LA PALABRA DE LOS ABUELOS: «Sluluk y la concepción de Sol y Luna»


Roberto Carlos Garnica Castro


La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias.
Aquí, en La palabra de los abuelos, recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria.
En esta ocasión, te presento un mito cosmogónico que me compartió el maestro Romualdo García de Luna.

Sluluk y la concepción de Sol y Luna

Sen (Lluvia) camina con su abuela, la dueña del monte, la inquebrantable Kiwichat. Le asombra sentir cómo su cuerpo pasa del frío al calor en menos de diez pasos. Los días decembrinos son extraños: el sol quema, pero a la sombra cala el viento. Sen se detiene, una lagartija tendida sobre una piedra blanca llama su atención.

—Mi niña, veo que el viejo Sluluk (lagartija) te habla.

—Sí, abuelita, pero no entiendo lo que dice.

—Sluluk necesita el abrazo del sol, Sluluk ama su piedra.

—¿Cuál es su staku (estrella, propósito)? Tú y mi abuelito me contaron cómo Tukay (araña) y Patokgtokg (primavera) descubrieron su don. Háblame del viejo Sluluk.

—La historia de Sluluk es anterior al nacimiento del sol. ¿Quieres que te hable de la misteriosa concepción de Chichiní?

A la niña le brillaron los ojos pues supo que sus tres corazones serían alimentados con bellas palabras.

—¡Sí, abuelita!

—Abre los ojos y escucha.

Y fue así como, mientras Sluluk absorbía el espíritu del sol, Kiwichat narró esta historia:

«Antes del inicio, cuando todo era penumbra y los dioses, los hombres y los animales poseían un lenguaje común, la Gran Abuela y su nieta vivían lejos del pueblo.

—Ha llegado el tiempo de sembrar frijol, es bueno sembrar. Busquemos a alguien que nos ayude, pero primero pediremos el permiso de la tierra, como debe ser —anunció la abuela.

Y así hicieron: pidieron permiso, desmontaron, sembraron y llegó el tiempo de la floración.

—Hoy iremos a ver cómo va la siembra —señaló la abuela.

Cuando llegaron al lugar se sorprendieron porque una parte del frijolar estaba quebrada o doblada, como si algo grande y pesado hubiera pasado por ahí.

—¿Quién pudo hacernos esto? —preguntó la abuela.

Caminaron por la senda maltratada hasta llegar al centro de la siembra y vieron que el viejo Sluluk (en aquella época los lagartijos eran mucho más grandes) descansaba sobre una hermosa piedra.

—Así que fuiste tú el que hizo esta travesura. Te pido por favor que te retires y no maltrates más mi siembra —pidió la abuela.

—¡Ay, abuela, abuela! ¿Por qué me pide algo inadmisible? Ésta es mi piedra, usted es la que usurpa este lugar. Usted cometió el error, no yo. No me moveré de aquí porque mi piedra lleva mucho tiempo aquí. —exclamó Sluluk.

Tiempo después, la abuela y su nieta regresaron al sembradío y se encontraron con el mismo inconveniente. Se dirigieron muy enojadas al pueblo para hablar con la suma autoridad.

—Vayan por última vez e intenten convencerlo de que se vaya a otra parte. Si no acepta se procederá como debe ser —dijo la autoridad.

Volvieron al lugar y dijo la abuela “vengo a pedirte por última vez que te retires y no dañes más mi siembra”, pero Sluluk se mantuvo en su postura, argumentando que la piedra era suya.

Fue entonces que la suma autoridad decidió intervenir y ordenó que una cuadrilla destruyera la piedra para que Sluluk ya no tuviera motivos para atravesar el frijolar. El animal aceptó lo que mandó la autoridad y se retiró, pero exclamó “no es justo, es mi piedra”.

No fue fácil romper aquella piedra porque era muy dura. Al descubrir el interior fue inmensa la sorpresa de los seres de la penumbra porque, por primera vez, vieron algo luminoso, era como un huevo. El líder de la cuadrilla tomó el objeto con sus toscas manos y lo llevó al pueblo para que lo examinara la suma autoridad. Ésta se asombró y ordenó que depositaran el objeto sobre una mesa de piedra. Toda la gente se formó para contemplar la cosa que brilla. También se formaron la abuela y su nieta y, cuando llegó su turno, la niña se acercó tanto al portento que le provocó un estornudo y, de esa manera, se tragó el huevo.

La suma autoridad solicitó que todos regresaran a su casa. Así también hicieron la abuela y su nieta. Pero, a los tres meses, la muchacha empezó a tener mareos y vómitos y comprendieron que estaba embarazada.

La abuela se extrañó porque nunca dejaba sola a su nieta y le preguntó “¿quién es el padre?”.

—No he tenido ninguna relación con nadie —aseguró la muchacha.

La abuela rememoró el incidente con la cosa que brilla y la tranquilizó “no tengas miedo, lo que va a pasar pasará, yo estoy contigo para orientarte y protegerte”.

En ese momento, la Gran Abuela comprendió cuál era el propósito de su nieta y comunicó a las demás Abuelas que la antigua profecía por fin se cumpliría: una virgen daría a luz a Chichiní (sol) y a Papa’ (luna), los gemelos que alumbrarían el mundo».

—Y fue así, mi niña, como Chichiní y Papa’ empezaron a crecer en el vientre de una virgen.

—¡Qué hermosa historia abuelita! ¿Y qué pasó en el momento del alumbramiento?, ¿cuál es el nombre de la Madre?, ¿quiénes eran las Abuelas?, ¿qué ocurrió con Sluluk?

—Sen, mi dulce niña, ésas son otras historias y deben ser contadas en otra ocasión.

Créditos y agradecimientos:

Al Maestro Romualdo García de Luna, por compartirnos la historia de La creación del sol.