La escritura es mágica y en este preciso instante puedes “oírme” gracias a su poder, pero nunca hay que dejar de abrevar de la ancestral sabiduría oral.
En Papantla, cuna de la hermana vainilla, viven muchos abuelos que desean compartir sus historias. Aquí, en La palabra de los abuelos, recupero algunas de esas narraciones y las reelaboro de manera literaria. En esta ocasión, te presento un mito cosmogónico que me compartió el maestro Romualdo García de Luna.
Patokgtokg, la que alegra el nacimiento del sol
Era una cálida mañana de abril. A contraluz del sol, como una sombra, cantaba Patokgtokg (la Primavera) entre los azahares del naranjo. Sen (Lluvia) aguzó sus ojos y oídos y sintió cómo el blanco de las flores, el verde de las hojas, el rojo del sol y el marrón del pajarillo se mezclaban con la dulce melodía.
—Mi niña, veo que las alas de Patokgtokg te acarician —exclamó Kiwíkgolo, el dueño del monte.
—Abuelo, la otra noche me contó abuelita cómo Tukay (la araña) se convirtió en la tejedora cósmica y le pregunté cómo fue que los demás animales también descubrieron su don.
—¿Quieres saber cómo Patokgtokg fue elegida para alegrar el nacimiento de Chichiní (el sol)?
A la niña le brillaron los ojos pues supo que sus tres corazones serían alimentados con bellas palabras.
—¡Sí, abuelito!
—Escucha mientras caminamos.
Y fue así como, mientras los miraba Chichiní y las alas de la música los transportaban al Inicio, Kiwíkgolo narró esta historia:
«Hace mucho tiempo, cuando los animales hablaban y aun no existían los hombres, las veinticuatro abuelitas cósmicas profetizaron que habría un nacimiento y pidieron a los animales que se prepararan para presentar su don en el templo. Fue así como, en la era de la penumbra, se convocó a los cantores al lugar que hoy se conoce como Tajín chico.
Allí bajó el Señor del sonido y escuchó a los pájaros que querían ser cantores.
Cuando pasó la Chachalaca el gran abuelo señaló:
—Posees un tono alegre y enérgico, pero es demasiado fuerte para la ocasión.
Luego siguió el Gorrión.
—Mejorcito, pero tu canto suena más a danza ceremonial.
Después de escucharlos a todos, los dioses consideraron que ninguno había llegado a desarrollar su canto.
Aunque esa vez, Patokgtokg no lo intentó porque vivía muy lejos y no alcanzó a llegar.
—Sigan ensayando. Nos veremos en cuatro tiempos —demandaron los dioses.
Todos se prepararon lo mejor que pudieron y, además, alistaron un traje.
La vestimenta de Patokgtokg era muy hermosa. Se la regaló su abuelo, quien estaba muy orgulloso de lo bien que cantaba su nieta.
Pasaron los cuatro tiempos y llegó el momento.
Cuando sonó el primer anuncio, el primero de cuatro truenos, Sukchalh (la Calandria) le suplicó a Patokgtokg:
—Amiga, vengo a pedirte un gran favor, voy a participar en el canto, pero mi vestido se rompió, quisiera que me prestaras el tuyo, después te lo vengo a dejar.
La Primavera, que era muy noble, dijo:
—Si es así, te lo presto.
Sukchalh se lo probó, le quedó a la medida y se lo llevó puesto.
Cuando llegó el turno de Sukchalh ya habían pasado el Gorrión, el Cardenal y la Chachalaca.
La Calandria, con su hermoso vestido, cantó lo mejor que pudo.
No muy convencidos, los Señores del sonido exclamaron:
—¿No hay más?
Y es que, como no participó la primera vez, Patokgtokg no se enteró de que los dioses habían dado una segunda oportunidad.
—Oye, ¿no vas a ir? Los Señores del sonido están eligiendo a quien cantará al niño Sol —le dijo su abuelo.
—No tengo mi traje —respondió Patokgtokg.
—No es el traje, no es la vestimenta, es tu voz, es lo que tú eres.
—¿Será?
—Ve.
No fue fácil llegar porque Tajín chico es como un laberinto. Además, como no llevaba su traje, los guardianes no la dejaban pasar.
—¿Qué es todo este alboroto? —preguntaron los Señores del sonido.
—Es una niña que quiere cantar, pero no está bien vestida.
—Déjenla, queremos escucharla. ¡Canta!
—¿Qué canto? —preguntó Patokgtokg.
—Algo que sea recordado para siempre.
Ella se paró en la piedra y empezó a cantar el son del atole:
—Tru, tru, tru.
Los Señores estaban admirados y declararon:
—Tú eres la elegida, tú vas a cantar al niño sol cuando nazca.
—Pero, éste no es mi traje —musitó Patokgtokg apenada.
—Te equivocas, esa es tu ropa original, es lo tuyo, no necesitas cambiar nada, así te vas a presentar cuando llegue el momento.»
—Y fue así, mi niña, como la noble Patokgtokg se convirtió en la que alegra el nacimiento del sol.
—¡Qué bonita historia abuelito! ¿Y qué pasó con los animales que aún no descubrieron su don? ¿Es cierto que Sukchalh lo descubrió en la milpa?, ¿Por qué los dioses dijeron que el canto del Gorrión era como una danza ceremonial?
—Sen, mi hermosa niña, ésas son otras historias y deben ser contadas en otra ocasión.
Créditos y agradecimientos:
Al Maestro Romualdo García de Luna, por compartirnos la historia de Tukay, la tejedora cósmica.
Al maestro José López Tirzo, por asesorarnos con la escritura de los vocablos totonacos.
“La palabra de los abuelos” es una columna mensual con la misión de recuperar y difundir mitos de la tradición oral totonaca en la región de Veracruz adaptados por Roberto Garnica quien se ha desarrollado principalmente en el ámbito académico como filósofo, antropólogo e historiador, ha publicado también en libros y revistas nacionales e internacionales.