Pueblo Viejo

Autor: Israel Rojas


Un puyazo, palpitaciones en la piel como pequeños colmillos peludos arando una protuberancia colorada, luego una incontrolable comezón que lo saca de un sueño nebuloso, caótico. Piensa, entre la modorra etílica y el desconcierto, que se trata del piquete de un mosco, pero es cuando se rasca con insistencia frenética que cae en la cuenta de que un zancudo no pudo haberlo picado en la cabeza del pene, lugar de donde proviene la imperante necesidad de rascarse sin obtener alivio.

Teo se incorpora, prende la luz y se asoma al espejo con los calzones hasta las rodillas. Lo que resta de la borrachera se agolpa en su cerebro y por un momento duda de que ese bulto rojo y de circunferencia amoratada esté ahí, en su pito flácido. Pero el roce de su dedo sobre la protuberancia y el dolor como respuesta a la presión, lo petrifican en un instante de miedo que se vuelca terror puro. Se lleva las manos al pelo diciéndose que es cosa de la peda, de los excesos, pero no, una punzada aguda entre el escroto y la ingle lo devuelve a la realidad inexorable.

Nuevamente se acerca al cristal sólo para comprobar que ese amasijo rojo sobre su glande se hincha cada vez más, como si adentro estuviera creciendo algo. Las maldiciones que Teo grita, mientras deshace un pequeño sofá a puñetazos, se confunden con los golpes y bramidos pornográficos que provienen de cada uno de los cuartos del hostal enchinchado y pringoso. Se pregunta entonces, ante la ventana que da a la calle semidesierta, fantasmal, ¿qué chingados está haciendo en México? ¿Qué ha venido a hacer a un país que se desangra en su guerra interna y donde la mayor parte de las personas son gandallas o pendejos con ínfulas de chingones?

Y la pregunta más urgente que desata otras: qué me ha hecho esa mujer, quién era y cuál es la cura para lo que sea que le haya contagiado. Teo no encuentra respuestas ¿Ir con un doctor? Imposible. Una semana atrás ejecutaron al único galeno que quedaba en la localidad, cuando lo confundieron con un traficante de fentanilo.

Clay, su asistente AI, lo exaspera aún más con información abundante y confusa, sólo medio comprende que aquello podría ser herpes, sífilis o cualquier otra cosa con nombre raro y que sólo agrega incertidumbre al desconcierto inicial. Sale de la aplicación y sin que una idea mejor cruce por su cabeza, febril por el miedo y el enojo, Teo se decide regresar al Buena Beata, el congal que se lo tragó los últimos tres días de perdición.

Camino al tugurio, Teo piensa en la peculiar relación de los mexicanos con el sarcasmo y la ironía, pues el Buena Beata era uno de los puteros más populares del valle. El nombre era una contraseña entre la gente del lugar, tipo: “Nos vemos en la capilla”, o “si preguntan por mí, diles que salí a la capilla a rezar”. Pero, qué devoción ni que santa madre, si en Pueblo Viejo sólo quedaban narcos, sicarios, viciosos y putas.

Escupió al barranco, nada en México era como lo imaginaba antes de su llegada; su rica belleza, calidez y alegría, se reducía a una urbe mal oliente poblada de la sombra de muertos y desaparecidos, y de vivos atizados por la ambición, el enojo y el abuso de confianza. Él, un hedonista aventurero adicto a su propia autodestrucción, se siente rebasado por el horror de Pueblo Viejo. Teo camina enfrascado en dos pensamientos: saber qué le ha pasado en la verga; y salir de México inmediatamente.

Debería de sorprenderse, pero tanto tiempo en estas tierras le han arrancado la capacidad de quedar perplejo ante el imposible y el absurdo diluidos. El espacio de lo que había sido el burdel Buena Beata es ante sus ojos un almacén en escombros de color óxido que hace juego con el cielo plomizo. Aquello es contrario a la naturaleza del mundo, tres días con sus noches había estado allá adentro entre narcocorridos, alcohol, metralla y el cuerpo de Desdémona; la mujer de la que inhalaba cocaína en su vientre, la fémina fatal que lo había llevado a su cama de placer y tortura, a pesar de que los matones le advirtieron de sus tretas: “No, gachupo, mejor no la meta ahí, esa plebita lo va a desangrar”. Todo saturaba su mente: el calor de sus besos, el olor de su sexo, el coito oscuro y perverso.

Ahora nada, sólo el silencio que se agrieta con el paso de una troca y un par de teporochos que descansan la borrachera bajo la puerta del almacén liminal; Teo sacude la cabeza y por un momento se siente apartado brutalmente de la realidad, como si él junto con el planeta fueran lo único que existieran en un vacío presidido por dioses sin forma y con tantos eones atrás como hocicos y tentáculos. Pero no, se halla quizá en algo peor, en una esquina plegada del espacio-tiempo en que aquel rincón de Pueblo Viejo había desaparecido junto a sus pocos habitantes o, lo más seguro, se encontraba hacia el fin inevitable de una comarca, una parte del país arrasada por la arena, la corrupción y la sangre.

Para cuando Teo llega ante el borracho que escribe y borra sobre el polvo, y que dice llamarse Nadie; el extranjero siente que ha caminado por días, meses y bien pudo haber olvidado el motivo de su andar, de no ser por los ojos granate de Desdémona. Mirada que lo obsesiona y lo guía, lo mismo que el dolor en los genitales inflamados que entorpece su paso.

—Tú también caíste —Nadie ríe con desprecio, sin dejar de garabatear sobre la polvareda con un dedo, y anular lo escrito con el puño—. Pues no, Desdémona y el Buena Beata ya no están aquí, por el momento. Ella y el burdel son como Pueblo Viejo: una desolación que se anda paseando por todo México. Pero descuida, si Desdémona dejó su marca en ti, la volverás a ver… eso tenlo por seguro.

—¡No! —responde Teo— Yo lo que quiero es salir de aquí, irme de México.

—¿Irte de aquí? ¡Ja! Lo puedes intentar, pero México es una pesadilla que una vez que te sueña, te sueña hasta matarte, como Pueblo Viejo, como Desdémona.

Teo da la espalda al borracho y su risa que se vuelve más terrorífica por lo ridículo de su excentricidad, sin embargo, no logra dar más de un millar de pasos. El dolor en el pene lo derriba y se retuerce hasta quedar con los calzones hasta las rodillas y descubrir que el bubón del glande ha reventado en pus y sangre, para darle paso a un arácnido con el rostro de Desdémona que sonríe exhibiendo sus colmillos peludos, antes de saltar contra la cara de Teo que desespera y se retuerce en su propio vómito escarlata. Un último pensamiento sacude su mente moribunda: México es una pesadilla que te sueña hasta matarte.