetadas:

—Oye, no te duermas. ¡Despierta, nos tenemos que ir, oye, oye vámonos! ¿cómo te llamas?

—Me llamo Norma —respondió por fin, tratando de contenerse el llanto—. No me dejes, voy contigo.

—Pues levántate y agárrate. Nos vamos a ir, me bajo primero y luego te ayudo a bajar, ¿sale?

Me tardé un rato en abrir una de las puertas y descolgar la escalera de emergencia que estaba debajo del asiento. El túnel era tan grande, que la luz interior del metro no alcanzaba a iluminar sus muros. Encendí la luz de mi celular y aún así era difícil ver, las paredes del techo estaban a unos quince metros. Percibí el declive del suelo, estábamos en una línea más profunda. No era un túnel regular.

Regresamos caminando junto al riel, tratando de ignorar los vagones aplastados como latas de aluminio por algún pie gigante. Intenté llamar a emergencias, pero no había señal. Norma vio la luz primero:

—Mira, ¿qué es eso?

—¿Qué cosa?

—Esa luz… una luz roja moviéndose.

La luz se movía como llamándonos a la salida. Aceleramos el paso, porque a lo mejor nos encontraba alguien de mantenimiento o el policía de la estación. Cuando nos acercamos lo suficiente, Norma ya no quiso caminar:

—¿Qué tienes? ¿Qué pasa? Ya nos encontraron, no va a pasar nada.

—Fíjate bien desde aquí. Que raro, la persona que tiene la luz…

Noté a lo que se refería. Era un hombre de unos sesenta años de edad, su cabello era largo, negro y entrecano, arreglado al modo de los indígenas. Llevaba un topilli en la frente, adornado con un tocado de plumas, sólo una era de quetzal. Vestía un atuendo completo, maxtlatl negro con tilmatl rojo. Con su mano derecha, sostenía un bastón eléctrico, la luz roja provenía de uno de sus extremos.

El hombre nos esperó por unos segundos, luego la luz se movió a la izquierda y desapareció, engullida por la oscuridad. Nos acercamos con recelo, le dije a Norma que lo más probable es que ahí se encontrara el camino a la salida y fuimos.

Había una puerta que daba a unas escaleras de concreto. Estaba oscuro, pero nos alumbramos bien con los celulares y subimos, la escalera se hacia estrecha y tenía una extravagante forma de caracol. Conforme subimos, las losas ya no eran del mismo material, parecían de tezontle y piedra volcánica.

Hasta que subimos entendí porqué. No era la salida, era un salón de ceremonias. Parecía una caverna, pero la arquitectura esculpida directa en la piedra, denotaban una capacidad superior.

El resplandor del fuego alumbraba el zomplantli, el trepidar de las llamas y el olor del copal, parecían sacados fuera del tiempo. Estábamos viendo muertos, a los antiguos mexicas.

Ya sabes, debajo de toda nuestra mierda de concreto, aquí antes hubo un mundo. Nosotros somos posapocalípticos. Para ellos todo se ha perdido, ya nada queda, más que seguramente: la venganza.

Vi al viejo junto a la fogata que iluminaba a las otras chicas tiradas sobre una piedra circular, tallada con grecas y glifos. Norma gritaba histérica:

—¡Mirna, Mirna! ¡Chicas, despierten! ¿Qué les pasó? ¿Están bien? Blanca, por favor, ¡despierten! ¡No se mueran!

Pero las chicas no despertaban. El anciano comenzó a caminar a la derecha encendiendo cada ciertos pasos, unas lámparas de aceite hechas con ollas de barro. Así fue iluminaba la caratula de piedra, adornada por millares de cráneos humanos: el rostro de Tzinacantecuhtli Camazotz.

Atrás de mí, escuché el sonido cavernoso de algo enorme que se movía hacia nosotros. Para cuando giré, sólo pude agacharme. Vi su garra gigante estirarse sobre mí y agarrar a Mirna. La tomó como si fuera una muñeca y antes de que ella pudiera terminar su último alarido, le arrancó la cabeza de una mordida.

El monstruo masticaba lento, triturando bien con sus muelas de elefante los huesos de la chica. El viejo comenzó a cantar en náhuatl, y Camazotz se detuvo frente a la piedra de sacrificio, como si fuera su plato de cena.

Sus ojos era azules con bordes rojos, el hocico parecía el de un gran cerdo horrible con enormes colmillos; no entendí si eran protuberancias o tenía varias fosas nasales. Desde sus axilas se desprendían unos asquerosos pliegues de carne que le colgaban hasta llegar al suelo. Al caminar, o mejor dicho, arrastrarse, parecía un pingüino gigantesco y obeso, como oso deforme.

Cuando acabó de engullir a Mirna, con la garra izquierda, acarició la espalda de Blanca que seguía inconsciente. La muchacha despertó desorientada, le miró con horror, al tiempo que gritó aferrándose al brazo de Norma. El coro de alaridos llegó a su cúspide, cuando la bestia tomó entre sus garras la cabeza de Norma y la torció de golpe en un terrible crack; luego, la arrancó de cuajo y se la comió, como si fuera uva pasa.

Ya no pude más y traté de huir. El viejo estaba esperándome con el otro extremo del bastón eléctrico encendido. No me dejé amedrentar, e intenté pasar corriendo, pero me electrocutó el cabrón

Desperté en el piso, vi que ya estaba terminando de masticar a Blanca. Y seguía yo. Medio consciente, también vi al borracho que creí muerto, hablando con el viejo que le decía:

—Esta vez no estuvo tan mal, pero te trajiste a éste pendejo. Acuérdate que estos, luego no se los come.

—Pos yo que voy a saber que se le antoja.

—Si no es antojo, pendejo, así también te salvaste tú. ¡Ya cállate y vete a esconder todo, que van a andar como locos buscando ese tren y todavía no has pagado tu deuda!

Entonces despidió al borracho, que más bien parecía sobrio. El anciano notó que recobraba la conciencia y se acercó para electrocutarme otra vez.

Cuando desperté, ya estaba en la piedra de sacrificio. Los cabrones me habían encuerado y amarrado. No sé que chingados me dieron, pero clarito vi cómo el viejo me abrió el pecho con un cuchillo de obsidiana. Esculcó con sus dedos dentro de mí, lo sentí debajo de mi piel como una quemadura que no puedes localizar. Luego, sacó un bulto envuelto en grumos de sangre. Yo gritaba como loco.

El monstruo también estaba ahí. El anciano le ofreció con las dos manos mi corazón y la bestia resopló para olfatearlo. De su hocico babeante, estiró una lengua bífida para probar la ofrenda. Gruñó como si fuera una carcajada gruesa y deforme. Luego se retiró en la oscuridad, mientras sus fosforescentes ojos azules me miraban hasta el fondo del pensamiento.

El anciano metió otra vez sus manos a mi pecho, luego agarró una espina de maguey e hilo, y tejió mis adentros. Me dijo al oído antes de desmayarme:

—Te salvaste, cabrón jodido. Resulta que tienes más sangre nuestra de la que mereces.

Te lo dije, nadie me cree. Pero la verdad no me importa. De todos modos, casi completo la deuda de sangre. Y lo bueno, es que logré traerte al metro a estas horas.

Escucha el cuento en voz de su autor da click en el enlace:
https://youtu.be/oA8K4ykE_vg
Ilustración de portada fanzine Delfos#1: KAMAZOTZ TZINAKANTEKUHTLI realizado por Humberto Morales "Humo" 

Día de fiesta

Autora: Gabriela Ladrón de Guevara de León.


No me gusta que me digan lo que tengo que hacer. Nunca me ha gustado. Desde niña lo detestaba. Era una de las cosas que más me disgustaban de la criada que me cuidaba. Mi mamá contrató a una sirvienta para que me cuidara, decía cursimente que era mi nana. Claro que no, es mi criada. Sí, se encarga de alimentarme, arreglarme para ir a la escuela y revisar mis tareas, pero es una empleada de la casa. Y ahora, es mi empleada.

No me molesta que ella me cuide, pero tampoco quiero darle un rol que no tiene. Mi mamá me regañaba, por eso aprendí a no decir nada, le digo “Nana” y listo. Pero por dentro sé que era solo una sirvienta. Pero disimulaba para ver contenta a mi mamá. Ahora, afortunadamente, ya puedo hacer y decir lo que me venga en gana.

Mi mamá siempre ha sido bella, muy bella, pero casi nunca la veo. Tiene una vida social muy ocupada y yo lo entiendo. Ser bella es una obligación y yo también tengo que seguirla. Ella es tan perfecta. No puede encargarse de cosas como llevarme a la escuela o alimentarme, ya que es tan hermosa que no la imaginaba en la cocina o a la puerta del colegio. O no me la imagino. Y nunca la imaginaré. No es su ambiente, ella es para lucir.

Mi padre no era tan importante. Era guapo, no podía ser de otra manera para estar al nivel de mi mamá. Pero no tenía gran importancia. Era un empresario y bueno, se encargaba de llevar el dinero a casa y de tener a mi mamá contenta. Para eso servía excelentemente. Y dicen que era muy inteligente, pero ya viste que no tanto como creía.

Obviamente, yo siempre he querido ser como mi mamá, para ser como ella, tengo que seguir sus pasos. No es tan difícil. Debo cuidar mi aspecto, ser buena estudiante, tener muchas amigas y tener una conversación entretenida. Siempre me he parecido a mi mamá, así que bella, ya soy bella, el tener buenas calificaciones nunca ha sido un problema, tampoco las amigas, soy simpática y le doy a la gente justamente lo que busca y como conversadora, bueno, sé de todo y conozco muchos temas, además, hablo con soltura, sin problemas. Y como tú sabes, puedo fingir cariño y apego. ¡Qué asco!

Pero sigamos hablando de mi mamá. Ella es bella y perfecta en todo sentido. Desde que se levanta, se ve hermosa y está de buen humor. Claro, también lo aprendió, como yo. Me imagino que lo aprendió con la vida. Yo tuve la fortuna de tenerla como ejemplo, aprendí al verla. En fin, por eso mi padre estaba loco por ella. Siempre tiene la sonrisa lista al saludarlo, y era muy tierna y cariñosa.

Jamás la he visto despeinada, mal vestida o con el maquillaje corrido. Como te digo, ella es perfecta. Tan alejada de ti. Y bueno, yo quería ser como ella. Obviamente, jamás se me hubiera ocurrido ser como tú. Mi mamá podría haber sido modelo, estoy segura. Y además, tiene tan buen gusto. Toda su ropa es hermosa y combinable. Eso lo he aprendido y tengo mi closet acomodado como el de ella. Es más, algunas de sus cosas ahora están ahí.

Sí, era una vida perfecta, todo estaba en su lugar. Y eso me gustaba. Cada día se embonaba de manera perfecta con el siguiente y con el anterior. Y me sentía segura. Pero llegó el cáncer y mi mamá, poco a poco pasaba más tiempo en cama que siendo encantadora. Perdió su hermoso cabello y adelgazó muchísimo. No puedo decir que me dolía verla así, creo que nada me ha dolido realmente en la vida, pero sentía cómo todo se caía alrededor.

Mi mamá falleció hace dos años. Lo sabes. Pero ella está más viva que tú, más viva que mi padre. Sí, es una ironía de la vida. Recuerdo que más de una vez, la sirvienta me regañó por hablar de ella en presente. Pero ahora puedo hacerlo. Mamá, estás conmigo, sigues bella y encantadora.

Pero mi padre decidió que mi mamá no es tan perfecta. Tan tonto. Empezaron los problemas. Apenas la enterró, empezó a salir con busconas, lagartonas, interesadas. No lo podía creer. Bueno, esperó un año y te llevó a la casa. Cuando te vi, tan ordinaria, tonta, no podía creerlo. Sí, claro, muy estudiada y todo eso. Profesora universitaria. ¡Qué risa! Y sin pizca de gracia. Y tan estúpida. Querías ser mi amiga.

Y todo por la cursilería de que estabas enamorada de mi padre. ¡Qué patética!

Claro, al principio fingí. No me interesaba enemistarme con mi padre, quería que me siguiera dando todo lo que quiero y necesito. Al fin y al cabo, solo tengo doce años, es su obligación, es su deber como mi padre. En fin. Ya no vale la pena.

Y luego se casó contigo, que no vales nada. Y lo peor, me dijo que te tenía que querer y respetar porque eras su esposa y él te amaba. Nunca me ha gustado que me digan qué hacer. Pero teníamos que vivir los tres juntos, con la sirvienta.

Y así, llegó este día de fiesta. Este día en el que puedo decir que estoy satisfecha. No me siento feliz, eso me falta, creo que nunca me he sentido realmente feliz o triste, pero siempre ha podido fingir esas emociones. Pero creo que soy feliz en algún modo extraño. Afortunadamente, la sirvienta no está. No me gusta que ande fisgoneando por aquí.

Y luego este viaje en el automóvil. Tan conveniente. Y el tonto de mi padre insistiendo en que está feliz de que nos llevemos tan bien y que estemos creando lazos tan bellos. ¡Qué asco! Solo de oírlo, se me revolvió el estómago. Por eso maté a mi padre. Pero eso, solo tú lo sabes. Para los demás, soy una hija doliente e inocente. Pero sé que tú cuidarás mi secreto. Al fin y al cabo, también estás muerta.

El ilegal

Autor: Ronnie Camacho Barrón.


Llevo horas encerrado en esta sala para interrogatorios, la potente luz blanca de la bombilla sobre mi cabeza me causa migraña y mis manos esposadas a una fría mesa de metal, hace tiempo que se han entumecido.

Por si fuera poco, me gruñen las tripas, me siento sucio y no he vuelto a ver a mis hijos desde que esos hombres me separaron de ellos, Dios quiera y se encuentren bien.

Sé que debí sacarlos cuando pude, pero ¿Qué más podía hacer? En aquel momento estábamos entre la espada y la pared, creí que hacia lo correcto al confiar en él, después todo era nuestro amigo, nuestro líder, nuestro pastor.

Mientras me hundo aún más en mi frustración, la puerta de la sala se abre y un hombre vestido completamente de negro entra.

Lleva un café en la mano, silba alegremente y su rostro se encuentra cubierto por un sombrero fedora y unas oscuras gafas de sol.

—Buenas noches, señor…¿Marines?

—Es Martínez.

—Discúlpeme —sonríe con una falsa amabilidad mientras se sienta frente a mi—. Señor Martínez, ¿podría decirme que fue lo que pasó?

—No, no voy a responder ninguna de sus preguntas, hasta que sepa dónde están mis hijos.

—Sus niños se encuentran bien, los hemos alimentado y nuestro personal médico se asegurará de que no tengan ningún tipo de daño, usted tranquilo, ahora responda a mi pregunta, por favor.

—Aunque se lo cuente, no me lo creería.

—Pruébeme —me desafía antes de dar un trago a su café.

—Como usted quiera —carraspeo mi garganta antes de empezar—. Todo comenzó la noche del viernes pasado, como siempre después de que saliera del trabajo, junto a mis niños fui al servicio nocturno que ofrece la iglesia que se encuentra entre Boulevard Luther King y la calle Quinta, ¿La conoce?

—Claro que la conozco, después de todo el escándalo que se armó, toda Norteamérica sabe de ella —dice de forma burlona—. Por favor, prosiga.

—El encargado de dar la misa era el reverendo Swanson, el hombre era nuevo en la ciudad, pero rápidamente se ganó toda nuestra confianza, después de todo, su iglesia era una de las pocas que aceptaba con los brazos abiertos a gente en nuestra situación.

—¿Su situación?, ¿Habla de su condición como ilegal?

—Así es —la cara se me cae de la vergüenza cada vez que escucho esa palabra.

—¿Hay algún problema? —supongo que por mi silencio nota mi inconformidad.

—Ninguno señor, como le decía, el reverendo Swanson era el responsable del servicio, se encontraba dando los últimos anuncios parroquiales cuando de pronto el potente resonar de unas sirenas ahogó su voz, no fue difícil saber de qué se trataba por la expresión en su rostro lo supimos al instante, era una redada, los agentes de inmigración habían llegado por nosotros.

—Eso debió tomarlos por sorpresa.

—Sí y no, semanas antes de la redada muchos de mis compañeros del trabajo y otros miembros de la congregación que también eran ilegales, habían desaparecido sin dejar rastro, era más que obvio que migración se encontraba detrás de todo aquello y por eso, el pastor ya había coordinado una estrategia con nosotros.

—¿O sea que lo de bloquear la entrada con las bancas fue idea suya?

—Dijo que eso sería lo más sensato, después de todo, si ellos querían separarnos de nuestros niños y sacarnos de este país, primero tendrían que llegar hasta nosotros.

—¿Cómo fueron los primeros días después de que se atrincheraran en la iglesia?

—Como es obvio durante el primer y segundo día los agentes trataron de entrar en más de una ocasión, pero como pudimos, evitamos que tumbaran las barricadas, nos apoyamos entre todos e incluso ciudadanos como usted, aún estando en contra de la ley y sin haber formado parte del plan del pastor nos ayudaron a resistir cada una de las incursiones.

»Algunos hasta subieron videos denunciando la situación y expresando la indignación que sentían al ver como su gobierno trataba a personas como nosotros igual que a criminales

—Esos videos fueron los que hicieron que toda la nación pusiera los ojos sobre ustedes, ¿Qué pasó después?

—Todo se fue al carajo, la gente tenía hambre, nos cortaron la luz, el agua y hasta tiraron la señal telefónica para impedir que siguiéramos comunicándonos con el resto del mundo, pronto las disputas comenzaron y el compañerismo murió, fue entonces cuando muchos quisieron abandonar la iglesia, pero no podíamos permitirles que abrieran las puertas o de lo contrario los agentes entrarían por todos nosotros.

—¿Qué fue lo que hicieron con ellos?

—El reverendo ordenó que los encerráramos en el sótano del templo, nos dijo que no estarían ahí mucho tiempo, que él hablaría con ellos y los haría recapacitar.

—Supongo que cuando vio los cuerpos se dio cuenta de que no fue así, ¿Cuándo los encontró?

—Los encontré durante la última y quinta noche, para entonces hasta nosotros habíamos perdido la fe en que los agentes de inmigración se fueran, además nuestros niños ya estaban muy cansados y hambrientos como para continuar, así que después una votación, fui el designado para ir a decirle al pastor que abriríamos las puertas. —Entonces fue al sótano —intuye.

—Sí, después de no haberlo encontrado ni en su despacho o el en salón, decidí ir ahí, supuse que todavía estaría hablando con aquellos que querían irse, así que no toqué la puerta, simplemente entré y con cada paso que daba al bajar por las escaleras una tenue luz verdosa se hacía más intensa.

—¿Una luz verdosa?

—Sí, con cada escalón que bajaba está se hacía más intensa y cuando llegué al último, me encontré con la fuente de la que emanaba.

—¿De dónde provenía?

—La luz salía de unos enormes cristales verdes similares a esmeraldas que se encontraban incrustados en el piso y techo de una cueva excavada en donde alguna vez estuvo el sótano.

Fue una sorpresa encontrarme con aquello, pero el asombro desapareció tan pronto y como vi la decena de cuerpos mutilados esparcidos por cada rincón del sitio.

—¿Eran ellos?

—Sí, eran todas las personas que habíamos encerrado, todas estaban muertas, pero sus rostros aún mostraban un terror indescriptible, además a cada uno les faltaba algo, un ojo, un brazo e incluso el corazón, pero a pesar de que sus órganos y extremidades fueran extirpados de sus cuerpos; estos no se encontraban muy lejos de ellos, alguien los había metido dentro de jarras de vidrio llenas hasta el tope de un viscoso líquido transparente que parecía estarlas conservando frescas.

—Ya veo —el hombre de negro se muestra tranquilo a pesar de todo lo que le he contado—. ¿Dónde estaba el pastor?

—Horrorizado comencé a retroceder hasta que mi espalda chocó con algo muy duro, cuando me di la vuelta para ver de qué se trataba, por fin lo encontré.

»Antes de que siquiera pudiera decir algo el reverendo me tomó por el cuello con una sola mano, me levantó del suelo y luego con una voz cavernosa me dijo: “No debiste ver aquello, pero que de todos modos, ya no faltaba mucho para que llegara la hora de cosecharte”, entonces, comenzó a azotar mi cabeza contra una de las paredes de la caverna.

—¿Cómo fue que escapó?

—Estaba por asesinarme cuando de la nada, una explosión sacudió el piso de arriba, eso lo distrajo lo suficiente como para que pudiera alcanzar una de las urnas de cristal que terminé estrellando sobre su cabeza.

»El golpe hizo que me soltara y mientras me reponía, vi como las esquirlas de vidrio desgarraron la mitad izquierda de su rostro dejando expuesta una segunda piel de color negra y escamosa que se escondía debajo.

—¿Qué hizo al percatarse de aquello?

—Lo que toda persona en sus cabales haría, apenas pude incorporarme salí corriendo en busca de mis hijos, ya no me importaba si migración me separaba de ellos, lo único que tenía en mente era sacarlos de ahí.

»Cuando llegué hasta la sala donde se auspiciaba cada servicio, me encontré con la sorpresa de que nuestra barricada había sido derrumbada por explosivos y que varios agentes ya se encontraban sacando a mis niños y a todos los demás. Al percatarse de mi presencia un par de ellos corrieron hacia mí y al ver sus armas, por instinto me tiré al suelo y levanté las manos, pero en lugar de esposarme, sacaron un cuchillo e hicieron un corte en mi mejilla, luego estiraron la piel de la herida y comenzaron a ver en su interior con una linterna.

En ese momento lo comprendí, si buscaban a alguien, no era a nosotros.

—¿Qué pasó después?

—Les dije dónde estaba esa cosa y de inmediato fueron directo al sótano, donde tras un siseo amenazante, lo último que escuché fue el sonido de sus armas al disparar.

—Ya veo, muy bien, ¿Es todo lo que recuerda?

—Es todo lo que he querido olvidar.

—Perfecto —sonríe complacido.

—¿Podría decirme que era él? Sé que ya no tiene sentido, pero debo saberlo.

—Escuche, solo le diré que a diferencia de usted, el “Reverendo Swanson” no era de ningún lugar de este mundo…bueno, es hora de que me encargue de usted —se levanta de su silla y mete la mano en su saco.

—¡Por favor no me mate, solo regréseme a México junto con mis hijos y le juro que jamás le diré nada nadie!.

Al escuchar mis súplicas el hombre solo arquea una ceja confundido.

—Señor Martínez, tranquilo, no le mentiré, a veces hacemos uso de la violencia y la intimidación, pero en su caso haremos algo distinto —sonriente, saca la mano de su traje y pone sobre la mesa un pequeño cuadernillo de cuero negro con el escudo de los Estados Unidos grabado en la tapa.

—¿Qu…qué es eso? —el azúcar se me ha ido hasta los suelos, al pensar que iba sacar un arma.

—Su pasaporte, bienvenido a Norte América señor Martínez.

—¿Por qué me entrega esto?

—Después de todo por lo que pasó se lo ganó, además preferimos tenerlo cerca y vigilarlo, que lejos y hablando de más, ¿comprende?

—Lo…lo comprendo.

—Es bueno que nos entendamos —me da una palmaditas en el hombro, para luego con una llave abrir las esposas que retienen mi manos—. En breve lo sacaremos a usted y a sus hijos de aquí, le deseo buena suerte y que sea muy feliz.

—Gracias.

—Solo no lo olvide, lo estaremos vigilando —tras esa última advertencia y una intimidante sonrisa, el hombre se retira y yo, me quedo solo en la habitación esperando a que vengan por mí.

Espuma cuántica

Autor: José Luis Ramírez.


Συνέθιζε δὲ ἐν τῷ νομίζειν μηδὲν πρὸς ἡμᾶς εἶναι τὸν θάνατον· ἐπεὶ πᾶν ἀγαθὸν καὶ κακὸν ἐν αἰσθήσει· στέρησις δέ ἐστιν αἰσθήσεως ὁ θάνατος
—Ἐπίκουρος

Habitúate a pensar que no es nada para nosotros la muerte, porque todo bien y todo mal residen en la sensación, y es privación del sentir la muerte.
—Epicuro

Entré a casa abrazando la urna con las cenizas de Sara, mi esposa, quien murió de covid durante la segunda ola de la pandemia.

No hubo servicio fúnebre.

Por las restricciones del Estado, el hospital despachaba los cuerpos directamente al crematorio y, con el acta de defunción, cada deudo iba a un mostrador a reclamar los suyos.

Mi cuñada, mi concuño y mi sobrina presentaron sus respetos sin quitarse el cubrebocas ni bajar las ventanillas de su coche, aparcado justo detrás del mío; su otro hermano estaba varado en el extranjero, pues permanecían cerrados los aeropuertos internacionales.

Era toda su familia.

Sus padres habían muerto hacía ya varios años y los míos eran muy mayores para arriesgarlos a salir de casa; mis hermanas, las dos médicos, trabajaban en el hospital a marchas completas.

Cuando entré a mi automóvil, coloqué la urna sobre el asiento del copiloto y luego me quedé ahí sentado sin idea de qué hacer, no supe si convenía más asegurarla con el cinturón de seguridad o mejor ponerla en el piso alfombrado del vehículo.

Llovía, pero no recuerdo si antes de meterme al coche lloviznaba ya o la tromba cayó un instante después de ponerme en marcha.

Todo el camino fui mirando el vaivén de los limpiadores en el parabrisas mientras las lágrimas me escurrían por el rostro; no encontré ningún otro auto en mi camino, pero igual conduje muy despacio, deteniéndome en cada uno de los cruceros.

Al llegar al fraccionamiento abrí el portón eléctrico y, en el momento exacto en que apagué el motor tras estacionarme en nuestra cochera, el aguacero cesó como de milagro.

No éramos creyentes.

Aunque estábamos casados por la iglesia, la ceremonia religiosa había sido más para darle gusto a su madre y mi abuela, que entonces aún vivían, y supongo un poco también para tomarnos la foto.

Pero ella era completamente anticlerical y yo ateo, aunque nos decíamos católicos no practicantes; llevábamos quince años casados, no teníamos hijos, aunque sí un par de perros adoptados de un albergue y que llevé a casa de mi hermana menor cuando Sara ingresó al hospital.

No habían pasado ni cinco días de eso, desde el jueves pasado.

Así que estábamos solos, de vuelta en casa, la puse sobre la credenza del comedor y me senté en una silla de éste, completamente abatido, sin que me cupiera dentro de la cabeza como esa urna delante mío era todo cuanto tenía yo de Sara, pero entendiendo perfecto que en esas cenizas no quedaba ya nada de ella.

La consciencia existe en el cerebro, un órgano formado de tejidos, células con un origen embrionario común y un comportamiento fisiológico coordinado que, en este caso, es crear experiencias subjetivas mediante reacciones electroquímicas.

Siendo las células básicamente grasas y proteínas termolábiles, el fuego las había reducido a minerales inertes, estériles por calor seco; tal vez quedara algún rastro de ADN en los huesos o los dientes pulverizados, pero del encéfalo nada.

Y teniendo claro que la consciencia estaba dentro de ese sistema nervioso central, ¿a dónde iría cuando éste se consumió? ¿Había una válvula o un apagador que interrumpía el flujo? ¿O simplemente se evanescía en el éter cuando las Moiras cortaban el hilo?

«No, David, por supuesto que no.»

Su voz sonaba como si estuviera ahí, pero no era sino un acúfeno, una manifestación de mi propio subconsciente con la que pretendía reemplazar su ausencia, llenar el vacío.

«¿Vacío, David? Sabes perfectamente que si tomas un recipiente desprovisto de toda materia, lo enfrías hasta el cero absoluto y todavía lo aíslas del exterior, aún habrá algo ahí dentro.»

Fluctuaciones cuánticas entrando y saliendo de la existencia.

Lo habíamos estudiado juntos en la facultad, las leyes de la física dictando que las partículas también eran ondas o que los gatos estaban vivos y muertos a la vez, que en un espacio supuestamente vacío aún podía aparecer algo a partir de la nada.

Espuma cuántica.

De eso había hecho su tesis Sara en el doctorado (la mía era sobre las aplicaciones prácticas del entrelazamiento cuántico).

En teoría, su investigación iba a permitir desentrañar los secretos del tejido mismo del espacio-tiempo, crear agujeros de gusano entre distancias inconmensurables para recorrerlas instantáneamente; mientras que mi trabajo serviría si acaso para hacer ligeramente más potentes los ordenadores cuánticos.

«Te menosprecias, David.»

Sí, un poco, quizá mayor potencia de cómputo permitiría a los neurocientíficos desentrañar los secretos de la mente y mapear la consciencia; era teóricamente posible, existía ya tecnología capaz de medir las iteraciones directamente mediante resonancia magnética funcional, electroencefalografía y registros de una sola neurona.

Había experimentos que predecían elecciones personales a partir de la actividad del lóbulo frontal, antes incluso de que el sujeto fuera consciente de haber tomado su decisión. Usando escáneres cerebrales, se podía reconstruir incluso, en una imagen generada por inteligencia artificial, lo que una persona estuviese mirando.

«Eso lo convierte en un problema de escala.»

Claro, era el mismo lío que tenía Sara con la teletransportación, era fácil hacerlo en el laboratorio para transmitir determinada característica de un fotón a distancia, pero infinitamente complejo replicar para todas las propiedades de un simple átomo monoelectrónico de hidrógeno.

«Necesitas una computadora del tamaño del universo.»

Su chiste me hizo gracia, aún teniendo ese poder de cómputo, por el principio de incertidumbre era imposible tomar una instantánea de ningún sistema dinámico y, por lo tanto, nunca podríamos replicar ni un solo átomo.

«Nada de Beam me up, Scotty.»

—Ni de tener un respaldo de tu consciencia en un archivo que pudiera restaurar en cualquier momento.

«Pero si tuvieras multiversos infinitos…»

—Claro, entonces cualquier combinación sería matemáticamente posible. Podríamos usar un universo cualquiera para computar el estado de algún otro y obtener el resultado deseado.

«Me parece que ya tienes una línea base.»

Tal vez era así como de verdad funcionaba, si la mente no dependía únicamente del cerebro vivo, sino que sus estados posibles podían cuantificarse de algún modo en cierto conjunto de magnitudes discretas. ¿Podía la conciencia ser fundamental para el cosmos? ¿Hacer surgir partículas y campos con interacciones complejas a partir de… nada?

«Eureka, David.»

Según la teoría de la información todo sistema físico, desde un átomo hasta una galaxia, contiene unos y ceros en los estados de sus partículas componentes; esto nos da una capacidad de proceso aproximada de 10120 bits en todo el universo, pero ¿y si utilizáramos también la nada?

La energía de vacío puede crear partículas de materia y antimateria, éstas se aniquilan de manera casi instantánea, pero si consideramos, en cada instante efímero, que la superficie de esa partícula es la representación holográfica de su propio universo…

«Si tuvieras multiversos infinitos…»

—Sara, mi amor.

Imaginé a los «cuantos» que formaban su mente teletransportándose, desde su dispersión en el momento de su muerte, hacia un solo punto de luz brillante apareciendo de pronto en algún lugar más allá de nuestro propio universo; entonces, me vino esta sensación de sosiego con la idea de que ella, su consciencia al menos, sólo se había transferido a cualquier otro espacio de probabilidades.

Estamos sólos

Autor: Carlos López Ortiz


Hemos estado durante años construyendo, estudiando,desarrollando y explorando este mundo con la esperanza de que un día podamos empezar a colonizar el planeta rojo. Ese día ha llegado.

Chloe Han, presidenta de los Estados Unidos, 2077

Alice recuperó la conciencia, abrió suavemente los ojos y miró a su alrededor con aire aturdido, incapaz de recordar dónde estaba o qué hacía allí. El cielo estrellado se filtraba a través de la ventanilla circular de lo que parecía ser una oficina. En un gesto casi automático, se llevó una mano a la cabeza y gimió. Sintió una fuerte punzada en el cráneo y, bajo el pelo apelmazado con sangre coagulada, notó un chichón.

Permaneció inmóvil, sentada en el piso, mientras aclaraba sus ideas. Trató de evocar quién la había golpeado por detrás haciéndole perder el conocimiento. Los recuerdos le parecían esquivos, le dolía la cabeza y le costaba concentrarse; aun así, hizo acopio de todas sus fuerzas. De golpe, Alice rememoró lo sucedido: no lo oyó acercarse. Estaba completamente desprevenida; fue en ese momento cuando vio moverse algo en el límite de su campo de visión, y distinguió la silueta de Dimitri, el oficial de enlace con la Tierra, cuando le cayó en la cabeza algo duro que la lanzó contra el suelo. Entonces la inconsciencia envolvió su mente.

Humedeció los labios resecos y pudo articular unos sonidos.

—¿Raymond?

No hubo respuesta, sólo silencio. Entonces recordó que hacía un ciclo y medio1 atrás, su pareja Raymond, Syaoran, Philippe y Annegret2 deberían haber vuelto. Habían partido de la base Clipperton3, dos meses4 atrás, en un viaje largo y desesperado en busca de agua en el paraje marciano.

“¿Por qué la United Space no ha enviado las provisiones?”, se preguntó, medio aturdida, con la cabeza apoyada en la pared. “Si tan sólo aquella tormenta no hubiera dañado severamente el equipo de comunicación hace cerca de medio año…”5

Adorado Dimi:

Quiero decirte que todos los días anhelo nuestro reencuentro. Sé que faltan muchos años para que envíen la siguiente nave que vaya a Marte, pero no dejo de extrañarte. Cada noche sueño contigo y con nuestra vida en ese planeta.

Aún me siento mal por haberme enfermado de varicela. Ya sé, ya sé: no soy culpable, pero así me siento.

Cada día estoy orgullosa de ti, mi oficial de enlace. Y cuando veas a las otras parejas juntas, no te desanimes; piensa en mí y relee este correo de amor, para que puedas sentirme a tu lado. Hasta pronto, amor de mi vida.

Alice oyó los gritos desesperados de Mei, seguidos de algunas palabras en ruso que no pudo distinguir. Se irguió; la espalda también le dolía. Hubo un momento en que sufrió un breve mareo, pero recurrió a toda su fuerza de voluntad y consiguió resistirse.

Subió corriendo con todos los sentidos alerta. Al entrar en la habitación de su compañera, descubrió el pequeño cuerpo de Mei tendido en el suelo y encima de ella el corpulento cuerpo de Dimitri, quien con un cuchillo en el cuello, intentaba abusar sexualmente de Mei. Él se volvió a mirar a Alice, apoyada en el arco de la entrada. Soltó en una gran carcajada.

—Capitana, espero no haberla golpeado tan fuerte —dijo con un fuerte acento ruso—. Solo quería neutralizarla, pero qué bueno que te nos unes.

Apartó el cuchillo del cuello de Mei e incorporó su gigantesco cuerpo de uno noventa de altura.

Alice permaneció muy quieta, mirándolo a los ojos.

—A partir de hoy me nombraré ¡rey de Marte! —su rostro empezó a formar un dibujo más errático— Y ustedes me obedecerán en todo lo que deseé.

Dimitri se carcajeó tan fuerte que el ruido resonó por toda la habitación. Se acercó a Alice con el cuchillo en la mano y el brazo extendido. Se aproximó tanto que pudo observar con detenimiento su cara angular, ojos gris olivo y la nariz ligeramente torcida, rota en una pelea. Alice sintió miedo; el corazón se le aceleró por la adrenalina. No era la primera vez que temía perder la vida, como cuando su avión fue derribado en la Segunda Guerra de Venezuela. Debía controlarse. Respiró hondo y confió en su entrenamiento.

Se lanzó encima de aquella masa de músculos. Forcejeó y lo golpeó una y otra vez. Al principio, él la ignoraba y se reía divertido; entonces, ella lo golpeó con la rodilla en la entrepierna. El ruso se dobló y perdió el aliento. Cuando volvió a incorporarse, ya no sostenía el arma en la mano.

Dimitri le tiró un codazo que la alcanzó en el mentón. Alice echó la cabeza hacia atrás, aturdida. Ni siquiera vio el segundo golpe que la derribó al suelo. Estaba desorientada. Dimitri aprovechó para inmovilizarla. Mei, quien seguía en el suelo, tomó el cuchillo y se lo clavó al hombre entre el cuello y la espalda. Un grito ronco, ahogado, brotó de sus labios. Poco a poco, Alice se liberó y corrió hacia Mei. Dimitri extrajo el cuchillo ensangrentado y se derrumbó. No se movía. Yacía en un charco de sangre. Por instinto Alice se acercó a él para tomarle el pulso. Al llegar junto a Dimitri, comprobó que aún respiraba, pero estaba frío.

—Capitana.

No respondió. Alice estaba sumida en sus pensamientos, repasando todo lo que había pasado en las últimas horas.

—Capitana —insistió Mei, con marcado acento chino—. ¿Cuándo llegue la nave con los nuevos colonos, qué les diremos?

—Es… estamos solos. Nadie vendrá.

Ninguna se movió. Se quedaron congeladas, en estado de shock, como si sus cerebros se hubieran estampado en una pared de ladrillos.

Escupiendo sangre y respirando con dificultad, Dimitri pudo decir:

—No me creen, ¿verdad?. La línea con la Tierra funciona. Compruébelo ustedes mismas… Solo que no hay nadie del otro lado.

El ruso se rio y dio su último aliento.

Querido Dimi:

Me da gusto que hayas podido restablecerlas comunicaciones con la Tierra, plyushevyy mishka1.Me tenías con el pendiente de que algo te hubiera pasado. No quiero preocuparte, pero tengo miedo de que note vea durante más años.

Las cosas siguen mal: la visión aislacionista del presidente estadounidense James Brown puede suponer un riesgo para el proyecto de la colonización de Marte.
Brown ha impuesto aranceles a los productos de nuestra madre patria y, en represalia, nuestro presidente Potemkin impuso aranceles a los productos estadounidenses.
Ayer el ejército estadounidense bloqueó el Puente Intercontinental de la Paz, en el estrecho de Bering. Hoy Potemkin envió vehículos blindados y Fuerzas Especiales a la península de Chukotka.
Perdóname: no debería desperdiciar este momento con politiquerías. Pase lo que pase mi corazón estará contigo.
Tatiana

1 Sabiendo que el año en Marte dura 686’9726 días terrestres, el doctor. John Clipperton diseñó un calendario con los mismos 12 meses del calendario gregoriano. Sin embargo, se enfrentó a un problema: cada agrupación de días era en su totalidad de 14 días y la palabra semana viene del latín sertimana formada por “sept” que significa siete, por lo que decidió llamarlo ciclos.

2 El doctor Clipperton propuso que los colonos fueran con sus parejas para formar una comunidad permanente y en constante expansión.

3 En un principio la United Space decidió nombrar a la base Nova Terra, pero un mes antes del lanzamiento el doctor Clipperton murió asesinado en el estacionamiento de un supermercado al defenderse del robo de su carro, por lo que se decidió nombrar la base en su honor.

4 Cuatro meses terrestres.

5 Lo que equivale a 343 días en la Tierra.

1 Osito de peliche.

Bobo el payaso

Autor: Israel Montalvo.


Ilustración realizada en técnica mixta (acrílico/tinta) sobre papel

Medidas: 30 x 37 cm.

Israel Montalvo, como escritor e ilustrador ha publicado en una extensa variedad de revistas, cómics, fanzines, libros y ha participado en más de sesenta antologías literarias de cuento enfocadas en el horror y la ciencia ficción en México, España, Uruguay, Argentina, Perú, Chile, Guatemala, Colombia y Venezuela.