LA PALABRA DE LOS ABUELOS: «Jukíluwa, a la que le nacen alas»


Roberto Carlos Garnica


La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias. Aquí recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria.
En esta ocasión, te presento un mito que me compartió el maestro José Luis González Santiago.

Jukíluwa, a la que le nacen alas

El pequeño Jun (Colibrí) miraba a contraluz una crisálida que pendía de la delgada rama de un puan. La bolsita palpitaba y el niño totonaco pudo contemplar el milagro: la naciente mariposa rasgó con sus alas negriazules el capullo y, después de posarse unos segundos en una de las frutas rojas del árbol, levantó el vuelo.

Kiwíkgolo, el dueño del monte, posó una mano sobre el hombro del chiquillo y le dijo complacido:

—Veo que la brillante xpipilekg ha apresado tus ojos.

—Sí, abuelito, me sorprende cómo el gusano que se arrastraba lento se transformó en una flor que baila y vuela.

—Jun, mi tierno pajarillo, todos los seres cambian de forma, xpipiliekg no es la única que primero se arrastra y luego vuela.

—Es cierto, abuelito. El otro día que me platicaste cómo una serpiente venado le hacía el almuerzo a un campesino que vivía solo y al ser descubierta se quedó vestida de mujer a vivir con él, te pregunté si es verdad que a ella le crecen alas y vuelve al mar.

—Así es, nietecito mío, eso pasa con la Jukiluwa cuando llega el momento. ¿Quieres que te cuente la historia?

Al niño le brillaron los ojos pues supo que sus tres corazones serían alimentados con bellas palabras.

—Sí, abuelito.

—Ven, siéntate aquí.

Y fue así como, sentados sobre un tronco caído que tenía la forma y el color de la serpiente venado, Kiwíkgolo explicó lo siguiente:

«Jukiluwa, a quien tus hermanos del altiplano llaman mazacoatl, recibe ese nombre porque desde tiempos inmemoriales traga venado, también se alimenta de conejos, tuzas, ardillas, mapaches, coyotes y otros animales. Cuando come, en su panza se hace como una bolita y tiene que descansar varios días y hasta semanas. Es una serpiente muy gorda que llega a pesar más de cuarenta kilos y medir más de cinco metros. No es venenosa, es trituradora, se enreda y truena los huesos. Tiene el color de la tierra, la canela y los árboles de la selva. Los abuelos la consienten, es la reina de las cosechas, es ixmakgtakgalhaná takuxtu (la que vigila la milpa), donde ella anda la cosecha es segura.

La Jukiluwa nunca muere, solo se transforma. Cuando llega el momento, se mete en una cueva y allí descansa, ya no se mueve; desde su guarida succiona a sus presas, primero les lanza un líquido baboso para que resbalen, luego las aspira con aire y energía, por último, las traga.

Se hace viejita, envejece más y más. Se encoge. Sus escamas se vuelven muy resistentes, son como un escudo de obsidiana al que no atraviesan las balas, su ancianidad la hace más fuerte. No camina, solo se alimenta y piensa, su ancianidad la hace más sabia.

Todo lo que engulle lo transforma en alas. Espera paciente las lluvias y los truenos del día de San Juan para abandonar su cueva. Cuando está lista agita veloz sus alas y empieza a hacer así: sss, sss, sss, como un enjambre de avispas. Levanta el vuelo despacito y aprovecha los fuertes vientos para irse al mar. Ahora crece y crece y crece. Al surcar el cielo es como un relámpago de muchos colores. Cuando llega a su nueva morada se extiende y se le caen las alas como a las hormigas arrieras. No muere allí, se convierte en una gigantesca serpiente marina».

—Y es así, mi niño, como a la multiforme Jukiluwa le nacen alas y se va a vivir un tiempo al mar.

—¿Y cómo son sus alas, abuelito? ¿son de pluma como las del papán real?, ¿o rojizas como las de la avispa?, ¿o frágiles como las de la mariposa?, ¿o etéreas como el arcoíris?, ¿o escamosas como las de la abuela?

—La Jukiluwa no es una, nietecito mío.

—¿Es como la serpiente quetzal a la que tanto aman mis hermanos del altiplano?

—Tu intuición es profunda, ustedes tienen un origen común, comparten más cosas de las que imaginas.

—Abuelito, ¿es cierto que la Jukiluwa cree que es una mujer?, ¿qué pasa cuando se mira en el espejo?

—Jun, mi inquieto pajarillo, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

“La palabra de los abuelos” es una columna mensual con la misión de recuperar y difundir mitos de la tradición oral totonaca en la región de Veracruz adaptados por Roberto Garnica  quien se ha desarrollado principalmente en el ámbito académico como filósofo, antropólogo e historiador, ha publicado también en libros y revistas nacionales e internacionales.

Agradecimientos:

Al Maestro José Luis González Santiago, por compartirnos la historia de Jukiluwa, a la que le nacen alas.

Al maestro José López Tirzo, por asesorarnos con la escritura de los vocablos totonacos.

Crédito de la imagen: Espartaco Garnica «El ocaso de Jukíluwa».

Literomancia: sobre ColectivoDelfos.com

Autor: Miguel Almanza


¿Qué pretendo con ColectivoDelfos.com?

Primero tengo que explicar cómo llegué a este nombre. Originalmente era al revés: “Delfos Colectivo”, con la idea de resumir: “Conócete a ti mismo en colectivo” como una propuesta en oposición al hiperindividualismo contemporáneo. Pero cuando se lo platicaba a otras personas, la gente lo invertía porque es más fácil recordar “Colectivo Delfos” que “Delfos Colectivo”.

Creo que la palabra clave es “colectivo”, que puede ser indefinido por abstracto. Anteriormente he colaborado en varios colectivos culturales; muchos son espontáneos y desaparecen así como aparecen. Los que logran permanecer es porque desempeñan alguna actividad en torno a la cual se agrupan. Hay colectivos y colectivas de todo tipo, incluso parecen un conglomerado extraño.

Este proyecto también es un colectivo, es el primero que estoy convocando. La primera actividad a la que convoqué fue un taller mensual que ofrecí entre amigos y conocidos, durante finales del 2021 y acabando el 2022. Nos reuníamos por cinco horas, en un café o la casa de alguien; yo invitaba la pizza a quienes llegaban temprano. Éramos entre cuatro a tres asistentes, más yo mismo coordinando. Lo sostuve poco más de un año, que era mi meta.

¿Cuántos son un colectivo? Quién sabe. A la hora de la hora, acá empecé el fanzine con tres personas, todas mujeres: mi madre (apoyándome en la logística), Yolanda y Mayra (como consultoras a distancia). En realidad sí nos he considerado un colectivo cultural, aunque pequeño, ciertamente. Entre los alumnos que han acudido al Taller Delfos de Escritura Creativa y los colaboradores, hemos logrado generar una comunidad. Quienes quieran considerarse parte de este colectivo, les doy la bienvenida.

Al momento de escribir esto, hasta el fanzine Delfos 4, se suman 78 colaboradores; 48 escritores y 30 artistas plásticos, más los colaboradores del blog. A todos ustedes muchas gracias por creer en este proyecto.

ColectivoDelfos.com es un emprendimiento impulsado por mí que —además de difusión cultural—, paralelamente ofrece dos tipos de servicios en línea: servicios editoriales y servicios educativos no formales, o al menos esa es la idea. Aunque el fanzine Delfos resultó tener relativo éxito, por parte del emprendimiento he fallado debido a mi inexperiencia, creo que no inicié con los conocimientos necesarios y aún no he encontrado el equilibrio entre difusión cultural y trabajo remunerado.

Además de que, al inicio, caí en un fraude: pagué un curso de maquetación web con costo de 16 mil pesos, aproximadamente unas veinte sesiones de dos horas cada una. Así me gasté mis ahorros de un año que logré juntar como godín de callcenter. Con este supuesto curso me vendieron también software para la página web. También me ofrecieron trabajo de guionista para videos o storyteller por muy poca paga. Pero lo más raro fue que, en lugar de estar concentrados en aprender maquetación web, estaban abocados a tratar de meterme en su sistema de inversión en criptomonedas.

Ahí fue cuando me di cuenta de que había caído en un fraude. Demasiado tarde. Ya había pagado la segunda mitad. Esto que digo sucedió allá por septiembre del 2022, recién lanzado el portal ColectivoDelfos.com. Me sobé con la idea de que les había comprado el software. Pero después me percaté de que el costo de todos modos fue alto. Les dejé de contestar mensajes y dejaron de insistir en el siguiente curso.

El día que el fanzine 1 se estrenó, atacaron el sitio web. No puedo comprobarlo, pero estoy casi seguro de que se enojaron porque seguí con mi proyecto sin ellos. Me obligaron a aprender rápido y logré recuperar el control del sitio web después del ataque. El siguiente golpe fue unos meses después cuando el software pagado, los plug-ins que me vendieron, dejaron de actualizarse. Tuve que quitar casi todo lo que ellos instalaron. Dejé lo esencial y me quedé con el software que no es de cobro. He aprendido administración web a chingadazos. O a lo mejor, simplemente, caí en la ingenuidad del emprendimiento.

Antes administré un portal, pero mi administración se limitó a seleccionar, corregir y publicar textos, no conocía la parte detrás, el trabajo del web master. Creo que aprendí rápido (y sigo aprendiendo) porque ya conocía el maquetador de Blooguer, eso me ayudó a conocer WordPress. Y siempre se me ha dado bien la informática, soy curioso, busco videos, pregunto a conocidos y googleo. También tengo el apoyo de un consultor de seguridad web, Fernando Hernández (Gat@Viejo1) a quién acudo en caso de dudas o necesidad. Incluso para obtener más herramientas tomé un curso de profesionalización de prácticas en gestión de proyectos culturales, información que apenas voy asimilando. En fin, ColectivoDelfos.com es aún un proyecto en ciernes, constantemente replanteándose y evolucionando. Mi inexperiencia me obliga a ello.

Mi experiencia ha sido colaborando en otras publicaciones como escritor, editor o corrector. Además estudié la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UNAM (ahora retomando para egresar), que sí me brindó una base teórica respecto a las empresas editoriales, al tiempo que estoy estudiando Creación Literaria en la UACM. Pero el proyecto es más grande de lo que creí. En “teoría”, todo es ideal. En el mundo material, siempre es más complicado.

Como emprendedor me siento abrumado por un mundo cibernético monstruoso que me pide posteos diarios de diferentes cosas todos los días; además de escribir, estudiar y trabajar. Así que está muy difícil. Por ello he decidido ir a paso lento pero seguro. Para que poco a poco, la permanencia sea lo que genere confianza, y poder ofrecer mis servicios cuando tenga más clara dicha situación y me sienta con seguridad. Creo que las páginas web son como los textos que se pueden pulir con tiempo y esmero.

“Literomancia” es una columna mensual dedicada a temas editoriales y literarios, escrita por Miguel Almanza, director y editor de colectivodelfos.com y el fanzine eletrónico Delfos; estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM; es egresado de la Escuela de Iniciación Artística 1 del INBAL, especialidad guitarra. Actualmente estudia la licenciatura en Creación Literaria en la UACM. Visita su blog personal: https://miguelalmanzaescritor.blogspot.com/ 

Misión Cyborg en el MIDE (Museo Interactivo de Economía)

Reseña por Mayra Daniel

Sin saberlo, diariamente se libra una batalla en el mundo: los Estafadroides, malhechores que amenazan las finanzas personales de las personas en todo el mundo se enfrentan a los Gladiadores. Esta es la trama detrás de «Misión Cyborg», la exposición del Museo Interactivo de Economía que celebra 18 años.

El Museo Interactivo de Economía, que ocupa el lugar que fuera el Antiguo Convento de la Orden de los hermanos de Belén, es ahora el escenario de esta exposición temporal en la que la Ciencia Ficción es clave para explicar los riesgos de bajar la guardia y hacer transacciones digitales descuidadas o tener contraseñas fáciles de adivinar.

La «Resistencia», todos los visitantes, podrán visitar el NODO, la central de reclutamiento donde los aspirantes a Gladiadores tendrán que aprender técnicas que te permitirán enfrentarte exitosamente a los Estafadroides: fortalecer tus contraseñas digitales, reconocer páginas falsas que solo buscan quitarte tus datos personales, no caer en promociones e invitaciones que son simples trampas para apoderarse de tus bienes digitales.

La red es un auténtico Laberinto y en Misión Cyborg puedes recorrerlo para aprender más sobre los consejos que te pueden proteger; además en el Coliseo podrás escuchar la historia del enfrentamiento permanente entre los Estafadroides y los Gladiadores.

El MIDE está de fiesta, pues este museo de la ciudad recientemente cumplió 18 años, así que al visitar esta exposición temporal serás parte de la celebración. ¡No te la pierdas! El Mide se encuentra en Tacuba 17, Centro Histórico, Ciudad de México.

La palabra de los abuelos: «Jukíluwa, la que nos da de comer»

Roberto Carlos Garnica Castro

La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.

En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias. Aquí recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria. En esta ocasión, te presento una leyenda que me compartió el maestro José Luis González Santiago.

Jukíluwa, la que nos da de comer

Era casi mediodía y la luz y el calor de Chichiní, el sol, inundaban la tierra. El pequeño Jun (Colibrí) curioseaba en el monte. Se sentía seguro porque lo acompañaba su abuelo, un hombre sabio y fuerte. Una imprudente distracción hizo que resbalara por la ladera del cerro. La caída no fue grave, pero lo dispuso para un terrible encuentro.

—¡Hhhaaaaaaa! ­—le advirtió una serpiente de aproximadamente seis metros.

Sin saber cómo, en un abrir y cerrar de ojos, Jun estaba otra vez junto a su abuelo.

—¡Préstame el machete abuelito! —solicitó jadeando.

—¿Para qué lo quieres, hijito? —le preguntó Kiwíkgolo, el señor del monte.

—Allá abajo hay una culebra muy grande.

Kiwíkgolo se asomó y contempló al reptil que, grueso como un tronco, se desplazaba con elegancia hacia el corazón de la selva.

—Pequeño Jun, ¡se trata de la majestuosa Jukiluwa, la serpiente venado! A quien tus hermanos del valle llaman mazacuata, ¿qué te hizo para que quieras apagar su vida?

—Nada abuelito, me asustó… pero podría matarme, creo —articuló el niño y agachó la mirada, pues reconoció que había hablado irreflexivamente.

—Mi niño, recuerda que todos los seres tienen un lugar y una misión. Jukiluwa es muy importante, es la reina de las cosechas, la cuidadora de la milpa. Los abuelos no la matan, es sagrada. kinkamawiyán, nos da de comer —concluyó con solemnidad.

—¿Nos da de comer? —preguntó Jun con sorpresa.

—Jukiluwa es buena, no ataca, cuida la milpa. A veces los hombres consiguen una cría y la meten en un agujero, en una cuevita cerca de la milpa, le dan huevo o pollito para que se halle y allí viva, la hacen crecer para que cuide el huerto y haya abundancia —explicó el abuelo.

Jun, pensativo, miraba hacia el horizonte.

—Nietecito mío, ¿quieres que te cuente la historia del hombre a la que Jukiluwa dio de comer?

Al niño le brillaron los ojos pues supo que sus tres corazones serían alimentados con bellas palabras.

—¡Sí, abuelito!

—Pero démonos prisa, porque nos esperan en casa.

Y fue así como, mientras caminaban entre un mar de cedros, Kiwíkgolo narró esta historia:

«Había una vez un señor que no tenía esposa, vivía solo en el monte y era muy trabajador. Todos los días se iba muy temprano a la milpa y, al mediodía, regresaba a su casa para comer. Se llenaba la panza con cualquier cosa y se sentía muy triste porque no había nadie que lo ayudara ni lo acompañara. Así pasó mucho tiempo y él se preguntaba si algún día cambiaría su suerte.

Una tarde, cuando regresó a su casa, su corazón se llenó de alegría porque, al abrir la puerta, lo abrazó el olor de las tortillas recién hechas: la mesa estaba servida, la comida era sencilla, pero no recordaba haber probado nunca algo tan sabroso.

El día siguiente pasó lo mismo y también el tercero. Era tanta su extrañeza que se dijo “Tengo que averiguar qué pasa. Mañana saldré del jacal, pero no me iré a la milpa, me esconderé en el patio y veré quién viene a dejar la comida”.

Y así hizo: se escondió detrás de una vieja ceiba y, poco antes de las doce, vio llegar a una gran serpiente café y canela que se deslizó por debajo de la puerta, ¡era Jukiluwa!

No se movió y siguió esperando, pero pocos minutos después se encendió el fogón y el hombre, sin pensarlo, corrió a la casa. Al abrir la puerta descubrió a una hermosa mujer de largo cabello negro cocinando.

¿Eres tú la que me hace el almuerzo? —le preguntó con firmeza.

Sí —respondió ella, mirándolo con sus ojos dorados.»

—Y fue así, mi niño, como la sublime Jukiluwa, al ser sorprendida, no tuvo tiempo de vestirse otra vez de víbora y se quedó, en su forma de mujer, a vivir con el hombre.

—¡Qué interesante historia, abuelito!

—Sobre la Serpiente venado hay mucho que contar.

—¿Es cierto que, en la noche de San Juan, a Jukiluwa le crecen alas y vuela hacia el mar? —preguntó entusiasmado.

—Jun, mi inquieto pajarillo, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

“La palabra de los abuelos” es una columna mensual con la misión de recuperar y difundir mitos de la tradición oral totonaca en la región de Veracruz adaptados por Roberto Garnica  quien se ha desarrollado principalmente en el ámbito académico como filósofo, antropólogo e historiador, ha publicado también en libros y revistas nacionales e internacionales.

Agradecimientos:

Al maestro José Luis González Santiago, por compartirnos la historia de Jukiluwa, la que nos da de comer.

Al maestro José López Tirzo, por asesorarnos con la escritura de los vocablos totonacos.

Crédito de ilustración: Lluvia Garnica

Literomancia: “editoriales” que cobran por publicarte


Autor: Miguel Almanza

Va una reflexión respecto a «editoriales» que cobran por publicarte o que ofrecen (malos) servicios de coedición disfrazados de «premios» o selección de concurso. Pienso que si una revista te cobra por ser publicado ya es una mala práctica en sí, recordemos que alguna vez se ha remunerado y aún ahora pocas revistas o editoriales lo pagan como se debe, además de que la literatura creo que ha sido la más vilipendiada de las artes en cuanto a la remuneración económica.

La práctica de pagar para que te publiquen acostumbra a los escritores noveles a esta situación, cuando deberíamos procurar que sea al revés, que paguen los textos o que no te cobren en dado caso, pues el texto mismo es una aportación en especia. Ahora, si no pueden pagar, pueden otorgar ejemplares como retribución a los autores, que creo sería lo mínimo. Para que sea claro, si te cobran por publicarte, no te están dando un premio, están haciendo negocio con los autores o les pasan el costo de producción y aparte con la venta de ejemplares obtienen ganancias. Que te cobren por publicar es el equivalente al músico que tiene que tocar gratis para «darse a conocer»; los costos los paga el artista, las ganancias las obtienen otros.

También existe el servicio de coedición, en el cual sí te cobran por ser publicado, pero quien lo hace de manera honesta no te lo ofrece como premio de concurso; además dentro de estos servicios deberán estar dispuestos a personalizar la manufactura de tu libro, pues literalmente es mandado a hacer. No está fácil entrar al negocio editorial, se necesita conocimientos y un buen capital de inversión, es costoso imprimir y la distribución conlleva mucho esfuerzo, que muchas veces no parece ser remunerado de manera suficiente.

Ahora hablando de mi caso, parte de la idea del fanzine Delfos es iniciar mi carrera como editor, digamos que estoy haciendo mi servicio social. Tal vez no lo parezca, pero antes de lanzar el fanzine estuve tres años planeando su realización y línea editorial, no es improvisación que su publicación sea solo electrónica pues el fanzine Delfos jamás fue pensado como negocio. No podemos pagar, pero no cobramos, yo dono mi trabajo y tiempo como editor; los autores e ilustradores sus obras, ahí sí es un trueque. Los costos de distribución y realización, aunque bajos, los cubro yo. El fanzine no tiene comerciales ni anuncios de patrocinios; únicamente las obras y se ha realizado principalmente con trabajo intelectual y dedicación.

De manera paralela, tengo planeado ofrecer servicios editoriales y educativos a través de colectivodelfos.com, por el simple hecho de que necesito una fuente de ingreso y la autoexplotación ahora parece mejor opción que subsistir eternamente como empleado en las pésimas condiciones laborales de nuestro país. Como artista fue más fácil planear la revista; como emprendedor, debo admitir que me ha costado mucho trabajo elaborar un modelo de negocio honesto y al mismo tiempo redituable, el sistema capitalista premia el engaño por enajenación de la ilusión aspiracional. Y a parte de que sí, soy relativamente nuevo en esto, mi experiencia ha sido como escritor y colaborador (redactor, corrector, administrador web, promotor cultural) en otros proyectos. Es por eso que he tardado en dar con lo justo para proponer mis servicios editoriales, es un mercado muy competido y viciado, y abrirse camino es como talar monte o sembrar en el páramo. Aún así, no claudicaré, seguiré labrando la milpa digital, pues la otra opción es hacer nada. Con tiempo, dedicación, estudio y aprendizaje, espero construir un negocio honesto que me permita vivir de ello o por lo menos cubrir los costos de seguir haciendo arte. Hasta aquí la reflexión.

“Literomancia” es una columna mensual dedicada a temas editoriales y literarios, escrita por Miguel Almanza, director y editor de colectivodelfos.com y el fanzine eletrónico Delfos; estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM; es egresado de la Escuela de Iniciación Artística 1 del INBAL, especialidad guitarra. Actualmente estudia la licenciatura en Creación Literaria en la UACM. Visita su blog personal: https://miguelalmanzaescritor.blogspot.com/ 

El último vivac


Autor: Luis G. Torres


Para Oscar Alarcón

Son casi niños, pocos pasan de los catorce años. Llegan al lugar indicado para el campamento y proceden a instalarse. Cada grupo se organiza para armar las tiendas, hacer la fogata, juntar leña y empezar a acomodar mochilas y objetos auxiliares en las tiendas. Cada akela vigila que su manada trabaje bien y rápido. Este campamento es muy especial, se lleva a cabo cada año en el Desierto de los Leones, no lejos del ex convento del mismo nombre, ahora abandonado.

Cuando las tiendas están armadas y las mochilas acomodadas, Vicente el akela mayor llama a las tropas a reunirse, con el clásico sonido del silbato. Todos acuden con prontitud y se forman en círculo alrededor de los guías. Ahí se les dan indicaciones generales. “En este campamento no cocinaremos mucho, solo se prepararán los desayunos. Los tres días comeremos en casa de Lencho, que está a poco más de un kilómetro de aquí. También las cenas y el vivac serán en el mismo comedor, así que hay que organizarse para la caminata y estar siempre a tiempo. ¿Entendieron todos?”. ¡Si señor!, contesta la tropa al unísono. El mismo jefe pregunta: “Cuál es nuestro lema, lobatos?” a lo que todos contestan: “Siempre listos”. Dan la señal de romper filas.

La primera noche del campamento salieron los grupos llenos de ánimo. Los guiaban sus akelas. Al pasar frente al ex convento no faltó quien hiciera bromas al ver el viejo edificio del siglo XVII: “¡Aquí espantan!” o quien empezó a imitar el aullido de los lobos: “auuuuu, auuuu”. Ríen. Los akelas mandaron callar. Se oyeron muchas ricitas nerviosas. Siguieron en camino, sin detenerse. Por fin llegan al comedor de la casa de Lencho, quien los espera en el exterior. Tres granes mesas y bancas de tablones están preparadas para recibirlos. Se acomodan todos y se sientan pegados unos a otros. Lencho les da la bienvenida y les presenta a su dos hijos, Leodegario y Micaela, quienes ayudaran a servir los alimentos. En cuestión de minutos ya están sobre la mesa canastos de pan dulce, jarros de barro naranja y servilleteros. Poco a poco van trayendo lo que falta: Recipientes con tamales y jarras de chocolate caliente. Vicente, el akela mayor da las gracias y- por fin- la señal de que todos pueden empezar a comer.

Cenan rápido y con buen apetito, Se acaba todo lo que han llevado a la mesa y los jóvenes hijos de Lencho ya están recogiendo todo. Se anuncia que a las diez será el vivac. La comisión se levanta a empezar a juntar piedras y madera, para preparar el fuego. Antes de la hora pactada, las tropas se sientan alrededor de la fogata formando un círculo. A la hora exacta, Vicente y los tres akelas menores pasan al centro. Se dan las indicaciones generales, y se procede a cantar unas canciones populares. Para ello, Rubén, uno de los muchachos mayores del grupo, acompaña con una vieja y medio desafinada guitarra.

Todo se organiza para el regreso al campamento. Van contentos y de buen ánimo, después de la cena y el vivac. A los pocos metros de camino, se empezó a oír un ruido. Era como el sonido de una campana. ¿Pero cuál? El ex convento está vacío y no hay ninguna iglesia cercana. La noche estaba oscura, faltaban dos días para la luna llena, que era la única luz disponible en medio del campo. El grupo siguió caminando, hasta que otros sonidos se unieron a los de las campanas: se trataba del sonido como de grandes y oxidadas cadenas, arrastradas sobre el piso. Muchos se detuvieron. Alguien gritó: “¿Qué es eso?”. Los grupos se detuvieron por completo y empezaron a cuchichear en medio de la total oscuridad. Solo los akelas llevaban una lámpara de pilas. Había chicos que reían, pero muchos otros estaban temblando. Los akelas ordenaron silencio y seguir caminando. Ernesto, un chico flaco y desgarbado tenía la cara descompuesta. Su compañero de formación, Roberto –más bien rollizo y de copetito engominado- trataba de tranquilizarlo: “No es nada, no te asustes”. Ernesto es nervioso e impresionable. Sigue caminando, pero mira a todos lados sin fijarse bien por dónde camina. Así llegan al campamento y se meten directo a las tiendas.

Muy temprano suena el toque de silbato para levantarse. Los akelas empiezan a dar órdenes: “¡Hay que prepararse, vístanse rápido y guarden sus bolsas de dormir!”. Todo mundo se moviliza. En la tienda donde duermen Ernesto y Roberto, hay un pequeño drama. Ernesto se orinó dentro de la bolsa de dormir y está bastante mojado, no quiere salir de la tienda. Roberto le dice en voz baja: “¿No traes un cambio?, no puedes salir así, hueles a miados”. Ernesto está enojado y siente vergüenza. Tuvo una pesadilla y ni siquiera sintió que se había orinado. Al final un compañero lo salva, prestándole un pantalón corto oficial. Se cambia y sale después de todos a formación.

Ernesto es amonestado en público por no haber llegado a tiempo. Se les informan las actividades del día: habrá clases de nudos, legislación Scout, primeros auxilios y visita al ex convento, todo antes de la hora de la comida. Todo se desarrolla con normalidad. Llega la hora de visitar juntos el ex convento. La zona está integrada por el ex convento de los Carmelitas descalzos en sí, una capilla vieja y abandonada —ahora cerrada por un fuerte candado—y otras dos construcciones antiguas: la capilla de los secretos y el sótano. Este último fue una bodega en la que se guardaban desde granos hasta instrumentos de jardinería, ahora se encuentra vacío y oscuro, aunque la gran puerta de hierro forjado no tiene candado alguno.

El ex convento está construido básicamente de piedra volcánica y algunas paredes están repelladas y encaladas. Los jardines son amplios y medianamente cuidados. Hay fuentes de piedra en algunos jardines y mucha vegetación en esa época del año.

Después de las indicaciones generales, les dan tiempo libre. Los muchachos corren, entran y salen del ex convento, el sótano, llegan hasta la capilla del silencio y dicen palabras altisonantes en las esquinas, para que los que están en otras esquinas las oigan. Ríen como locos y se persiguen entre sí. Un silbatazo de Antonio, el akela de uno de los grupos, es la señal para detenerse y hacer formación. Los últimos en aparecer son Ernesto y Roberto, que vienen del sótano, caminando parsimoniosamente. Todos les gritan y les chiflan. Un nuevo silbido del akela obliga a todos a callar. Regresan sin novedad a formación y de ahí caminan directamente a casa de Lencho a tomar los alimentos. Por la tarde se hacen otras actividades. Se recoge más leña y se juega un partidito de futbol. Así se acaba la luz del día y deben hacer formación para salir a cenar.

La caminata se lleva a cabo sin incidentes, todos van muy callados, escuchando los ruidos de la noche: grillos, ranas, y el sonido del agua que corre más abajo, por el helado riachuelo. Llegan y cenan. Se organiza el vivac. Ahora en vez de canciones habrá una sesión de cuentos e historias. Empieza Oscar, el akela más experimentado. Les narra historias del ex convento, como aquella de que un fraile murió hace muchos años y no lo enterraron con las debidas ceremonias por falta de dinero. Solo se le dio sepultura, muy cerca de la bodega. Por eso se cuenta que el fantasma del padre aún aparece por las noches de luna llena, quejándose y buscando su cuerpo. Todos aplauden y ríen. Ernesto y Roberto están muy callados. No les hacen mucha gracia las sesiones de cuentos de terror, pues son muy sensibles. Siguen otros compañeros, contando historias como la del jinete sin cabeza, la llorona, los niños muertos y otras. Para narrarlas, se ponen la lámpara de pilas por debajo de la barbilla, de esa manera solo se mira una cara que hace muchas muecas y narra las historias de terror. El ambiente se densifica. El akela mayor ve el reloj y dice: “Son las diez, de la noche, hora de volver. ¡A formación!

Las manadas empiezan a caminar. Hace frío y se observa una neblina ligera alrededor del grupo. Cuando han caminado algunos minutos, el sonido de la campana vuelve, acompañado del arrastrar de cadenas. Oscar les pide que sigan sin detenerse. Algunos chicos ya tienen cara de preocupación. Para más, un nuevo ruido se incorpora: son aullidos como de coyote. Intensos, continuos. Todos se detienen y hacen una bola, como lo haría un grupo de corderos al sentirse amenazados. Los obligan a seguir caminando. Justo cuando pasan frente al ex convento, se empiezan a ver unas pequeñas luces, en varios puntos: sobre la barda, dentro de la bodega, en la ventana superior, en la fuente de piedra… ¿Quién podría prender esas luces? ¿De qué se trata esto? Los chicos se preguntan entre sí y vuelven a romper formación y hacer una bola en la que todos tratan de estar dentro, para protegerse.

Ernesto está muy descompuesto. Quiere salir corriendo de ahí, pero sus compañeros lo detienen. Roberto trata de tranquilizarlo, lo agarra fuertemente del brazo. El miedo aumenta. Entonces se oye un gran grito que proviene de la bodega. Parecería como si hubieran acuchillado a un hombre. El terror se apodera de todos y empiezan a correr en dirección al campamento. Alguno que otro tropieza y cae. Ernesto es uno de ellos. Sus compañeros lo pisan para pasar sobre él. Está asustado, lloriqueando y además pisoteado. Roberto ayuda a levantarlo y se lo lleva al campamento a jalones. Cuando llegan al campamento, dos akelas los esperan. Tratando de contener la risa, les preguntan por qué no llegaban. Ellos están aún aterrados, pero también molestos. Roberto mira al akela con unos ojos de odio, pero pocos alcanzan a notarlo. Cuentan lo sucedido… Se da la señal y cada grupo se mete a sus tiendas a dormir.

Por la mañana parece que ya se olvidó lo sucedido la noche anterior, salvo que algunos cuchichean en formación que tuvieron tanto miedo en la madrugada, que orinaron sin salir de la tienda, nada más abriendo el cierre. Ernesto le confiesa a Roberto que tuvo pesadillas otra vez. Los akelas mandan hacer silencio y organizar el desayuno. El grupo encargado empieza a prender la fogata y a sacar los víveres de la tienda-almacén. Es el último día de campamento. Quedan muchas actividades por realizar. Al día siguiente, después de desayunar, tendrán que levantar las tiendas, empacar y salir.

Por ser el último día, la comida es especial: les sirven pollo con mole y arroz, acompañado de bolillos. Hay agua de limón y de horchata. De postre, esas deliciosas galletas de Tenango, que se deshacen en la boca. Todos comen con buen apetito, risueños y platicadores. Terminan sus platos y los hijos de Lencho los levantan para llevarlos a la cocina. Agradecen la comida y regresan al campamento. Se hace una reunión para recordar las actividades del día siguiente, se acuerdan las comisiones que harán todo y se comentan las próximas salidas del grupo. Habrá un paseo largo a la cueva de las golondrinas en San Luis Potosí en dos meses. Todo se entusiasman y aseguran que asistirán.

Cuando se dan cuenta, ya es de noche y están caminando hacia casa de Lencho. Algunos portan mochila, con los materiales que usarán para el vivac. Ahora sí, la luna está totalmente llena. Parece una pantalla iluminada. Solo unas tímidas nubes la rodean. La noche está fría y silenciosa, de no ser por los grillos que nunca descansan. Los recuerdos de la noche anterior surgen, pero no se detienen, incluso aprietan el paso para llegar a cenar.

Después de tomar los alimentos, se avisa que empezará el último vivac. Se presentan varios números musicales, declamaciones y más. Al final, el grupo de los más grandes lee una historia de Alan Poe muy conocida. Se trata de “El gato negro”. Los chicos se han repartido los párrafos y lo hacen muy bien, dándole entonación y efectos corporales a lo que leen. También usan las lámparas para alumbrar a las caras del narrador, o a otros puntos alrededor de ellos, creando una atmósfera de miedo. El akela mayor los felicita por la representación. Agradecen a Lencho, Leodegario y Micaela. Ya no los verán mañana. Hacen formación y empiezan a caminar, recordando aún divertidos, el vivac. Nadie se percata de que Oscar y los otros dos akelas no van con el grupo. Debieron de haberse adelantado.

Cuando el grupo se moviliza hacia el campamento, empieza la sucesión de sonidos: campanas, cadenas que se arrastran, aullidos, el ulular de una lechuza. Casi se esperaba, pues cada noche ha sido así. La neblina es más espesa esa noche y una luna enorme y amarillenta alumbra su camino.

Antes de llegar al ex convento, se escucha un caballo, que parece seguirlos. No han visto ninguno de ellos en esos días. Es extraño que a esa hora ande por ahí, pero su cabalgar es clarísimo. Al parecer el caballo los ha adelantado, pero solo se oyen sus pisadas, nadie vio al animal ni a quien lo monta, hasta que de repente ambos llegan de frente y se pueden ver entre la neblina; es un caballo negro y grande, montado por un jinete sin cabeza y del que solo se distingue una gran capa oscura. La formación se rompe y varios corren, Están asustados por la aparición. Se oye relinchar al caballo y una risa fuerte y burlona, que no se sabe de dónde viene. En ese momento, de la bodega del ex convento sale una pequeña procesión de frailes, con sus hábitos café oscuro y las capuchas puestas sobre las cabezas. Llevan velas en las manos y al caminar agachados no se distinguen sus rostros. Los ruidos de la campana y las cadenas se intensifican. No se detienen los aullidos y el ulular de la lechuza. Todos es una confusión, Ernesto, Roberto y un explorador más, salen corriendo y se meten en el bosque. Algunos lloriquean. Se han quedado en cuclillas, petrificados, rodeados por el jinete sin cabeza y los monjes silenciosos. Cuando todo llega al máximo punto, se empiezan a oír unas risitas que pronto se vuelven carcajadas. Los monjes se levantan las capuchas y son ni más ni menos que dos de los akelas, Leodegario, Micaela y Lencho. Del caballo baja el jinete, que tenía oculta la cabeza bajo un manto negro, se descubre y es Oscar, el otro akela faltante. Los chicos no saben si reír o llorar, Están muy asustados y les causa más que risa, enojo, el haber sido engañados y burlados de esa manera.

El akela mayor se pone al frente y les explica que se trataba de una prueba de valor, a la que todos los exploradores del grupo son expuestos. Agrega que cada año se realiza y que los padres están informados y dieron su consentimiento. Entre los murmullos se oyen voces que dicen; “! ¡Qué poca madre!, ¡De haberlo sabido!” Uno de los exploradores dice riéndose: “Yo si lo sabía, ¡mi hermano mayor que vino hace años, me lo advirtió”! Los monjes y el jinete –ahora con cabeza- se insertan al grupo. Todos empiezan a caminar rumbo al campamente, de manera más o menos desorganizada, comentando lo sucedido. De repente alguien declara: “Ernesto y dos más no están, salieron corriendo a la hora del susto mayor”. Vicente, el akela principal le indica a Oscar que regrese por ellos, Felipe, otro akela se ofrece a acompañarlo. Ambos se separan del grupo, aun con los disfraces puestos y van hacia el ex convento.

Como ya que se han apagado las veladoras que se prendieron en la ventana, la bodega, la fuente, la barda y otros sitios, el convento está totalmente oscuro. Oscar y Felipe se separan para buscarlos en los alrededores, sin encontrarlos. Gritan de vez en vez sus nombres, sin tener respuesta alguna.

Dentro de la bodega, Roberto y los otros dos chicos, están escondidos en la oscuridad, tiritando de miedo y frio. No han escuchado lo que pasó fuera y sienten que aún corren peligro. No se mueven, ni hacen ruido. Solo se escucha el ligero castañear de sus dientes y sus respiraciones continuas.

Oscar y Felipe los buscan en la capilla de los secretos, atrás del convento y por cuantos pasillos y corredores que se pueden acceder. Al fin, cansados de buscar se detiene frente a la bodega, Roberto hace la seña de que guarde silencio a Felipe y entra sigiloso por la vieja puerta de hierro, caminado de puntitas para no hace ruido. Adentro todo está oscuro, pero no trajeron lámparas. Cuando apenas han caminado unos pasos, sienten la presencia de alguien más y en ese justo momento, solo se escucha una orden: “¡Ataquen!” y todo se vuelve una confusión. Grandes rocas caen sobre sus cabezas y espaldas. Entre los tres chicos golpean a los akelas sin piedad, usando esas grandes piedras. Roberto ha sacado de su mochila un hacha y otro de ellos, porta un cuchillo de montaña. Los akelas alcanzan a soltar unos gritos de dolor, pero tienen encima a sus atacantes, cortándoles con el cuchillo y el hacha sobre el tórax y extremidades y moliéndolos con la piedra sobre la cabeza, con una saña que solo el odio o el miedo pueden infundir en un adolescente de su edad y fuerza.

Todo termina. Los cadáveres de los dos jóvenes quedan en el piso ensangrentado y la tercia de exploradores sale de la bodega, sumida en la oscuridad. Los tres están como en un frenesí asesino, sudados, ensangrentados y temblorosos. Roberto porta el hacha, llena de sangre y uno más, no suelta el cuchillo de su mano ensangrentada. La luna, inmensa, alumbra sus rostros. Respiran con dificultad. El tercero le dice a Roberto: “¡Creo que eran Oscar y otro akela!”, aterrado. Roberto se limpia la cara con la manga del suéter, sus ojos aún están desorbitados. Casi escupiéndolo le contesta: “¡Lo sé, claro que lo sé!”.

La palabra de los abuelos: «Tukay, la tejedora cósmica»

Autor: Roberto Carlos Garnica Castro

La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias. Aquí, en La palabra de los abuelos, recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria. En esta ocasión, te presento un mito cosmogónico que me compartió el maestro Romualdo García de Luna.

Tukay, la tejedora cósmica

Era una noche clara, pues Papa’, la luna, brillaba imponente. Sus rayos se reflejaban plateados en los delgados hilos de una tela de araña. La pequeña Sen (Lluvia) miraba con terror cómo Tukay envolvía a su presa.

Kiwichat, la dueña del monte, se acercó con su característico andar felino.

—¿Qué te tiene tan arrobada, nietecita mía?

Sen pegó un brinco pues se asustó con la aparición inesperada de la Abuela.

—Miro a la terrible Tukay, abuelita.

—¿Terrible?, mira bien, Tukay es muy hermosa.

—Pero devora sin piedad a otros seres.

—Sen, todos los seres tienen su propósito. ¿Quieres saber cómo Tukay se convirtió en la tejedora cósmica?

A la niña le brillaron los ojos pues supo que sus tres corazones serían alimentados con bellas palabras.

—¡Sí, abuelita!

—Ven, sentémonos sobre este viejo tronco.

Y fue así como, a la luz de la luna y debajo de los plateados hilos de la tejedora, Kiwichat narró esta historia:

«Antes del nacimiento de Chichiní, el sol dador de vida, sólo había oscuridad.

En medio de esa gran penumbra, a la que todos los seres de la tierra se habían acostumbrado, Jilina, el abuelo, dios del agua, del trueno y del huracán, le dijo a Jokgchilit, el pájaro carpintero:

—Ha llegado el momento. Éste es mi deseo: convoca a todos los animales a una reunión. Diles que el abuelo necesita saber si ya descubrieron su staku, su estrella. Diles que el abuelo necesita ver su gran don, pues pronto nacerá el niño sol y todos los animales le deben presentar un regalo. Primero se presentará el que tiene el don de tejer, luego el que tiene el don de la música, posteriormente el que tiene el don de la danza, y así hasta que pasen todos.

Cuando Jokgchilit transmitió el mensaje, todos los animales respondieron al unísono:

—¡Estamos preparados!

—Bien —dijo el pájaro carpintero— estén atentos al llamado de Sipíjchichi, el coyote: cuando oigan su aullido presentarán sus dones en el gran templo, el animal cuya estrella es tejer será el primero.

El tiempo pasó y, en medio de la gran penumbra, se escuchó el anuncio de Sipíjchichi y todos se dirigieron al gran templo.

La primera en llegar fue Sukchalh, la calandria, pues era muy veloz. Presentó un morralito hecho de bejucos y dijo con voz cantarina:

—Éste es mi regalo.

Jilina, el gran abuelo, lo vio y señaló:

—Está muy bonito tu morral, pero no te corresponde ser Stawana’, quien posee el don de tejer.

Enseguida llegó Xkgonipakga, el papán real, quien presentó un morral más grande de varios bejucos.

—Ésta es mi ofrenda, abuelo.

—Es un buen trabajo, pero no serás Stawana’, sigue buscando tu estrella —dictaminó Jilina.

También llegó Kuyu, el armadillo, y presentó su ofrenda.

—Se ve bien, pero no está parejo, sigue intentando, tampoco serás Stawana’ —sentenció el abuelo.

Así pasaron muchos otros animales queriendo ser Stawana’, pero nadie lo conseguía.

Hasta que llegó Tukay, la araña, quien, para sorpresa de todos, no traía nada en las manos.

—¿Dónde está tu pieza? —la cuestionó Jilina.

—Aquí, conmigo —respondió Tukay y, en seguida, comenzó a tejer con tal maestría que todos quedaron maravillados.

—Tú serás la gran Stawana’, la que tiene el don de tejer, has descubierto tu propósito. Cuando Chichiní, el que todo lo ve, se coloque en lo alto y todo empiece a tener movimiento y camino, tú tejerás el cosmos y serás, para toda la eternidad, fuente de inspiración para sus hijos, los hombres.»

—Y fue así, mi niña, como la bella Tukay se convirtió en la tejedora del cosmos y maestra de todos los que de alguna manera tejen.

—¡Qué bonita historia abuelita! Pero no entendí bien por qué dice que la Calandria y el Papán real presentaron un morralito.

—Sen, cuando camines no sólo mires al piso. Mañana, al amanecer, cuando escuches las voces de Sukchalh y Xkgonipakga, observa sus nidos y comprenderás esa parte de la historia.

—¿Y qué pasó con los animales que aún no descubrieron su don?

—Sen, mi hermosa niña, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

“La palabra de los abuelos” es una columna mensual con la misión de recuperar y difundir mitos de la tradición oral totonaca en la región de Veracruz adaptados por Roberto Garnica  quien se ha desarrollado principalmente en el ámbito académico como filósofo, antropólogo e historiador, ha publicado también en libros y revistas nacionales e internacionales.

Agradecimientos:

Al maestro Romualdo García de Luna, por compartirnos la historia de «Tukay, la tejedora cósmica».

Al maestro José López Tirzo, por asesorarnos con la escritura de los vocablos totonacos.

Crédito de la imagen: Espartaco Garnica.

¿Quién cuida al que cuida?

Autor: Javier Huaman


En su desordenada habitación, sentado al pie de su cama, apoyando sus rechonchas manos sobre una mesa de mármol añejo, no tiene una frase precisa para iniciar un relato. Mientras el silencio era desesperante, el simple sonido del crujir de la puerta del cuarto que se abría y cerraba por el empuje del viento le fastidiaba al punto de recordar aquellos tiempos de irritabilidad que vivió ―que se creía superado― pero que eran como la noche, que siempre vuelve.

Sus manos temblaban como hojas luchando ante un gélido invierno, desde su vientre hasta la garganta se erigía un ahogo creciente, la hinchazón de su pecho lo hacía resoplar aires agónicos, un zumbido de voces le incordian el cerebro, y el oído se agudizó tanto a tal punto, que ahora si escuchaba hasta el más mínimo sonido de la ciudad, un pitillo incesante rompió su sien. No quería llorar, lo que quería era gritar, sí, tan fuerte y vomitar la ansiedad para siempre.

Mientras tanto alguien en la sala buscaba algo, se irritaba más cuando escuchaba que buscaban reiteradamente sobre las mismas cosas. Tenía miedo a sus pensamientos, ya la frontera de su paciencia cada vez era menos y cualquier día todo esto podría terminar en una tragedia. Sus pies como raíces de árbol viejo se aferraban al suelo, sus extremidades empezaron a tener un raro movimiento muy parecido a los insectos. El frío sudor como un camino de bichos le recorría la espalda. Cruzó sus dedos y apretó fuertemente las manos para rezar, pero era tan fuerte el movimiento tembloroso de sus manos que vencían a su solicitud divina.

Se le dificulta hablar, no podía decirles que se callen, o que dejen de buscar ese no sé qué en la sala “No puedo, no puedo, no puedo”, decía a duras penas al aire pesado que invadió su cuarto. Sus dientes rechinaban como las ratas cuando se pelean por la comida entre ellas. Sentía mareos y la sensación de que todo en aquel lugar se movía desordenadamente; cerraba los ojos y desde muy adentro de su ser por su boca seca salían las palabras: ¡Piedad, piedad! Emitiendo un llanto silencioso, un quejido de aquellos que sufren en el alma, cruzó de brazos apretándose todo el pecho, apeado al lado izquierdo de su cama, después de los gemidos y la respuesta de un cuerpo asustado, sintió unas débiles manos ―como de ángeles― que le sobaba la espalda, al tiempo que le decían: “Tranquilo hijo, tranquilo, no pasa nada, son solo los nervios”, reconoció la voz, era de aquél que buscaba unas monedas para comprar su pan y las buscaba en el mismo sitio una y otra vez, y cuando dejó de calmar a su hijo, las había vuelto a perder. “¿Dónde dejé la plata?”, decía el hombre cuyos recuerdos de nombres, personas, vivencias se iban yendo cada día de su memoria para jamás volver. Después de una larga y dura lucha, los momentos de martirio mental iban ya desvaneciéndose: se había cansado de llorar. Sin embargo, volvió a sentir el horrible silencio, ese que desespera, que nos mata de saber que nos acompañará en el descanso eterno. El crepúsculo entraba por las sucias ventanas de aquella casa de dos cuartitos, pero que en el fondo era una casa con alma de sanatorio, la de dos seres sufribles que se cuidaban uno del otro de sus crisis, miedos y demás latigazos de la vida.

Después de esa experiencia, suspiró algo aliviado y ahora sí tenía por fin la frase idónea

para empezar su relato:

—Les voy a contar como es el infierno…

Exposición Génesis: entre el mito y la realidad

Autor: Pedro Sacristán


Mundos imaginarios que se entrelazan con el misterio de la naturaleza y cobran forma en la plástica.

Génesis – Entre el Mito y la Realidad en Burial Art Gallery es una de las mejores exposiciones en las que he participado y reúne a varios artistas destacados en la ilustración científica, taxidermia y osteotecnia, cuyo montaje está inspirado en los gabinetes de curiosidades del siglo XIX. Génesis nos brinda una mirada al mundo natural partiendo de la labor científica que se extiende hasta el imaginario fantástico de las artes visuales en el presente; levanta para nosotros el velo de la realidad manteniendo un asombro constante y la fascinación por la naturaleza en una exhibición de obras muy complejas y variadas tanto en propuesta como en ejecución. La curaduría estuvo a cargo del artista Pedro Bulsara a quien debemos la magia de esta exposición.

La narrativa de la exposición concentra en el espacio de la galería obras que difícilmente volverán a verse juntas, Génesis se presenta como un viaje a través de las eras para quien contempla las formas sútiles del Archeoptherix fosilizado o el imponente cráneo del Gigantopithecus Blacki.

De forma casi imperceptible aparece la fantasía que conduce al mito, entre aves que permanecen suspendidas al vuelo y las ballenas jorobadas que nadan plácidamente debajo de ellas, manifestando en pinceladas al artista  que, como un niño, continúa soñando despierto.

Tal es el carácter del arte que vuelve caprichosamente dócil al Dragón de Komodo, derribando la barrera de la imposibilidad en la mirada que se pasea en los patrones de sus escamas y formas sinuosas o aquellas escenas de cocodrilos luchando con jaguares que podría decirse son solo sueños que ocurren bajo un manto de manglares y la sorpresiva labor, casi de relojero, de la fascinante osteotecnia que descansa a su lado.

Fragmentación – Gyotaku Impresión directa  monotipo  de un jaguar.
Ulises Tovar. 

Desde el inicio de la exhibición se mantiene esa aura mezclada con sorpresa que provocan las piezas a la entrada; la pequeña taxidermia del pajarito que evoca la muerte de un poeta, el ímpetu del jaguar que yace dormido en el poema de vida y muerte, que concebimos como realidad, y su huella bermellón,  salvaje pero delicada a la vez, impresa en el papel. El unicornio infernal, las criaturas de cielo, mar y tierra junto los dibujos de animales extintos, los Nepenthes y el Miraestrella al fondo de la galería dan la sensación de estar inmerso en un bestiario que se torna tangible en esqueletos e incluso miradas que arrojan las taxidermias desde lo alto de la galería, el capelo y la cuenca vacía de los cráneos.

Génesis suscita en el recorrido las mismas preguntas que todos tuvimos de niños al hojear cualquier libro sobre animales: ¿Realmente existieron estas criaturas? ¿Cómo era el mundo que habitaban? ¿Por qué se extinguieron? etc.

Junto al misterio de la vida, la muerte y todo lo que yace entre ellas, está la ensoñación que produce el arte para todo aquel que se atreve a contemplarlo.

Esta pequeña taxidermia abre la exposición.

Rimbaud – Dibujo a lápices de color sobre una página de Una Temporada en el Infierno.
Pedro Sacristán © 2019.

Thylacosmylus Atrox – Dibujo a lápiz de grafito.
Pedro Bulsara 2024. 

Astroscopus Zephyreus (Miraestrella perro) – Gyotaku Impresión directa  monotipo.
Gyotaku – Do.

Mi visita a Burial Art Gallery. Foto: Mérida Beristain

Reinicio de actividades del blog de ColectivoDelfos.com


Saludos a nuestra comunidad y al público en general. Les debemos una disculpa por el paro de actividades del blog, pero las múltiples tareas de administración y edición nos hizo reevaluar el modo de publicar y la convocatoria que ofrecemos a nuestros colaboradores para participar en las publicaciones de nuestro blog.

A partir de hoy, renovamos y publicamos la convocatoria para colaborar en nuestro blog en el portal ColectivoDelfos.com agradeciendo de antemano a los colaboradores que ya han mandado trabajos para su valoración y publicación, estamos trabajando en ello, estén atentos a su correo electrónico o también pueden contactarnos por nuestras redes sociales o al correo: colectivodelfos@gmail.com

Atentamente, administrador web y editor: Miguel Almanza


Colectivo Delfos te invita a colaborar en nuestro BLOG


Invitamos a escritores y creativos mayores de 18 años de cualquier nacionalidad, etnia o género a participar en nuestro BLOG en el portal colectivodelfos.com
Aceptaremos colaboraciones en las siguientes categorías: cuento, microrelato, ilustración, crónica, columna, semblanza, reseña, ensayo y entrevista.
Los trabajos deberán estar escritos en español y tratar temas de literatura y artes; o fantasía, ciencia ficción, terror, horror.
Extensión máxima de textos 3000 palabras.
Se aceptará sólo un trabajo mensual por participante.
Las obras seguirán siendo propiedad de los colaboradores. Se dará difusión en redes sociales de Colectivo Delfos bajo la licencia Creative Commons: CC BY-NC-ND 4.0 
Puedes mandar tu propuesta al correo: colectivodelfos@gmail.com con el asunto CONVOCATORIA BLOG/categoría en la que participa, nombre o seudónimo del autor(a) con el que será publicado.



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