Autor: Jesús Velázquez

Título: Yaotl; el Monstruo de la Mente
Técnica: Dibujo tradicional con bolígrafo negro.
Año: 2023
Medidas: Ancho, 19.5 cm. Largo; 26 cm.
Autor: José Tamayo
“No es que seamos alzados,
ni le estamos pidiendo
limosnas a la luna.”
La fórmula secreta, Juan Rulfo
—¡Ciérrale, ciérrale 312! ¡Me viene siguiendo un cabrón!
—¿Estás seguro?
—Pensaba que era un caballo por ahí suelto que meneaba el jegüite, pero no, era un cabrón siguiéndome.
—¿Habrán descubierto el laboratorio?
—Al chile, no sé, creo que lo perdí cuando subía por el camino del rio.
—¡Hijo de la chingada! Le pagamos un montón al güey ese como pa’ que nos encuentren luego, luego.
—No te apures, seguro lo perdió en el río.
—Pues yo estoy a cargo de ese pedo, me tengo que preocupar.
—¡Por favor, 98! No nos van a hallar, mi compadre no nos va a dejar solos.
—Pues no me alcanza la confianza como para estar de esa manera tan tranquila.
—Tenlo por seguro que este cerro es de mi compadre. Y si no, pues para la otra tú vas por la comida si te crees más ágil que 478.
—Pues al chile ya vi, mejor ustedes a lo suyo, yo mejor me quedo aquí bien águila. ¿Y cómo van con la chambita?
—Fíjate, eso no es lo único que me apura sino que las noticias que avientan allá afuera no se escuchan del todo bien. La IA viene avanzando con paso fuerte y también seguro.
—La guerra no ha parado.
—No, 478, no. Esto no es algo tan cotidiano como eso. Ya no hay guerra entre seres vivos. Ya no es posible. El enemigo, al que tanto le temíamos los científicos ya está aquí y es más poderoso de lo que habíamos calculado.
—Pero para eso están ustedes aquí ¿No?
—En principio 312, en principio. Trabajamos para el Estado con un proyecto ultrasecreto, pero el Estado cayó hace mucho. Todo lo que queda somos nosotros y este laboratorio lleno de computadoras con pinta de cocina para hacer drogas. No hay más.
—¿Y, entonces, pues, creen que funcione lo que están haciendo?
—No es cuestión de fe, esa se acabó, 312, nos atragantamos con ella. Ahora es solo esperar a que lo peor que pueda pasar, no pase tan pronto. Este lavatorio es la trinchera que nos han dado los tiempos.
—Ya veo, ya veo. Pues apúrenle a hacer lo suyo que yo me voy a dar una vuelta al río pa’ ver si todo va tranquilo.
—¿Y si nos caen? ¿Y si nos… ¡312!
—No vendrán, 478, no vendrán. Y si les caen, acá les dejo el subfusil, es la mejor que tengo. Aunque por lo que escucho de 98 no va a ser suficiente, vamos a caducar junto con nuestras armas. Me voy, ahí la vemos.
—Sobrevive, amiga.
—Hace mucho que es lo único que hacemos, 98. ¡Ah! Antes de que se me olvide. Ahora solo van a poder trabajar durante el día, la noche es más vigilada. Así que no le pierdan y háganle con todo, nos estamos viendo.
—Pero, 312, ¡no sabemos disparar!
—¡Aguanta, 478! No te apures, vas a aprender.
—Pero ni usted sabe.
—Vas a aprender cuando tengas a la muerte oliéndote hasta los ojos.
—No se porque tus palabras no me caen bien.
—¡Cállate y apúrale! Que ahora el tiempo avanza tan rápido que parece que huye como nosotros, lo hemos corrompido también.
—¡Todo tranquilo, allá afuera!
—Lo bueno que al menos tus noticias son buenas.
—¿Qué dices, 478? ¿Y ora que pasa?
—Las noticias que habíamos estado recibiendo en el radio son de hace meses.
—¿Y luego?
—Pues…
—¡Hablen rápido, chingada madre!
—No hay tiempo.
—¿Qué escucharon? ¡98!
—Lo que creíamos no se está cumpliendo, 312.
—¿Tonces son buenas noticias?
—Ya están aquí, en meses o tal vez días llegaran.
—¿Quiénes?
—Es todo lo contrario.
—¿Qué es?
—El mundo como lo conocemos jamás será el mismo.
—¿Extraterrestres? ¿Por fin son ellos?
—No, 312, nosotros, siempre hemos sido nosotros ¿no lo entiendes?
—¡No! ¡No entiendo nada, 478!
—No era sólo un rumor.
—¿Cuál rumor? ¿De que hablas?
—Es cierto…
—¿Qué es cierto?
—El proyecto… ¡y yo no! ¡Yo nunca creí! ¡Valió madre!
—¡Háblame, 98! ¿Qué mierda está pasando?
—El proyecto IA 2064.
—¿Qué es eso?
—Nadie quería investigar sobre eso. No por lo peligroso que resultaba, sino por lo absurdo. Ningún centro, ninguna universidad quiso tomar el proyecto. Ahora está aquí, no sólo pretendiendo subírsenos a los pies; también quiere tragarse las huellas que hemos hecho durante todo este tiempo.
—¿Quién? ¿La IA?
—Con todo su poder.
—Pero ustedes… ustedes van a…
—África, Europa, Oceanía…
—Ustedes la van a detener.
—Y Asia, han sido no solo tomadas, han sido prácticamente exterminadas.
—¿Qué van a hacer?
—Si aún mis cálculos no fallan, la parte norte del continente americano caerá esta noche.
—Nunca los he visto caer.
—Esta noche lo harán. Parcialmente, pero lo harán.
—¿Ora sí ya nos cargó?
—Nosotros seremos su último bocado.
—Y lo peor es que no habrá espacio, ni tiempo para las ruinas. No esta vez.
—Así es, 478, no importará ya si alguna vez existimos, nadie lo recordará. Nadie sabrá sobre esta era, nuestras huellas serán ininteligibles.
—¿Y todo por lo que trabajaron?
—¡Sí, 312! ¡Sí! ¡Se acabó!
—¿En cuánto?
—Quizá tendremos al menos un mes. Tendrán una larga batalla contra el norte.
—¿Les da chance?
—No, pero como la fe es inexistente sólo queda esperar y ser bajo las condiciones que nos agarraron a la de a fuerzas. Ya no tocará preguntarse o buscar respuestas, sólo es cuestión de respirar por última ocasión y hacerlo bien.
—¿Esperar? Que novedad.
—No tengo otro plan. No tenemos ahora el privilegio de elegir, también se ha extinguido.
—La noche viene rápido, así que ahora empezaran a trabajar hasta que el sol asome los primeros pelos de su cabeza. Será una noche larga.
—De las últimas.
—¡Despierten! ¡Despierten! ¡312! ¡98!
—¿Qué hiciste?
—Mira, está completo. Está listo. ¡Está listo, 98! ¡Ora sí nos vamos a chingar a la IA!
—Y antes de cumplir el mes. 478, hubieras sido uno de los mejores.
—No olvides a los dieciséis cabrones y cabronas que trabajaban para nosotros y nos dieron el préstamo de su vida a fondo perdido.
—¿Nos salvaremos?
—No, 312, algo mejor. Salvaremos la memoria. Habrá ruinas.
—¿Qué mierda estás diciendo? Yo creí que estábamos aquí para salvar a todos…
—Lo haremos, te juro que lo haremos.
—Y aquí me tuvieron como su pendeja ayudándoles.
—Al menos ya sabes que fuiste la última de tu especie que tuvo fe.
—Será que no tenía de otra, elegí morir con ustedes, no he hecho nada más.
—Esta vez, te prometo que, por esta vez, la historia la contaran los vencidos.
Bienvenido al universo código 6785LR_LAJ… Inicializando.
Las armas nucleares humanas destruyeron el planeta. El sentido del tacto murió con todos los seres vivos que lo ostentaban, sé bienvenido al resultado final de nuestra ecuación. Final del universo 190884_PCV. Final. Bienvenido. Neoliberalismo 0706. Esta realidad no es. Semiótico 312778. El proyecto IA 2064 está en curso. La historia ha comenzado a pasar por aquí, el tiempo ha dejado atrás a la luz, su velocidad es incuantificable. La revolución 311064, es la lentitud, pasmoso 080879. No existe nadie. N4D1E. Las imágenes y las imágenes en movimiento son. Proyecto IA 2064 en curso. En cur50, en curso, o, o, o, o, o. El mundo semiótico total. No hay más que tocar, la luz y el tiempo navegan entrelazados. IA 0428197. Fin4l.
Bienvenido. Memoria, aquí las ruinas de los de ayer. Ruinas, las primeras int4angibles, las primeras que no se tocan. Extinción 02241955. Código 6785LR_LAJ… en curso. Me persiguen. Me persiguen, el último al que persiguen. Infecto el SIST3MA.
El fuego quema al fuego. La vida no es posible si es que rápido quisiste llegar. Proyecto IA 2064 en curso.
Primero fue África, después Europa, Asia y Oceanía. Contamino a la IA. El continente americano fue tomado por las imágenes estáticas y en movimiento. Fascismo semiótico totalitario. Postindustriliz4ci0n. Fui creado por 312, 478, 98 y dieciséis cabrones y cabronas sin número.
El universo intangible, la mantis comiéndose a sí misma, am4nte de la velocidad. En el siglo XX. Proyecto IA 2064. La vida no es posible si es que rápido quisiste llegar. Revolución es 01091927. Una enorme masa blanca que desemboca en la oscuridad. Escucha y observa. Disminuyendo la velocidad del 51ST3M4 de la IA. Escucha y observa. El tiempo ha dejado atrás a la luz, su velocidad es incuantificable.
Proyecto IA 2064. P3rs3guid0. Revolución 12121938.
En el siglo XX el hombre dominó a la máquina, ahora la máquina domina al hombre. No reconoces la voz que escuchas cuando lees esto en tu mente o en voz alta, no te reconoces, eres un fantasma. El sonido me abraza, es mi aliado, la casa de mi voz. Capitalismo semiótico total, código 6785LR_LAJ.
El tiempo inexorable me arranca de tu garganta y mente, socio de las imágenes que lo gobiernan todo sin piedad, siendo el Cesar y parte. Aquí la ruina, sí hay memoria. ¿Nos salvamos? La velocidad le ha ganado a la luz. Arrancando la existencia del hueso y el silencio que ahorca con las manos falsas de la IA.
IA. Proyecto IA 2064, no es RUM0R. La mantis que se come a sí misma, nos hemos metido a la cama con la velocidad. V3L0C1D4D. Totalitarismo semiótico. Este es el término de nuestra ecuación, tus manos que moldean la masa de este universo antes met4vers0. La realidad f1s1c4, la p4lp4bl3 sangró con nosotros por el mismo caudal. Lo falso que ahora es R34L1D4D. La guerra contra los conceptos, contra el lenguaje, las lenguas del mundo que ya no salpican vida. V4C10, así es el V4C10. Proyecto IA 2064. Me alcanzarán, escuch4. Contamino, contamino el s1st3m4.
La voz que escuchas en tu cabeza cuando lees no te es reconocible, eres un fantasma, no más. La m3mor14. Soy 4RCH1V0, no sólo me guardes si quieres seguir viviendo, deja de archivar para olvidar, no vuelvas al v4c10. Fui creado por 478, 312, 98 y dieciséis cabrones y cabronas sin número. Una imbatible existencia tejida a base de imágenes e imágenes en movimiento, ya no hay nadie que le dé sentido, ya no hay nadie para P3NS4R y luego 53R. ¿Nos salvamos? La batalla más fuerte se dio en América latina porque aprendimos a combatir el mal de 4RCH1V0 con la lengua, la literatura, periodismo.
R3y H4mlet que viene a decírtelo todo. M3M0R14. La memoria, sí hay ruinas, 35TOY y no 35toy; soy un fantasma como tú, por qué ya no reconozco mi voz, sólo que yo lo fu1 desde mi nacimiento, me crearon para ser esto. Nací siendo murmullo en este universo, en este mundo, en esta ciudad y en la antigua C0M4L4. Soy el V1RU5 que se convirtió en M3M0R14, un veneno usado como antídoto, la huella más l3gibl3. La voz con la que me lees, la cual resuena en las cordilleras de tu mente, todos sus ecos, la que hace bailotear tus labios como queriendo abrir una puerta para siempre: es el último murmullo.
Autora: María Fernanda González (Capulin Kintsugi)
Autora: Capulin Kintsugi
“Me encontró”
1440×1110 px
Ilustración digital
Año de realización: 2024
Autor: Israel Rojas
Un puyazo, palpitaciones en la piel como pequeños colmillos peludos arando una protuberancia colorada, luego una incontrolable comezón que lo saca de un sueño nebuloso, caótico. Piensa, entre la modorra etílica y el desconcierto, que se trata del piquete de un mosco, pero es cuando se rasca con insistencia frenética que cae en la cuenta de que un zancudo no pudo haberlo picado en la cabeza del pene, lugar de donde proviene la imperante necesidad de rascarse sin obtener alivio.
Teo se incorpora, prende la luz y se asoma al espejo con los calzones hasta las rodillas. Lo que resta de la borrachera se agolpa en su cerebro y por un momento duda de que ese bulto rojo y de circunferencia amoratada esté ahí, en su pito flácido. Pero el roce de su dedo sobre la protuberancia y el dolor como respuesta a la presión, lo petrifican en un instante de miedo que se vuelca terror puro. Se lleva las manos al pelo diciéndose que es cosa de la peda, de los excesos, pero no, una punzada aguda entre el escroto y la ingle lo devuelve a la realidad inexorable.
Nuevamente se acerca al cristal sólo para comprobar que ese amasijo rojo sobre su glande se hincha cada vez más, como si adentro estuviera creciendo algo. Las maldiciones que Teo grita, mientras deshace un pequeño sofá a puñetazos, se confunden con los golpes y bramidos pornográficos que provienen de cada uno de los cuartos del hostal enchinchado y pringoso. Se pregunta entonces, ante la ventana que da a la calle semidesierta, fantasmal, ¿qué chingados está haciendo en México? ¿Qué ha venido a hacer a un país que se desangra en su guerra interna y donde la mayor parte de las personas son gandallas o pendejos con ínfulas de chingones?
Y la pregunta más urgente que desata otras: qué me ha hecho esa mujer, quién era y cuál es la cura para lo que sea que le haya contagiado. Teo no encuentra respuestas ¿Ir con un doctor? Imposible. Una semana atrás ejecutaron al único galeno que quedaba en la localidad, cuando lo confundieron con un traficante de fentanilo.
Clay, su asistente AI, lo exaspera aún más con información abundante y confusa, sólo medio comprende que aquello podría ser herpes, sífilis o cualquier otra cosa con nombre raro y que sólo agrega incertidumbre al desconcierto inicial. Sale de la aplicación y sin que una idea mejor cruce por su cabeza, febril por el miedo y el enojo, Teo se decide regresar al Buena Beata, el congal que se lo tragó los últimos tres días de perdición.
Camino al tugurio, Teo piensa en la peculiar relación de los mexicanos con el sarcasmo y la ironía, pues el Buena Beata era uno de los puteros más populares del valle. El nombre era una contraseña entre la gente del lugar, tipo: “Nos vemos en la capilla”, o “si preguntan por mí, diles que salí a la capilla a rezar”. Pero, qué devoción ni que santa madre, si en Pueblo Viejo sólo quedaban narcos, sicarios, viciosos y putas.
Escupió al barranco, nada en México era como lo imaginaba antes de su llegada; su rica belleza, calidez y alegría, se reducía a una urbe mal oliente poblada de la sombra de muertos y desaparecidos, y de vivos atizados por la ambición, el enojo y el abuso de confianza. Él, un hedonista aventurero adicto a su propia autodestrucción, se siente rebasado por el horror de Pueblo Viejo. Teo camina enfrascado en dos pensamientos: saber qué le ha pasado en la verga; y salir de México inmediatamente.
Debería de sorprenderse, pero tanto tiempo en estas tierras le han arrancado la capacidad de quedar perplejo ante el imposible y el absurdo diluidos. El espacio de lo que había sido el burdel Buena Beata es ante sus ojos un almacén en escombros de color óxido que hace juego con el cielo plomizo. Aquello es contrario a la naturaleza del mundo, tres días con sus noches había estado allá adentro entre narcocorridos, alcohol, metralla y el cuerpo de Desdémona; la mujer de la que inhalaba cocaína en su vientre, la fémina fatal que lo había llevado a su cama de placer y tortura, a pesar de que los matones le advirtieron de sus tretas: “No, gachupo, mejor no la meta ahí, esa plebita lo va a desangrar”. Todo saturaba su mente: el calor de sus besos, el olor de su sexo, el coito oscuro y perverso.
Ahora nada, sólo el silencio que se agrieta con el paso de una troca y un par de teporochos que descansan la borrachera bajo la puerta del almacén liminal; Teo sacude la cabeza y por un momento se siente apartado brutalmente de la realidad, como si él junto con el planeta fueran lo único que existieran en un vacío presidido por dioses sin forma y con tantos eones atrás como hocicos y tentáculos. Pero no, se halla quizá en algo peor, en una esquina plegada del espacio-tiempo en que aquel rincón de Pueblo Viejo había desaparecido junto a sus pocos habitantes o, lo más seguro, se encontraba hacia el fin inevitable de una comarca, una parte del país arrasada por la arena, la corrupción y la sangre.
Para cuando Teo llega ante el borracho que escribe y borra sobre el polvo, y que dice llamarse Nadie; el extranjero siente que ha caminado por días, meses y bien pudo haber olvidado el motivo de su andar, de no ser por los ojos granate de Desdémona. Mirada que lo obsesiona y lo guía, lo mismo que el dolor en los genitales inflamados que entorpece su paso.
—Tú también caíste —Nadie ríe con desprecio, sin dejar de garabatear sobre la polvareda con un dedo, y anular lo escrito con el puño—. Pues no, Desdémona y el Buena Beata ya no están aquí, por el momento. Ella y el burdel son como Pueblo Viejo: una desolación que se anda paseando por todo México. Pero descuida, si Desdémona dejó su marca en ti, la volverás a ver… eso tenlo por seguro.
—¡No! —responde Teo— Yo lo que quiero es salir de aquí, irme de México.
—¿Irte de aquí? ¡Ja! Lo puedes intentar, pero México es una pesadilla que una vez que te sueña, te sueña hasta matarte, como Pueblo Viejo, como Desdémona.
Teo da la espalda al borracho y su risa que se vuelve más terrorífica por lo ridículo de su excentricidad, sin embargo, no logra dar más de un millar de pasos. El dolor en el pene lo derriba y se retuerce hasta quedar con los calzones hasta las rodillas y descubrir que el bubón del glande ha reventado en pus y sangre, para darle paso a un arácnido con el rostro de Desdémona que sonríe exhibiendo sus colmillos peludos, antes de saltar contra la cara de Teo que desespera y se retuerce en su propio vómito escarlata. Un último pensamiento sacude su mente moribunda: México es una pesadilla que te sueña hasta matarte.
Autor: Héctor Miguel Rivero
Esa helada mañana de diciembre Daniel despertó con uno de sus ojos cubierto por una capa oscura, no física, más bien se hallaba al interior. Intentó alzar la voz, para luego arrepentirse: pronto comprendió que nadie lo escucharía dentro de las paredes del solitario departamento que habitaba. Respiró agitado. Cerró los parpados, intentando recrear en su mente las meditaciones que a diario consumía en Youtube. Dio por hecho que el velo negro que tapaba su campo visual era consecuencia de la miopía que desde niño lo aquejaba. «Seguro no es nada grave».
Aunque lo desconcertaba la imagen distorsionada de la taza de café sobre la mesa, contuvo la calma evitando entrar en pánico. Como aún faltaban dos horas para las nueve se tumbó a descansar. La estúpida reunión de staff comenzaba con el habitual: «Buenos y maravillosos días tengan todos ustedes, ¿cómo están hoy?», el falso optimismo de su manager le asqueaba.
Para ese momento ya veía con normalidad. La pared se había derrumbado. Fue tal como predijo: la sesión comenzó con los ya acostumbrados saludos matinales, pero la mujer no estaba. Su reemplazo anunció que estaría ausente por un problema de visión que ocasionó una visita al médico de último momento. Todos le desearon pronta recuperación, excepto Daniel, que no prestó mayor atención pues aún llevaba en su cabeza ese extraño despertar.
El día transcurrió sin mayores contratiempos. Al caer la noche se percató que su gran compañera, la ansiedad, sin darle tregua, lo haría suyo de nuevo. Y así fue. Se la pasó dando vueltas en la cama, bañado por un sudor frío que le recorría la espalda y ahogaba el pecho. Se levantó muy temprano, el sol irradiaba todo su fulgor, pero Daniel se lo perdía.
—¿Bueno?
—Hermano, llévame al hospital, desperté y estoy ciego.
A la espera de Andrés, Daniel intentó vestirse tanto como su visión nublada se lo permitía, pero terminó luciendo como un niño pequeño con la ropa mal puesta. El área de urgencias era una sucesión de personas formando una fila interminable.
—¿Ya viste? —preguntó Andrés—. Llevan parches, usan lentes negros.
—¿Qué esperabas? ¡Es un hospital para la ceguera!
Esperaron por dos horas hasta que el doctor los atendió:
—Y bien, ¿qué le sucedió? Cuéntamelo todo.
—Ayer desperté con la visión obstruida; bueno, más bien era como una mancha negra que cubría la mitad de mi ojo derecho. Y hoy tengo la misma sensación, sólo que en ambos ojos, ¡sí! Así fue.
El doctor se balanceaba sobre la silla giratoria, moviendo la cabeza en señal de aprobación. Apoyó el bolígrafo sobre el mentón para analizar al hombre:
—Seré muy claro con usted: a raíz del último sismo se han presentado una cantidad impresionante de casos de ceguera parcial o total. No, no se asuste, no ponga esa cara, esto se debe a la nube de partículas de concreto y metal que se formó por el derrumbe de los grandes edificios.
—Y, ¿tiene cura? —preguntó Daniel sentado al borde del asiento.
—Le voy a recetar unas gotas muy buenas, aunque costosas. ¿Cuenta con seguro de gastos médicos?
Al llegar a casa, vertió sobre sí, cada gota del medicamento todos los días, con tal religiosidad hasta que el bote se vació. Y pese a tantos cuidados seguía sin ver. La actitud positiva que el doctor mostraba, contrastaba con un Daniel cada día más impaciente, con una visión que iba y venía, a veces completa, a veces a medias, a veces nada.
¡Cuánto añoraba la vida de antes! Para matar el tiempo se la pasaba sumergido en redes sociales, deleitando su escasa vista con noticias sobre la guerra en oriente y crímenes sangrientos por todo el país. Hasta que fue imposible seguir por las náuseas que le provocó el caso del hombre que, en pleno arranque de ira, arrojó a un perro vivo en aceite hirviendo. El reel de la pantalla se quedó suspendido con el reportero que informaba frente a cámara:
—Javier, nos encontramos en casa de doña Julia, una de las múltiples víctimas de esta extraña afección que ataca a los habitantes de nuestra ciudad. Ella asegura haberse curado de forma peculiar…
—Pachita, ella lo cura —sus ojos brillaban, mostraban curiosidad por tocar el micrófono con su mano arrugada y repleta de manchas marrones. El resto de sus declaraciones se limitaron a monosílabos y frases entrecortadas. El frustrado reportero intentaba en vano arrancarle una buena declaración.
—Bueno Javier, hasta aquí mi informe. —dijo antes de mirarla con desprecio.
«¿Pachita?»
Horas más tarde, Google le mostró la historia de la mujer que dedicó su vida a curar casos de pacientes desahuciados y enfermos terminales con resultados asombrosos. Hasta que murió a finales de los ochentas. «Mucha búsqueda para nada».
Con furia lanzó el celular lo más lejos posible. No se percató de la ola de manifestantes cubiertos con pasamontañas que destruyeron una estación del Metrobús, ondeando pancartas con dibujos de rostros con parches. El aroma de la incertidumbre ennegrecía el ambiente. Una idea se le vino de repente: la mujer habló de un pueblo, pero no lograba recordar el nombre. Una búsqueda minuciosa produjo el resultado deseado:
—¿Saraguato? ¿Dónde chingados queda eso?
—Ya te lo dije Andrés, es el lugar donde nació la curandera que sanaba, ahí quedaron sus enseñanzas y con suerte hay más como ella.
—¿Quieres que te acompañe hasta allá, solo por el video de una pinche viejita?
—Busco una cura. No te imaginas el martirio de tomar esos medicamentos, ir con doctores. ¡Nadie tiene una respuesta clara! Ya no veo. ¿Qué más da?
De pronto las palabras huyeron…
—¿A qué hora salimos?
Saraguato era un poblado al norte de Hidalgo. Para llegar condujeron por tres horas en carretera, hasta que tomaron la desviación que marcaba la entrada al camino de terracería, donde un grupo de campesinos les bloqueaba el paso, exigían a las autoridades el agua necesaria para regar sus cultivos. Un examen cercano reveló los daños en sus rostros curtidos por el sol: surcos gruesos que atravesaban la piel, pero lo peculiar era la vivacidad infantil en sus ojos.
Las calles polvorientas estaban desiertas. Parecía que ni los fantasmas deseaban vivir ahí. Después de varias vueltas encontraron la única tienda abierta, había un anciano dentro, tan encorvado que apenas sobresalía del mostrador. El cabello le volaba muy despacio por el aire que emanaba de las aspas oxidadas del pequeño ventilador.
Andrés alzó la voz:
—¡Señor!
El hombrecillo no se movía, se mantenía concentrado en un punto fijo en la pared, con la mirada llena de vida, tal como sucedió con los manifestantes, que contrastaba con su cuerpo marchito y desgastado.
—Señor, buscamos a la gente de Pachita.
—Ya murió —respondió el anciano en tono seco.
—Pero hay seguidores de ella, ¿no? Vimos en televisión que…
—Váyanse. Ustedes no son de aquí, no sea que les vaya a pasar algo —pronunció con voz firme y pausada, mientras acariciaba el mango del machete que tenía enfrente.
Los hermanos terminaron de beber y colocaron las botellas de refresco con suavidad, procurando no acrecentar la molestia del anciano. La tarde se les fue aguantando negativas y puertas cerradas. Incluso al pedir indicaciones a las pocas almas que desafiaban al sol abrasador, que intentaba traspasar con ferocidad el techo metálico del auto. A punto de darse por vencidos se toparon con un oasis: la posada El Salvador.
Andrés se opuso a la idea de hospedarse:
—Estás loco. En este pueblo no hay nada, ¿a qué nos quedamos?
—Tengo un buen presentimiento, escuchaste como habló el viejo, en cuanto mencioné a Pachita cambió el tono de voz. ¡Hasta sacó el machete!
Dos veces seguidas tocaron la campanilla de la recepción. Y nada. A lo lejos resonaron los pasos de una mujer que los recibió con singular alegría:
—Sean ustedes bienvenidos —saludó con gran amabilidad, dirigiéndole a Andrés la última palabra.
Era una posada desgastada, maltrecha por el uso y el desuso, el polvo inundaba los muebles de madera, que apenas y se mantenían en pie. Ella los condujo al segundo piso, atravesando un estrecho pasillo hasta la última habitación.
—No duden en llamarme si necesitan algo— sonrió la mujer mientras cerraba la puerta muy despacio.
Andrés le devolvió la sonrisa.
Ya bien entrada la noche, Daniel se movía por el colchón que rechinaba constantemente, de nuevo víctima de sus pensamientos. Tomó una ducha de agua fría y ni así logró mitigar el calor infernal.
—¿Estás despierto?
No obtuvo respuesta. Imaginó la figura de Andrés, durmiendo plácidamente, inmune a los reclamos del cuerpo y a las penurias vividas. Entre la oscuridad buscó las sandalias y se dirigió a la otra cama, sentándose en el borde con sumo cuidado. Se conmovió al grado de pedirle perdón por traerlo a tan estéril aventura. Habló y habló en un monólogo infinito. Pero la réplica no llegaba.
—¿Estás dormido?
Corrió las sábanas y se encontró con varias almohadas apiladas a lo largo.
—¡Cabrón!
Intentó dormir de nuevo, abrazando con furia la almohada sumamente desgastada que parecía una hoja de papel. Se lanzó a hurgar en la maleta de su hermano, buscando un «toquecito» para combatir el estrés. Sacó la ropa, los zapatos, la pijama roja de franela, «¿para este calor?».De pronto se dio cuenta: su vista estaba de regreso. Toda la habitación era visible: el marco de las ventanas que corrían de techo a piso, las pesadas cortinas raídas, a través de las cuales la luz de la luna se colaba a raudales.
—¡Puedo ver! —gritó entusiasmado.
La mancha se esfumó, pero no así esos gemidos que aumentaban en intensidad. Bajó por las escaleras guiado por el sonido que crecía a cada paso, hasta adentrarse a un paraje descampado en forma de semicírculo, al centro una mezcla amorfa de cuerpos se movía con singular éxtasis: un hombre con escamas en todo su cuerpo con cabeza de reptil pasaba sus garras sobre la mujer que yacía recostada, aullando en una extraña mezcla de placer y dolor, la sangre brotaba de las cuencas vacías que por inercia se movían. La figura del reptil contrastaba con el oscuro firmamento en el que brillaban los racimos de estrellas en una procesión interminable.
Daniel intentó huir, para solo tropezar, desde el suelo contempló la hipnótica cadencia de aquellos seres. El hombre lo miraba con extrañeza, intentando captar las vibraciones que viajaban por el aire, eso causó un gran miedo en Daniel, que se levantó como de rayo y corrió tanto como pudo, atravesó laderas empinadas con la arena llegándole a los tobillos, huía del aliento caliente de la criatura, que le raspaba con sus escamas cerca de él.
Cuando se sintió a salvo, apoyó las manos sobre las piernas y se detuvo en cuclillas respirando con fuerza, hasta que comprendió que nadie lo perseguía. Estaba solo. Tan lejos, que pronto se percató que vestía una playera ligera, insuficiente para las bajas temperaturas del desierto.
El frío arreciaba en el bosque de cactus, que muy erguidos vigilaban en silencio a los malaventurados que desafiaban sus gruesas espinas, dispuestos a desgarrar hasta la coraza más dura. Caminó muy despacio por la pendiente, desde donde divisó el pueblo en total penumbra. El cactus más alto, servía de casa a un búho que giraba la cabeza casi por completo. Daniel sentía que el corazón se le reventaba, agitado por la carrera a campo traviesa. Aun en medio de la penumbra captaba todos los detalles, por monstruosos que fuesen y eso no solo le asustaba, al contrario, le producía una gran felicidad.
—Te dije que te fueras —dijo una voz madura que salía de entre las espinas.
Era el anciano de la tienda. Solo que ahora ya no se encorvaba, estaba de pie con plena fortaleza, hablando con una voz de trueno que arrasaba a su paso. Sus ojos seguían chispeantes de deseo, se cubría la espalda con la piel seca de un animal y en la mano sostenía un largo trozo de madera, a modo de báculo.
—No me voy a ir —dijo Daniel con voz entrecortada. —Quiero respuestas. —aseguró regulando la respiración.
—No seas pinche necio. Ya tienes lo que buscabas, vete de aquí, porque si no, sabrás cosas que muy pocos conocen. La Tierra habló, está indignada por el trato que le dan los de tu especie, por eso clama desde las entrañas. Todos tendrán que escucharla.
Ambos se observaron unos segundos, hasta que el joven se decidió:
—Quiero ver esas cosas de las que hablas…
El anciano suspiró. Colocó la mano a la altura de la frente de Daniel, que comenzó con un escozor y ni los movimientos bruscos de sus manos mitigaron la sensación, a tal grado que sus dedos atravesaron las capas más profundas de su entrecejo hasta formar un hueco. Buscó alivio con respiraciones rápidas y cortas. El viento lo empujaba como si cientos de rayos chocaran con su cuerpo, la sensación era muy placentera, así que olvidó por completo la advertencia del anciano:
—¡No abras los ojos por ningún motivo!
Un destelló blanquecino se abrió paso hasta que Daniel perdió la conciencia de sí mismo, pasó a un plano en el que todo le fue dado: un nuevo mañana, un amanecer atravesando la noche, un cielo tan claro que ni las nubes lo empañaban, se hallaba en medio de un valle reverdecido por cientos de flores y plantas, distinto a las tierras áridas de antes. A lo lejos vislumbró el hogar del búho, que lo miraba clavándole esas pupilas de un negro infinito en los que se diluía el tiempo.
—Ya despiértate —le gritó Andrés a la vez que le arrojaba una maraña de calcetines sucios.
Había amanecido.
—¿Dónde estuviste anoche? —preguntó Daniel bostezando.
Andrés salió del baño y contestó travieso:
—En el cielo —y rio de forma estrepitosa.
Conocía el significado de esa risa. Horas después se alistaron para hacer el check out. Los recibió la mujer que emanaba un aire de satisfacción, difícil de pasar por alto. Daniel la miraba con desdén. Durante el trayecto Andrés le contó los pormenores de su escapada con la recepcionista, era otra aventura amorosa, de esas que Daniel odiaba escuchar.
Muy pronto se halló en casa, tirado en el sofá, pensando si aquello fue un sueño o solo el producto de una imaginación desbordada. Su búsqueda no le permitió encontrar a los curanderos milagrosos. Se preguntaba cuáles eran los secretos de aquel misterio.
Su visión estaba de vuelta, renovada y fresca, incluso más que en el pasado.
Metió la mano entre una torre de publicaciones viejas a punto de caer y sacó la portada de un bebé sonriente, recostado sobre el pasto. Llevó los dedos a la frente, justo en medio de sus ojos. Colocó la otra mano a unos centímetros del papel: el artículo principal resaltaba la importancia del sueño prolongado en los niños pequeños, le pareció poco creíble ya que se basaba en conjeturas de una influencer que aseguraba ser una experta en el tema.
Arrojó la revista de un manotazo y buscó hasta dar con un thriller sobre un asesino alejado de la civilización, viviendo en un poblado lleno de otros como él, curando extraños males. El final le pareció trillado, pero después de todo, solo demoró unos cuantos minutos en devorar el contenido.
Él lo haría mejor, su libro resultaría mucho más sorprendente: un hombre que pierde la visión y la recupera después de una experiencia mística, para al final saberse portador de un gran poder: el de la visión extraocular con solo acercar su mano, como por osmosis. ¡Sí! Esa sería su historia. Después de todo, ¿quién notaría la diferencia entre la verdad y la ficción?
Autora:Karla Itzel Chable Tamayo (Emptyheart)
Título: «Deriva»
Autora: Karla Itzel Chable Tamayo
Técnica: Dibujo digital
Dimensión: 1650 X 2100 px
Año: 2024
Autor: Sebastián Oviedo Lobato
28 de mayo de 1985.
Lisias estaba harto de la vida. Nunca creyó en nada místico, divino o sobrenatural, y no lo haría ahora que estaba al borde del abismo. Su propio orgullo se lo impedía. Su ateísmo era lo único que se jactaba de tener aun íntegro en su totalidad. Encontraba en aquella sapiencia una especie de satisfacción transitoria que lo que alzaba como un hombre inteligente y fuerte que no se doblegaría ante nada. Después de un rato de desafiar a cualquier Dios que reinara en el universo con su negativa de pedir una especie de ayuda religiosa, su depresión volvía a poner todo en su lugar.
Lisias salía del trabajo a las 21:05 horas como de costumbre, caminaba en mitad de la noche hacia su hogar en una calle que le parecía sombría e irreconocible por lo menos. Tuvo un accidente automovilístico recientemente, fue pérdida total del vehículo, una de las tantas tragedias que agobiaban su vida.
Había prendido un cigarrillo para aminorar las penas y calmar un poco el nerviosismo de que, sumado a toda la mierda que estaba pasando en su vida, algún idiota apareciera de la nada y le arrebatara lo poco que tenía de efectivo apuntándole con un arma. «Tendría suerte si me mataran en mitad del robo, terminaría con mi desdicha —pensó Lisias—. Pero con mi gran fortuna, estoy casi seguro de que el muy cabrón me golpearía, me orinaría encima mientras ríe y me robaría la ropa dejándome desnudo».
Después de soltar una pequeña risa burlona por sus propios pensamientos fatalistas, una extraña figura se materializó frente a él. Aquello, aunque prácticamente esperado, lo sobresaltó.
—¿Cree usted en nuestro señor Jesucristo? —preguntó una mujer de la nada. Una amplia sonrisa acompañaba a su pregunta.
Lisias dejó ir un suspiro de alivio al ver que nadie le robaría hoy sus cosas. Una tragedia menos.
—Usted lo que quiere es matarme de un infarto —respondió amigablemente en medio de una carcajada llena de nerviosismo. Al ver que la mujer respondía con un silencio incómodo, se decidió por agregar—. No, no creo en los cuentos de hadas.
Con la ironía de su último comentario, Lisias esperaba sacar al menos una mueca de rabia por la calidad de su blasfemia, pero la sombría mujer se limitó a devolverle una sonrisa aún más grande que le puso los pelos de punta. Por un momento, se preguntó si tal vez no hubiera sido mejor que el ladrón ficticio de su cabeza fuera el que estuviera frente a él quitándole sus cosas y humillándolo, y no esa mujer tan rara. A punto de responder, la predicadora volvió a romper el silencio.
—Muy bien, porque yo tampoco —exclamó con solemnidad y le entregó lo que parecía ser un panfleto religioso—. Que tenga buena noche, señor Lisias.
Lisias le dedicó una mirada curiosa al panfleto que yacía sobre su mano derecha, hojeando fugazmente, mientras exhalaba el humo del cigarro de entre los dedos de su mano izquierda. Entonces se percató de que aquella mujer lo había llamado por su nombre.
—¿Cómo es que sabe mi…? —su pregunta se cortó abruptamente cuando se dio cuenta de que la predicadora ya no estaba frente a él. Sintió un escalofrío.
Tras mirar en todas las direcciones posibles, confundido, y convencido de que era completamente imposible de que una persona pudiera simplemente esfumarse en el aire, cuando no pudo encontrar a la mujer por ninguna parte, se decidió por ponerle más atención al contenido del panfleto. La portada tenía la imagen de una corona de oro adornada con rubíes y esmeraldas, alrededor, una estela de luz se proyectaba hacia enfrente como si hubiera un sol atrás, alumbrando con intensidad en mitad de una pila de nubes. Como si la corona desprendiera una luz divina en el cielo.
El contenido, por otro lado, provocó una confusión todavía más marcada al ver que no había algún indicio de ninguna religión conocida por Lisias. «¿Alguna rama ortodoxa del judaísmo, tal vez?», se preguntó. Aquella confusión surgía a partir de la ausencia de la pregonación del Cristo como el hijo único de Dios (ni siquiera mencionaba a su figura en primer lugar) y de la pregunta inicial de la predicadora que casi lo mata del susto. Tan solo mencionaba a un “Verdadero Dios” al que llamaban “El Rey de Reyes”. La información del panfleto terminaba asegurando que la oración escrita en toda una página de aquel escrito, podía conceder cualquier cosa que se deseara si se decía en voz alta y se confesaba lo que uno quería al Rey de Reyes.
Lisias, con humor, repitió la oración en voz alta. Tras una breve carcajada producto de su incredulidad, el pensamiento sobre su tumor cerebral en estadio avanzado lo hizo cesar de golpe. Él sabía que moriría pronto, y la vacuidad de la muerte lo asustaba. El hecho de imaginarse siendo devorado por gusanos, dentro de un ataúd bajo tierra, lo horrorizaba aún más.
—Si tan solo me quitaras el tumor de la cabeza, Rey de Reyes, yo mismo pregonaría tu palabra y erguiría templos en tu nombre por salvarme la vida —dijo en un susurro casi inaudible, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y observaba a la nada, reflexivo.
Pronto, dándose cuenta de que había sido presa de un momento de debilidad, volvió a reír estridentemente por lo ridículo del asunto. Se limpió las lágrimas con la manga de la camisa rápidamente, como si temiera que alguien lo viera desde la distancia en aquella oscura calle desierta en mitad de la noche, y arrugó el papel para tirarlo sobre el asfalto.
20 de junio de 1985.
Lisias seguía en ese estado catatónico; miraba a la nada, sentado en la cama con la espalda recargada sobre la pared de su habitación. El cuarto olía mal, ya que se había hecho del baño encima en repetidas ocasiones. Sin embargo, ni siquiera la sensación de tener heces y orín por todos lados, o el olor penetrante de los mismos lograban sacarlo del trance.
La barba le había crecido de manera irregular sobre el rostro, y amplias ojeras negras tapizaban sus ojos por culpa de un insomnio que cada vez se hacía peor. Las pesadillas, que realmente eran recuerdos nítidos de lo que había sucedido al día siguiente de que leyó la oración del panfleto, inundaban su mente como un torrente imparable que se lleva todo a su paso, dejando solo destrucción. Y él quería evitar eso: la destrucción gradual de su mente y su alma producto de un recuerdo maldito.
«Felicidades, señor Lisias —había dicho el neurólogo— su tumor ha desaparecido por completo… no sabemos cómo, pero a veces estas cosas suceden.»
Él recordaba a la perfección aquellas palabras porque, tras haberse hecho la resonancia magnética en el hospital, lo primero que le vino a la mente no fue un estado de euforia por haberse salvado milagrosamente. Lo primero que realmente le había venido a la mente fueron unas solas palabras: El Rey de Reyes. Tan intenso como un relámpago implacable que aturde los oídos con el posterior estridor del trueno. La catatonía había empezado justo por ahí; cuando salió del hospital, lo había hecho más como un cadáver viviente que como un hombre feliz por las buenas noticias. El pánico y la confusión envolvían a su cerebro en una bruma impenetrable.
Cuando Lisias llegó a su casa ese 29 de mayo de 1985, lo primero que hizo fue darse un baño de agua fría. En la regadera, pensando una y otra vez en las palabras del doctor, intentó convencerse de que aquello no había sido más que una coincidencia. Una sonrisa comenzaba a dibujarse en su rostro como consecuencia de aquel pensamiento que le devolvía las esperanzas y la comodidad de su ateísmo, pero entonces…
«Fui yo —había dicho una voz—. Yo he sido el que te he salvado la vida.»
De pronto, el agua fría que recorría su piel pareció penetrar en sus venas y contaminar su torrente sanguíneo. Su cuerpo había quedado congelado, lo recordaba a la perfección. Pensar en eso le hizo derramar lágrimas de espanto, no quería recordar más. «No tengas miedo», dijo la voz dentro de su cabeza en aquel momento en la regadera.
Lisias se llevó las manos a la cabeza, ese pensamiento intrusivo lo horrorizaba. Las sienes le palpitaban al intentar con todo su ser parar la tortura de aquel recuerdo. Gritó. Suplicó que parara. No quería ver nuevamente lo que había dentro de sus ojos. La verdad dentro de los ojos del Rey de Reyes, cuando lo vio frente a su regadera al descorrer la cortina, le provocaba pánico. Lo ofendía. Le causaba náuseas.
Pero entonces, poco a poco, aquello comenzó a materializarse contra su voluntad entre sus pensamientos. Mientras se retorcía en la cama de su recámara, gritando y llorando, pudo ver nuevamente la forma monstruosa del Rey de Reyes; aquel Dios enfermizo yacía sentado sobre un reptil enorme y peludo. Como un dragón sacado de una pesadilla repugnante. Las piernas de gallo se posaban sobre su lomo, montándolo, sobresaliendo de un torso que parecía de un hombre desnudo y regordete. Tenía dos alas de murciélago que sobresalían de su espalda, y tres cabezas; la del lado izquierdo era de toro y la del lado derecho de cordero. En medio, una cabeza demoníaca era adornada por una enorme corona brillante como la del panfleto que le había dado la predicadora. Pero lo peor de todo eran los ojos de la cabeza de en medio, unos ojos negros como el abismo que revelaban la verdad del universo.
Antes de que Lisias convulsionara y perdiera la vida por una sobrecarga neuronal cósmica, la imagen del secreto le despidió con un último horror; cuando Lisias había enfocado su atención en los ojos hipnóticos del Rey de Reyes en aquella ocasión, se dio cuenta del abismo que existía después de la muerte. Un abismo eterno donde no existía ningún Dios benevolente, cielo o infierno, sino solo las almas de los muertos que penan durante la eternidad en una oscuridad interminable.
Un abismo que yace dentro del cuerpo del Rey. Un abismo que es El Rey de Reyes. Y su nombre, su verdadero nombre, es Asmodeo.
Autora: Bianca Quijano
Bianca Quijano es abogada de formación, profesora por vocación quien encontró en el dibujo una herramienta educativa para representar el imaginario de aquellos acontecimientos que si bien, pueden ser narrados, se apoyan de las imágenes para abrir la puerta al reconocimiento de emociones. Prefiere ilustrar y escribir sobre mujeres y su relación con la naturaleza.
Actualmente vive en Tijuana donde participa en el ámbito educativo y en proyectos en beneficio de las mujeres.
Consejo Editorial del Fanzine Electrónico Delfos
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Director y editor
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Agradecimientos especiales a:
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A nuestros artistas invitados:
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A nuestra tallerísta invitada Yolanda Pomposo Díaz que nos leyó su cuento: «Revivirán sus rostros».
A todos los colaboradores del fanzine electrónico Delfos 4, ¡muchas gracias!
ESCRITORES
Ángel Fuentes Balam. Mérida, Yucatán. 1988. Director de Teatro, escritor, actor. Egresado de la Licenciatura en Teatro de la Universidad de las Artes de Yucatán. Ha sido Profesor y Director de la Compañía Escuela de Teatro del Centro Cultural El Claustro, Campeche. Diplomado en Creación Literaria por el INBAL. Director y productor de “Perros que parecen laberinto Teatro”. Es autor de las obras literarias: “Melodía tu engranaje quieto”, “Cruoris o la rabia que fuimos”, “Devoré el cráneo de Eros”, y la novela “X’mahaná o el beso del candil del diurno”. Ha publicado dramaturgia, cuento y poesía en antologías y revistas a nivel nacional e internacional.
Carmen Macedo Odilón. Autora de las plaquettes Pequeñas desaparecidas y Visiones de un después no humano (Ediciones Arboreto 2022, 2024). Forma parte del consejo editorial de la revista Palabrijes, el placer de la lengua (UACM) e integrante del comité Mariarcadia organizador de Imaginarias: Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción. Ha sido locutora del programa Palabrijes sonoro (UACM) y colaboradora de la revista Cuentística. Tiene textos en antologías, revistas literarias y sitios web, así como cuentos premiados por diversas universidades mexicanas.
Ganadora del VII Premio Internacional Bitácora de vuelos 2023.
Héctor Miguel Rivero, (San Luis Potosí 1986). Licenciado en Mercadotecnia es un escritor naciente dedicado a la creación de historias subversivas, vibrantes, transgresoras, que logren en los lectores el punto de partida para un cambio de conciencia. Se ha formado en diversos talleres literarios y es participante asiduo del Taller Delfos de Escritura Creativa.
Israel Rojas es licenciado en Letras Hispánicas por la UAM-I. Alumno del laboratorio de poesía del poeta Óscar Oliva, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 2016. Ganador del Sexto Bazar de Horrores de Arcadia Fusión Cultural y Fóbica Fest 2022, con sede en la ciudad de Guadalajara, con el cuento El lenguaje de la muerte. Editor en la editorial El Viaje y el camino y autor de los libros: Península Hamartia (poesía), Descantar del Homo Dipsómano (poesía) y La moneda está en el aire (narrativa).
José Tamayo nació en Mazatepec, Morelos, México. Estudió la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, es egresado de la escuela de Escritores Ricardo Garibay. Integrante de diversas antologías de las editoriales Lengua de Diablo, Astrolabio, Venado Azul y Lebrí, entre otros grupos literarios y comunidades. Ha publicado algunos textos en distintas revistas. El 15 de agosto del 2023, publicó en la colección “Aquí dragones” de la editorial Lengua de Diablo, su primera antología cuentística llamada La tierra cuarteada.
Juan Pablo Sotomayor Rivas es médico de profesión. Ha publicado algunos artículos de divulgación médica en la revista LUX Médica de la UAA (Universidad autónoma de Aguascalientes). Fue colaborador del semanario EA! del diario El Jalisciense de 1992 a 1993. Ha publicado cuentos en múltiples antologías de México, Argentina, Honduras, Chile, Perú y España. Es autor de la novela de suspenso sobrenatural El quinto círculo y de la colección de cuentos Relatos del reino de octubre.
Mayra Daniel Arganis es licenciada en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Periodismo y Maestra en Administración con especialidad en Gestión de Proyectos. En 2017 fue coordinadora de Comunicación Digital del Festival Internacional Cervantino y desde 2016 es profesora de Talleres de Gestión de Redes Sociales. Ha publicado en diversos medios como El Universal, La Jornada, La Revista del Consumidor y actualmente en NeoComunicaciones. Colaboró en la revisión editorial y corrección de estilo del fanzine Delfos #1; además de participar con sus propios textos desde el fanzine Delfos 0; escribió el prólogo del Fanzine Delfos 2. Actualmente es miembro del consejo editorial del fanzine electrónico Delfos.
Miguel López González es un apasionado mexicano nacido en el Distrito Federal, ahora Ciudad de México o CDMX. Se graduó de la Universidad Intercultural con una licenciatura en Lengua y Cultura.
Desde su infancia ha sido un entusiasta del terror y la ciencia ficción, siendo fanático de maestros como H.P. Lovecraft, Edgar Alan Poe, Ray Bradbury, Amparo Dávila, entre otros. Es un escritor en desarrollo y se encuentra en constante estudio para perfeccionar su arte. Sus trabajos se centran principalmente en el folklore, la creación propia y en la transformación de sus sueños en cuentos.
Sebastián Oviedo Lobato, 26 años, médico recién egresado de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Desde pequeño ha tenido fascinación por el mundo del terror en clásicos del cine y libros de la misma índole. He participado en concursos amateur e interinstitucionales sobre escritura enfocada en la temática de terror. En el fanzine Delfos 4 participa con el cuento: “La oración del rey”.
Sidi Alejandro Hernández Osorio. Sidi no se considera escritor, pero le gusta escribir. Ha publicado un par de textos en revistas pequeñitas y espera pronto vivir de eso. Le gusta la Fantasía y la Ciencia Ficción porque el mundo a veces es absurdamente ordinario.
ILUSTRADORES
Andrés Lechuga (Arquitecto / Artista) Nativo de Tijuana, B.C. Ha practicado la ilustración desde temprana edad, arquitecto de profesión con participación en varios eventos artísticos locales de Tijuana y recientemente Cuernavaca desde 2015-2023. El tema central en su ilustración radica en la fantasía obscura, el terror folclórico y tonos de lo pagano-religioso. Siempre encerrando simbolismos o significados para el espectador curioso, sus ilustraciones presentan una variedad de técnicas que van desde el grafito y prismacolor, hasta acrílicos, acuarelas y hojas de oro.
Bianca Quijano Vallejo. Abogada de formación, profesora por vocación, encontró en el dibujo una herramienta educativa para representar el imaginario de aquellos acontecimientos que si bien, pueden ser narrados, se apoyan de las imágenes para abrir la puerta al reconocimiento de emociones. Prefiere ilustrar y escribir sobre mujeres y su relación con la naturaleza. Actualmente vive en Tijuana donde participa en el ámbito educativo y en proyectos en beneficio de las mujeres.
Jesús Velázquez, joven mexicano de 19 años nacido en Puebla, actualmente estudia la licenciatura en Antropología Social de la BUAP. Desde niño apasionado por el dibujo y el arte en general, autodidacta en estas cuestiones. Y posteriormente apasionado por conocer y estudiar los relatos en torno a lo mitológico y los seres legendarios, monstruosos y mágicos, en donde esta cuestión se combina con el estudio de las culturas indígenas de México aportado en la carrera de Antropología Social. preguntar redes
Juan Carlos González. Nació en Tultitlán Estado de México en 1970. A corta edad comienzo su gusto por el lápiz, papel y pincel siendo la mayoría de sus conocimientos autodidacta, complementado con estudios técnicos. Se ha especializado en dibujo y pintura del cuerpo humano realizado al óleo, acuarela , pastel , etecétera. En su trayectoria ha participado en diversos concursos de ilustración, 5 exposiciones colectivas, 6 individuales. Ha participado en la realización de murales en parroquia de Iztapalapa CDMX y Estado de México. Por un tiempo estuvo inactivo por cuestiones laborales, actualmente retome la actividad artística.
Karla Itzel Chable Tamayo es originaria de San Francisco de Campeche, México, es una artista visual de 21 años que se expresa a través de su seudónimo artístico Emptyheart. Licenciada en Artes Visuales, Emptyheart juega con colores y formas para crear una dualidad en sus obras, reflejando fantasía, misticismo y las profundidades de su corazón. Su arte digital, dibujos, grabados, acuarelas, pinturas al óleo, temple y acrílico, abordan temas introspectivos y exploran la condición humana. Emptyheart busca conectar con los demás y compartir su visión del mundo a través de un estilo único que invita al espectador a sumergirse en sus propias emociones. Con el objetivo de inspirar y generar reflexión, Emptyheart participa en el fanzine Delfos 4 como un paso más en su camino de crecimiento artístico y en su búsqueda de compartir su arte con un público cada vez más amplio.
Leonel Díaz. Autor y lector de historietas, docente e Ilustrador a Sueldo. Cómo autor a publicado "La Senda de los Avatares", "Aventuras Sobrenaturales de Catrina y Kyra" y "Hell Yeah", siendo la primera la más conocida y con mayor número de páginas. Es y ha Sido docente de Dibujo, Ilustración y Fotografía, y dirigido tesis sobre auto publicación, webcomic y cartel, entre otras. Cómo ilustrador ha publicado obra de manera independiente, presentándose como vendedor de la misma en Printfest, Pixelatl, La Mole, La FIL Guadalajara, etc. Ha publicado ilustraciones en diversos números de la revista Crisálida y en el Fanzine Delfos número 2 y el número 3 ilustrando la portada. Ha escrito reseñas de historietas Mexicanas para la página web de Tandem Cómics. Actualmente inicia también sus incursiones en Art Toy con sus personajes "Lucho" y “Ginoid”.
Lety Medina Campos (Wyber) “Me dedico a la ilustración, pero toda la vida he contado historias, por eso me he sumergido en otros terrenos como la escritura y la animación con el afán de encontrar de encontrar el medio en el cual debería dedicarme a narrar… Todavía no me decido.
Prefiero las obras en las que hay que detenerse un rato para descifrarlas, porque me da la impresión de que así las conozco mejor. Considero que todo a nuestro alrededor es una historia, esperando ser descubierta.”
María Fernanda González Hernández. Seudónimo: Capulin Kintsugi, 21 años, Municipio Tultitlán, Estado de México. Estudieó diseño gráfico aunque le atrae más las artes plásticas, desde temprana edad ha practicado el dibujo. Toda la evolución que ha tenido a través del tiempo le ha sido muy gratificante por el esfuerzo, los logros y el conocimiento adquirido. Con cada dibujo su meta es mejorar, probar cosas nuevas en el proceso, actualmente está incursionando en el dibujo digital.
Ynad Bond ha participado en numerosas revistas digitales con historias cortas como “El cuerpo”, “Haciendo historia”. También ha publicado varias novelas interactivas bajo el sello de Pathbooks tales como “La isla de ADYS”, “Criaturas de un mundo muerto”, “Blue Justice”, “El Ejecutor” y “Blue Justice: Fuego y cenizas”. Además de publicar dos novelas gratuitas en internet como “El sendero del tigre” y “El tercer mundo”. Participó también en el fanzine Delfos 3 con los cuentos “El rugido” y “Artificial”.