Autor: Devet Seminar.
Hice lo que se hace cuando no queda otro remedio: me adapté, ya que aquello no se podía asimilar solo a un nivel mental; definitivamente, no. Los dueños legítimos del lugar no eran sujetos accesibles, simpáticos o simplemente educados. Todo lo contrario. Eran ásperos y siempre encontraban una buena razón para maltratarme. Pero no desesperé.
Me propuse aguardar una oportunidad favorable para matarlos a todos. Por lo pronto, estaba la cuestión del número. Ellos eran seis y yo, a pesar de que cuento con ocho extremidades, solo uno. Sin embargo, contaba con el factor sorpresa.
¿A quién se le iba a ocurrir que un esclavo se rebelaría y mucho menos que esa obediente y mansa mascota poseía destrezas que jamás había expuesto? Porque me consideraban solo eso, una mascota atractiva y exótica.
Cuando mis guardianes originales se descuidaron y pude escapar de la nave no imaginé que casi de inmediato sería capturado por una familia de criaturas nativas de ese mundo primitivo. Lo que ellos no sabían era que en mi planeta de origen yo era un criminal temido y respetado, y que por ese motivo me estaban trasladando de Ogork al mundo-prisión de Ulghan.
Y para ser un criminal idóneo en Ogork se necesita algo más que ingenio y fuerza, ya que mis congéneres también poseen una serie de técnicas efectivas para destruir a un adversario. No obstante, como durante un tiempo prolongado me dediqué a estudiar a mis captores, no tardé en estar en condiciones de pergeñar una estrategia.
En mi mente ya los había matado varias veces, uno a uno encontraban su castigo, mi odio acentuado e intensificado a medida que pasaban los días. Un zarpazo alcanzaría al mayor, luego decapitaría al segundo. Esparciría las vísceras de otro y le estallarían los ojos. Pero todo eso solo estaba ocurriendo en mi mente, por ahora.
La realidad me exigía despertar de mi ensueño y me obligaba a volver a la habitual y sumisa posición. Atacaría antes de la noche. Mis armas: las garras escondidas en los tentáculos, los espolones que nunca había sacado al descubierto, mis afilados dientes y el deseo obsesivo de venganza. Siempre me habían considerado un mero objeto de sus extravagancias y a partir de eso urdí mi plan.
Se habían hecho la costumbre de colocarme un collar y grilletes para impedir mis bruscos movimientos y así poder juguetear sin piedad provocándome un intenso dolor. Los dos más jóvenes solían arrancar las púas que recubren mi cuerpo haciéndome retorcer y emitir un alarido que los otros celebraban exaltados. Permití que la situación llegara a ese punto y fue el instante en que actué: cuando esperaban el lamento divertido, destrocé las ataduras, lancé un grito horroroso y los dejé perplejos.
Casi de inmediato, uno de ellos ya convulsionaba desangrándose en el piso y una mordida había desfigurado el rostro del más chico, mientras mis garras hurgaban en lo profundo del mayor, arrancándole el corazón que les arrojé a sus caras. Cuando reaccionaron, ya había adoptado las adecuadas posiciones de combate. La fuerza estaba igualada; yo valía por tres, éramos tres contra tres. Gracias a la sorpresa había logrado que estuviéramos en igualdad de condiciones, pero yo tenía las de ganar.
Los que habían estado sentados cerca de la hoguera brincaron alarmados y vi cómo sus risas de sorna se transformaron en sorprendidos gruñidos de espanto. No daban crédito a lo que estaba ocurriendo.
Comenzaron a moverse de un lado a otro como buscando una salida, pero la oscuridad de la noche les impedía alejarse de la fogata doméstica. Sus pequeñísimos ojos estaban imposibilitados para ver en la penumbra; no tenían escapatoria, así que aproveché esta situación para acorralarlos.
Me preparé para dar los golpes decisivos con las garras y las fauces ensangrentadas por lo hecho previamente. Los nativos gemían y se tapaban los rostros con los brazos.
Estaban considerando la posibilidad de huir cruzando el estanque cercano, una laguna poco profunda a la que iban a obtener alimento, pero no estaba tan cerca como para que la ceguera les permitiera llegar antes de ser despedazados por mí, por nosotros.
Para los de nuestra especie el agua es un elemento prohibido, así que por eso había elegido esa hora para ejecutar mi plan, para evitar a toda costa que pudieran huir hacia el líquido, salvador para ellos, mortal para mí.
Me acerqué para provocar su angustia, nuestro nutriente principal, no su carne, tan asquerosa en sabor como en apariencia. No obstante, los movimientos sin ton ni son que realizaban me hacían perder el foco. Habían tomado cuenta de la situación y pretendían confundirme, ignorando la habilidad guerrera de mi especie.
¿Les resultaba un animal exótico, les encantaba tenerme como mascota, me consideraban su esclavo? Pues ahora sabrían lo que produce que te aten con cadenas y sometan con castigos para la diversión de seres inferiores.
Los de Ogork somos una de las especies más peligrosas del universo, y si bien había sido temido por mis acciones en mi planeta, meros actos delictivos para cualquier especie, los guardianes del espacio ignoraban el poder que escondíamos. Podrían aislarme en Ulghan pero seguiría reproduciéndome y desdoblándome tantas veces como fuese necesario.
Las criaturas primitivas que me imaginaban esclavo de sus caprichos ignoraban el riesgo que corrían y se movían desesperados por acabar con una situación que los superaba, brindándome el elixir de su miedo. Buscaban la forma de llegar al agua salvadora pero esta mascota no lo permitiría.
Finalmente entré en acción y tomé la iniciativa. De pronto, advertí que el desagradable olor de sus carnes y líquidos apestaban el aire. El silencio se adueñó del espacio, pero no tardé en escuchar el inconfundible sonido de la nave de mis guardianes llegando a la superficie del planeta.
Todo mi esfuerzo había sido inútil. Ya no quedaba escapatoria; era mi fin. Me esforcé en vengarme de las tres criaturas sobrevivientes y logré destrozarlas. Pero cuando los guardianes me rodearon fingí inocencia, ya que la condición de mascota me había enseñado la estrategia ideal, el método que me serviría cuando llegáramos a Ulghan. ¡Oh, sí! Practicaré la sumisión, la obediencia, permitiré que me humillen, que me sometan, pero no desperdiciaré la oportunidad de sorprenderlos y de sembrar de terror infinidad de mundos.