Allá lejos y hace tiempo

Por Miguel Ángel Castelo


En uno de los tantos domingos que salía de trabajar, dando gracias a Dios que ya no iría lunes y martes, me desvié a casa de mis padres. Hacía algunas semanas que no los visitaba. Cuando llegué, me llevé la grata sorpresa de que mi tío Ambrosio, hermano de mi papá, y su esposa Avelina llegaron desde la Ciudad de México. La última vez que los vi fue cuando estaba en cuarto semestre de preparatoria. Los saludé gustoso. Mi mamá me ofreció, aparte de una silla, un vaso de Coca Cola bien fría y, de paso, sirvió también a mi tío. Mi tía rechazó el refresco, pero aceptó una manzana.


—Hace tiempo, a una de mis hijas se le hinchó la cara. El lado derecho. Así nomás, como si le hubieran pegado. Fuimos con los doctores y le dijeron que estaba bien. Que si no era alérgica a nada —dijo mi tío.
—Capaz que era ojo… —habló mi papá, mientras soplaba su café para dar un sorbo.
—Una vez a mí el ojo derecho se me infló como globo. ¿Se acuerdan? —volteé a ver a mis papás.
—Sí. Estuvo feo. Creí que le iba a explotar el ojo —dijo mi madre.
—¿Y tú lo curaste? —preguntó mi tía Avelina.
—Sí, lo curé —respondió mi papá.
—Ambrosio también es brujo —contó mi tía mientras mordía la manzana.
—Pues es que nuestro abuelo nos enseñó. ¿Sí o no, carnal? —mi papá dio una palmada en la espalda su hermano.
—Sí. Nuestro tata Macario sabía mucho. Nomás que ya no le hago a eso.
—Fue desde aquella vez que llegaste de madrugada, todo blanco y frio —dijo mi tía mientras masticaba otro pedazo de manzana.
—Sí, lo recuerdo, nomás que no te lo he contado —mi tío se acomodó en su lugar. Yo bebí un poco de Coca.
—De verdad doy gracias a Dios —se levantó levemente la gorra que traía—, que ese día llegué a la casa. Esto ya pasó hace tiempo y creo, mujer, aprovechando que estamos aquí, es hora de contarte:



En una noche de borrachera, tú te has de acordar bien, estábamos como cuatro o cinco en el patio de la casa. Nosotros vivimos en la Xico. Casi cada semana nos juntábamos algunos vecinos a tomar y esa vez llegó un señor que no había visto. No estaba tan grande, tenía como 35 años. Conforme pasaba la noche, llegó la mujer de este chavo.
—¿No te da vergüenza, Elías? —así se llamaba este amigo. Hasta ese rato supe su nombre—, saliste de trabajar a las 6 de la tarde y prefieres tragar mierda que ver a tu hija enferma —La voz de la señora, aparte de enojada, se oía muy triste.
—¿Qué le pasa a su hija? —le pregunté yo.
—Nada —Me contestó de rápido él —. Está mal de su cabeza.
—Esa es tu gran explicación. Yo sé que mi niña no está loca.
—Conste que yo no lo dije —le contestó casi riéndose el marido. Aquí ya empecé a dudar y le volví a preguntar a la señora.
—Pues nomás se la pasa en el rincón del cuarto como agachadita. Dice que en el techo andan caminando gatos negros y que se le quieren aventar encima, que la quieren arañar —la señora empezó a llorar—. No sale en el día, ni a la escuela la puedo llevar. Y a veces, en las noches, camina sola para afuera de la casa, pero está dormida. Y no la despierto porque dicen que es peligroso.
—Ya te dije, Pilar, que esa chamaca está loca. Se debe internar antes de que nos haga algo a tí o a mí —dijo Elías.
—¡Tiene 12 años! ¡No nos puede hacer nada!
—¿Le ha notado golpes? ¿O que su color es diferente? —le pregunté.
—Sí, en los brazos sobre todo y cada día está más pálida. Pareciera que la muerte la reclama.
Me puse a pensar mientras ellos discutían. Recordé que en el pueblo le pasó lo mismo a una chamaquilla y nuestro tata la curó. Me acabé la cerveza y me levanté.
—¿Me deja ver a su niña? —le dije a la señora en buen plan.
—¿Y tú qué sabes? ¿Eres doctor o qué? —Elías también se levantó y se me puso muy cerca, como si me quisiera pegar.
—Esto no es cosa de médicos.
—¡Creencias de gente pendeja!
—¡Cálmate, Elías! —le gritó la mujer.
—¿De veras usted sabe curar?
—Sí —le dije—. Yo sé de esas cosas.
—Créame que la he llevado con muchos doctores, hasta particulares, y ninguno me ha sabido dar respuesta. Vamos, pues. No pierdo nada con que usted la vea.
Y pues me llevó a su casa en Tláhuac. Pasé a ver a la niña y sí, estaba bastante mal. Pareciera como la niña de la película esta “El aro”: blanca, blanca, con el pelo negro, negro para enfrente, con moretones en las piernitas y los bracitos. Le hablé y me miró muy feo, como si estuviera endemoniada. Le pedí a Elías que se saliera del cuarto. Se enojó mucho más que cuando me ofrecí a ver a su hija, pero se salió mentando madres.
—Mija, este señor te va a curar —le dijo su mamá.
—¿De veras, mamá? —preguntó la niña.
Para ese rato su mirada se le cambió a algo más normal.
—¿Ya no se me van a venir los gatos encima? —me preguntó la niña.
—Pues vamos a hacer lo posible —le contesté—. Acuéstate en tu cama, así como estás.
Cuando se acostó, accidentalmente se le alzó un poco el shortsito negro que traía puesto y le alcancé a ver unas marcas como de dedos arriba de las piernas, casi en el muslo. Le dije a Pilar que le alzara más la ropa y, aparte de las marcas, había golpes. Pedí tres huevos criollos, alcohol, ruda, albahaca y pirul. Me salí junto con la señora y vi a Elías en el marco de la puerta fumando, muy quitado de la pena. Pilar lo mandó por las cosas y él, de mala gana, salió a la calle. Me quedé afuera y al rato llegó Elías. Se me quedó viendo como con desprecio.
—No hubo huevos criollos. Nomás de los normales.
—No le hace. Sirven para lo mismo.
—¿Quién te enseñó?
—Mi abuelo. No sé si era brujo, pero de que sabía, sabía.
—Bueno, pues ya veremos.
Entramos juntos al cuarto de la niña. Encima de una mesita puso las cosas. Cuando me acerqué a tomar las hierbas, empezó a oler como a drenaje, pero horrible, tanto así que me mareó el aroma. Mojé con un poco de alcohol mi mano y la acerqué a la nariz. Armé el manojo, le eché alcohol, me persigné y empecé a ramearla por todo su cuerpito. Desde arriba hasta abajo. Bien, bien rameada. Mientras rezaba un Padre Nuestro, me andaba mareando, ya no por el olor, sino por la vibra que se andaba quitando. Después le pasé los tres huevos, de uno en uno. Ahí me vinieron más mareos, pero logré acabar.
—¿Tienes gasolina? ¿Petróleo? ¿Algo fuerte para quemar? —le pregunté a la señora.
—Sí —me dijo. Me llevó gasolina, una caja de cerillos y salimos a la calle.
Puse los tres huevos en triangulo, eché suficiente gasolina. Les pedí que se alejaran un poco para que no les cayera llama. Elías se quedó en la puerta de nuevo, fumándose otro cigarro. Prendí un cerillo, lo aventé y en cuanto prendió, la lumbre se alzó alto, muy alto y los huevos empezaron a tronar, como si anduvieran echando balazos.
Cuando acabó de tronar, a lo lejos se escuchó unos gritos, pero fuertísimos, como si alguien se estuviera quemando. Nos sorprendimos mucho, la sincera verdad. Ardió por mucho tiempo eso y hasta remolinos se hacían y eso que no había aire. Yo nomás rezaba. Ya que se quemó bien todo, fuimos a ver a la niña. Estaba dormidita, pero el color le volvió. Fui todavía a curarla unas tres o cuatro veces.


—Pero no fue ese día. Fue más después, que llegaste al día siguiente —interrumpió mi tía.
—Espérate, mujer. Esto nomás fue un… ¿cómo le llaman a esto? Cuando quieres explicar antes…
—Un preámbulo, tío… —le dije yo. Volví a dar un sorbo a mi vaso.
—Ándale, un preámbulo a lo que pasó esa vez:


Varias noches después, Elías volvió a la casa a tomar. Ya andaba más calmado. Me llamó aparte, ya bien borrachos.
—Te voy a invitar a una fiesta, como agradecimiento por la curada de mi hija.
—No fue nada —le dije yo—. No te preocupes. Es más, hasta creí que no te importaba tu chamaca.
—Pues ya ves, uno que le anda jugando al descreído. Ándale, no me desprecies. Nos la vamos a pasar bien —me dijo.
Y pues le dije que sí. Nos fuimos caminando de Xico. Caminamos casi una hora. Empecé a ver que nos alejábamos de la colonia. Nomás veía las casas allá lejos con sus lucecitas bien chiquitas. Llegamos como a un desierto.
—¿Cuánto falta? —le pregunté. Ya andaba cansado.
—No mucho —me dijo—. Es nomás aquí adelante. Ya mero llegamos.
Bueno, seguimos. Ya llegamos a un cerro. Había unas cuantas casitas en la base. Caminando más derecho, vi como una cueva que se metía adentro del cerro. Se miraba una luz, pero como roja y en la entrada, un montón de muchachas bonitas. Entramos, nos acercamos a la barra, él pidió cerveza y tomamos otro poco. Una de las muchachas se me acercó y me dijo que si no le invitaba una cerveza. Le hice seña de que se fuera, que no tenía dinero. Andaba muy cansado y me quería ir, pero Elías me dijo que nada más nos acabábamos esa cerveza y me llevaba de regreso.
Como a la hora ya nos salimos los dos. Empezamos a caminar de regreso y cuando andábamos por el desiertito ese, empezó a oler como a quemado. Caminé otro poco y, luego, luego, salieron de la nada unas llamaradas bien altas y como a unos metros enfrente de mí, una lumbrada como de dos metros de alto, pero bien roja. Todo alrededor se veía. Sentí que alguien estaba tras de mí y que me agarra del cuello con su brazo.
—¡Ahora sí! ¡Te voy a matar, brujo jijo de la chingada! —por la voz, reconocí que era el papá de la niña. Inocentemente caí en una trampa.
—Yo no te he hecho nada. ¿Por qué me quieres matar? —empecé a escuchar muchas voces, pero muchas, como si estuvieran cantando en la iglesia.
—Ahora te voy a mandar con el Hermano… —me dijo.
Al otro lado de la lumbre, vi sombras, pero de a madres. Estaban encapuchadas y nomás se les veían los ojos rojos, eran como del color de la sangre. Como pude me le zafé y corrí. Hasta la borrachera se me bajó. Conforme me alejaba, las voces se escuchaban más y más lejos. Cuando vi casas, empecé a tocar las puertas, pero nadie me escuchó. Me escondí en una barda. Yo nomás oía los gritos de aquel: «¡Sal, brujo jijo de la chingada! ¡Te voy a matar! Hijo de tu puta madre, ¡sal que te mato!». Y pues no salí y no salí, hasta que ya no lo escuché.
Corrí viendo hacia atrás, hasta que llegué como a una carretera. Fácil eran las tres de la mañana. No tenía ni un peso y no pasaban carros para la ciudad. Anduve un buen tramo, hasta que me encontré con una pareja de viejitos en una carretita jalada por dos burros. Andaban los dos de blanco, pero la señora traía un rebozo azul cielo que le tapaba la cabeza, pero se le veía la cara.
—¿Qué andas haciendo a esta hora, hijo? —me preguntó la señora.
—Me quisieron matar. Ando perdido —le dije.
—¿Para dónde vas? —me preguntó el señor.
—A Tláhuac.
—No mijo. Tláhuac está pa’l otro lado. Camínale pa’allá y llegarás a Tláhuac.
—Gracias.
—Que Dios te cuide —me dijo la señora.
Me fui para donde me dijeron. De rato volteaba y ya no los vi, ni se oía el ruido de la carreta. Se fueron para el silencio. En ese momento ni me importó. Luego vi una panadería. Ya tenía la luz prendida. Me acerqué a tocar y no me quisieron abrir. A lo mejor me vieron desde la ventana y pensaron que les quería robar. Seguí caminando y como a la hora vi una luz. Era una combi. Le hice señas y se orilló. Creí que se pasaría de largo.
—¿Qué te pasó?
—Me quisieron matar.
—¿Y eso?
—No lo sé.
—¿Para dónde vas?
—A Tláhuac.
—¿Y de ahí?
—A Xico.
—Súbete, te llevo.
Y me llevó hasta la base para agarrar el carro a Xico. Cuando me bajé ahí, me dio dinero para pagar el transporte a la casa. Ya andaba amaneciendo. Llegué casi a las siete de la mañana.
—Ya llegué, gracias a Dios. Bendito Dios que ya estoy en mi casa.
—¿Tú qué traes que andas bendiciendo tan temprano?
—Ya llegué, mujer —me quité la chamarra y me acosté—. Abrázame, por favor.
—No, vete para allá. Andas muy frio.



—Ese día que entró al cuarto, lo vi blanco, blanco. Y le toqué la mano y estaba fría, fría, peor que muerto —dijo mi tía mientras soltaba una risita y tiraba la basura de la manzana.
—¿Y en qué acabó todo eso? —preguntó mi papá.
—Resultó que Elías estaba abusando de la niña, por eso los moretones en las piernas. Y aparte, me dijo Pilar después que, a los días, llegó una mujer toda quemada a su casa a pedirles perdón. Ella confesó que Elías la buscó para hacerle un trabajo a la niña para que la mamá no se enterara de las barbaridades que este cabrón le hacía.
—Pero también a él le fue mal —dijo mi tía—. Como a los dos meses, lo encontraron muerto bajo un puente. Según, que por sobredosis de droga.
—Eso dicen, mujer. Cuando haces el mal se te regresa y al doble. Yo por eso nomás le pido a Dios —volvió a levantarse la gorra— que nos vaya bien. Este mundo está lleno de maldad.
Mis tíos se irán mañana. Una verdadera lástima. Estoy seguro que como esta, tienen más historias, pero ya no me tocará oírlas hasta que ellos vuelvan. Espero que se animen a volver.

Prólogo (al Fanzine Delfos 5)


Miguel Almanza


Despierta como antigua madre o destino indudable. Desde allá: lejos y hace tiempo, en una trayectoria constante como pensamiento se intensifica —no puede escapar de sí—; resucita del archivo muerto de la memoria como devorador de hombres, entre limo viviente, el último de la familia inesperado invade nuestras conciencias. Así llega este número hasta tu mirada, una colección de sueños y pesadillas de artistas mexicanos emergentes.

Las culturas chocan y luchan, se conocen y mezclan; lo quieran o no. Así lo mexicano, una amalgama surgida de culturas milenarias y conquistadores europeos. Es difícil definir lo mexicano como algo homogéneo, las generalizaciones inducen al error: el estereotipo es una parodia. Tal vez, una característica mexicana es la diversidad de formas, los colores y el alto contraste.

Un reflejo de ello es la comida, la mezcla del dulce y lo picante. Así también se busca la diversidad de voces y miradas en los estilos de ilustración y cuento, el uso de los símbolos endémicos es un recurso, pero no un requisito. Que ni el chovinismo o el nacionalismo nos engañe, lo que buscamos es autonomía de pensamiento.

La propuesta es mostrar una visión de lo mexicano sin caer en el cliché, sin generalizar; al contrario, tal vez lo mejor sea particularizar cada región, cada lengua relegada, cada historia no dicha. En estos cuentos e ilustraciones se implica la visión del creador, y a la vez, se representa su tiempo y espacio.

No basta que los sucesos ocurran en México, es la visión particular desde esta parte del mundo: la perspectiva de cómo se ve en lo cotidiano y lo fantástico aquello que da miedo, fascina y aterroriza: lo diferente. Es un llamado al autoconocimiento, a dejar de buscar en temas o arquetipos importados lo que siempre ha estado en nosotros; a revelarnos ante la colonización cultural y la guerra cognitiva que nos han dicho que lo nuestro no es suficientemente válido, bello o complejo.

Buscamos la perspectiva artística particular del mexicano(a) asumiéndose como tal, en un mundo cada vez más tecnologizado y globalizado. Y de esta perspectiva, esta colección da digno ejemplo.

«Ojo de pez» (portada del Fanzine Delfos 5)

Violeta Juárez


«Ojo de Pez.»
Grabado en linóleo.
Violeta Juárez
2016.

Violeta Juárez
ARTISTA GRÁFICA
Diseñadora de la Comunicación Gráfica por la UAM y Maestría en curso de Artes Visuales con especialidad en Grabado en Posgrado de Artes y Diseño FAD-UNAM, Estancia Académica e investigación en la Universidad Politécnica de Valencia, Taller de Buril en La Universidad Politécnica de Valencia.
Incursión en diversos talleres como: talleres libres de Serigrafía Artística y Grabado en Academia de San Carlos UNAM, taller de Litografía en La Ceiba Gráfica A.C., Taller Veta Gráfica y Taller Nacional de la Universidad de las Artes de Aguascalientes.

Ha participado en diversas Ferias de grabado a nivel nacional e internacional
como La Guelaguetza Gráfica ‘19, el Salón de Mini Estampa ‘18, el Encuentro de Gráfica Libre e Independiente en Guadalajara, La Feria Nacional e Internacional de Grabado en Aguascalientes en diversas ediciones, Tianguis C.A.C.A.O. de la UNAM en Oaxaca, Exposición Mujeres Mexicanas México – UK, en Newcastle Inglaterra, así como reseñas culturales en la revista “Nolyx Anitnegra” de la Sociedad de grabadores Xylon de Argentina y publicación de imágenes en revistas y suplementos de periódicos como “La Soldadera” de Zacatecas,
referentes a la cultura y el arte en México Ha participado en diversas exposiciones colectivas, e intercambio de obra a nivel nacional e internacional.

Violeta Juárez.

Prólogo (al fanzine Delfos 4)

Autor: Miguel Almanza


La forma nos permite acceder a conceptos, nos facilita entender la intención del mensaje, su naturaleza. La forma, es el medio, un vehículo que afecta cómo percibimos. El fanzine se refiere a una forma de expresión rebelde y parte de su protesta radica en su esencia “sin ánimos de lucro” que le permite ser libre. No está condicionado a patrocinadores o clientes que impongan —bajo amenaza de revocar sus apoyos económicos—, lineamientos que no sean aquellos que el fanzine se propone, acordes a sus ideales y línea editorial.

El trabajo no lucrativo en un sistema económico capitalista, molesta; es una subversión que permite ver qué hay más allá del trabajo lucrativo. Y no es que sea ilegítimo lucrar, pero a veces el contraste puede evidenciar el abuso de la forma para ver qué hay en el fondo. El fanzine se debe a sí mismo, surge como parte de una necesidad espiritual —sea ideológica, política o artística—, permite la expresión desde un espacio inusitado. Es esta expresión libre la que lleva al arte a ser subversivo: la propuesta, no sólo el deleite de la estética o lo bello; sino una voz que clama: ¡no, no es suficiente!

El cuento y la ilustración son formas del arte que nos permiten escapar a la terrible cordura de la realidad, o tal vez, ampliar nuestra comprensión de ella. En esta edición, una vez más tenemos el placer de compartirles estas visiones: monstruos grotescos de nuestra sociedad, actualizaciones a las ruinas del sistema del mundo, futuros fantásticos y horrorosos; aventuras que abruman la mente y revelan el espanto de la verdad.

Revivirán sus rostros

Autora: Yolanda Pomposo


En esta sección presentamos cuentos que fueron trabajados en el Taller Delfos de Escritura Creativa narrados en voz de los propios autores. Da click en el enlace para escucharlo en la plataforma IVOX.

Revivirán sus rostros

Yolanda Pomposo Díaz

El asiento del autobús está cómodo. Mando el último correo para confirmar que esta mañana, los voluntarios ya tomamos la primera dosis de la vacuna Patria. Reviso mis redes sociales. Una publicación que me interesa dice:

La estación Palenque del Tren Maya estará inspirada en el arte antiguo y en la máscara funeraria de Pakal, gobernante de la ciudad maya.

Cuando despierte Oscar le diré de esta noticia y que ya se publicaron las vacantes para el nuevo museo en Palenque, es una excelente oportunidad para nosotros. Oscar despierta, parece que va a vomitar.

—¿Qué tienes? —Le pregunté.

Con un gesto de asco contestó:

—Por un momento me sentí muy mal, pero ya pasó. Ya vamos a llegar, ¿verdad?

—Sí, probablemente es una reacción a la vacuna, ¿quieres decirles que te sientes mal?

—No, yo creo que bajando me sentiré mejor.

Llegando a la zona arqueológica rodeada de selva, tomamos nuestro equipo y continuamos hacia los túneles de la excavación, ahí le volví a preguntar:

—¿Cómo te sientes?

—Solo me siento un poco cansado, pero presiento que hoy encontraremos la cámara funeraria y no me lo voy a perder.

—Oscar, te veo mal, regresa para que te revisen.

—No Jaime, ya estamos cerca.

—Pero estas sudando mucho.

—Tienes razón, Jaime. Saldré a tomar aire fresco.

—Te acompaño, tal vez será mejor que te vuelvan a tomar tus signos.

—No, quédate con el equipo, descanso un rato y regreso.

Ya deberíamos estar cerca de la tumba. Ahora a mí me cuesta trabajo respirar. Solo no podría regresar con todo el equipo. Estas piedras se ven firmes. Descenderé por aquí. Las rocas están muy húmedas. ¡No! ¡Me resbalo! Ojalá que Oscar venga a rescatarme.

Me duele el cuerpo. ¿Cuánto tiempo llevo desmayado? Tengo suerte de no haber quedado sepultado. Si provoco un derrumbe podría quedar atrapado como los mineros de Pinabete. Traigo una lámpara en el bolsillo. Afortunadamente no se rompió. ¡Un sarcófago! Tiene una losa que lo cubre. Es imponente. Está esculpida con bajorrelieves, hay glifos alusivos a la muerte de Pakal y la figura de un hombre maya. Es parecido al del Templo de las Inscripciones. La losa está ligeramente desplazada. Eso debe ser una ofrenda mortuoria. Creo que puedo moverla un poco. Un poco más. Contiene un ajuar funerario. ¡Una máscara igual a la del rey Pakal! Hecha de fragmentos de jade sus ojos de concha e iris de obsidiana. Las noticias dirán que se encontró otro relieve con un astronauta. Siento un escalofrío. Me incita a ponérmela. ¡Todo está negro! ¿Qué pasa? No puedo respirar. ¿Por qué no puedo quitármela? Mejor me calmo. Esto no puede estar sucediéndome. Las piedras que toco se volvieron húmedas y frías. Es como agarrar hielo. Parece que un musgo cubre todo. Si no consigo aire me voy a asfixiar. He caminado en la oscuridad. ¡Caigo! ¡Un vértigo! Todo está resbaloso. No me puedo agarrar. Vuelo y siento un golpe en todo mi cuerpo. Es un río, la corriente es muy fuerte. El dolor de cabeza es insoportable. La corriente me arrastra. Necesito aire. Todo está oscuro.

No sé si estoy alucinando o mejora mi visión. Es sorprendente que pueda nadar y respirar. Ya no me siento cansado ni adolorido. Sigo la corriente, debe tener una salida. Creo que hay una caída adelante. Esta aumentado la velocidad. No quiero morir así.

Regresó el dolor de cabeza. Debo estar en el campamento. Estoy conectado a un suero. Ahí viene Oscar.

—Jaime, cálmate, no te levantes. ¿Cómo te sientes? ¿Puedes hablar? Sospechan que te pudo dar un infarto. Te encontraron en el río, con una máscara. Creen que es una máscara del rey K’inich Janaab Pakal.

—¿Y la máscara?

—La llevaron al contenedor, está segura. ¿De dónde la sacaste? ¿Pensabas robarla? —Lo dice con mirada sospechosa.

—¡No! ¿Cómo crees?

—Una ambulancia te trasladará a un hospital. Yo también he estado en observación, estuve a punto de desmayarme cuando salí de la pirámide. Muchos de los que recibimos la vacuna hemos tenido reacciones secundarias. Te dejo porque ya está por salir un autobús. Estaré al pendiente.

Oscar salió de la carpa. Recuerdo todo. Me sentí fuerte, ágil. ¿Así se siente experimentar drogas? Tengo que verla, juro que tengo que verla. La máscara mortuoria de jade representa la promesa del renacimiento del rey Pakal. Puedo intentar buscarla en la bodega, sé la contraseña.

Aquí afuera ya está oscuro. Mi corazón se acelera, tengo miedo y no sé de qué. La contraseña no ha cambiado. Tiene que estar en las últimas cajas. Debe estar en una de estas. ¡La tengo! Es impactante. Siento su poder electrizante. Parece que brilla para mí. A esto se refiere la sentencia del Popol Vuh: “Así revivirán sus rostros”.

Se acercan voces afuera. Ya vienen los guardias. Tengo miedo, pero si quiero salir de esta mejor me la pongo. Quiero sentirme nuevamente poderoso. ¡Corro! ¡Siento que tengo la velocidad de un jaguar! ¡Doy zancadas de varios metros! ¡Puedo saltar de un árbol a otro! Sus disparos quedaron lejos. Me integro con la selva que me da su bienvenida.

Entrevista a Raquel Castro


Entrevista realizada el día 26 de julio 2024 en Ciudad de México.

Entrevistador: Miguel Almanza


Colectivo Delfos: ¿Cuál es tu opinión de la fantasía y ciencia ficción mexicana actual? Por ejemplo, en literatura, cine, artes plásticas. ¿Cuáles son nuestros fuertes y dónde crees que a lo mejor nos falta desarrollarnos más?

Raquel Castro: Primero muchas gracias por venir hasta acá para la entrevista, estoy muy contenta de estar con ustedes y yo siento que hay una falsa creencia de que en México no hay Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción. Y me parece interesante cómo lo preguntas: en diferentes artes, no solo en literatura.

Yo creo que sí hay y está en muy buen estado, muy sana, porque se alimenta de nuestras creencias tradicionales, leyendas como «La llorona», las historias de fantasmas que se aparecen en los baños de las escuelas, en edificios públicos y se fortalecen con la literatura que hay y las artes que hay de otros tiempos, así que por una parte se alimenta de estas creencias, las leyendas coloniales, lo que hemos leído en otras épocas como Francisco Tario, Amparo Dávila. Y todo junto va dando como resultado una imaginación muy poderosa y muy difícil de encasillar. Yo creo que eso es algo muy importante.

A diferencia de los países que llamamos «Del norte global», que antes era primer mundo, México es más víctima que usuario de la tecnología, entonces la relación que generamos con la ficción con este tipo de elementos me parece más incisiva, más contestataria, más rebelde, que la que se hace en otros países, donde creen que la tecnología está a su servicio y nosotros decimos ¡No! Tenemos que estar a las vivas porque en cualquier momento todo falla»

Colectivo Delfos: ¿Entonces tú crees que ya existe una escena de fantasía y ciencia ficción en nuestro país?

Raquel Castro: Sí. Lo que pasa es que, se me hace chistoso, en los años 90, yo creo, hubo una escena muy fortalecida, teníamos encuentros de ciencia ficción, había convenciones de fantasía. Pero ahora mucho de lo que antes eran encuentros físicos se han ido a lo digital, entonces, parecería que no hay una escena porque: ¿entonces dónde se reúnen?

Los Punks se reúnen en el Chopo, los Darks; pero los «cienciaficcioneros» o los «fantasistas”, ¿dónde? y de pronto descubres que hay sitios web o en las propias redes sociales donde hay foros y allí nos estamos retroalimentando y son otro tipo de escenas. Pero que sí están y entramos cada cierto tiempo con revistas, fanzines, sitios web, autores y autoras, artistas gráficos, que están explorando otras formas de obra no mimética, que no es realista, pero que allí está.

Colectivo Delfos: ¿Cuáles serían, por ejemplo, en general, tus autores favoritos de fantasía y ciencia Ficción a nivel general y a nivel nacional?

Raquel Castro: De los primeros autores y autoras que yo conocí y que me marcaron muy profundo y que para mí eran igual de importantes. Como no estudié letras no aprendí a jerarquizar «este es un autor de primera línea, este es un autor de segunda», o alguna cosa así. En cuanto a Fantasía, que a mí me gusta más como una definición más amplia, no solo la alta fantasía, como tipo Tolkien (que adoro a Tolkien), si no también todo lo weird, donde se va introduciendo el elemento sobrenatural o fantástico y que cuando te das cuenta ya estás en un territorio irreal e inesperado, como Lovecraft, que además, ¿qué es? Ciencia ficción, fantasía, horror cósmico. De los primeros que leí fue Tolkien, y dije «Wow, yo quiero vivir en este mundo». Y de hecho de lo primero que escribí fueron FanFics del Señor de los Anillos para meterme a vivir en ese universo. Pero a la par yo leía a Michael Ende y me parecía también una cosa fabulosa.

Por ejemplo «La historia interminable», «Momo» eran historias que me fascinaban y al mismo tiempo soy muy fan del horror sobrenatural y uno de mis autores favoritos es el escritor belga Jean Ray,que tenía unas cosas, que además lo leí por accidente, porque la editorial Aguilar publicó un libro de él de relatos sobrenaturales en su colección de libros de detectives, me leí a Sherlock Holmes, me leí a Ellery Queen y de repente saco a Jean Ray, que traía cuentos de vampiros y de calles que solo una persona puede ver, una casa que se come a la gente y que para comunicarse con su dueño le proyecta pedazos de canciones. ¡Está rarísimo! Entonces en general esos autores son muy queridos para mí.

Y Borges, por ejemplo. Me acuerdo que el primer cuento que leí de Borges fue «El inmortal» y estaba en una antología donde venía un cuento de (Roger) Zelazny que se llama «Divina Locura», venían los dos, Borges, Asimov, Delazny, todos juntos.

Y de lo que se hace en México, ¡híjole! Hay autores y autoras que me parecen formidables, entre los más jóvenes, Ileana Vargas, Enrique Urbina, que yo los veo muy jovencitos, ya son adultos. Bef, por ejemplo, que a mí me gustan mucho sus cuentos y se ha ido más por el lado de las novelas y al novela negra, la ciencia ficción. Pero tiene un cuento en particular de una maestra que es un alien, que es buenísimo. Me gusta mucho Verónica Murguía, que tiene esta alta fantasía y una investigación histórica muy acuciosa de cómo era realmente la edad media. Y que te puedo decir, Alberto Chimal, pero que conste que lo leí antes de que fuéramos pareja, lo leí y dije “guau, este tipo está muy loco”

Colectivo Delfos: ¿Cuál fue el primer libro que leíste de él?

Raquel Castro: Leí “Gente del mundo”, y había en particular, porque ese libro tiene una cosa que a mí me encanta. Se supone que hay unas ilustraciones que se perdieron y están nada más descritas. Y hay una falsa ilustración donde está una cabeza flotante asomada a una recámara. No bueno, a mí me quito el sueño. Y a la hora de dormir yo volteaba a la ventana, que miedo. Otro autor que creo está loquísimo y que hace cosas muy difíciles de clasificar es Edgar Omar Avilés. Y leo a autores todavía más jóvenes como Lourdes Laguarda, Atenea Cruz y creo que hay muchísimos más. Creo que hay tantos y tantísimos autores en México que creo que es cosa de que te los recomienden y empezar a leerlos nada más. Entonces no nos falta.

Colectivo Delfos: Hay una polémica sobre si se necesita para dar talleres o clases de creación literaria, una carrera formal, ¿qué opinas?

Yo creo que cuando se dio esa polémica. Estamos en una época muy polarizada la gente se mete a redes con la espada desenvainada, lista para interpretar del peor modo las cosas que dicen los demás y pelearse “a morir”. Esa polémica empezó hace poco porque una académica, Alejandra Amato, hizo un comentario a respecto. Y creo que ella se refería precisamente a la cuestión académica, la onda de hablar de literatura comparada y pues estudios literarios que cómo alguien daba clases de eso, sin haber estudiado eso. Pero creo que ella no se refería tanto a la creación, y creo que en sí, la creación es otro rollo. Estudiar letras no te enseña a crear, y aunque estudiarás la carrera en escritura creativa, no garantiza que puedas escribir. Y que puedas escribir, no garantiza que puedas compartir a otros lo que tú has aprendido. Entonces creo que no me aventaría a dar un curso de etología felina, a pesar de que he leído mucho de eso, pero diría, mejor ve con un veterinario. Pero sí, aunque no estudié formalmente creación literaria, sí puedo darte un taller de creación. Ahora estoy dando un taller de creación de personajes, creo que tengo las credenciales, aunque no tenga los estudios. Y supongo que habrá gente que diga “no pues yo prefiero alguien que tenga doctorado en creación” pues que vaya y busque alguien que tenga doctorado y que le de el taller. Creo que podemos coexistir sin pelearnos.

Disfruta de la entrevista completa en nuestro canal de Youtube:

El container

Autora: Carmen Macedo Odilón


«Nadie aguanta más de una semana en esta chamba». Fueron las palabras que un apenas despierto jefe dirigió con aire senil a Damaris, su nueva empleada, sin molestarse en explicar más.


En los alrededores del muelle, los contenedores oxidados armonizaban con las olas de espuma aceitosa. Cajones inmensos de acero donde Dios ocultaba lo que no quería mostrar a los creyentes: un depósito de granadas decomisadas, dos toneladas de fayuca y los futuros muebles de un junior a quien se le cruzó la aduana. Damaris se haría cargo del container REST 901366 6, repleto de cajas envueltas en plástico de burbujas. A diario, debía correr los pasadores, abrir las puertas metálicas y limpiar caja por caja para espantar a las ratas, con la esperanza de que alguien acudiera a reclamar la mercancía.


El interior del container le recordaba a la celda de aislamiento, solo que más limpia y sin las paredes pintarrajeadas. Veinte años atrás, jamás hubiera creído que ese sería su papel en la vida; jugar a la casita en una lata rectangular, solo que sin esposo. «Otra vez». Al medio día, Damaris se dio de golpecitos en la espalda, debajo de la cicatriz de la puñalada ahora sensible al frío. Se sonó la nariz y tosió por el exceso de cloro y la nula ventilación del container. Levantó un rollo de plástico para embalaje que envolvía a medias las orillas de una caja mal clavada, arrumbada al fondo de la bodega.


Un puñado de cucarachas salió huyendo y Damaris no se contuvo de aplastarlas con el pie. «Ahora, a arreglar este desmadre». Quitó el plástico viejo y se asomó al agujero de la caja. Desde la penumbra, una mirada se clavó en los ojos de Damaris, luego la madera se sacudió. La mujer soltó una maldición, y altiva pateó la caja, pero solo escuchó el tintinear de vidrios que se estrellaban. Buscó una barreta y abrió el cajón; pipas rotas con restos de humo, probetas y jeringas usadas. Humedeció su dedo y lo deslizó sobre un mortero para recoger restos de polvo que se llevó a los labios; nada que le sirviera. Dejó todo en su lugar y se fue al albergue.


La siguiente mañana, Damaris descubrió huellas de botas y restos de lodo, así como la falta de la caja de madera. En su lugar, había una de cartón tan envuelta en plástico de burbujas que parecía un enorme huevo de araña al que se le ha aplastado con los dedos. La única orilla visible estaba desgarrada. En el suelo, se expandía un charco de líquido rojizo, tan espeso que reflejaba el techo; con aroma semejante al metal. Familiar y a la vez tan lejano. El cuajo se adhería al plástico mientras que el fluido en descomposición se expandía por el piso. Damaris tomó un trapeador y jergas, trajo dos cubetas de agua, un fardo de periódico, jabón y cloro, el único limpiador que podía contra la sangre. Talló el suelo hasta que las lágrimas le nublaron la vista, entre estornudos y un ardor al respirar. «Pendejos, tan fácil que es desaparecer un cuerpo, lo malo es cuando le echan el pitazo a la tira». Tras una inspección del jefe, Damaris se contuvo el mencionar su hallazgo. «Qué capo, y tan inofensivo que se veía el ruco como para esconder esas chingaderas».


—Se le pasó la mano con el cloro, doñita. —El jefe se llevó el antebrazo al rostro—. Ventílele o nos intoxicamos.


En medio de un inquietante silencio, Damaris siguió sacudiendo y reacomodando las demás cajas, entre excremento de rata, telarañas y peces de plata. A media tarde empezó a llover; un rayo alertó a Damaris a salir del metal antes de que el trueno, que vino también de adentro, hiciera canon con el sacudir de la caja envuelta. El líquido rojo volvió a filtrarse por el plástico de burbujas. Damaris regresó con furia al fondo del container, volteó a todos lados por la sensación de ser observada, tomó con ambas manos el plástico y antes de que se manchara todo a su paso, arrastró la caja hasta la esquina más alejada, mas por la base humedecida, el cartón no resistió y se desfundó. Una gelatina humana, restos coagulados de lo que parecía ser un hombre: vísceras, cabello y restos de piel. La mitad de un cadáver.


«Pobrecito», pensó entre arcadas, «casi igualito que Ignacio». La mujer se acarició la cicatriz de la puñalada, «Algo hizo para acabar así». Se enjuagó la boca con el agua sobrante de una cubeta, y apenas lúcida acercó con la escoba cada despojo para meterlo de vuelta en una caja vacía, a la que tuvo que escribirle el número de inventario por si alguien venía a reclamarla. Buscó el rollo de plástico y cubrió con dos vueltas para que no se saliera nada. La caja vencida tenía una de las orillas hecha jirones e incluso se distinguían marcas de dientes. Damaris trapeó con torpeza y vació el galón de cloro que debía rendirle el mes completo para dejar todo como si nada hubiera pasado. «Ya estoy vieja para estos juegos».


Afuera, apenas si lloviznaba. La mujer cerró lentamente las puertas del container y por el rabillo del ojo alcanzó a distinguir una sombra que se dirigía hacía su hallazgo. Entre los murmullos de la noche, un olfateo salvaje y una respiración asesina se apoderaron de la oscuridad. Ese «algo» destrozaba el cartón recién envuelto buscando alimento, cual espíritu vengativo que demanda su cuerpo arrebatado en esos rincones olvidados de Dios. «Nadie aguanta más de una semana en esta chamba…» Recordó Damaris.

—Perdóname, Ignacio, pero yo ya aguanté veinte años.


La vacante sigue publicada en el periódico.