Espuma cuántica

Autor: José Luis Ramírez.


Συνέθιζε δὲ ἐν τῷ νομίζειν μηδὲν πρὸς ἡμᾶς εἶναι τὸν θάνατον· ἐπεὶ πᾶν ἀγαθὸν καὶ κακὸν ἐν αἰσθήσει· στέρησις δέ ἐστιν αἰσθήσεως ὁ θάνατος
—Ἐπίκουρος

Habitúate a pensar que no es nada para nosotros la muerte, porque todo bien y todo mal residen en la sensación, y es privación del sentir la muerte.
—Epicuro

Entré a casa abrazando la urna con las cenizas de Sara, mi esposa, quien murió de covid durante la segunda ola de la pandemia.

No hubo servicio fúnebre.

Por las restricciones del Estado, el hospital despachaba los cuerpos directamente al crematorio y, con el acta de defunción, cada deudo iba a un mostrador a reclamar los suyos.

Mi cuñada, mi concuño y mi sobrina presentaron sus respetos sin quitarse el cubrebocas ni bajar las ventanillas de su coche, aparcado justo detrás del mío; su otro hermano estaba varado en el extranjero, pues permanecían cerrados los aeropuertos internacionales.

Era toda su familia.

Sus padres habían muerto hacía ya varios años y los míos eran muy mayores para arriesgarlos a salir de casa; mis hermanas, las dos médicos, trabajaban en el hospital a marchas completas.

Cuando entré a mi automóvil, coloqué la urna sobre el asiento del copiloto y luego me quedé ahí sentado sin idea de qué hacer, no supe si convenía más asegurarla con el cinturón de seguridad o mejor ponerla en el piso alfombrado del vehículo.

Llovía, pero no recuerdo si antes de meterme al coche lloviznaba ya o la tromba cayó un instante después de ponerme en marcha.

Todo el camino fui mirando el vaivén de los limpiadores en el parabrisas mientras las lágrimas me escurrían por el rostro; no encontré ningún otro auto en mi camino, pero igual conduje muy despacio, deteniéndome en cada uno de los cruceros.

Al llegar al fraccionamiento abrí el portón eléctrico y, en el momento exacto en que apagué el motor tras estacionarme en nuestra cochera, el aguacero cesó como de milagro.

No éramos creyentes.

Aunque estábamos casados por la iglesia, la ceremonia religiosa había sido más para darle gusto a su madre y mi abuela, que entonces aún vivían, y supongo un poco también para tomarnos la foto.

Pero ella era completamente anticlerical y yo ateo, aunque nos decíamos católicos no practicantes; llevábamos quince años casados, no teníamos hijos, aunque sí un par de perros adoptados de un albergue y que llevé a casa de mi hermana menor cuando Sara ingresó al hospital.

No habían pasado ni cinco días de eso, desde el jueves pasado.

Así que estábamos solos, de vuelta en casa, la puse sobre la credenza del comedor y me senté en una silla de éste, completamente abatido, sin que me cupiera dentro de la cabeza como esa urna delante mío era todo cuanto tenía yo de Sara, pero entendiendo perfecto que en esas cenizas no quedaba ya nada de ella.

La consciencia existe en el cerebro, un órgano formado de tejidos, células con un origen embrionario común y un comportamiento fisiológico coordinado que, en este caso, es crear experiencias subjetivas mediante reacciones electroquímicas.

Siendo las células básicamente grasas y proteínas termolábiles, el fuego las había reducido a minerales inertes, estériles por calor seco; tal vez quedara algún rastro de ADN en los huesos o los dientes pulverizados, pero del encéfalo nada.

Y teniendo claro que la consciencia estaba dentro de ese sistema nervioso central, ¿a dónde iría cuando éste se consumió? ¿Había una válvula o un apagador que interrumpía el flujo? ¿O simplemente se evanescía en el éter cuando las Moiras cortaban el hilo?

«No, David, por supuesto que no.»

Su voz sonaba como si estuviera ahí, pero no era sino un acúfeno, una manifestación de mi propio subconsciente con la que pretendía reemplazar su ausencia, llenar el vacío.

«¿Vacío, David? Sabes perfectamente que si tomas un recipiente desprovisto de toda materia, lo enfrías hasta el cero absoluto y todavía lo aíslas del exterior, aún habrá algo ahí dentro.»

Fluctuaciones cuánticas entrando y saliendo de la existencia.

Lo habíamos estudiado juntos en la facultad, las leyes de la física dictando que las partículas también eran ondas o que los gatos estaban vivos y muertos a la vez, que en un espacio supuestamente vacío aún podía aparecer algo a partir de la nada.

Espuma cuántica.

De eso había hecho su tesis Sara en el doctorado (la mía era sobre las aplicaciones prácticas del entrelazamiento cuántico).

En teoría, su investigación iba a permitir desentrañar los secretos del tejido mismo del espacio-tiempo, crear agujeros de gusano entre distancias inconmensurables para recorrerlas instantáneamente; mientras que mi trabajo serviría si acaso para hacer ligeramente más potentes los ordenadores cuánticos.

«Te menosprecias, David.»

Sí, un poco, quizá mayor potencia de cómputo permitiría a los neurocientíficos desentrañar los secretos de la mente y mapear la consciencia; era teóricamente posible, existía ya tecnología capaz de medir las iteraciones directamente mediante resonancia magnética funcional, electroencefalografía y registros de una sola neurona.

Había experimentos que predecían elecciones personales a partir de la actividad del lóbulo frontal, antes incluso de que el sujeto fuera consciente de haber tomado su decisión. Usando escáneres cerebrales, se podía reconstruir incluso, en una imagen generada por inteligencia artificial, lo que una persona estuviese mirando.

«Eso lo convierte en un problema de escala.»

Claro, era el mismo lío que tenía Sara con la teletransportación, era fácil hacerlo en el laboratorio para transmitir determinada característica de un fotón a distancia, pero infinitamente complejo replicar para todas las propiedades de un simple átomo monoelectrónico de hidrógeno.

«Necesitas una computadora del tamaño del universo.»

Su chiste me hizo gracia, aún teniendo ese poder de cómputo, por el principio de incertidumbre era imposible tomar una instantánea de ningún sistema dinámico y, por lo tanto, nunca podríamos replicar ni un solo átomo.

«Nada de Beam me up, Scotty.»

—Ni de tener un respaldo de tu consciencia en un archivo que pudiera restaurar en cualquier momento.

«Pero si tuvieras multiversos infinitos…»

—Claro, entonces cualquier combinación sería matemáticamente posible. Podríamos usar un universo cualquiera para computar el estado de algún otro y obtener el resultado deseado.

«Me parece que ya tienes una línea base.»

Tal vez era así como de verdad funcionaba, si la mente no dependía únicamente del cerebro vivo, sino que sus estados posibles podían cuantificarse de algún modo en cierto conjunto de magnitudes discretas. ¿Podía la conciencia ser fundamental para el cosmos? ¿Hacer surgir partículas y campos con interacciones complejas a partir de… nada?

«Eureka, David.»

Según la teoría de la información todo sistema físico, desde un átomo hasta una galaxia, contiene unos y ceros en los estados de sus partículas componentes; esto nos da una capacidad de proceso aproximada de 10120 bits en todo el universo, pero ¿y si utilizáramos también la nada?

La energía de vacío puede crear partículas de materia y antimateria, éstas se aniquilan de manera casi instantánea, pero si consideramos, en cada instante efímero, que la superficie de esa partícula es la representación holográfica de su propio universo…

«Si tuvieras multiversos infinitos…»

—Sara, mi amor.

Imaginé a los «cuantos» que formaban su mente teletransportándose, desde su dispersión en el momento de su muerte, hacia un solo punto de luz brillante apareciendo de pronto en algún lugar más allá de nuestro propio universo; entonces, me vino esta sensación de sosiego con la idea de que ella, su consciencia al menos, sólo se había transferido a cualquier otro espacio de probabilidades.

Estamos sólos

Autor: Carlos López Ortiz


Hemos estado durante años construyendo, estudiando,desarrollando y explorando este mundo con la esperanza de que un día podamos empezar a colonizar el planeta rojo. Ese día ha llegado.

Chloe Han, presidenta de los Estados Unidos, 2077

Alice recuperó la conciencia, abrió suavemente los ojos y miró a su alrededor con aire aturdido, incapaz de recordar dónde estaba o qué hacía allí. El cielo estrellado se filtraba a través de la ventanilla circular de lo que parecía ser una oficina. En un gesto casi automático, se llevó una mano a la cabeza y gimió. Sintió una fuerte punzada en el cráneo y, bajo el pelo apelmazado con sangre coagulada, notó un chichón.

Permaneció inmóvil, sentada en el piso, mientras aclaraba sus ideas. Trató de evocar quién la había golpeado por detrás haciéndole perder el conocimiento. Los recuerdos le parecían esquivos, le dolía la cabeza y le costaba concentrarse; aun así, hizo acopio de todas sus fuerzas. De golpe, Alice rememoró lo sucedido: no lo oyó acercarse. Estaba completamente desprevenida; fue en ese momento cuando vio moverse algo en el límite de su campo de visión, y distinguió la silueta de Dimitri, el oficial de enlace con la Tierra, cuando le cayó en la cabeza algo duro que la lanzó contra el suelo. Entonces la inconsciencia envolvió su mente.

Humedeció los labios resecos y pudo articular unos sonidos.

—¿Raymond?

No hubo respuesta, sólo silencio. Entonces recordó que hacía un ciclo y medio1 atrás, su pareja Raymond, Syaoran, Philippe y Annegret2 deberían haber vuelto. Habían partido de la base Clipperton3, dos meses4 atrás, en un viaje largo y desesperado en busca de agua en el paraje marciano.

“¿Por qué la United Space no ha enviado las provisiones?”, se preguntó, medio aturdida, con la cabeza apoyada en la pared. “Si tan sólo aquella tormenta no hubiera dañado severamente el equipo de comunicación hace cerca de medio año…”5

Adorado Dimi:

Quiero decirte que todos los días anhelo nuestro reencuentro. Sé que faltan muchos años para que envíen la siguiente nave que vaya a Marte, pero no dejo de extrañarte. Cada noche sueño contigo y con nuestra vida en ese planeta.

Aún me siento mal por haberme enfermado de varicela. Ya sé, ya sé: no soy culpable, pero así me siento.

Cada día estoy orgullosa de ti, mi oficial de enlace. Y cuando veas a las otras parejas juntas, no te desanimes; piensa en mí y relee este correo de amor, para que puedas sentirme a tu lado. Hasta pronto, amor de mi vida.

Alice oyó los gritos desesperados de Mei, seguidos de algunas palabras en ruso que no pudo distinguir. Se irguió; la espalda también le dolía. Hubo un momento en que sufrió un breve mareo, pero recurrió a toda su fuerza de voluntad y consiguió resistirse.

Subió corriendo con todos los sentidos alerta. Al entrar en la habitación de su compañera, descubrió el pequeño cuerpo de Mei tendido en el suelo y encima de ella el corpulento cuerpo de Dimitri, quien con un cuchillo en el cuello, intentaba abusar sexualmente de Mei. Él se volvió a mirar a Alice, apoyada en el arco de la entrada. Soltó en una gran carcajada.

—Capitana, espero no haberla golpeado tan fuerte —dijo con un fuerte acento ruso—. Solo quería neutralizarla, pero qué bueno que te nos unes.

Apartó el cuchillo del cuello de Mei e incorporó su gigantesco cuerpo de uno noventa de altura.

Alice permaneció muy quieta, mirándolo a los ojos.

—A partir de hoy me nombraré ¡rey de Marte! —su rostro empezó a formar un dibujo más errático— Y ustedes me obedecerán en todo lo que deseé.

Dimitri se carcajeó tan fuerte que el ruido resonó por toda la habitación. Se acercó a Alice con el cuchillo en la mano y el brazo extendido. Se aproximó tanto que pudo observar con detenimiento su cara angular, ojos gris olivo y la nariz ligeramente torcida, rota en una pelea. Alice sintió miedo; el corazón se le aceleró por la adrenalina. No era la primera vez que temía perder la vida, como cuando su avión fue derribado en la Segunda Guerra de Venezuela. Debía controlarse. Respiró hondo y confió en su entrenamiento.

Se lanzó encima de aquella masa de músculos. Forcejeó y lo golpeó una y otra vez. Al principio, él la ignoraba y se reía divertido; entonces, ella lo golpeó con la rodilla en la entrepierna. El ruso se dobló y perdió el aliento. Cuando volvió a incorporarse, ya no sostenía el arma en la mano.

Dimitri le tiró un codazo que la alcanzó en el mentón. Alice echó la cabeza hacia atrás, aturdida. Ni siquiera vio el segundo golpe que la derribó al suelo. Estaba desorientada. Dimitri aprovechó para inmovilizarla. Mei, quien seguía en el suelo, tomó el cuchillo y se lo clavó al hombre entre el cuello y la espalda. Un grito ronco, ahogado, brotó de sus labios. Poco a poco, Alice se liberó y corrió hacia Mei. Dimitri extrajo el cuchillo ensangrentado y se derrumbó. No se movía. Yacía en un charco de sangre. Por instinto Alice se acercó a él para tomarle el pulso. Al llegar junto a Dimitri, comprobó que aún respiraba, pero estaba frío.

—Capitana.

No respondió. Alice estaba sumida en sus pensamientos, repasando todo lo que había pasado en las últimas horas.

—Capitana —insistió Mei, con marcado acento chino—. ¿Cuándo llegue la nave con los nuevos colonos, qué les diremos?

—Es… estamos solos. Nadie vendrá.

Ninguna se movió. Se quedaron congeladas, en estado de shock, como si sus cerebros se hubieran estampado en una pared de ladrillos.

Escupiendo sangre y respirando con dificultad, Dimitri pudo decir:

—No me creen, ¿verdad?. La línea con la Tierra funciona. Compruébelo ustedes mismas… Solo que no hay nadie del otro lado.

El ruso se rio y dio su último aliento.

Querido Dimi:

Me da gusto que hayas podido restablecerlas comunicaciones con la Tierra, plyushevyy mishka1.Me tenías con el pendiente de que algo te hubiera pasado. No quiero preocuparte, pero tengo miedo de que note vea durante más años.

Las cosas siguen mal: la visión aislacionista del presidente estadounidense James Brown puede suponer un riesgo para el proyecto de la colonización de Marte.
Brown ha impuesto aranceles a los productos de nuestra madre patria y, en represalia, nuestro presidente Potemkin impuso aranceles a los productos estadounidenses.
Ayer el ejército estadounidense bloqueó el Puente Intercontinental de la Paz, en el estrecho de Bering. Hoy Potemkin envió vehículos blindados y Fuerzas Especiales a la península de Chukotka.
Perdóname: no debería desperdiciar este momento con politiquerías. Pase lo que pase mi corazón estará contigo.
Tatiana

1 Sabiendo que el año en Marte dura 686’9726 días terrestres, el doctor. John Clipperton diseñó un calendario con los mismos 12 meses del calendario gregoriano. Sin embargo, se enfrentó a un problema: cada agrupación de días era en su totalidad de 14 días y la palabra semana viene del latín sertimana formada por “sept” que significa siete, por lo que decidió llamarlo ciclos.

2 El doctor Clipperton propuso que los colonos fueran con sus parejas para formar una comunidad permanente y en constante expansión.

3 En un principio la United Space decidió nombrar a la base Nova Terra, pero un mes antes del lanzamiento el doctor Clipperton murió asesinado en el estacionamiento de un supermercado al defenderse del robo de su carro, por lo que se decidió nombrar la base en su honor.

4 Cuatro meses terrestres.

5 Lo que equivale a 343 días en la Tierra.

1 Osito de peliche.

Volar, sólo volar

Autor: Eduardo Omar Honey Escandón.


Escuchas tu respiración. Una y otra vez. Apagaste la radio, no quieres oír todo lo que se dice desde el centro de control. Has hecho esto decenas de veces. Excepto que nunca aquí, tan lejos de donde naciste. El panel junto a la puerta indica que únicamente queda el oxígeno residual. Compruebas los sensores de tu traje, corres una prueba final para verificar que todo está listo. Activas tu radio:

—Doble revisión. Listo —comunicas con tranquilidad.

—También terminamos: tienes luz verde. Es todo tuyo el EVA.

Tocas el panel para que se abra la compuerta. Frente a ti está Plutón iluminado por un sol tan distante que parece un accidente. Con la voz activas la música que siempre te ha acompañado: el remix del «Bach G minor» hecho por EduTry. Te tomas del marco de la puerta para acuclillarte, cierras los ojos mientras te sumerges en la melodía y te impulsas con las piernas y los brazos para salir

Tu cerebro dice que caes rumbo al planetoide que tienes frente a ti. Sin embargo, estás prácticamente ingrávido. A esta distancia, Plutón no tiene masa suficiente para atraerte con fuerza.

Tampoco estás nervioso por tener no más de dos centímetros de diversas capas de tela, aislantes, metales y otros compuestos entre tu cuerpo y el vacío que te rodea. Sin esa protección, hervirías y te congelarías casi al mismo tiempo.

Estás aquí para tratar de romper tu propio récord, cumplir tu sueño.

El blanco cordón umbilical que te une a la nave se desenrolla lentamente. Esta vez serán sólo cinco kilómetros. Con tu fama y lo que ha costado llegar a este lugar, la Comandante no quiso tener que correr riesgos de más.

Abres los ojos, quieres mirar cómo la superficie se aproxima, aunque el proceso llevará varias horas. En su momento sentirás el tirón del conector cuando se tense. Mientras quieres entregarte a la sensación de caída. Te corriges: no es caída, hoy es momento de volar.

¿Por qué sigues en la cama? —pregunta tu madre cuando entra al cuarto—. ¿Te sientes mal?

No, mamá, no quería despertarme —contestas con tristeza a la par que tu madre se sienta en la cama y te acaricia la sien—. Soñé que estaba en un enorme prado verde iluminado por el sol de mediodía. Estaba feliz, tan feliz que empecé a brincar. Con cada brinco tomaba más impulso y me elevaba más. Seguí brincando y por fin alcancé las nubes. Ya no caí, volé por encima del prado por muchas horas. El viento me pegaba en el rostro, jugaba con mi cabello. Creo que era feliz como nunca lo seré. Quiero volver a sentir esa libertad, esa alegría, quiero regresar allí.

Tu madre te abraza mientras sollozas por el sueño perdido.

La superficie de Plutón cubre todo tu campo visual. Entonces sientes el tirón de tu línea de salvamento y, sin dejar de percibir que sigues descendiendo, tu trayectoria se modifica un poco. La nave por encima de ti te jalará lentamente con el fin de que también adquieras aceleración de forma horizontal.

Se activan pequeños cohetes en el armazón que está a tus espaldas para corregir levemente tu dirección y sentido. La computadora del traje te avisa que todo está en los límites establecidos.

La música sigue sonando.

Llevas meses entrenando con el grupo de paracaidistas. Hoy será tu décima ocasión. Vibra bastante la avioneta en la que vuelan, pero todos están sonrientes. Comparten este momento, tanto el rito previo como el posterior. El piloto indica que ya están a la altura y posición correcta.

El que está junto a la puerta corrediza hace el honor de abrirla. Cuando está listo hace la señal de siempre y se lanza. Uno tras otro salen. Hoy optaste por ser el último. Brincas y el aire resuena en tu derredor. Los demás casi están en posición para formar una flor. Abres los brazos con el fin de frenar tu descenso y miras hacia abajo consciente de la cámara que está unida a tu casco. Ser el último conlleva también la responsabilidad de registrar debidamente las acciones del grupo e individuales.

El líder indica que es momento de separarse. El grupo lo hace así y los paracaídas se abren como si fueran fuegos artificiales en telas de diverso color. Para ti no es suficiente, sólo han sido unos segundos. Aún intentando frenar con brazos y piernas, cruzas el plano donde tus compañeros ya descienden colgados por sus paracaídas.

Apenas pasando el límite de seguridad abres el paracaídas y te deslizas al punto de encuentro. En tierra el líder del grupo está enardecido y va en tu busca. Te regaña, pero no le prestas atención. Te acaba de llegar el mensaje de que has sido aceptado en la Academia del Espacio.

La computadora del traje indica que sigues en la trayectoria esperada. No han sido necesarias otras correcciones. Esta será la última vez que te permitirán hacer algo así. Te has vuelto símbolo de la importancia de conquistar el espacio exterior, aprender a vivir en el vacío e iniciar la expansión a otros planetas y, pronto, a otras estrellas.

Sabes que, a cambio de hacer este viaje, vendrán meses y años donde tendrás que ser entrevistado en múltiples idiomas, acompañar a políticos en sus campañas, asistir a festivales y cenas de gala, hablar ante cientos de miles de niños y adolescentes para que decidan salir de la Tierra, escribir algún libro y, quizás, tener un cameo en una película que honre tu vida y tus hazañas.

Por eso has estado planeando hacer algo único, especial, para esta última ocasión.

—Computadora, corre simulación del plan de apoyo. ¿Es factible?

—Ejecutando.

Mientras esperas el resultado que no te detendrá aunque no sea favorable, abres comunicación de nuevo con la nave. Tal vez sea lo último que escuchen de ti.

Tras años de entrenamiento en tierra, órbita baja y puntos Lagrange adquiriste mucha habilidad para maniobrar en el vacío, eres un genio en el Extravehicular Activity o EVA. Podías usar el equipo mínimo y maniobrar de módulo en módulo en las estaciones espaciales. O portar una de los mechas, robots de control humano, que se unen a los trajes espaciales en las estaciones más avanzadas como Petipa en L5.

Aprendiste a manipular objetos grandes como si fueran pequeños usando las líneas de seguridad para maniobras que pocos podían ejecutar. Todo esto era mucho más satisfactorio que lanzarse en paracaídas.

Pero aún no era suficiente.

Por las noches en tu litera, mientras el demás personal dormía, recordabas aquel sueño y la sensación que te produjo. Sabías que debería haber una forma.

¿Ya miraste las noticias? —te comentó un día uno de tus compañeros del escuadrón de reparación apenas entraste al comedor—. Hay unos tipos allá afuera a punto de hacer un slingshot.

Te fijaste en la pantalla: eran unos corredores de velocidad que iban de lugar en lugar con trayectorias óptimas para la aceleración de honda, el slingshot: caer hacia el planeta de forma tal que se es lanzado a enorme velocidad a otro punto. Ya era una técnica muy vieja en los albores de la conquista del espacio. Pero se estaba convirtiendo en un deporte extremo. No despegaste la mirada de la transmisión mientras sucedía la aproximación a Júpiter y gritaste de emoción cuando esa pequeña nave salió disparada rumbo a Saturno. Entonces se te ocurrió algo.

Durante las semanas siguientes hiciste cálculos y corriste simulaciones en tus tiempos de descanso. Ya con un plan claro y factible lograste convencer a varias personas para que fueran parte de lo que llamaron tu «locura». Modificaron uno de los trajes EVA, consiguieron ser transferidos a una órbita baja y, finalmente, llegó el día en que todos se subieron a un vehículo de transferencia.

Saliste al vacío a varios miles de kilómetros de la superficie terrestre, te arrastraron con el cordón de seguridad y la computadora te soltó en el momento correcto. Saliste proyectado como un bólido que hizo un paso tangencial sobre la Tierra. El mecha añadido a tu traje corrigió la trayectoria y velocidad más de una vez. Miles de kilómetros más adelante te atraparon para volver sanos y salvos.

No pudieron regañarlos. La transmisión en vivo y directo de tu hazaña rompió récords de audiencia y de súbito muchos quisieron entrar a la Academia. Tras varias discusiones, el Alto Mando aceptó tus planes y cada vez fueron por retos mayores: Marte, Venus, varias de las lunas de Júpiter, anillos de Saturno, Ceres y Urano. Era la ventaja del vacío: no había una atmósfera que te frenara.

—Comandante —comentas por la radio—, voy a seguir un plan alterno. Está ya cargado en su computadora. Si todo sale como lo calculé, tendrán que mover un poco la malla de captura.

—¿Cómo? ¿Qué…? —alcanza a decir la Comandante antes de que cortes la comunicación. Das la orden y el armazón de navegación acelera de súbito y baja un poco la trayectoria. Luego, con suavidad, se separa y te suelta. Tú y tu frágil traje sobrevuelan la superficie de Plutón. Como un guiño tuyo, extiendes los brazos al frente.

El futuro no importa. Estás volando con la libertad y la alegría del sueño, tu sueño, aquí, hoy.

Revelación Pleyadiana

Autor: Jorge Millán.


En la tierra no hay cielo, pero hay pedazos de él

Jules Renard

El destino de la Tierra está en manos de unos pocos, pero la fuerza del universo es más poderosa que su sistema programado de control. La humanidad tiene aliados extraterrenos que desconoce, pero que envían señales visibles en el cielo nocturno, sólo es cuestión de saber interpretarlas; las estrellas nos hablan y hay que saberlas escuchar. La constelación de Las Pléyades está conectada con la espiritualidad del hombre, y quienes perciben su vibración y siguen sus señales obtienen como recompensa una revelación que despierta su conciencia. Una vez alcanzada la epifanía cósmica, no hay marcha atrás.

En cierto pueblo de nombre y ubicación desconocidos vive Sensus, un niño perceptivo interesado por la ciencia, específicamente la astronomía, y que dedica sus ratos libres a la observación de los cuerpos celestes que surcan el espacio. En su cumpleaños número diez recibió de regalo por parte de sus padres un telescopio de largo alcance para realizar su pasión con la tecnología apropiada, a la que dedica tiempo después de hacer sus deberes.

Sensus le ha puesto tal empeño al grado de aprenderse nombres de constelaciones y galaxias. También ha aprendido a pronosticar con antelación eventos astronómicos relevantes, como el paso de algún cometa o cuerpo celeste cerca de la Tierra, lluvias de asteroides, explosiones siderales a años luz de distancia, todo con la ayuda de su amado telescopio. El último evento importante que vaticinó fue el avistamiento de una de las lunas de Júpiter, Ganímides, que estuvo en el rango de visión del pueblo en el que vive un domingo en la madrugada, por lo que tuvo que pedir el permiso de sus padres para disfrutar el suceso.

Es así como Sensus vive su infancia, una existencia motivada por las estrellas. Su espíritu astronómico lo impulsa a realizar lecturas sobre misterios galácticos que encuentra fascinantes: la existencia de agujeros negros, estrellas masivas que se convierten en supernovas, fenómenos colosales como brotes de rayos gama o cuásares, por mencionar algunos de ellos. Debido a esta insaciable curiosidad, ha ampliado su percepción de manera progresiva desde temprana edad, tanto que se puede vislumbrar en su futuro la trascendencia científica.

Recientemente atrajo su atención la constelación estelar Taurus, específicamente el cúmulo estelar de Las Pléyades, que puede ser visible desde el tercer planeta del sistema solar con la tecnología adecuada. Al contemplarla, se maravilla con su majestuoso fulgor, un azul nebuloso brillante que destaca de manera imponente dentro de su constelación madre. Su vocación científica le dice que en esta constelación hay vida alienígena, lo que es lógico contemplando las vastas dimensiones de la nebulosa, una diversidad apenas imaginable para el hombre.

En las últimas semanas de sus contemplaciones telescópicas, Sensus ha detectado un comportamiento extraño en el cúmulo estelar, que brilla de forma anormal durante un pequeño lapso, durante el cual su fulgor es parpadeante, como si intentara comunicar algo a través de este patrón. El chico ha intentado descifrar si hay un mensaje oculto cifrado, pero sólo ha sido capaz de armar una sola palabra coherente, esto con la estructura del código morse. La palabra es ‘bosque’.

Sensus ha armado una lista de posibles frases, todas con ‘bosque’ en su sintaxis, pero ninguna con la coherencia suficiente para cumplir un fin comunicativo, por lo que lo único relevante de sus traducciones es la palabra en cuestión. Desde su confirmación, la presencia de este vocablo lo dejó confundido, pues lo ponía en un estado de reflexión profunda, proceso que terminaba en conclusiones rebuscadas o inverosímiles sobre la epístola estelar.

Sobre su proceso reflexivo destacaba un pensamiento en particular, y era la posibilidad de que este extraño parpadeo del cúmulo de astros hubiera sido captado por su telescopio intencionalmente; es decir, que hubiese sido dirigido hacia la ventana de su cuarto en el momento apropiado para que él lo viera.

Con estos pensamientos rondando su cabeza llegó el verano, y con él las vacaciones. Y desde los primeros días que estuvo libre de sus actividades escolares, se embarcó en el proyecto que denominó revelación pleyadiana.

En los menesteres de su investigación se encontraba, cuando sus padres le dieron la noticia de un viaje para ir a acampar en las afueras de la ciudad, una salida en familia para disfrutar las maravillas de la naturaleza. Aunque modificaba la planeación de su proyecto, la recibió con agrado debido al lugar a donde irían a acampar, pues le dijeron que el destino sería el bosque ‘Praula Verdaĵo’ (nombre en esperanto que significa ‘verdor ancestral’), una de las reservas ecosistémicas más fascinantes de la región. Él sabía de la existencia del bosque desde hacía algún tiempo, y había escuchado descripciones grandiosas sobre éste.

Al relacionarlo con el mensaje de Las Pléyades, decidió investigar su significado, pues presentía que el hecho de que sus padres hubieran escogido aquel lugar era más que una simple coincidencia. Le parecía una extraña casualidad que los planes de acampar cerca de un bosque sucedieran fortuitamente los mismos días en que iniciaba su proyecto sobre la misiva extraterrestre, como si ese viaje fuera una señal importante, o incluso una indicación, para esclarecer todo aquel asunto. El chico decidió seguir su instinto y tomarlo como una pista hacia el cumplimiento de su empresa.

Salieron de la casa un sábado a las 9 de la mañana. Desde la perspectiva adulta de quienes iban a bordo del automóvil, no hay mucho que resaltar sobre el recorrido en carretera. Sin embargo, para la mente infantil fue diferente. Trascurrida una hora de viaje, el niño se abstrajo de la compañía de sus padres con una visión anormal en el paisaje a través de la ventana del coche. Moviéndose a la velocidad de éste, a un costado del camino, yacía en pleno vuelo una lechuza, una especie muy poco común en la región, de color blanco inmaculado.

El vuelo del animal era elegante, con un aleteo refinado, al grado de hacer ver el mantener el vuelo a la velocidad del vehículo no representaba ningún esfuerzo para él, suceso que mantuvo a Sensus en un estado de hipnosis profunda, e inconsciente del mesmerismo que el ave ejercía sobre él.

Después de unos segundos de contemplar a la lechuza en pleno vuelo, la vio girar el cuello para posar su mirada en la suya. Incluso pasó algo que creía inverosímil; la escuchó hablar y decirle: “sigue el verdor ancestral…”. La breve oración fue repetida por el ave tres veces, y al escuchar las primeras dos emisiones de la frase, podía jurar que se trataba del animal articulando con el hocico los vocablos, pero en la última repetición apreció con mayor detenimiento, y pudo percatarse de que el verdadero origen del sonido no era el hocico del ave, sino que éste se articulaba en su propia mente. Al tomar conciencia de ello, pensó entonces que el animal se comunicaba telepáticamente con él, pues tenía la certeza de que las palabras provenían de la lechuza, aunque su hocico se mantuviera inmóvil mientras las escuchaba

El chico volvió en sí a causa de un cuestionamiento de su padre, quien le preguntó si traía todas las cosas que le había encargado para el campamento, y fue en ese momento cuando la experiencia sobrenatural finalizó abruptamente. El padre se percató del desconcierto de su hijo por la expresión en su rostro, y no dudo en preguntarle si estaba todo bien, a lo que Sensus respondió:

—Sí papá, todo bien; disculpa, no te escuchaba porque traigo puestos mis audífonos.

—Oh, ya veo. Te preguntaba si ¿trajiste todo lo que acordamos?—dijo el señor, y el muchacho respondió reincorporándose a la dinámica dentro del vehículo.

—Claro, traje todo lo que me encargaste.

Al cabo de dos horas de viaje, llegaron a ‘Praula Verdaĵo’, con una brisa veraniega meneando las copas de los árboles, pajarillos silbando animosamente y el sonido del agua de un riachuelo cercano. Dejaron el coche estacionado al final de un camino de terracería. Se instalaron y acondicionaron el lugar en el que pasarían la noche, una casa de campaña de material impermeable, tensada con varillas y cuerdas amarradas entre los árboles. Una vez armada la tienda, adentro acomodaron todas las cosas que llevaban en su equipaje.

Desde que llegaron al lugar, todo salió como lo habían planeado o incluso mejor, la muestra más clara de ello fue la algarabía con la que disfrutaron su almuerzo, rodeados de vegetación y sonidos de aves silvestres, con el atardecer emanando un resplandor pletórico. Este humor lo mantuvieron hasta el anochecer, con los últimos troncos de la fogata que encendieron crepitando antes de apagarse por completo. La madre fue la primera en meterse a la tienda, y padre e hijo se quedaron un rato más alrededor de la agonizante flama. Como última actividad del día, por iniciativa de Sensus, identificaron constelaciones en el despejado cielo que tenían como techo. Ambos disfrutaron el juego con gran regocijo, sobre todo el padre, quien en esos momentos parecía como si hubiera regresado en el tiempo a su etapa infantil y fuera un niño platicando con otro.

Una vez concluido el juego astronómico, se metieron a la tienda. Debido al cansancio tras un día dinámico, el chico no tardó en conciliar un sueño profundo, y los padres también disfrutaban un sueño apacible gracias a la agradable calma en medio de la naturaleza, con el sonido arrullador del río a la distancia.

De repente, sin saber cuánto tiempo había transcurrido desde que se había quedado dormido, el pequeño astrónomo despertó en plena media noche a causa de un ruido proveniente del exterior de la casa de campaña, algo como un aleteo sigiloso. Una vez despabilado, tomó una linterna de mano que tenía entre sus pertenencias y salió a investigar.

Al hallarse fuera de la tienda, vio que se trataba de la lechuza que le había hablado en la carretera. Al contemplarla con detenimiento, notó en el animal un instinto dócil y, al mismo tiempo, persuasivo hacia él. El ave estaba postrada en la rama de un árbol, mirando fijamente la figura del niño, con un porte altivo y sereno. Sensus percibió esto como un comportamiento que lo invitaba a la acción como un maestro a su alumno en una importante clase. Después de clavar su mirada durante unos segundos en la de él, el ave emprendió el vuelo hacía los adentros del bosque, desapareciendo en la oscuridad de la noche. Acto seguido, el chico recordó la frase que había escuchado telepáticamente (“sigue el verdor ancestral”), así que se internó en la frondosa vegetación que yacía frente a sus ojos como una puerta a otra dimensión.

Durante los primeros metros del recorrido, sintió un intenso miedo recorrer su cuerpo al ser rodeado por la oscuridad del bosque. Desde que podía recordar sufría un temor enfermizo a la noche y a encontrarse en lugares llenos de penumbra, circunstancias en las que su mente comenzaba a generar imágenes y escenas perturbadoras de lo que podría haber a su alrededor y que lo bloqueaban hasta paralizarlo. Sin embargo, a diferencia de veces anteriores a las que había experimentado dicho miedo, en esta ocasión había algo en su interior que lo motivaba a vencerlo, una sensación inconsciente impulsada por algo externo que no sabía definir. Tal energía lo tranquilizaba, ayudándolo a superar su temor, y le brindaba el temple necesario para realizar la caminata a través de la oscuridad.

La serenidad del niño fue notoria al pasar entre raíces y tierra húmeda, iluminado únicamente con la luz de su linterna, en la búsqueda de algo que no sabía con exactitud qué era, pero que sentía sus vibraciones a distancia y lo llamaban para su encuentro. De repente, a lo lejos, en lo recóndito del bosque, apareció algo que brillaba con gran fulgor, una clase de luz verdosa de forma tubular. Al verla, recordó la frase de su amigo de poderes telepáticos y sintió que debía ir hacia ella; por lo que, completamente decidido, caminó con la linterna alumbrando el terreno que pisaba.

Después de avanzar varios metros, llegó al lugar donde se hallaba el halo vertical y distinguió que la fuente provenía del cielo a gran altura, tanto que no alcanzaba a ver qué era lo que la proyectaba en esa parte del bosque. Lo que sí llegaba a él con claridad era un sonido agudo, un eco de energía que aumentaba como acercándose a la superficie. Por fin, pasados unos instantes, apareció algo que Sensus sólo había visto en el cine y en uno que otro sueño: un objeto con el que finalmente aquel mensaje proveniente de Las Pléyades adquiría forma. Se trataba de una nave espacial.

El objeto era ovalado, de una aleación metálica brillante capaz de reflejar cualquier elemento de su entorno, con tubos como motores que despedían energía de plasma. La nave bajaba del cielo manifestándose como la fuente de la luz verdosa que lo había llamado hasta ese punto del bosque. Después de unos segundos de levitar en el aire, la nave descendió al terreno, apagó sus motores y abrió una compuerta que formó una rampa al hacer contacto con el suelo. A los pocos instantes, y con el chico batallando con el temor que sentía, salieron de ella unas siluetas que, para su sorpresa, tenían un aspecto semihumano.

Una vez afuera de la nave, los seres se acercaron. Al apreciarlas con detenimiento, la única referencia que se le vino a la mente para relacionarlos con algo conocido fueron los elfos que había visto en películas, y pensó que no tenía sentido temerles a los elfos, así que se acercó con determinación a su encuentro. Los sujetos eran dos mujeres y un varón que vestían ajustados trajes plateados, todos con una estatura mayor a los dos metros.

—Hola Sensus, nos da gusto por fin conocerte —, escuchó decir a una voz como si proviniera de una de las entidades, pero no estaba seguro de ello porque no vio a alguna de éstas mover los labios.

Pasados unos instantes, recordó el incidente con la lechuza horas atrás, y supuso que el acto comunicativo era de la misma naturaleza. Entendido esto, se enfocó en ser claro con el pensamiento y en aprovechar el tiempo de aquel esperado encuentro.

—Te hemos observado por mucho tiempo y, por la facilidad con la que has descifrado nuestras señales, confirmamos nuestras suposiciones—, dijo la misma voz dentro de su cabeza.

—No ha sido difícil interpretar sus señales. Lo que aún no tengo claro es con qué intención lo han hecho, es decir, ¿por qué me las han enviado especialmente a mí? —respondió el pequeño con su mente.

Después de una breve pausa, los seres le dijeron que de eso se trataba su presencia en la Tierra, explicarle el motivo de hacer contacto con él, así como el trasfondo de todo lo malo que sucedía en el planeta.

—Nuestro interés especial en ti se debe a que eres una semilla estelar, y nuestra intención es ayudarte a explotar todo tu potencial, porque de eso depende la salvación de tu especie.

Su primera reacción al escuchar estas palabras fue de extrañamiento. No entendía cómo información de esa clase podía pasar desapercibida tan fácilmente. Apenas hubo procesado esta información cuando los entes le aclararon que aún faltaban más puntos de la revelación.

—Desde hace miles de años, su planeta ha sido invadido por una raza alienígena de energía negativa, quienes han logrado infiltrarse y ejercer control en los humanos desde las sombras —sentenciaron los entes pleyadianos.

Dijeron que estos se habían dedicado a instaurar la violencia de forma colectiva en civilizaciones del mundo desde hacía varias eras del hombre. No obstante, mencionaron también que una liberación de este control es posible cuando la conciencia del individuo está dispuesta a desprenderse del dominio. Una vez alcanzado el entendimiento por parte del pequeño, los seres pasaron al último punto de la epifanía.

—Esta visita también es para revelarte que eres uno de los elegidos. Así como tú, hay más personas que son semillas estelares, y juntos se encargarán de la salvación de la humanidad.

Así, los entes anunciaron que, a su regreso, el grupo de hombres y mujeres de la misión estaría completo, quienes se encargarían de fundar los cimientos de una nueva civilización en un lugar secreto del universo.

Actualmente, han pasado ya 30 años desde el encuentro entre Sensus y los seres provenientes de Las Pléyades. La vida del ahora científico consagrado ha dado un giro impresionante. Junto al escuadrón de avanzada, han iniciado la construcción de una estación flotante con una ubicación imposible de localizar por alienígenas hostiles para la raza humana. Un asentamiento habitable para semillas estelares terrícolas en el espacio exterior

En esta fase de la operación, la indicación es clara, localizar a las semillas estelares existentes en el mundo y transportarlas sin que los entes negativos sospechen del plan en cuestión. El método para la transportación es similar al empleado con Sensus en ‘Praula Verdaĵo’: se atrae a los sujetos a sitios apartados de las urbes y adentrados en la naturaleza para hacer contacto con ellos. De esta forma, el rescate sigiloso se realiza sin mayor amenaza.

Durante el desarrollo de la misión, la villa flotante se ha convertido en el hogar de humanos que han vencido el dominio alienígena en la Tierra. Los residentes de este asentamiento han abandonado su existencia terrenal para convertirse en una nueva estirpe, seres cósmicos que pueden conectarse a voluntad con la energía de las estrellas, capaces de expandir su mente a placer con el fin de comprender la complejidad del universo. Seres que, llegado el momento, repoblarán el planeta que los concibió como especie y vivirán en armonía con el verdor ancestral que surge desde sus entrañas.

Lugares Invisibles

Autora: Adriana Letechipía.


Lo peor es no poder dormir. Desde hace diez días mis párpados son dos membranas traslúcidas, apenas y me protegen de la luz. Los ojos aún se distinguen en mi cuerpo. Dos máculas negras, gelatinosas, difusas. El pigmento de la coroides es lo que se alcanza a ver. La esclera y el iris son casi imperceptibles. No tardaré en perder la vista.

Frente al espejo desato la cinta de mi bata azul. La vesícula, de color verde, se vislumbra debajo de mi piel húmeda y viscosa; se encuentra inmersa, friable, entre lo que alguna vez fue el hígado. Puedo ver como los alimentos que consumo bajan por mi tubo digestivo, es fascinante cómo se mueven dentro de mis intestinos.

El quimo cambia de apariencia hasta salir de mi cuerpo. Observo el reflejo completo de la mujer invisible que siempre fui. La que no quería resaltar o hacer enojar a mamá. La que no se atrevió a invitar a salir a su mejor amiga. La que se sumió en los libros para no lidiar con las personas. La que se escondió en esta casa en medio de la nada.

Supe que algo había cambiado porque el color de mis lunares disminuyó, eran hermosos. Mi cabello se pobló de canas antes de quedarme calva. Mis uñas le siguieron, cayendo de una a una, suaves e inútiles. Los cigarrillos se acabaron, el vino también. Por fin soy del mismo color que mis lágrimas.

Nunca fui protagonista y nunca seré la heroína que necesitó la humanidad. «Vas a desaparecer», me dice mi reflejo. Ya no hay nadie allá afuera, excepto ellos.

Vinieron del cielo, eran la estrella más brillante. Cada día crecían en belleza y letalidad, una amenaza silenciosa en el firmamento. Me imaginaba dándole a Sofía un anillo con un diamante así de radiante. La casa del bosque de Tlalpan era el mejor lugar de la ciudad para observarlos y soñar. ¡Qué tonta!

Oh, sí. Echaron abajo unas cuantas naves y rápidamente fueron reemplazadas por cientos más, se distribuyeron por el planeta. Ni los países más poderosos lograron hacer algo significativo, eran demasiadas. Los que quedaron suspendidos como satélites nos ignoraron, demostrándonos cuan ínfimos éramos para ellos. De aquellas que aterrizaron salieron máquinas semejantes a insectos, mitad animal, mitad circuitos. Bioingeniería le llamamos.

Desde el refugio pude verlos. Mantideos excavadores de cuatro brazos, estercoleros reforzados de cinco metros de alto, isópteros voraces que consumieron lo que encontraron a su paso: animales terrestres, plantas, edificios, cableado, humanos. Aquellos que murieron por comer bombas o tanques de guerra fueron asimilados por sus análogos, logrando adaptaciones asombrosas e invencibles. Tanques fórmicos de cañón de ánima lisa.

Estaban preparando el terreno para vivir de acuerdo con sus necesidades. La técnica que usaron es muy sencilla y es una de las más viejas: consumieron todo a su paso y defecan sustancias que transfiguran el entorno. Los gases que emanan de sus detritos se cuelan por las ventanas, la tubería de agua potable, los túneles y el drenaje. Las lluvias arrastran esos humores a lugares lejanos.

Envenenaron el ambiente. Sus gases tuvieron el efecto del ácido nítrico en nuestros tejidos. Las hojas de los árboles se transparentaron y perdieron la clorofila. Murieron. Los animales sufrieron el mismo destino. Los perros, invisibles, intentan ladrar para defender sus hogares. Las aves no levantan el vuelo, sus alas cristalinas reflejan la luz del sol. Las cigarras y los grillos fueron silenciados, perdieron la dureza de sus exoesqueletos. Los ojos me lagrimean, la voz sale ronca de mi pecho.

Corrí a la casa del bosque buscando evadir los gases tóxicos, ignorando a todas las personas que suplicaron por mi ayuda. No pude ubicar a Sofía. Desapareció, y con ella la humanidad que hubo en mí. Pronto mi refugio quedó a la vista, expuesto por la muerte de los árboles. Yo misma he comenzado ese proceso.

No es tan terrible. La pirámide de Cuicuilco que permaneció por 2300 años al sur de la ciudad, por fin se derrumbó. Las calles dieron paso a un nuevo tipo de maleza. Hay animales dispersos, libres por las calles, solo que no son los nuestros. El silencio ha poblado el planeta. La humanidad se extinguirá hialina.

El color de mis mejillas menguó, justo a tiempo para no ver mi rostro demacrado, para ignorar la flaqueza de mi cuerpo que sucumbe por la falta de sueño. A tiempo para no verme morir.